DESPUÉS DE LOS
OJOS
Al Maestro Ray D. Bradbury, en el
Centenario de su nacimiento (22 de agosto de 1920). Con innegociable afecto
admirativo. In memoriam.
Uno - Mientras las cabañas esperaban el amanecer, alguien, que había dejado una lámpara encendida, despertaba bruscamente…
Don Esteban Fuentes movió la cabeza con parsimonia, deslizó una mirada de satisfacción hacia los prístinos albores que se filtraban por la ventana, y reclinó sus espaldas contra el apoyo de su atávico sillón. Mas el gozo que experimentaba no partía, indudablemente, de la cómoda postura que lo llevara a estirar las piernas por debajo del vetusto pero noble escritorio de roble con ocho cajones, todavía cubierto por esa sábana tenue y grisácea –cual barba de olvido- y a volcar en él sus puños –enormes, endurecidos y encallecidos por el esfuerzo- más allá en el sur, en el campo de las simientes…
No, porque todo el sudor y la firmeza de su rostro duro y contagiado de sol, se había concentrado también, al igual que aquel súbito, gigantesco y maravilloso bienestar, en sus ojos…
Dos - Y los ojos de don Esteban eran verdes y profundos. Y sonreían como unos cincuenta años atrás…
Los
ojos de don Esteban tenían el brillo de los dioses profanos que encienden su
cuerpo ante la majestad del placer.
Y no
se movían.
Simplemente, miraban… Sin soñar. Porque aquello que veía frente a sí no
era un sueño. Podía tocarse, olerse…
Pero
don Esteban detenía la tercera idea. Era esa sensación que debía recorrer cada
gramo de su, ahora, basto cuerpo. Cada poro de su ser debía respirarla.
Esconderla en miles de burbujas espirituales, canalizarla hasta el cerebro, y
luego retocarla, madurarla… Y entonces sí, frente al mágico instrumento…
Aunque no fuera tiempo de gritarla. Debía quedarse un poco más adentro.
Curando las mil muertes que acomodara en el estómago, en el hígado o en los
riñones cuando ya el corazón estuvo repleto de frustraciones.
Era
fantástico mirar aquella cosa e imaginar todo lo que podría hacer con ella.
Estaba ahí. Nadie podría arrancársela. Así que tendría todo el tiempo que
quisiera robarse en una espera distinta a la que había experimentado durante
esos años…
Era
hermoso también verse abandonado en mil mundos y en mil vidas propias y ajenas,
inventando gentes y ciudades. Más ni siquiera quería ponerse a meditar sobre
esto. Quería, sí, degustar antes aquella almibarada nebulosa de colores,
entornos, contornos y aromas, que empezaba de a poco a hormiguear en su sangre
y a crepitar en sus huesos.
Ya no
se sentía viejo. Y eso era importante.
Empezaba a nacer.
Tres - Creo que ni el hecho de soplarse la nariz para espantar el resfrío de aquel aire níveo, pudo desubicarlo un instante siquiera.
Don
Esteban seguía con la vista fija en aquella cosa blanca e inerte, mezclado con
los fantasmas y rumores que escondía…
Pronto el sol avivaría aún más su conciencia ardiente. Mientras tanto,
encerrada en la pequeña habitación marrón, casi desprovista de muebles y
adornos, y acogida por la soñadora luz de la lámpara vieja del viejo pero noble
escritorio, viviría la eternidad.
Por su parte, los pequeños árboles seguirían recreando retoños de coníferas. Despacio, sin prisa… Con esa seguridad que daban las voluntariosas manos de los hombres del campo de las simientes.
Y los
ojos del mundo acabaron por volcarse hacia el secreto lugar. El lugar de La
Fábrica, del minúsculo Reino de la Celulosa, lejos de las ciudades protegidas
como almejas u ostras por aquellas campanas de vidrio antismog.
Eran
ojos cansados de mirar desiertos y bocas ceñidas de polvo, cemento y
carburantes. Ojos cansados de no ser usados. Olvidados del color de las hojas
del verano. Del color de las hojas del otoño. Del mórbido invierno. De la
ansiada primavera.
Porque los gigantes de aluminio no fomentan perfumes, ni tonalidades, ni pétalos como las flores. Apenas apantallan, con sus ventiletes electrónicos y sus equipos refrigerantes o calóricos, según el caso, el negado oxígeno eructado por las especies sobrevivientes al…
…
Pero había que olvidar todo eso. Olvidar lo pasado. Lo horrible del ayer debía enterrarse
-como a un millón de ojos sin suerte- en lo grandioso del presente y en la
esperanza del porvenir.
La
vida era más que un simple acto de respiración. Y todos los comienzos son difíciles, recordó
don Esteban. Éste también lo era. Pero dejaría de serlo. Aquella recortada,
pulida, tersa y alba hoja de papel lo anunciaba…
Y don
Esteban seguiría con su mirada absorta hasta que el amanecer la enrojeciera de sueño
y felicidad… Cerca de sus nuevos árboles. De sus fibras largas y gomosas. De
esa pulpa madre misericordiosa y providente que moriría con libertad, con
alegría, para que los hombres volvieran, como antaño y después de los ojos, a
escribir…
ADRIAN
NÉSTOR ESCUDERO, poeta
y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
[1] ADRIÁN N. ESCUDERO (Santa Fe, Argentina) –
21-04-1976. Texto ajustado el 31-12-2005. Su versión original integró el Libro (gráfico) “LOS ÚLTIMOS DÍAS Y OTROS CUENTOS” -
Ediciones Colmegna SA, Santa Fe (Argentina), págs. 15/18. Integra el Libro LOS ÚLTIMOS DÍAS (Y Otros Cuentos) –
Formato ebook Editorial AVE VIAJERA S.A.S./AMAZON.COM (Tiendas Kindle Store - https://www.amazon.com/dp/B07BZMFNYQ (Colección de Ficción Conjetural y Metafísica) -
Abril 2018.-
Muy lograda obra! felicitaciones!!!
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