¿Hacia un mundo mejor?
Si bien todo es dialéctico y los
hechos suceden de manera inapelable con sus correspondientes sorpresas, el
mundo que hoy pisamos no es el mundo que hasta hace dos meses vivíamos, y lo
que fue ya no es aunque nos empeñemos en negarlo. Una peste ecuménica, que
desconoce fronteras y abraza al planeta, nos está haciendo ver la existencia de
una manera jamás imaginada. Ahora sabemos (o, mejor dicho, sentimos en carne
propia), aunque quizá todavía somos incapaces de asumirlo, que las catástrofes
naturales no son el hecho aislado que afecta en un sector del planeta, como
puede ser el terremoto de un país ubicado en nuestras antípodas, o un ciclón o
un tsunami que se abate sobre unas islas del Caribe; de pronto, de manera
impensada, un virus se instala y se expande modificando los hábitos, la
relación social y las economías globales.
Si alguien hubiera augurado lo que
nos sucede en estos días quizá nos habría causado risa. La explicación de lo
enunciado la encuentro sugerida en una sentencia de la Religio medici (1642)
de Sir Thomas Browne, que estoy leyendo ahora en la excelente traducción de
Javier Marías, durante esta paciente y prolongada cuarentena. Encuentro en una
página esta frase, acaso menos filosófica que reveladora: “Todas las cosas
son artificiales, porque la naturaleza es el arte de Dios”. Tremenda
reflexión. Ahora bien, sustituyamos con todo respeto el nombre de Dios, acaso
demasiado comprometido, y usemos, en el sentido que le da Schopenhauer,
palabras como voluntad, tenacidad, o vigor, y quedará borrada la
oposición natural o artificial. Para dar paso a la
incomodidad existencial; es decir, al arduo y complejo momento que desde cada
rincón del universo nos involucra a cada uno de nosotros.
La pandemia del Covid-19 supone una
emergencia global de un grado incomparablemente superior a todos los vividos
por la humanidad, y donde las autoridades internacionales están considerando la
ayuda que pueden aportar otras formas de conocimiento más allá del estricto
saber biomédico y de las apuestas políticas o económicas. Pero, quizá también
puedan ofrecernos al resto algunas enseñanzas que nos permitan afrontar mejor
el incierto futuro que nos espera sin distinción. Preparar a la sociedad para
lo que viene es, sin duda, una de las etapas más difíciles que le haya sucedido
al mundo global desde la Segunda Guerra, y abarcará en este caso lo mental y
emocional, atravesados por la tragedia.
En este caso particular el
avasallante Covid-19, muestra a las claras que la enfermedad discrimina de
diferentes maneras (mata más a los ancianos que a los jóvenes, más a los
hombres que a las mujeres, y tiene un impacto desproporcionado sobre los
pobres, como siempre los más expuestos y desprotegidos); pero hay algo de lo
que no encontré ninguna prueba, y es que la enfermedad discrimine en función de
nacionalidades, razas o colores ideológicos. Desde que fue detectada, su
presencia no cesó de avanzar. Los gobiernos se centraron en respuestas
regionales para proteger a las personas que viven dentro del límite de sus
fronteras, aunque su avance es implacable y la única defensa concreta es
esquivarlo como se pueda, improvisando lo menos posible, ya que los expertos
aparecen tan desconcertados como los legos y tan solo elaboran conjeturas. Los
líderes políticos, por su parte, tienen que reconocer también que mientras el
Covid-19 siga presente en algún lugar, será un problema nos sólo para sus
respectivos países, sino para todo el mundo.
Que yo sepa, a los seres humanos no
nos unen sólo los valores sociales y los lazos éticos comunes. También -y mal
que nos pese- estamos conectados biológicamente por una red de gérmenes
microscópicos que vinculan la salud de una persona a la de las demás. Y en esta
pandemia, todos estamos relacionados. Nuestra respuesta también debería
estarlo. Sin embargo, vemos con preocupación que la mayoría de los líderes
mundiales no están a la altura de las difíciles circunstancias que vive la
humanidad y, desde el poder, hacen declaraciones y proceden de un modo
temerario cuando no inhumano.
Detener los fondos para la Organización
Mundial de la Salud, por ejemplo, durante una crisis mundial de salud es
más peligroso de lo que parece debido a que su trabajo está ralentizando la
propagación del Covid-19 y si ese trabajo se detiene, ninguna otra organización
puede reemplazarla. “El mundo necesita a la OMS ahora más que nunca”, ha
dicho el empresario Bill Gates. “Esto sería un golpe fenomenal para el
organismo ya que la nación norteamericana es su principal donante.
No obstante, el patético e irascible
presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha reaccionado con furia a las
razonables acusaciones de las respuestas de su gobierno a la peor epidemia;
que, en general, ha sido desordenada y demasiado lenta. Ahora, el retirar su
apoyo económico a la OMS, vuelve a jugar con fuego y apremiado por la crisis
económica que dispara la situación de coronavirus, empezó en las últimas horas
a dar señales contrarias a las recomendaciones de cuarentena de sus médicos y a
los ejemplos de lo que sucede en Europa. Al parecer, la intención del jefe de
la Casa Blanca, según lo expresado a la cadena Fox, es tomar el camino inverso
y reabrir el país para el próximo 20 de abril. Todo esto en un momento en que
los Estados Unidos suma ya casi 16.000 muertos y más de 50.000 mil contagiados
sólo en Nueva York; cifras que prometen empinarse si es que no hay un cierre
mucho más agudo que impida que la enfermedad se siga expandiendo. En este
sentido el gobernador neoyorquino insistió que la región es como “el canario en
la mina que anuncia el desastre que involucrará a todo el país y, tal vez al
mundo más temprano que tarde”.
En nuestra América, Jair Bolsonaro,
el discípulo pobre de Trump, acorde a sus endebles antecedentes y queriendo
diferenciarse del resto de la región, con su sabida trayectoria política
outsider se permitía hacer declaraciones provocativas que no diría ni haría
ningún político con aspiraciones de poder. Pero la fenomenal crisis política y
económica en la que se sumergió Brasil es probable que sea la razón de sus
bravuconadas. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, menos
variable que confuso, ahora que las cifras superan los 6.000 casos, con más de
500 muertos, revisó su posición inicial, que animaba a los mexicanos a ir a
comer a restaurantes cuando ya había 300 fallecimientos; ahora les pide a sus
compatriotas que se queden en casa. Chile, Perú, Paraguay, la Argentina y otros
países de la región mantienen un control sanitario que destruye la economía,
pero no avanza en muertes.
En Europa la fuerza del virus impone
otras actitudes a sus gobernantes. Conscientes de la gravedad del caso, todos
actúan con la correspondiente precaución. Nadie se sale de cauce y hasta el
imprevisible Boris Johnson, que en un primer momento se permitió bromear sobre
el virus, después de haberlo contraído se ha vuelto tan sumiso como prudente.
Portugal, que se anticipó a la pandemia sigue siendo un paradigma digno de
mencionar. No sabemos hasta cuándo. En el siglo pasado el filósofo
norteamericano Ralph Waldo Emerson observaba que “el mundo le debe al mundo
más de que el mundo puede pagar”. Cierto, pero algunos se quedan con la
parte del león y los grupos financieros acumular fabulosas fortunas en los
paraísos fiscales de Roma, Panamá y otras islas no menos famosas del Caribe.
Hecho este somero repaso, creo que el gran
interrogante que nos hacemos todos es de qué forma se superará esta espantosa
contingencia y luego qué sucederá el día después, que aún se ve remoto e
imprevisible. “La naturaleza es el arte de Dios”; también la voluntad,
el entendimiento y la solidaridad pueden sumarse a este hecho estético tan
finamente formulado por Sir Thomas Browne. Sería el mejor aporte para construir
un mundo mejor y más justo. No se puede concebir que en sociedades modernas,
alentadas por la cibernética, haya, como en la Argentina, alimentos para 300
millones de personas y un cuarenta por ciento se encuentre debajo de la línea
de pobreza. Algo anda mal, sin duda, sobre todo en la naturaleza humana y
quienes tienen la responsabilidad de conducirla y representarla.
©ROBERTO
ALIFANO, periodista, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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