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sábado, 19 de noviembre de 2022

ANIMARSE, Elias D. Galati, Buenos Aires,

 




ANIMARSE


Animarse es infundirse ánimo, valor, esfuerzo y energía; también atreverse. Es excitar a una acción. El ánimo es la capacidad de experimentar emociones, afectos y de comprender. Es también la fuerza y energía para hacer, resolver o emprender. Pero la concreción del concepto de tener ánimo o animarse, en la vida real, escapa a esta significación, y abarca una concepción existencial que une todas las capacidades del hombre, las intelectuales, las sentimentales y las volitivas. Es posible que dicha caracterización, tenga elementos atávicos y se remonte al pensamiento primitivo, puesto que se consideraba que todas las cosas naturales estaban animadas y se explicaban las mismas por la acción de fuerzas o principios animados. Es decir el ánima, cual sinónimo o símil del alma, era la característica de la vida. Lo que no estaba animado, no tenía vida, estaba muerto. Fue la primera diferenciación entre los seres vivos (vegetales y animales) y los seres inertes o muertos (minerales). Animar es entonces dar vida, o proyectar una concreción efectiva, real y activa a aquello que está en potencia, pero yacente. Es poner en acción, o ponerse en acción a uno mismo. Desde la psicología y a partir de Jung se considera animar, como la actitud, carácter o personalidad internas vueltos hacia el inconsciente. Biológicamente puede entenderse como el movimiento, la respiración, la proyección hacia adelante, hacia el futuro, de todos los seres. Estar animado escapa a este concepto elemental y determina una capacidad mayor, un plus en la actitud vital que lleva a pensamientos, ideas, acciones y concreciones. En el acervo popular animarse es tener voluntad, ser capaz de enfrentar las cosas y producir cambios, es estar un paso delante de lo común y sobresalir del entorno. Es tener coraje. Por lo general nuestra vida transcurre dentro de un rango específico determinado por las condiciones existenciales y sociales y por nuestra actitud ante el devenir de nuestro tiempo vital. Es un poco un plan o un esquema, que se repite cotidianamente y que fuimos construyendo, nosotros, nuestro entorno, la comunidad a la que pertenecemos y la región y el hábitat donde vivimos. Cada día y a veces con mayor asiduidad, nos preguntamos y nos cuestionamos por la existencia, por la actitud asumida y por la posibilidad de cambio a la que podemos arribar. La idea parte de una inquietud por superar el conformismo como residuo de la normalidad, pero también por el ansia de hacer algo, dejar una huella, ser distinto y provocar una situación que pueda ser aprovechada por todos para una vida mejor y lograr la felicidad a la que aspiramos. Esta idea choca con la costumbre y la rutina, lo que se hace siempre se hizo igual, para que entonces cambiar. En el fondo de nuestro corazón queremos un cambio, pero hay algo que nos detiene y nos determina. La vida rutinaria la conocemos, el cambio no. Es enfrentarse a lo diferente, a lo desconocido, a aquello que no podemos prever y que posiblemente nos haga daño. Animarse es entonces un acto de valor y también valioso. Es aceptar que se puede superar la existencia y mejorar la vida. Es querer trascender, es tocar el infinito y procurar un lugar más allá de lo posible y lo alcanzable. Es sentirse con la capacidad de crear, de modelar, de establecer algo diferente. La ciencia, la técnica, el arte, la cultura en general como expresión de todo lo que es capaz el hombre es fruto de ese atrevimiento, de animarse a ser otra cosa, ser mejor, progresar y dar para uno y para los demás una luz que era desconocida. 

Animarse…

Animarse a ser feliz, a ser mejor, a ser capaz de crear, a promover las ideas superadoras que hagan del mundo un espacio de paz, de armonía, de solidaridad, de justicia, de felicidad. Animarse a ser auténticamente un ser iluminado pero humilde, creativo pero solidario, genial pero como el común de los hombres. Animarse a ser, aquel que busca la trascendencia del infinito y de la Divinidad.

 

Elias D. Galati, Buenos Aires, Argentina


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