Este relato corresponde al libro "Molina Campos en mi
vida" que escribió su esposa doña María Elvira Ponce Aguirre de Molina
Campos.
Cierta mañana llegó a
nuestra casa de Vicente López un caballero. Su aspecto de gran señor y su
espléndido automóvil, daban la sensación de estar frente a una acaudalada
persona, yo le recibí y al preguntarle que deseaba, su respuesta fue:
"Necesito urgentemente ver al señor Molina Campos" como era su
costumbre, Florencio lo recibió de inmediato. a su invariable pregunta: en qué
puedo servirle, señor?", éste empezó su relato: "Tengo en Alemania a
mi único hijo, tiene 10 años y ha enceguecido. Está con su madre, mi mujer, y
los médicos aseguran, que, una vez efectuada la delicadísima operación, mi niño
volverá a ver". El señor nos mostró la fotografía de su hijito; una
espléndida criatura, diciéndonos: "Mi niño, desde que aparecieron los
almanaques de Alpargatas, entonces tenía 5 años, gozaba con sus dibujitos, muy
especialmente con los caballos, cada año su entusiasmo era mayor, tanto que
nuestra casa esta llena de esos cuadros en las paredes. Pero, una cruel
enfermedad en sus ojos le ha dejado ciego. Acá no se resolvían a operarle y le
hemos llevado a Alemania, donde nos aseguran que recuperará la visión. La
operación se hará ni bien yo llegue a ese país, y deseo con toda el alma,
estoy seguro, darle el mayor placer de su vida. Quiero que al retirarle las
vendas de sus ojitos, se vea montando en unos de sus caballos", "Pero
señor, yo no soy retratista, no me encuentro capaz de pintar a esta deliciosa
criatura". Esta fue la primera reacción de Florencio, el que ya tenía sus
ojos enturbiados por las lágrimas. "Haga lo posible, señor Molina Campos,
se lo ruego!. Es urgente, mañana salgo para Alemania". "Déjeme la
fotografía. Rogaré a Dios para que me inspire, complaciéndole.
Se despidieron con un "hasta mañana". Florencio subió a su estudio
pidiéndome que nadie le molestara. No quiso ni siquiera que yo viese los
estudios del retrato que estaba empeñado en hacer. Solo bajó a comer. Lo noté
extenuado, pero volvió a su estudio y trabajó hasta la madrugada. Subí para
llevarle el desayuno. La obra estaba terminada. Mi asombro no tenía límites. La
copia del retrato del niño era perfecta, el caballo por él montado en su
orgullo por la carga que llevaba, parecía tener alma, la pampa era perfecta, yo
diría que Florencio jamás había puesto tan profundo amor por su obra. A medio
día llegó el señor.
Al ver el cuadro terminado, no tuvo mas remedio que enjugar sus lágrimas, y al
sacar la billetera repleta de dólares, preguntóle a mi marido "Cuánto le
debo?. Pídame lo que usted quiera: esto que usted ha hecho es una joya!. Nunca
olvidaré la reacción de Florencio; como señor pretende que yo le cobre, si soy
yo el que debe pagarle. Nadie jamas me ha hecho un pedido que he realizado con
más amor y en el que he puesto toda mi alma". Al poco tiempo recibimos una
carta de Alemania en la que el padre nos decía que su hijo había recuperado la
visión y que al desvendarle los ojitos había sentido la alegría más grande de
su vida, viéndose montando en un caballo de Molina Campos. Nunca supimos nada
más de ellos. La carta con sus nombres y direcciones fue presa de las llamas,
como otros miles de documentos interesantes, en el incalificable incendio de
nuestro rancho.
©María Elvira Ponce Aguirre de Molina Campos.
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