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sábado, 18 de abril de 2020

LA PANDEMIA…Y DESPUÉS… reflexiones sobre el presente y el futuro, Gabriella Bianco, Venecia, Italia

La OMS ve el coronavirus como una “potencial pandemia” tras los ...

LA PANDEMIA…Y DESPUÉS…

reflexiones sobre el presente y el futuro

La humanidad está herida de muerte, bajo la forma de una pandemia invisible, que mata en modo impiadoso. Vivimos el grito de la criatura herida, que no puede encontrar palabras para describir su condición. Una cuarentena colectiva es la ocasión para una forma de socialidad sin precedentes, que deriva de compartir la misma condición, fundada en el "distanciamiento social". Estamos unidos por la división. Somos contrapartes que representan un riesgo mutuo, dentro del ámbito de la posibilidad o la potencialidad. Es una paradoja, ya que la pandemia, al ser nuestra condición común, nos muestra que una parte de nuestra vida actual se desarrolla precisamente en función de la necesidad de ser separados como "iguales". No estábamos preparados para esta prueba. No de esta manera, al menos. Ciertamente no en términos de culturas políticas y sociales, relaciones y afectos, proximidad y reciprocidad. Este también es un aspecto que nos deja más indefensos e incluso heridos.
Nuestra vida está ligada, en la mayoría de sus aspectos, a circunstancias ordinarias, y si estas últimas están distorsionadas, es nuestra propia existencia la que queda para medir los efectos. Esto también se aplica a ese tipo de pensamiento que, sin el ámbito político como su salida natural, se reduce a un fin en sí mismo, declarando inmediatamente su impotencia, arrugándose bajo las palabras vacías con las que defiende sus prerrogativas autorreferenciales.
La vida desnuda de los seres humanos es, por definición, el objeto del cuidado de las personas y, en un reflejo inmediato, de aquellos que están preocupados por ella porque se reconocen a sí mismos en ella. Por otro lado, es una parte esencial de la organización colectiva luchar por preservar el marco dentro del cual la generalidad biológica de la especie puede continuar existiendo. Los fascismos no solo teorizaron esto, sino que lo pusieron en práctica, surgiendo de las trincheras de la Primera Guerra Mundial y declarando que el núcleo de la existencia es la supervivencia del grupo, no del individuo.
Las pandemias hacen el trabajo corto de muchas superestructuras ideológicas y afectivas, recordando la esencialidad de las relaciones sociales, es decir, la preservación de las condiciones en las que éstas pueden reproducirse, en una situación diferente de la situación de emergencia vigente. La aceptabilidad moral de este hallazgo, es decir, desde una distancia segura, cuando las duras condiciones objetivas ya no nos afectaran directamente, es una variable que cambia con el tiempo, sin embargo, el paradigma de la emergencia encaja dentro del contexto actual.
Podemos discutir extensamente sobre los “estados de excepción”, así como las emergencias, pero el estado no está establecido para garantizar la vida individual como tal, sino las condiciones comunes de continuidad de lo existente. Nunca ha habido una forma social de organización que se centre en la existencia individual como tal. Sin embargo, en el aspecto particular de la pandemia, lo social y lo individual se cruzan, aunque si una persona en lugar de otra vive o muere, es una variable que no afecta a los grandes números.
La organización de China, dando la respuesta a la pandemia, a la que muchos, incluidos algunos liberales, ahora ven como un modelo de referencia interesante, es plenamente consciente de esto y lo ha demostrado: desde 1949, el sistema chino no está centrado en las personas, sino en la protección del contexto en el que trabajan, o tendrán que volver a trabajar. Y esto parece haber sido el razonamiento del Primer Ministro Johnson en Inglaterra, cuando hablaba de inmunización de masa. Y, sin embargo, el tema de la sanidad nacional, gratuita y publica es un tema fundamental, para garantizar la salud a cada ciudadano, así como el tema de la educación y de la investigación, para un nuevo y más equitativo modelo de desarrollo, que incluya la protección y la implementación de los derechos humanos, sociales y políticos. En EE. UU., la falta de un sistema sanitario nacional universal está creando problemas de todo tipo y una gran pérdida de vidas humanas.
Reconociendo una vez más que la tangibilidad de nuestra existencia particular es un hecho social y no simplemente biológico, aunque no es un orden superior en sí mismo, cada vez que se siente en riesgo, se aferra al orden político y administrativo, pidiendo cualquiera protección disponible, incluso si se trata de un orden político injusto, que podría infringir los derechos humanos y sociales, e incluso constitucionales, pero que no quita de tener su validez.
La experiencia que tenemos de nuestra existencia, cada vez que se cuestiona su previsibilidad diaria, es sobre todo la de su fragilidad visible, manifiesta y abiertamente admitida. No es suficiente estar solo. Quizás esta sea la primera realización traumática: perdemos nuestro falso atuendo de intocabilidad, de pensar en nosotros mismos como capaces de manejar nuestros propios asuntos de forma independiente. Ya no sabemos qué hacer con la libertad del liberal de laissez-faire, que nos dice que, potencialmente, podríamos hacer todo por nosotros mismos, porque en términos concretos, nadie nos ayudará a liberarnos de las cadenas de las necesidades diarias. Ese principio ilusorio de "hacer lo que quieras contigo mismo" proclamado por ese tipo de liberalismo, tiene su contrapartida en el descubrimiento de que uno es incapaz de afirmarse solo, es decir, sin una red de apoyo, a partir de la pública.
Ahora, nosotros, las generaciones de la posguerra, estamos contando por primera vez con nuestra propia crisis, y no con otras crisis, vestidas de idealizaciones positivas o negativas, de personas, tiempos e historias que permanecen a una “distancia de seguridad” de nosotros mismos, como sucede con los migrantes que cruzan las aguas de los mares, cuya condición humana parecía no concernirnos. La emergencia nos lleva a su dimensión existencial, a una emergencia a la cual la política se tiene que conformar, implementando el campo de la mediación. La fase real que comenzará pronto es un largo período de "posguerra", que tenemos que preparar y que acompañará a una generación que estará marcada por una profunda reestructuración social. No tiene sentido hacer predicciones. Sin embargo, es demasiado fácil comprender que en un régimen internacional que exalta la desigualdad, los más pobres e indigentes pagarán el precio más alto y ya lo están pagando los que están en los varios frentes de guerra, no obstante que Naciones Unidas hayan “invitados” a los señores de la guerra, a terminar con las hostilidades.
Nuestra capacidad para curar tantas heridas dependerá de nuestra capacidad para recuperar la posesión de decisiones políticas, de las cuales, paso a paso, como ciudadanos, nos hemos dejado expropiar durante mucho tiempo. Muchas consecuencias vienen de lo que no es en sí mismo una emergencia, sino más bien su legado venenoso: esos espacios de indeterminación, es decir, inseguridad generalizada, donde el poder, burlándose de cada forma residual de democracia, se impone como el garante tranquilizador de algún orden, sea lo que sea. Estos parecen ser los casos de Orbán en Hungría y de Bolsonaro en Brasil.
En el corto plazo, tendremos que enfrentar un cambio antropológico real: las ideas e imágenes que los individuos albergan sobre sí mismos se están transformando. Es difícil – seguramente prematuro - para nosotros decir en qué dirección. Nuestro único marco de referencia es el del industrialismo del siglo XX, que no es útil en este momento. Está naciendo algo que no es solo "otro", sino que representa "un más allá", un “después”, algo que, en este momento, señala nuestra obsolescencia. Los que gobiernan la emergencia no ganarán, en todo caso, saldrán desgastados. Estamos hablando de nuestras democracias liberales senescentes, que tendrán que lidiar con su fragilidad intrínseca. No es en términos del "estado de excepción" que se medirá el nuevo tipo de soberanía. El verdadero soberano es el que tendrá éxito en asegurar una “democracia” aceptable a los tiempos por venir, cuando el gran cataclismo estará parcialmente bajo control y saldremos de nuestros refugios domésticos, más pobres y frágiles que nosotros sabemos que somos.
Una observación en tema de "claridad". La claridad es una mercancía rara, un bien difícil de producir. Encuentra y debe contar con la difusión de nuevos y varios tipos de conocimiento. La claridad nace de una conciencia en sí misma, de una iluminación, cuya ausencia, a lo largo de la historia, tiende a producir esa falsa conciencia que como nos sígnala Benjamin, avanza inexorablemente hacia la catástrofe, reelaborando y repensando el progreso no como mito, sino como real crecimiento humano.  La primera iluminación a este respecto es que la claridad, sobre todo si se toma desde el punto de vista político, reside en la aceptación del hecho de que la pandemia nos está llevando a la era de la complejidad. Esto implica un gran esfuerzo de análisis. Antonio Gramsci analizaba sus propios tiempos desde la prisión, describiéndolos como cambiantes, difíciles a entender; nunca redujo el juicio político al mero ejercicio moral. La “claridad” debe contar con nueva información, es decir, la difusión de varios tipos de conocimiento, basado en el “pensamiento complejo”. Al igual que la investigación en medicina y las llamadas ciencias "exactas", también requiere inversión, recursos, tiempo, admitiendo incluso conflictos.
Nada surge de sí mismo; en cambio, requiere un trabajo de análisis, verificación, retroalimentación, a veces reconstruir desde cero. El trabajo intelectual y político tiene un costo en términos de energía, tiempo, relaciones, costos de inversión. La elección, hecha en las últimas décadas, de reducir las inversiones para la investigación, no solo la estrictamente científica, conduce al declive de la razón y de la ciencia, que ha sido reemplazada por supersticiones, alimentadas por varios autonombrados gurús, como los proclamas contra el uso de las vacunas.
Hasta ahora, la política ha estado siguiendo esta pendiente descendente. Pero ahora, con grandes esfuerzos, se abrirá un "después". Depende de cada uno de nosotros parar de contar con los cuentos de hadas, con las mentiras agradables, con nuestra desorientación. Ahora, hay que aplicarse a excogitar ese “después” que tenemos que abrir, más justo, más equitativo, más democrático. Como lo hicieron los que vinieron antes que nosotros, en tiempos aún más dolorosos que los que estamos viviendo, recordando, en estos tiempos de pandemia, a los que viven sin una casa adonde volver o una comida para poner arriba de la mesa. O como los que, en Ecuador, no encuentran ni siquiera una tumba donde yacer.  Hay que aprender a reflexionar y ejercer la “esperanza” como virtud que nos permite entrar en el futuro con honestidad y responsabilidad.

©GABRIELLA BIANCO, poeta y escritora italiana
PRESIDENTE DE ASOLAPO ITALIA,
 MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

Dr. Gabriella Bianco, PhD
UNESCO International Network of Women Philosophers gbculture.gabriella@gmail.com
4 de Abril de 2020



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