LA PANDEMIA…Y DESPUÉS…
reflexiones sobre el
presente y el futuro
La humanidad
está herida de muerte, bajo la forma de una pandemia invisible, que mata en
modo impiadoso. Vivimos el grito de la criatura herida, que no puede encontrar
palabras para describir su condición. Una cuarentena colectiva es la ocasión
para una forma de socialidad sin precedentes, que deriva de compartir la misma
condición, fundada en el "distanciamiento social". Estamos unidos por
la división. Somos contrapartes que representan un riesgo mutuo, dentro del
ámbito de la posibilidad o la potencialidad. Es una paradoja, ya que la
pandemia, al ser nuestra condición común, nos muestra que una parte de nuestra
vida actual se desarrolla precisamente en función de la necesidad de ser
separados como "iguales". No estábamos preparados para esta prueba.
No de esta manera, al menos. Ciertamente no en términos de culturas políticas y
sociales, relaciones y afectos, proximidad y reciprocidad. Este también es un
aspecto que nos deja más indefensos e incluso heridos.
Nuestra vida
está ligada, en la mayoría de sus aspectos, a circunstancias ordinarias, y si
estas últimas están distorsionadas, es nuestra propia existencia la que queda
para medir los efectos. Esto también se aplica a ese tipo de pensamiento que,
sin el ámbito político como su salida natural, se reduce a un fin en sí mismo,
declarando inmediatamente su impotencia, arrugándose bajo las palabras vacías
con las que defiende sus prerrogativas autorreferenciales.
La vida
desnuda de los seres humanos es, por definición, el objeto del cuidado de las
personas y, en un reflejo inmediato, de aquellos que están preocupados por ella
porque se reconocen a sí mismos en ella. Por otro lado, es una parte esencial
de la organización colectiva luchar por preservar el marco dentro del cual la
generalidad biológica de la especie puede continuar existiendo. Los fascismos
no solo teorizaron esto, sino que lo pusieron en práctica, surgiendo de las
trincheras de la Primera Guerra Mundial y declarando que el núcleo de la
existencia es la supervivencia del grupo, no del individuo.
Las
pandemias hacen el trabajo corto de muchas superestructuras ideológicas y
afectivas, recordando la esencialidad de las relaciones sociales, es decir, la
preservación de las condiciones en las que éstas pueden reproducirse, en una
situación diferente de la situación de emergencia vigente. La aceptabilidad
moral de este hallazgo, es decir, desde una distancia segura, cuando las duras
condiciones objetivas ya no nos afectaran directamente, es una variable que
cambia con el tiempo, sin embargo, el paradigma de la emergencia encaja dentro
del contexto actual.
Podemos
discutir extensamente sobre los “estados de excepción”, así como las
emergencias, pero el estado no está establecido para garantizar la vida
individual como tal, sino las condiciones comunes de continuidad de lo
existente. Nunca ha habido una forma social de organización que se centre en la
existencia individual como tal. Sin embargo, en el aspecto particular de la
pandemia, lo social y lo individual se cruzan, aunque si una persona en lugar
de otra vive o muere, es una variable que no afecta a los grandes números.
La
organización de China, dando la respuesta a la pandemia, a la que muchos,
incluidos algunos liberales, ahora ven como un modelo de referencia
interesante, es plenamente consciente de esto y lo ha demostrado: desde 1949,
el sistema chino no está centrado en las personas, sino en la protección del
contexto en el que trabajan, o tendrán que volver a trabajar. Y esto parece
haber sido el razonamiento del Primer Ministro Johnson en Inglaterra, cuando hablaba
de inmunización de masa. Y, sin embargo, el tema de la sanidad nacional,
gratuita y publica es un tema fundamental, para garantizar la salud a cada
ciudadano, así como el tema de la educación y de la investigación, para un
nuevo y más equitativo modelo de desarrollo, que incluya la protección y la
implementación de los derechos humanos, sociales y políticos. En EE. UU., la
falta de un sistema sanitario nacional universal está creando problemas de todo
tipo y una gran pérdida de vidas humanas.
Reconociendo
una vez más que la tangibilidad de nuestra existencia particular es un hecho
social y no simplemente biológico, aunque no es un orden superior en sí mismo,
cada vez que se siente en riesgo, se aferra al orden político y administrativo,
pidiendo cualquiera protección disponible, incluso si se trata de un orden
político injusto, que podría infringir los derechos humanos y sociales, e
incluso constitucionales, pero que no quita de tener su validez.
La
experiencia que tenemos de nuestra existencia, cada vez que se cuestiona su
previsibilidad diaria, es sobre todo la de su fragilidad visible, manifiesta y
abiertamente admitida. No es suficiente estar solo. Quizás esta sea la primera
realización traumática: perdemos nuestro falso atuendo de intocabilidad, de
pensar en nosotros mismos como capaces de manejar nuestros propios asuntos de
forma independiente. Ya no sabemos qué hacer con la libertad del liberal de
laissez-faire, que nos dice que, potencialmente, podríamos hacer todo por
nosotros mismos, porque en términos concretos, nadie nos ayudará a liberarnos
de las cadenas de las necesidades diarias. Ese principio ilusorio de
"hacer lo que quieras contigo mismo" proclamado por ese tipo de
liberalismo, tiene su contrapartida en el descubrimiento de que uno es incapaz
de afirmarse solo, es decir, sin una red de apoyo, a partir de la pública.
Ahora,
nosotros, las generaciones de la posguerra, estamos contando por primera vez
con nuestra propia crisis, y no con otras crisis, vestidas de idealizaciones
positivas o negativas, de personas, tiempos e historias que permanecen a una
“distancia de seguridad” de nosotros mismos, como sucede con los migrantes que
cruzan las aguas de los mares, cuya condición humana parecía no concernirnos.
La emergencia nos lleva a su dimensión existencial, a una emergencia a la cual
la política se tiene que conformar, implementando el campo de la mediación. La
fase real que comenzará pronto es un largo período de "posguerra",
que tenemos que preparar y que acompañará a una generación que estará marcada
por una profunda reestructuración social. No tiene sentido hacer predicciones.
Sin embargo, es demasiado fácil comprender que en un régimen internacional que
exalta la desigualdad, los más pobres e indigentes pagarán el precio más alto y
ya lo están pagando los que están en los varios frentes de guerra, no obstante
que Naciones Unidas hayan “invitados” a los señores de la guerra, a terminar
con las hostilidades.
Nuestra
capacidad para curar tantas heridas dependerá de nuestra capacidad para recuperar
la posesión de decisiones políticas, de las cuales, paso a paso, como
ciudadanos, nos hemos dejado expropiar durante mucho tiempo. Muchas
consecuencias vienen de lo que no es en sí mismo una emergencia, sino más bien
su legado venenoso: esos espacios de indeterminación, es decir, inseguridad
generalizada, donde el poder, burlándose de cada forma residual de democracia,
se impone como el garante tranquilizador de algún orden, sea lo que sea. Estos
parecen ser los casos de Orbán en Hungría y de Bolsonaro en Brasil.
En el corto
plazo, tendremos que enfrentar un cambio antropológico real: las ideas e
imágenes que los individuos albergan sobre sí mismos se están transformando. Es
difícil – seguramente prematuro - para nosotros decir en qué dirección. Nuestro
único marco de referencia es el del industrialismo del siglo XX, que no es útil
en este momento. Está naciendo algo que no es solo "otro", sino que
representa "un más allá", un “después”, algo que, en este momento,
señala nuestra obsolescencia. Los que gobiernan la emergencia no ganarán, en
todo caso, saldrán desgastados. Estamos hablando de nuestras democracias
liberales senescentes, que tendrán que lidiar con su fragilidad intrínseca. No
es en términos del "estado de excepción" que se medirá el nuevo tipo
de soberanía. El verdadero soberano es el que tendrá éxito en asegurar una
“democracia” aceptable a los tiempos por venir, cuando el gran cataclismo
estará parcialmente bajo control y saldremos de nuestros refugios domésticos,
más pobres y frágiles que nosotros sabemos que somos.
Una
observación en tema de "claridad". La claridad es una mercancía rara,
un bien difícil de producir. Encuentra y debe contar con la difusión de nuevos
y varios tipos de conocimiento. La claridad nace de una conciencia en sí misma,
de una iluminación, cuya ausencia, a lo largo de la historia, tiende a producir
esa falsa conciencia que como nos sígnala Benjamin, avanza inexorablemente
hacia la catástrofe, reelaborando y repensando el progreso no como mito, sino
como real crecimiento humano. La primera
iluminación a este respecto es que la claridad, sobre todo si se toma desde el
punto de vista político, reside en la aceptación del hecho de que la pandemia
nos está llevando a la era de la complejidad. Esto implica un gran esfuerzo de
análisis. Antonio Gramsci analizaba sus propios tiempos desde la prisión,
describiéndolos como cambiantes, difíciles a entender; nunca redujo el juicio
político al mero ejercicio moral. La “claridad” debe contar con nueva
información, es decir, la difusión de varios tipos de conocimiento, basado en
el “pensamiento complejo”. Al igual que la investigación en medicina y las
llamadas ciencias "exactas", también requiere inversión, recursos,
tiempo, admitiendo incluso conflictos.
Nada surge
de sí mismo; en cambio, requiere un trabajo de análisis, verificación,
retroalimentación, a veces reconstruir desde cero. El trabajo intelectual y
político tiene un costo en términos de energía, tiempo, relaciones, costos de
inversión. La elección, hecha en las últimas décadas, de reducir las
inversiones para la investigación, no solo la estrictamente científica, conduce
al declive de la razón y de la ciencia, que ha sido reemplazada por
supersticiones, alimentadas por varios autonombrados gurús, como los proclamas
contra el uso de las vacunas.
Hasta ahora,
la política ha estado siguiendo esta pendiente descendente. Pero ahora, con
grandes esfuerzos, se abrirá un "después". Depende de cada uno de
nosotros parar de contar con los cuentos de hadas, con las mentiras agradables,
con nuestra desorientación. Ahora, hay que aplicarse a excogitar ese “después”
que tenemos que abrir, más justo, más equitativo, más democrático. Como lo
hicieron los que vinieron antes que nosotros, en tiempos aún más dolorosos que
los que estamos viviendo, recordando, en estos tiempos de pandemia, a los que
viven sin una casa adonde volver o una comida para poner arriba de la mesa. O
como los que, en Ecuador, no encuentran ni siquiera una tumba donde yacer. Hay que aprender a reflexionar y ejercer la
“esperanza” como virtud que nos permite entrar en el futuro con honestidad y
responsabilidad.
©GABRIELLA BIANCO, poeta y escritora italiana
PRESIDENTE
DE ASOLAPO ITALIA,
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
Dr. Gabriella Bianco, PhD
UNESCO
International Network of Women Philosophers gbculture.gabriella@gmail.com
4 de Abril de 2020
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