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sábado, 27 de agosto de 2022

EL NIÑO, Elias D Galati, Buenos Aires, Argentina


EL NIÑO

Niño es el ser humano que no ha llegado a la madurez.

En psicología suele aplicarse el nombre genéricamente para designar a los individuos desde su nacimiento hasta su madurez sexual, y específicamente la edad que va desde la infancia hasta la adolescencia.

En esa  etapa se desarrolla  la vida psíquica y se fija la conducta de los seres humanos.

En la primera edad aparecen con mayor nitidez los estímulos y su fijación es casi permanente, tanto que son capaces de condicionar el comportamiento futuro adulto.

Hay un fenómeno etológico “la impronta” que es la impresión, huella o marca dejada por una persona u objeto. Se trata de una señal o característica peculiar y distintiva.

Es una forma de adquirir aprendizajes básicos para la supervivencia, en el cual se unen procesos psíquicos, biológicos y sociales.

Se vincula al proceso de aprendizaje rápido e irreversible que se manifiesta durante determinadas fases críticas del desarrollo de los organismos, en períodos de mayor receptividad que facilita el aprendizaje.

También señala un período de la vida evolutiva en el cual hay mayor sensibilidad a los estímulos.

Es decir es el aprendizaje adquirido por reconocer ciertos estímulos en una etapa determinada del desarrollo del ser, tanto humano como animal.

La impronta es un fenómeno natural por el cual los recién nacidos se vinculan con su madre nada más nacer, algo crítico para la supervivencia de la especie y el óptimo desarrollo de cada individuo.

El primer reconocimiento es el de los padres, de ahí la importancia de la constitución de la familia y de la educación.

La etología estudia el comportamiento del ser en su propio hábitat, y permite conocer el desarrollo de sus capacidades que hacen a su personalidad y a su carácter.

El niño es receptáculo de todos los estímulos que están a su alcance.

Su capacidad es casi ilimitada, y su aprehensión está abierta hasta lo insospechable.

El niño lo recibe, y se fija en su interior, pero con mayor actitud cuando el estímulo proviene de quienes ha reconocido primero como sus pares.

El estímulo natural es puro, tal como es, pero los estímulos recibidos por quienes lo sostienen, lo educan y lo forman, vienen cargados de la condición subjetiva de aquellos que los transmiten.

Las condiciones sociales, psicológicas y existenciales del hábitat en el cual se desarrolla su crianza, determinarán también cuál será su impronta, y asimismo cargará de connotaciones subjetivas la enseñanza recibida.

Nos vestimos de determinada forma, comemos también, nos sentamos, dormimos e interactuamos como han sido las formas que hemos visto y aprendido en nuestra primera infancia.

Con la primera concientización, el niño comienza a fijar los valores.

Las relaciones que observa entre los seres de su comunidad que interactúan a su alrededor, será para él la normalidad, entenderá que es lo que hay que hacer, y según los valores que observe en la actuación, que se le enseñen y que se le determinen a usar, serán los que marcarán su carácter para toda su vida.

Como decía Scheller, hay una identificación afectiva, con aquellos que están con él, y que señalará después como progenitores o quienes lo forman.

Esta característica le da un plus a esos estímulos, que se marcan a fuego y casi definitivamente en su alma.

Hay una gran responsabilidad en la maternidad, en la paternidad, en los educadores, en la crianza, por los ejemplos, los modelos, los estímulos y los valores que señalamos.

Porque en esa etapa la enseñanza es automática, se fija por contacto, casi instintivamente.

El niño copia, emula, se siente bien con lo que hace en relación a lo que ve, porque se siente igual a sus padres, a sus educadores y siente que ese es el aprendizaje correcto.

¿Qué valores enseñamos a nuestros niños? ¿que conducta le enseñamos, que ven de nuestra actuación y nuestras relaciones en la vida?

Un niño es un don, es un diamante que nos da la vida, pero es también una gran responsabilidad, la cual no podemos soslayar y a la que debemos preparar con la bondad, la honestidad, la armonía, el equilibrio, la justicia y la paz, para la vida, y para que encuentre la felicidad junto con la felicidad de los hombres.

Elias D Galati, Buenos Aires, Argentina


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