El coronavirus nos desnuda
La
historia se repite. Es uno de los errores de la historia.
Charles Darwin
Giovanni Boccaccio
da comienzo al Decamerón con estas palabras: “Con tanto
espanto había entrado esta tribulación en el pecho de los hombres y de las
mujeres, que un hermano abandonaba al otro y el tío al sobrino y la hermana al
hermano, y muchas veces la mujer a su marido, y lo que mayor cosa es y casi
increíble, los padres y las madres a los hijos, como si no fuesen suyos
evitaban visitar y atender”.
El Decamerón, escrita
entre 1351 y 1353, es sin duda la obra más famosa surgida de la pandemia, la
peste negra de mediados del siglo XIV.
Toda crisis trae en
sí un conflicto. Toda crisis es producto de una historia. Mejor: una crisis
producida por una peste pone sobre el tapete a una sociedad. Lo peor y lo
mejor. Nos muestra lo indigno, lo humillante, la falta de moral. Y también la
solidaridad, el esfuerzo, la abnegación.
Vamos a tomar un
ejemplo para intentar ver ciertos paralelos, ciertas formas de entender y de
entendernos en esta tragedia que nos confunde, nos preocupa y nos atemoriza.
Podemos hablar de la Biblia, de Camus o de
Kafka. Podemos recordar a Tucídides o Samuel Pepys. A Sófocles o a
Daniel Defoe. A Manzoni y la peste bubónica. Entre nosotros Manuel Mujica
Láinez abordó la fiebre amarilla desde sus cuentos. Pero tomaremos un ejemplo
histórico -apenas una reseña - de la denominada plaga italiana que llegó a
Florencia y a Toscana en 1630. Soldados alemanes atravesaron el norte de Italia
con la pulga asesina, trasmisora de la peste bubónica.
La peste avanzó
sobre Milán, luego sobre Venecia y fue ensañándose con otras ciudades cercanas.
Poco a poco – se habían cerrado los pasos de los Apeninos – la peste invadió la
región al pasar una campesina burlando los controles. Y llegó a la
ciudad. Hubo cientos de muertos en la zona, luego más de mil. Se ordenó en 1631
la cuarentena general. Se crearon lazaretos, los muertos fueron rociados con
cal, se los enterraban en las afueras de la ciudad. Las casas de los enfermos
fueron clausuradas. Luego se ordenó cerrar las puertas de la ciudad. Los extranjeros
sólo podían transitar con permisos. Los guardias entraban en conventos e
iglesias. Se suspendió la educación comunitaria, los juegos del pallo en las
plazas, los bailes. Teatros y tabernas fueron cerradas. No hubo procesiones ni
misas.
Aquellos que violaban
las normas eran multados y llevados a prisión. Comenzaron las culpas: era obra
del demonio, de los extranjeros, de los judíos. Luego se sospechó de las
prostitutas. Por temor la Sanità daba de comer a los pobres,
unos treinta y dos mil. Recibían hogazas de pan, una pinta de vino, un
salchichón, arroz con queso, ensalada. También se les daba medicina. La peste
se prolongó hasta 1633. En Toscana hubo ochenta mil muertos, en Florencia ocho
mil. En 1657 hubo otras epidemias, sobre todo en Florencia. Esta vez otros
nombres feroces: la escarlatina y el sarampión.
Veamos que nos
ocurre en estos días. Veámoslo desde la perspectiva social, desde antecedentes
históricos, desde el conocimiento de las pandemias anteriores. Es claro que el
fascismo, el populismo, el chavismo tienen un universo para penetrar en estas
circunstancias. Hay una casta política que utilizará todos los medios posibles
para llegar a una irracionalidad sin límite. Algo similar pasa en el primer
mundo al desaparecer esa suerte de equilibrio que siempre ejercieron los
anglosajones. Estamos con una pandemia que significa también colapso económico,
despidos masivos, radicalización, demonización. Pobreza, enajenación, hambre,
desamparo.
Un sistema
populista nos llevará a letrinas, al pensamiento único, a alternativas
tecnológicas y encierro compulsivo. El confinamiento es parte del juego. Un
juego en países con una base de corrupción inimaginable. Pero también, desde
otro ángulo lo vemos en los EEUU, Italia, España, Inglaterra o Francia. Sin duda
Alemania – recordemos que la canciller Ángela Merkel es la única personalidad
desde hace años – con una mentalidad distinta lleva a cabo un plan y una
estrategia. El otro país es Suecia. El resto es improvisación, profetas
anunciando el fin o el nuevo comienzo. La pandemia forma parte de lo social, de
lo ideológico y de la economía. Entre nosotros, del otro lado de la puerta,
está la muerte, la miseria, la violación, la toxicomanía, el alcoholismo, los
dilemas morales, los prejuicios raciales, la intolerancia religiosa, los distanciamientos
socio-económicos, la corrupción, la violencia contra la mujer… Esta pandemia en particular
desnuda un sistema, un sistema global y las miserias de los países del Tercer
Mundo con sus deseos imaginables y los brotes caudillistas. Debemos tener
presente que los pueblos o las multitudes no siempre defienden causas nobles,
muchas veces son la expresión de delirios colectivos. Recordemos también que
las pasiones de los amontonamientos masivos suelen ser muy intensos pero
efímeros. Otra vez: están y estarán más presentes el desempleo, la inseguridad,
la carencia alimentaria, la salud, la ecología. Comenzarán las sectas, los
pactos de mafiosos, las democracias sucias, el derrumbe de la utopía
democrática. La crueldad se repite a lo largo de los tiempos lo mismo que la
violencia. Una vez más amenaza el planeta el autoritarismo y la discriminación.
Desde la tragedia griega, el sangriento teatro isabelino o la novela negra
contemporánea. Tal vez debamos hablar una vez más de Primo Levi y de la
“banalidad del mal”. Tal vez es el momento de releer a H.G.Wells y a George
Orwell. Entre nosotros, Diario de la guerra del cerdo de
Adolfo Bioy Casares.
En meses abriremos
la puerta de casa. Es probable que el mundo de Luis Buñuel, John Huston,
Archie Mayo o los hermanos Coen nos espere. Pero recordemos: la realidad
siempre es más dura. Y desde los comienzos de la historia la realidad humana
siempre fue incierta.
Buenos Aires, abril de
2020
La ignorancia genera confianza más frecuentemente que el conocimiento
Charles Darwin
©CARLOS
PENELAS, poeta y
escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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