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domingo, 13 de noviembre de 2022

Juegos infantiles. «El juego del aro» y otros, César Tamborini Duca, León, España

 


Juegos infantiles. «El juego del aro» y otros

5 noviembre, 2022

El aro parece un juego tonto, pero ¿quién no recuerda de su infancia el “Juego del aro”? Claro que para el cúmulo de “juegos tecnológicos” que abruman los ojos infantiles desde los escaparates de las tiendas y las pantallas televisivas y de las ‘tabletas’ y ordenadores, aquellos juegos de la infancia parecen tontos, pero sin embargo lograban agilizar los movimientos, mantener la concentración y posiblemente provocaba más satisfacciones por el hecho de poder construirlos uno mismo, con la consiguiente generación de endorfinas que producen alegría.

¿Han visto, acaso, reírse con ganas alguno de los infantes con los juegos tecnológicos de ahora? Resulta sintomático ¿verdad?

Recuerdo haber preparado un par de ellos en mi casa de Veguellina de Órbigo con el objeto que lo utilizaran mis hijos y les hice la demostración, pero ante la masiva publicidad perniciosa, fracasé estrepitosamente.

De todos modos leí con satisfacción esa parte del libro de André Maurois titulado “De Proust a Camus” donde en el capítulo dedicado a Jules Romains dice:

“Cuando se ha jugado mucho al aro, como Louis Bastide, y se ha tenido la suerte de encontrar uno de ellos que gusta, os dais cuenta de que las cosas son muy otras que en una carrera ordinaria. Probad a trotar solo; estaréis fatigados al cabo de unos minutos. Con un aro, la fatiga se hace aguardar indefinidamente. Tenéis la impresión de apoyaros, casi de ser llevado. Cuando sentís un instante de cansancio, parece como si el cerebro os prestase fuerzas amistosamente.

 EL ARO manejado por dentro

Por lo demás, no siempre se tiene necesidad de correr a gran velocidad. Con destreza, se llega a caminar casi al paso. La dificultad está en que el aro no vaya a echarse a derecha o izquierda; o a meterse entre las piernas de un transeúnte, que se debate como un ratón cogido en la trampa; o a caer al suelo tras extraordinarias contorsiones. Hace falta saber servirse del palo, dar golpes muy ligeros, que son casi roces y que acompañan al aro. Hace falta, sobre todo, entre cada golpe, permanecer dueño de los más mínimos desvíos del aro, gracias al palo que no cesa, de un lado o del otro, de acariciarle el canto, que sostiene o corrige su marcha y cuya punta interviene vivamente en todo sitio donde amenace surgir un bandazo…

A veces el aro toma impulso, huye. La punta del palo le persigue, sin conseguir tocarlo. Y él se inclina ligeramente, vira. Se comporta completamente a la manera de los animales cuya huida no es mucho tiempo razonable. Hay que saber atraparle sin demasiada impaciencia. Si no, se arriesga mandarle contra un muro, o tumbarle en el suelo.

Cuando llega el momento de bajar el bordillo de la acera, es un gusto aguardar, vigilar el pequeño bote del aro. Nos decimos que de veras tratamos con un animal, fino y nervioso. Y después, hasta la acera de enfrente, no cesa de rebotar sobre los adoquines, en los intersticios, con toda clase de irregularidades y de cambios de frente caprichosos”. (Plaza & Janes, Barcelona, 1967, pág. 259 y 260)

Aro manejado por fuera

La descripción alude a “un palo” para realizar el recorrido con el aro. La diferencia con el que practicábamos en la Argentina y como lo había construido en mi casa de España, consiste en que se reemplaza el palo con un alambre de un grosor que le permita ser lo suficientemente rígido (sin que lo sea en exceso), doblado en un extremo o colocando una simple empuñadura para sujetarlo con la mano sin que lastime, mientras en el otro se realizan tres dobleces que permiten ‘abrazar’ el aro, ya sea externamente o inclusive colocarlo alternativamente y sin detenerlo, en la parte interna de la circunferencia mientras se lo va haciendo rodar. También se facilita el giro, y su fácil detención con el alambre desde la parte interna.

Foto aro, alambre y empuñadura

Los elementos constructivos no requieren inversión y se encuentran muy a mano: el alambre citado que puede tener aproximadamente 1,30 m contando los dobleces; y el aro propiamente, puede ser el de una rueda inservible de un triciclo o una bicicleta infantil.

Otros juegos

Claro que en nuestra infancia había multitud de juegos, para entretenernos con suma alegría desde el momento que comenzábamos con la construcción de los mismos ¿quién no se construyó un “barrilete” con tan simples elementos como unos trozos de caña, un rollo de hilo, papel (que podía ser de un periódico viejo), engrudo que se elaboraba con harina, y unas tiras de trapos viejos para la cola de la cometa?; elementos que eran facilitados con alegría por nuestros padres, e incluso nos ayudaban, tanto en la construcción como para remontarlo.

El cine, con sus películas de cow boys -vaqueros- del far west, nos incitaban a la emulación fabricando escopetas de madera (aclaro: ninguno de mis conocidos de la infancia con los que practicaba estos juegos, utilizó luego armas de verdad excepto para ir de caza); y con maderas de cajones de fruta también construíamos coches o camiones que hacíamos avanzar tirando de ellos con una “piolita” o delgada soga.

¿Se acuerda alguno de los imanes? Trozos de hierro con magnetismo, había algunos con forma de U porque provenían del “magneto” de motores de tractores o cosechadoras y tenían mucha potencia magnética; al ir arrastrando tirando de él con una soga (piolita) o hilo fuerte, en calles arenosas como mi pueblo de La Pampa, se iban recogiendo infinidad de cosas metálicas: arandelas, tornillos, tuercas… todo lo que contuviera hierro.

¿Y el juego de las “bolitas” (canicas)? Qué emocionante ganarle al adversario para ir engrosando nuestra bolsita o caja que las contenía; el “bolón” era mucho más grande, era el que bochaba y podía ser de acero si se podía conseguir del desguace de algún bolillero en taller mecánico, lo que a mí se me facilitaba en el taller de mi papá, lo mismo que para conseguir un imán.

Pelota de trapo

También las figuritas “arrimadas” a la pared, proporcionaban la satisfacción de ganar al contrario e ir formando nuestro equipo futbolístico. Aunque más contentos estábamos por practicar nosotros aunque fuera con una pelota de trapo hecha con calcetines en desuso; se hacía un bollo de papel que se colocaba por dentro, y se ‘daba vuelta’ el calcetín dos o tres veces, atando finalmente el extremo libre. Y si alguno de los amigos del grupo tenía un balón de verdad ¡a jugar un picado en el potrerito!

Buscar entre el ramaje de los árboles alguna horqueta “ad-hoc” para confeccionar una honda (gomera), o con una caja de cartón preparar una trampa que permita cazar pajaritos. Jugar a las escondidas, saltar la soga (la comba) y… todos los juegos de la niñez que fue no cuestan dinero o, en algunos casos, muy poco, cuyos elementos ya mencioné antes.

Entre otros juegos de la infancia en los años ’40 y ’50 del siglo pasado, no podemos dejar de señalar la papiroflexia, cuando en esos momentos compartidos en familia realizábamos cometas, aviones, barquitos, moños (pajaritas) y otros objetos semejantes, en papel. 

Tampoco podemos obviar el juego de la payana que en argentina se realiza con guijarros, y en España un juego similar recibe el nombre de taba y se realiza precisamente con pequeñas “tabitas” pero no guarda relación con el juego de la taba en los festejos de los gauchos.

Los libros del mayor servían para el hermano menor porque 2+2 siempre serán 4, el Río Órbigo llevará sus aguas por el cauce de siempre, Napoleón perderá la batalla de Waterloo, el Aconcagua seguirá siendo la cumbre más alta de América y el oxígeno + el hidrógeno formarán el agua.

¡Y para qué seguir contando! Era todo cuestión de imaginación para entretenernos con LOS JUEGOS DE NUESTRA INFANCIA, entre los que también figuraban el balero, la rayuela, la paleta para frontón o mesa de pin-pon; y juegos de mesa como el ajedrez y las damas. Había para elegir ¿verdad?

Colofón: lo dijo Nuccio Ordine en la entrevista efectuada por Borja Hermoso para “El País”: “Es evidente que la sociedad virtual crea nuevas formas de soledad, lo cual es una auténtica paradoja de nuestra época, porque estamos más conectados que nunca pero resulta que estamos solos”.

A continuación el Dr. Luis Alposta, médico y poeta aproximadamente de mi edad, nos ilustra con sus versos:

 


CÉSAR TAMBORINI DUCA, León, España

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

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