EL POETA LEE SU SILENCIO
Hoy desperté con evocaciones. El club de mi infancia, el natatorio, los partidos de fútbol, la escuela primaria frente a Plaza Lavalle. Al mismo tiempo recordé el moño con pintas blancas y el cardigan azul. Los breches. Un álbum de figuritas. Un retrato del General Paz, el busto de Julio A. Roca, el mausoleo de Sarmiento. Después del desayuno salí a caminar por Plaza Rodríguez Peña como lo hago habitualmente. Recordé una novia de ojos celestes de mi adolescencia, un cumpleaños de quince, la escuela secundaria. Y las bibliotecas de mi casa. La de mi padre, la de cada uno de mis hermanos, la mía; la menor de todas. En un café fumé mi pipa y navegué por ciudades, pueblos, aldeas. Y asombrado vi pasar la vida
En un artículo que publicó Jorge Luis Borges sobre
los poetas de Buenos Aires (1966), señala que “así como otros países,
Inglaterra por ejemplo, sueñan con el mar, así nosotros tenemos como una
nostalgia de un tipo de vida infame y cuchillera”. Sabemos que toda realidad es
compleja y que tal vez el juicio de Borges no se ajustaba a la realidad, o
mejor dicho, lo simbólico de nuestra identidad quizá no sea precisamente esa.
Pero no está del todo equivocado, no estaba del todo equivocado. Desde la época
de nuestras luchas intestinas hay algo de perversión, de sangre en cada
movimiento, en cada acto. Nuestro primer cuento, El matadero de Esteban
Echevrría, nos muestra violación, tortura e intolerancia. En nuestros días lo
vemos en las barras bravas, en las escenas de la vida cotidiana, en el ocio
represivo de las vacaciones, en ciertas mitologías que tienen relación con lo
más bajo de nuestro ser nacional.
Los echaban. A los que no llevaban luto los echaban. Era obligatorio llevarlo.
Mi padre no me lo puso. “Vas a ir a la escuela sin luto”. Yo tenía seis o siete
años; sabía por las conversaciones en voz baja de mi familia, que algo no
andaba bien, “que los pesquisas”, “que la demagogia”, “que la delación”, “que
la cárcel”. Mi padre dijo: “No usé luto por mi madre ni por mi padre”. Don
Manuel era ateo, contestario. Creo que la poesía viene de ese mundo. Mi madre
configuró lo suyo con su ternura y su silencio, seguro. El resto vino con el
aire y la nostalgia.
Años después comprendí mi infancia gracias a los autores italianos de
postguerra. Moravia, Pratolini, Pasolini, Pavese, me llenaron los ojos de
imágenes y de ideología. Luego vendría Visconti, De Sica, Rossellini… ellos me
llenaron el corazón de pasión y de poesía. El cine y la literatura fueron
conformando mi espíritu. Eran seres cercanos a mis sentimientos, a mi entorno.
Hombres y mujeres que solía ver por las calles de mi ciudad, en los viejos
mercados, en las plazas del barrio, en el café del tío Pedro. Por supuesto que
ya sabía de Pérez Galdós y de Emilia Pardo Bazán.
Voces, hay voces que me llegan desde lo literario. Adulón es una de ellas.
Otras. Comparsa, mascarada, petulante, ominoso, locuaz, lealtades
inconfesables, obsecuente. Una más: carnestolenda. Son vocablos que no se
relacionan con lo poético, que se vinculan con otros temas. Voces que me
acompañan desde hace siglos, voces que escucho en sueños, en hospitales, en
fábricas, en embajadas, en programas televisivos. Carl Jung escribió que “…la
naturaleza aspira a expresarse, agotando sus posibilidades. El hombre, igual.”
(Hoy escuché por radio un reportaje a una profesora de literatura. Contaba que
los alumnos no podían leer libros, que les era imposible en cuarto año leer una
página de Don Quijote. Querían analizar textos de la cumbia
villera. La profesora estaba desesperada. El periodista dijo con firmeza:
“Bueno, bueno, ni una cosa ni la otra”.)
Cuando una estatua que personifica a un dios es tocada por la palabra cobra
vida. Genera un mundo metafísico, una metamorfosis que opera sobre el tiempo cronológico.
El individuo no es sólo el resultado de un proceso histórico. El individuo es
un ser polifacético. (¿Qué miente la historia, el Poder, la familia? ¿Qué
ocultan en cada acto mis palabras, mis sueños, mis miradas? ¿Qué oculta cada
lector, cada uno de nosotros?) Lo romántico contamina la crónica, la historia;
distorsiona los hechos. Me sigue entusiasmando el vuelo del pájaro, las olas
del mar, el silencio.
En todo soliloquio hay facetas múltiples, a veces contradictorias. Uno se
muestra, mostrándose, compartiéndose. Eligiendo el riesgo permanente de
buscarse a sí mismo, trascenderse sin diluirse en la abstracción. Hay un ámbito
donde la inmediatez del hablar y la reflexión necesaria para hacer genuino ese
hablar llegan a un acorde sostenido. “Escribo sobre el mar y el desierto”,
señalo Albert Camus. Son varias las lecturas de ese testimonio. El resto son
síntomas de infantilismo y soberbia.
He regresado a casa. Miro los sillones, unos jacintos en el florero, diversas
bibliotecas, óleos, lámparas, muebles fraileros. Miro fotografías de
escritores, de médicos, de hijos, de amigos. Fotografías de Rocío, mi esposa,
pequeños amuletos, bastones, dos percheros de mi familia, una bandera
republicana, un bastón Watson - estilete -, un unicornio de la India, una mesa
de ajedrez de mármol, boinas, retratos de actores y cineastas. La escalera de
roble que lleva a mi biblioteca, manuscritos y poemas enmarcados, relojes de
pared, coches de carrera de colección, un reloj de pie de péndulo alto,
teléfonos antiguos, un fonógrafo alemán...
Buenos Aires, noviembre de 2022
Carlos Penelas, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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