EL
SABIO
Estaba
absorto en la lectura de un librito (por su brevedad) existencialista, titulado
“Las Moscas”, y justo entonces sonó el teléfono confirmándome la entrevista.
Meditaba el diálogo entre la criatura Orestes y el dios Júpiter, cuando el
hombre, no es que cuestione la existencia de los dioses, sino que no quiere
admitir su potestad sobre los humanos.
Aquel
hombre era una celebridad. No alcanzaba a saberse si brillaba más como filósofo
o como científico. Como pensador le daba vueltas a su testa tratando de
comprender la autonomía del hombre, buscando el nudo gordiano donde acababa el
teocentrismo y comenzaba el antropocentrismo. Como investigador trabajaba en un
proyecto para confirmar o refutar sus ideas.
Me
habían hablado de manera inquietante acerca del profesor Theodor August,
neurocirujano y eminente experto del cerebro, y en mi calidad de periodista
acudí a la cita.
Lo
primero que hice fue observar su apariencia. Su aspecto era el de un hombre
enjuto, casi enfermizo, ojeroso, en cuyas cuencas se movían como bolitas dos
ojitos brillantes, lo cual me inquietaba. Su presencia se me antojó un tanto
siniestra, por la tersa calva que me recordaba a los antiguos transmutadores de
metales del Medioevo, con barbita de chivo blanca y apariencia de distraído.
Le
pregunté por sus investigaciones, a lo cual accedió amablemente.
-
Como
usted sabrá- anticipó- mi disciplina se mueve a caballo entre lo empírico y lo
sensorial, y la otra ciencia, nunca experimental, que es el mundo de la
trascendencia. Para ello, necesito impregnarme en qué consiste la sustancia de
lo humano. No me basta con lo que veo en un microscopio, sino que debo proceder
a la verificación física antes de plantearme la deducción de lo anímico.
Escuchándole
este aserto, se me escapó un tic.
-
¿Puede
el hombre emanciparse de la creación y seguir siendo hombre? ¿Dónde reside lo
humano en última instancia? La impresión que tenemos del hombre es la de que es
una sustancia pensante. Luego, de ello
se colige que ha de tener un cuerpo y un cerebro. Por mis deducciones, algunos
científicos me consideran un perturbado. Pero, ¿qué es un demente sino la
expresión de la razón universal cuando reside en una sola persona? Mas, basta
de palabras. Venga conmigo- me invitó.
En
el laboratorio observé una amplia mesa con probetas y retortas, serpentinas de
vidrio, tablas de disección y algunos microscopios electrónicos. Escrutando la
sala me fijé en algo que, confieso, no supe a ciencia cierta der qué se
trataba, diciéndome que sería una de esas sesadas que son mostradas en las
carnicerías, altamente alimenticias, pero ricas en colesterol.
-
Puede
que le resulte horripilante, pero eso mismo tiene usted dentro de su cráneo.
Así de hermoso y así de feo. En principio, diríamos que es la esencia del ser,
pero precisamente por eso lo estoy investigando. Para averiguar cuál es el
lugar que le corresponde. Por supuesto- continuó, observando la cara de lelo
que se me había puesto- previamente he debido ir eliminando el resto de lo que
antes se constituyó en un hombre completo.
Así, debí amputarle cada una de sus extremidades: brazos y piernas,
tronco, órganos y vísceras, esto es, el corazón, pulmones, hígado, vértebras,
etc…y una vez quedó sólo el cráneo, abrirlo por la mitad y deshacerme de la
caja ósea, quedándome con el encéfalo.
Al
oírle, no pude evitar un repelús que me sacudió como una descarga eléctrica.
-
Mis
investigaciones precedentes me hicieron concebir que podría llegar más lejos.
Logré fabricar un cerebro en miniatura, conseguido a base de neuronas de ratas,
en número aproximado al medio centenar. Para ello pegué a un disco de silicona
una capa de proteínas y añadí células cerebrales de embriones de roedores. Las
neuronas se unieron a las proteínas y empezaron a realizar sinapsis,
conectándose unas con otras. Al estimular las neuronas con electricidad, el
micro cerebro reaccionaba durante unos segundos. Partiendo de ahí, desarrolló su
propio sistema de memoria, emulando la actividad de un cerebro auténtico. Para
que termine de hacerse una idea, el cerebro humano que tiene ante usted posee
la incalculable cifra de cien mil millones de neuronas.
Mi
curiosidad era superior a la ignorancia. Por eso, le pregunté directamente:
-
¿Le
importaría ser más explícito, profesor?
-
Las
neuronas son células del sistema nervioso encargadas de propagar la
excitación a otras neuronas, enlazadas
unas con otras por billones de conexiones llamadas sinapsis. A partir de esos
impulsos se transporta de una parte a otra del cerebro la información y se
transmite las órdenes al organismo. Es así como se controlan nuestras emociones
y pensamientos. Pero, no quisiera desviarme. Volvamos a este momento. Al
cerebro humano que tiene ante usted y que vive, como lo hace el suyo o el mío.
Volví
a mirar aquella “cosa” y se me atiesó la vellosidad.
-
Observe
estos cables-señaló- Uno sirve para conectar el cerebro a la computadora; por
el otro extremo está impregnado de un gel para acoplarse a las membranas de las
células cerebrales y así transmitir las señales eléctricas. Aquél lo conecta al
procesador, de forma que mediante este micrófono puedo hablarle, y él, a través
del circuito, responderme, transmitiéndome sus impulsos y convirtiéndolos en
voz el ordenador.
Absorto
en sus explicaciones, le miré con fijeza, y al parecer, él me entendió sin
hablarle.
-
La
sustancia de lo humano de la que le hablé antes, ¿no? Verá. Los hombres disponemos
de un cuerpo visible y sensible, que recibe las órdenes de un órgano que no ve,
pero sabemos que es tangible, cual es el cerebro. A través del cuerpo siente y
extrae la información de lo exterior. Yo lo he despojado de los órganos
sensoriales externos para aislarlo. Sabemos que lo que oímos, vemos, gustamos,
olemos o tocamos es procesado por él. Pero, ahora, le faltan el oído para oír,
los ojos para ver, el paladar para saborear, la nariz para olfatear y carece de extremidades para el tacto. Ahora
no puede ser mediatizado por nada que venga desde fuera para responder a los
estímulos. En consecuencia, es su
propìa libertad. Está completamente solo en lo que es en sí mismo.
Es por el cuerpo por donde entra lo bueno y lo
malo. A través de él percibe las emociones: amor, odio, miedos y alegrías. En
lo que a lo ético se refiere, los ojos son la avanzadilla y nos guían hasta la
tentación más horrenda. Por los oídos se escuchan los cantos de sirena que nos
seducen. El olfato husmea el aire y esnifa la dirección desde donde brotan el
viento de las pasiones. Con el gusto nos deleitamos en los placeres prohibidos,
bebiendo el veneno de su jugo. Y finalmente, el tacto completa la tentación,
haciendo que la recorra y sea transitada por la excitación.
Pero, también lo he inmunizado a las
enfermedades. Ahora, las neurotoxinas no pueden afectarle, al estar privado de
boca, de sangre o de piel. No podrá degenerar con el Parkinson, ni sufrirá
esclerosis o Alzheimer, ni tampoco sufrir cambios bruscos que se conviertan en
esquizofrenia o depresiones, puesto que no tiene corporalidad.
He
de admitir que me encontraba embobado escuchándole.
-
En
este momento mi cerebro es inmaculado, física y moralmente. Pero, mi finalidad
no es sólo científica; es también teológica. Al quedar privado de su
manifestación mundana ha dejado de pertenecer al mundo y no puede practicar ni
el mal ni el bien. Luego, ¿dónde reside en última instancia el sustrato del alma?
Aquellas
palabras llegaron hasta el cerebro, apareciendo en la pantalla del ordenador
unas señales eléctricas impulsadas por sus neuronas, convirtiéndolas en voz el
procesador.
“No busquéis más. Si antes dudabais
dónde colocar la esencia que define lo que realmente es una persona humana,
porque el cuerpo estaba subordinado al cerebro, y éste, sin él se reduce a
millones de neuronas incapaces de hacerse imponer fuera de su misterioso
paquete celular, ahora, reducido a lo que es en sí mismo, sin sensibilidad
externa, podéis aceptar que yo soy esa sustancia, la nueva criatura creada por
el hombre, que con el paso del tiempo llegará a sustituirlo. Un nuevo ser
sensible, vivo, inorgánico, pero que no tendrá las limitaciones impuestas por
la naturaleza en lo que al sufrimiento se refiere, y que llegará a ser
verdaderamente libre, independizado de su creador.”
Una
vez fuera, cuando me hube repuesto del pasmo, me asaltó una duda ¿Era esta la
emancipación del hombre que perseguía el filósofo-científico? ¿El ser humano
reducido a una máquina? ¿Un hombre sin sensibilidad, y por tanto carente de
alma? ¿Una cosa…?
Al
llegar a casa retomé la lectura y ahondé en la frase:” Apenas me has creado, he dejado de pertenecerte”. Al punto,
eclosionó en mi testa una tormenta anímica y visceral, gritándome y retumbando
como un trueno ¡No! ¡No puede ser! Son sólo ideas de hombre. Pero, lo que había
visto y escuchado en el laboratorio no eran meras palabras, más o menos
ilustradas. Era locura. Yo, al menos, me propuse seguir integrado en la raza de los hombres a la que pertenecía.
Esto es, con cuerpo y alma.
©ÁNGEL
MEDINA, poeta y escritor español
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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