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sábado, 19 de octubre de 2019

CUANDO LAS PAPAS QUEMAN, Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina

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TRIBUNA

CUANDO LAS PAPAS QUEMAN
Mi amigo, el dramaturgo Germán Ubillos Orsolich, ha publicado dos inteligentes artículos sobre el liberalismo, con los que coincido y me movilizan para agregar y aclarar algunas ideas enmarcadas, en este caso, dentro de la dramática crisis que vive la Argentina por estos días, donde muchos desinformados, de manera frívola y superficial, califican al actual gobierno de “liberal”. Algo definitivamente falso, pues el gobierno del ingeniero Macri poco o nada tiene que ver con estos principios; es otra cosa. Como tampoco es liberalismo la política autoritaria de Bolsonaro en el Brasil, ni la de Trump en los Estados Unidos, ambas con las correspondientes diferencias en cada caso, por supuesto.
Empecemos por señalar que como doctrina política el liberalismo ha sido esencial para la historia de la democracia moderna, a la que consolidó y le dio carácter. Sobre todo por su defensa de la libertad individual, al tiempo de proponer un Estado limitado (restringiendo su intervención tanto en la vida comunitaria como en la económica). El liberalismo se identifica con una actitud que propone la libertad y la tolerancia en las relaciones humanas, fundamentado en el libre albedrío y en el principio de no agresión; promoviendo, en suma, las libertades civiles y económicas, y oponiéndose a toda forma de absolutismo, de despotismo o de puro conservadurismo. Constituyéndose en una corriente sobre la que se fundamentan tanto el estado de derecho como la democracia representativa parlamentaria y la división de poderes. El liberalismo promueve, además, la iniciativa privada para el desarrollo de la sociedad y su crecimiento económico; siendo un modelo que enseña de manera individual o colectiva, con fundamento en las ideologías, creencias o experiencias adquiridas en diferentes etapas de la vida del ser humano, siempre con el objetivo de crear un concepto de vida nuevo y libre en el entorno de su desarrollo. Sin embargo, es lamentable y contradictorio el sentido que le dan algunas corporaciones, limitando sus actos hasta enmascararlo como otra cosa y restringirlo a la pura libertad de mercados; es decir, algo más cercano a los intereses y ganancias de grandes grupos financieros, en beneficio de unos pocos y en detrimento de las mayorías. Algo también falso, pues desde sus primeras formulaciones, el pensamiento político liberal se ha fundamentado sobre tres grandes ideas incuestionables propuestas por John Locke, uno de sus artífices: “vida, libertad y propiedad privada.”
Para el sistema liberal los gobiernos deben resultar del consentimiento de las personas libres, debiendo regular la vida pública sin interferir en la esfera privada de los ciudadanos, resguardándolos de la especulación de ciertos grupos financieros. Tampoco tiene demasiado que ver con el término “neoliberalismo”, acuñado por el académico alemán Alexander Rüstow en 1938, cuando se definió este limitado concepto como “la prioridad del sistema de precios, el libre emprendimiento, la libre empresa y un Estado fuerte e imparcial”. Para ser neoliberal es necesario requerir una política económica moderna con la intervención del Estado. El intervencionismo estatal neoliberal trajo consigo un enfrentamiento con los liberales clásicos, como Ludwig von Mises o Friedrich Hayek.
En fin, como se ve, hay una carencia de conceptos y resultan lamentables en la Argentina de estos días algunas propuestas que han demostrado un fenomenal fracaso que va del tímido gradualismo al arbitrario control del mercado. El gobierno de Cambiemos (que ahora pretende escudarse bajo la nueva máscara de Todos por el Cambio) prometió libertad económica, grandes inversiones, lluvia de capitales, terminar con la inflación, alcanzar la desocupación cero, etcétera, etcétera...; pero todo se quedó en promesas y han terminado por endeudar el país de una manera estremecedora, sumar más pobres a los que ya había dejado el Gobierno anterior, construyendo una bomba de tiempo que les acaba de explotar en las manos.
Algunos miembros del gabinete del presidente Macri promueven la excusa de que es culpa del ya remoto pasado y del reciente resultado electoral. Un modo menos sutil que desprovisto de argumentos donde se intenta convertir el fracaso en elemental disculpa: Aunque gane Macri en las elecciones definitivas (algo casi imposible técnicamente), el triunfo le puede durar lo que dura una tormenta de verano en una botella, ya que la crisis que padece su Gobierno es estructural, dramática y casi irreversible, con una falta de confianza que llega hasta la legitimidad; lo que no se hizo cuando correspondía, ahora resulta crepuscular, ya que estos supuestos liberales no tienen escrúpulos en adoptar medidas disparatadas que definitivamente pertenecen a los desesperados tiempos del más puro comunismo, como está sucediendo con la antiquísima “ley del agio y la especulación”, disfrazada ahora con el nombre de “ley de abastecimiento”, que intentan aplicar para detener la corrida de precios hacia los alimentos. Léase control del dólar y de combustibles. Antiquísima ley leninista definitivamente en desuso y con poco probable éxito durante un gobierno democrático.
Si hacemos un poco de historia comprobamos que dicha la ley fue también aplicada por Perón en 1951, luego por el “Che” Guevara y Fidel Castro en 1959, por Isabel Martínez de Perón en 1975 y ahora, en estado de desesperación, por el gobierno de Cambiemos que sueñan con una libertad de mercado con medidas restrictivas, que afectan directamente a la producción y al crecimiento. Con estas leyes perversas ya condenaron a la miseria a un tercio de la sociedad; ahora van por el resto de la clase media que desde hace años viene perdiendo en calidad de vida, salud y educación. Pareciera que en el mundo imaginario de estos ejecutivos de empresas que gobiernan a la Argentina, todo se redujera al manejo de una sociedad anónima.
Ahora con la intervención de la Iglesia y de las organizaciones sociales, que exigen una imprescindible “Ley alimentaria nacional”, aparece la ridícula decisión de restringir la compra de dólares por parte de los ciudadanos, que no es otra cosa que un “cepo, o un mini cepo”, que tanto condenaron al asumir el Gobierno, dependiendo de los límites que finalmente se establecieron para la compra de dicha divisa. En definitiva, se vuelve al punto de partida cuando asumieron en 2015 y elucubraban la forma de desarmar esta arbitraria medida financiera. Se sabe (y esto es de manual) que cuando se establecen restricciones cuantitativas a la compra de un bien a un precio determinado, es porque se está racionando la cantidad. Esto ocurre, además, cuando se pone un precio máximo a cualquier mercadería. Todo precio máximo, por otro lado, siempre se pone por debajo del precio de mercado para ejecutar un control; tampoco nadie pone un precio máximo al mismo precio que opera el mercado o por encima del precio. Ridiculeces elementales de controles definitivamente antiliberales; es decir, menos anti mercado que populistas.
Luego, como este precio artificialmente bajo no alcanza la oferta del bien en cuestión, aparecen los dólares de la economía previamente dolarizada, pero con la decisión de racionar la cantidad; llevando a la práctica otra operación anti mercado. Y lo gracioso es que se presentan estas barbaridades como grandes logros de la economía, siendo en realidad una vulgar especulación financiera elemental. Es más o menos lo mismo que cuando se pone un precio máximo al azúcar y luego se establece que cada persona no puede llevar más de un kilo; lo mismo que sucede con los dólares, que no pueden superar los 10.000. Aquí, en este puntual caso, se establece un monto máximo de dólares a comprar cada mes por cada persona y el Banco Central decidirá cuánto le autoriza a comprar dólares a las empresas, en especial las PIMES que deben hacer malabarismos para importar insumos y pagar sus costos laborales y operativos, junto a las altísimas cargas impositivas, quizá las más altas del planeta.
Es sorprendente la capacidad que ha tenido el Gobierno para negar la realidad, o para negársela a sí mismo con una ingenuidad (o perversidad) asombrosa. Digámoslo con claridad, el desconcertado ahorrista no quiere saber nada del peso argentino, que ya casi ni existe, sometido a una inflación que este mes puede rondar hasta el 6 por ciento (¡una locura!). Este peso moneda nacional, es despreciado con indiscutible razón. Ya que no hay moneda, sobre todo cuando un Gobierno desesperado pone una tasa de interés que supera el 70 por ciento; es decir, le ofrecen al ahorrista y al empresario una zanahoria atrás del caballos y medio kilo de pan para que no compre dólares; manotazos de ahogado que agrandan la desconfianza y, por fin, porque esa tasa de interés no es consistente con la tasa de rentabilidad que cualquier empresa necesita tener para seguir sobreviviendo. Bajo un mínimo de sentido común, lo que se comprueba es un disparate de descabellada incongruencia porque en definitiva, si el BCRA le paga a los bancos el 83 por ciento de los bonos LELIQs, ¿en qué actividad puede colocar el BCRA esos fondos que obtiene de los bancos a -por lo menos-, la misma tasa del 83 por ciento?
Sinceramente estas incongruencias, por usar un eufemismo, no se pueden creer. Sin ser economista, como un consternado observador, veo que es esta la primera señal de disparate. Sin crédito y altísima presión tributaria nada se puede sostener. Pero los cerebros del Gobierno, que nada tienen de liberales, repito, y sí demasiado de inoperantes, ahora están diciendo que los dólares no alcanzan, con lo cual racionan la cantidad a la que pueden acceder los ciudadanos en un intento por obligarlos a tener pesos que la gente no quiere. Nueva señal para espantar a un ahorrista aterrado que, seguramente, comprará en el mercado negro esos dólares que no puede comprar en el mercado oficial. En fin, si esto es libertad de mercado y liberalismo económico, uno no entiende nada y ha vivido en balde.
Por último, tampoco es novedad que no puede haber patria sin patriotas. Macri se exaltó diciendo al asumir que su equipo económico era el mejor de los últimos cincuenta años. Pedimos después prestado al FMI para que aquellos que no generan riquezas y practican el deporte de la bicicleta financiera se sigan alimentando de lo ajeno, beneficiando con mayores dividendos a las privatizadas multinacionales de algunos parientes y amigos del poder, multiplicando, es claro, la miseria de los asalariados y jubilados. Hoy para no ser pobres en la Argentina, se debe ganar un mínimo de 33.000 pesos y el salario mínimo apenas roza los 15.000 pesos. Un jubilado no llega a las 13.000. ¡Ah, disparate de disparates! ¡Por Dios!
Es triste reconocerlo, pero en campaña, metidos en su irrealidad, la gente del Gobierno sigue intentando asustar con aquello de que “los demás son peores”; concretamente aquellos a los que guarda rencor porque le ganaron en las urnas debidos a estos descalabros económicos. Obviamente el presidente no sabe por experiencia propia qué es la pobreza y la necesidad del desprotegido; seguramente cree que la miseria se cura con buenas intenciones o con discursos teatrales. Creo que le toca a él y a su gente el melancólico final que supieron construir. No hay nada más patético que la desnudez de la mediocridad en la derrota. Timba y más timba financiera. Por delante el destino de un Gobierno que no sabe gobernar y un país casi a la deriva en medio de la temporal. Faltan pocos días para las elecciones. Ojalá no tengan que arrepentirse si la situación se sale de control y sea demasiado tarde. Al cerrar este texto, cientos de personas están acampando en la avenida 9 de julio, frente al Ministerio de Desarrollo Social. Ni el liberalismo ni cualquier otra ideología política tienen que ver con la insensibilidad y estupidez humana. Acaso los peores males.

©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA



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