TRIBUNA
CUANDO LAS PAPAS QUEMAN
Mi
amigo, el dramaturgo Germán Ubillos Orsolich, ha publicado dos inteligentes
artículos sobre el liberalismo, con los que coincido y me movilizan para
agregar y aclarar algunas ideas enmarcadas, en este caso, dentro de la
dramática crisis que vive la Argentina por estos días, donde muchos
desinformados, de manera frívola y superficial, califican al actual gobierno de
“liberal”. Algo definitivamente falso, pues el gobierno del ingeniero Macri
poco o nada tiene que ver con estos principios; es otra cosa. Como tampoco es
liberalismo la política autoritaria de Bolsonaro en el Brasil, ni la de Trump
en los Estados Unidos, ambas con las correspondientes diferencias en cada caso,
por supuesto.
Empecemos
por señalar que como doctrina política el liberalismo ha sido esencial para la
historia de la democracia moderna, a la que consolidó y le dio carácter. Sobre
todo por su defensa de la libertad individual, al tiempo de proponer un Estado
limitado (restringiendo su intervención tanto en la vida comunitaria como en la
económica). El liberalismo se identifica con una actitud que propone la
libertad y la tolerancia en las relaciones humanas, fundamentado en el libre
albedrío y en el principio de no agresión; promoviendo, en suma, las libertades
civiles y económicas, y oponiéndose a toda forma de absolutismo, de despotismo
o de puro conservadurismo. Constituyéndose en una corriente sobre la que se
fundamentan tanto el estado de derecho como la democracia representativa
parlamentaria y la división de poderes. El liberalismo promueve, además, la
iniciativa privada para el desarrollo de la sociedad y su crecimiento
económico; siendo un modelo que enseña de manera individual o colectiva, con
fundamento en las ideologías, creencias o experiencias adquiridas en diferentes
etapas de la vida del ser humano, siempre con el objetivo de crear un concepto
de vida nuevo y libre en el entorno de su desarrollo. Sin embargo, es
lamentable y contradictorio el sentido que le dan algunas corporaciones,
limitando sus actos hasta enmascararlo como otra cosa y restringirlo a la pura
libertad de mercados; es decir, algo más cercano a los intereses y ganancias de
grandes grupos financieros, en beneficio de unos pocos y en detrimento de las
mayorías. Algo también falso, pues desde sus primeras formulaciones, el
pensamiento político liberal se ha fundamentado sobre tres grandes ideas
incuestionables propuestas por John Locke, uno de sus artífices: “vida,
libertad y propiedad privada.”
Para
el sistema liberal los gobiernos deben resultar del consentimiento de las
personas libres, debiendo regular la vida pública sin interferir en la esfera
privada de los ciudadanos, resguardándolos de la especulación de ciertos grupos
financieros. Tampoco tiene demasiado que ver con el término “neoliberalismo”, acuñado
por el académico alemán Alexander Rüstow en 1938, cuando se definió este
limitado concepto como “la prioridad del sistema de precios, el libre
emprendimiento, la libre empresa y un Estado fuerte e imparcial”. Para ser
neoliberal es necesario requerir una política económica moderna con la
intervención del Estado. El intervencionismo estatal neoliberal trajo consigo
un enfrentamiento con los liberales clásicos, como Ludwig von Mises o Friedrich
Hayek.
En
fin, como se ve, hay una carencia de conceptos y resultan lamentables en la
Argentina de estos días algunas propuestas que han demostrado un fenomenal
fracaso que va del tímido gradualismo al arbitrario control del mercado. El
gobierno de Cambiemos (que ahora pretende escudarse bajo la
nueva máscara de Todos por el Cambio) prometió libertad económica,
grandes inversiones, lluvia de capitales, terminar con la inflación, alcanzar
la desocupación cero, etcétera, etcétera...; pero todo se quedó en promesas y
han terminado por endeudar el país de una manera estremecedora, sumar más
pobres a los que ya había dejado el Gobierno anterior, construyendo una bomba
de tiempo que les acaba de explotar en las manos.
Algunos
miembros del gabinete del presidente Macri promueven la excusa de que es culpa
del ya remoto pasado y del reciente resultado electoral. Un modo menos sutil
que desprovisto de argumentos donde se intenta convertir el fracaso en
elemental disculpa: Aunque gane Macri en las elecciones definitivas (algo casi
imposible técnicamente), el triunfo le puede durar lo que dura una tormenta de
verano en una botella, ya que la crisis que padece su Gobierno es estructural,
dramática y casi irreversible, con una falta de confianza que llega hasta la
legitimidad; lo que no se hizo cuando correspondía, ahora resulta crepuscular,
ya que estos supuestos liberales no tienen escrúpulos en adoptar medidas
disparatadas que definitivamente pertenecen a los desesperados tiempos del más
puro comunismo, como está sucediendo con la antiquísima “ley del agio y la
especulación”, disfrazada ahora con el nombre de “ley de abastecimiento”, que
intentan aplicar para detener la corrida de precios hacia los alimentos. Léase
control del dólar y de combustibles. Antiquísima ley leninista definitivamente
en desuso y con poco probable éxito durante un gobierno democrático.
Si
hacemos un poco de historia comprobamos que dicha la ley fue también aplicada
por Perón en 1951, luego por el “Che” Guevara y Fidel Castro en 1959, por
Isabel Martínez de Perón en 1975 y ahora, en estado de desesperación, por el
gobierno de Cambiemos que sueñan con una libertad de mercado
con medidas restrictivas, que afectan directamente a la producción y al
crecimiento. Con estas leyes perversas ya condenaron a la miseria a un tercio
de la sociedad; ahora van por el resto de la clase media que desde hace años
viene perdiendo en calidad de vida, salud y educación. Pareciera que en el
mundo imaginario de estos ejecutivos de empresas que gobiernan a la Argentina,
todo se redujera al manejo de una sociedad anónima.
Ahora
con la intervención de la Iglesia y de las organizaciones sociales, que exigen
una imprescindible “Ley alimentaria nacional”, aparece la ridícula decisión de
restringir la compra de dólares por parte de los ciudadanos, que no es otra
cosa que un “cepo, o un mini cepo”, que tanto condenaron al asumir el Gobierno,
dependiendo de los límites que finalmente se establecieron para la compra de
dicha divisa. En definitiva, se vuelve al punto de partida cuando asumieron en
2015 y elucubraban la forma de desarmar esta arbitraria medida financiera. Se
sabe (y esto es de manual) que cuando se establecen restricciones cuantitativas
a la compra de un bien a un precio determinado, es porque se está racionando la
cantidad. Esto ocurre, además, cuando se pone un precio máximo a cualquier
mercadería. Todo precio máximo, por otro lado, siempre se pone por debajo del
precio de mercado para ejecutar un control; tampoco nadie pone un precio máximo
al mismo precio que opera el mercado o por encima del precio. Ridiculeces
elementales de controles definitivamente antiliberales; es decir, menos anti
mercado que populistas.
Luego,
como este precio artificialmente bajo no alcanza la oferta del bien en
cuestión, aparecen los dólares de la economía previamente dolarizada, pero con
la decisión de racionar la cantidad; llevando a la práctica otra operación anti
mercado. Y lo gracioso es que se presentan estas barbaridades como grandes
logros de la economía, siendo en realidad una vulgar especulación financiera
elemental. Es más o menos lo mismo que cuando se pone un precio máximo al
azúcar y luego se establece que cada persona no puede llevar más de un kilo; lo
mismo que sucede con los dólares, que no pueden superar los 10.000. Aquí, en
este puntual caso, se establece un monto máximo de dólares a comprar cada mes
por cada persona y el Banco Central decidirá cuánto le autoriza a comprar
dólares a las empresas, en especial las PIMES que deben hacer malabarismos para
importar insumos y pagar sus costos laborales y operativos, junto a las
altísimas cargas impositivas, quizá las más altas del planeta.
Es
sorprendente la capacidad que ha tenido el Gobierno para negar la realidad, o
para negársela a sí mismo con una ingenuidad (o perversidad) asombrosa.
Digámoslo con claridad, el desconcertado ahorrista no quiere saber nada
del peso argentino, que ya casi ni existe, sometido a una inflación que
este mes puede rondar hasta el 6 por ciento (¡una locura!). Este peso moneda
nacional, es despreciado con indiscutible razón. Ya que no hay moneda, sobre
todo cuando un Gobierno desesperado pone una tasa de interés que supera el 70
por ciento; es decir, le ofrecen al ahorrista y al empresario una zanahoria
atrás del caballos y medio kilo de pan para que no compre dólares; manotazos de
ahogado que agrandan la desconfianza y, por fin, porque esa tasa de interés no
es consistente con la tasa de rentabilidad que cualquier empresa necesita tener
para seguir sobreviviendo. Bajo un mínimo de sentido común, lo que se comprueba
es un disparate de descabellada incongruencia porque en definitiva, si el BCRA
le paga a los bancos el 83 por ciento de los bonos LELIQs, ¿en qué actividad
puede colocar el BCRA esos fondos que obtiene de los bancos a -por lo menos-,
la misma tasa del 83 por ciento?
Sinceramente
estas incongruencias, por usar un eufemismo, no se pueden creer. Sin ser
economista, como un consternado observador, veo que es esta la primera señal de
disparate. Sin crédito y altísima presión tributaria nada se puede sostener.
Pero los cerebros del Gobierno, que nada tienen de liberales, repito, y sí
demasiado de inoperantes, ahora están diciendo que los dólares no alcanzan, con
lo cual racionan la cantidad a la que pueden acceder los ciudadanos en un
intento por obligarlos a tener pesos que la gente no quiere. Nueva señal para espantar
a un ahorrista aterrado que, seguramente, comprará en el mercado negro esos
dólares que no puede comprar en el mercado oficial. En fin, si esto es libertad
de mercado y liberalismo económico, uno no entiende nada y ha vivido en balde.
Por
último, tampoco es novedad que no puede haber patria sin patriotas. Macri se
exaltó diciendo al asumir que su equipo económico era el mejor de los últimos
cincuenta años. Pedimos después prestado al FMI para que aquellos que no
generan riquezas y practican el deporte de la bicicleta financiera se sigan
alimentando de lo ajeno, beneficiando con mayores dividendos a las privatizadas
multinacionales de algunos parientes y amigos del poder, multiplicando, es
claro, la miseria de los asalariados y jubilados. Hoy para no ser pobres en la
Argentina, se debe ganar un mínimo de 33.000 pesos y el salario mínimo apenas
roza los 15.000 pesos. Un jubilado no llega a las 13.000. ¡Ah, disparate de
disparates! ¡Por Dios!
Es
triste reconocerlo, pero en campaña, metidos en su irrealidad, la gente del
Gobierno sigue intentando asustar con aquello de que “los demás son peores”;
concretamente aquellos a los que guarda rencor porque le ganaron en las urnas
debidos a estos descalabros económicos. Obviamente el presidente no sabe por
experiencia propia qué es la pobreza y la necesidad del desprotegido;
seguramente cree que la miseria se cura con buenas intenciones o con discursos
teatrales. Creo que le toca a él y a su gente el melancólico final que supieron
construir. No hay nada más patético que la desnudez de la mediocridad en la
derrota. Timba y más timba financiera. Por delante el destino de un Gobierno
que no sabe gobernar y un país casi a la deriva en medio de la temporal. Faltan
pocos días para las elecciones. Ojalá no tengan que arrepentirse si la
situación se sale de control y sea demasiado tarde. Al cerrar este texto,
cientos de personas están acampando en la avenida 9 de julio, frente al
Ministerio de Desarrollo Social. Ni el liberalismo ni cualquier otra ideología
política tienen que ver con la insensibilidad y estupidez humana. Acaso los peores males.
©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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