«malevo»
Dame la lata. Cafiolo. Tirar la chancleta. Hasta que las velas no ardan.
Es muy probable que
el desprevenido lector atribuya un significado alejado de la realidad a la
frase del título, como si de un “chamuyo monologado” se tratara. Sin embargo la
frase tiene el significado que, algunos de los lectores que peinan más canas
que yo habrán verificado personalmente en su traviesa juventud del Buenos Aires
(con aires todavía coloniales) antiguo, si eran asiduos concurrentes al
“queco”.
Cafiolo
Pero para quienes
ignoran (como es mi caso) esas “meritorias” (por error casi pongo “meretrices”)
lides hay que indagar el significado… claro que se lo encuentra asociado con
otro término lunfardesco: cafiolo,
cafishio, fiolo, canfinfla, canfinflero, cafiche, canfle, y alguna variante
más que escapa a mi memoria, todos términos que designan a una persona dedicada
a una boyante actividad cuando el que escribe aún no había nacido: el proxenetismo. Que tenía una
característica bastante diferente al delincuente actual, porque generalmente
formaban pareja, comercial pero también amorosa, que lo cortés no quita lo
valiente y el metejón podía ser recíproco.
“No se atoren que hay pa’todos…” dice un tango; y
les pido “no se apuren que ya explico” eso de “dame la lata”, acción que tenía lugar en un centro
comercial denominado “queco” que resulta del
apócope de quilombo, palabra lunfarda
para reemplazar la poco elegante prostíbulo. Y en el “queco”
trabajaba la mina, pudiendo tener uno o más clientes por día, cada uno de los
cuales al entrar a su cuarto después que ella “arrojara una chancleta”
–significado merecedor de otro artículo- le entregaba una ficha de metal, que
recibía el garabo de la “madama” del burdel previo pago del servicio. Al
terminar su “jornada laboral” la estaba esperando el rufián que le exigía “dame la lata”, y era éste el que percibía el
importe de manos de la regenta.
En la magnífica
obra de Rivero “Una luz de almacén (El lunfardo y
yo)” donde tango y lunfardo van tomados de la mano por las calles de la vida,
encontramos estos versos ilustrativos de ciertas pretensiones de las
minas: “Quisiera tener un macho / que no fuese
canfinflero / que no me pida las latas / ni me pida pa’l sombrero”.
Pero así como las
percantas a veces se lamentaban de su sino, otras veces era el rufián quien
mascaba su descontento. Leyendo la letra de Dame la lata, el proto tango
compuesto en 1888 por Juan Pérez, autor de letra y música, el canfinfla se
queja de su trabajo: “Qué vida más
arrastrada / la del pobre canfinflero / el lunes cobra las latas / y el martes
anda fulero. // Dame la lata que has escondido, / qué te pensás, bagayo, / ¿Qué
soy filo? / ¡Dame la lata y a laburar! / si no la linda biaba / te vas a
ligar”.
Si entendieron este
lenguaje canallesco, creo que disfrutarán escuchando el tango motivo de este
artículo, en la versión –solo instrumental- del Cuarteto del Centenario.
Tirar la chancleta
“Tirar (arrojar) la chancleta”
tiene el significado de claudicar, abandonar un emprendimiento, darse por
vencido, pero… ¿de qué modo se claudica?
Debemos retrotraernos a principio del
siglo XX, cuando las grandes inmigraciones en cuya masa se entremezclaban
gentes de todas las latitudes y oficios, incluso del considerado “el más
antiguo del mundo”.
En «el queco» te dan la lata
En los precarios conventillos de San
Telmo, Balvanera, La Boca y otros barrios porteños, se instalaron prostíbulos.
En ellos los clientes esperaban su turno en un patio central, rodeado de
habitaciones. Mientras ellos conversaban y pasaban el tiempo bebiendo y también
jugando al “truco” (juego de naipes popular argentino) las mujeres atendían a
sus clientes en las habitaciones que daban al patio.
Terminada la tarea objeto de su
visita, el hombre se retiraba por un sitio distinto al de entrada, mientras la
mujer convocaba al siguiente candidato émulo del dios Eros tirando una de sus
zapatillas de entrecasa (chancleta); la recibía el interesado y el
adminículo le daba acceso a la habitación.
La situación
creada, con el tiempo pasó a significar claudicar, arrojar la chancleta pasó a significar
entregarse sin luchar.
Hasta que las velas no ardan
Dentro del mismo
quehacer se puede encuadrar la frase “hasta
que las velas no ardan”.
¿Cómo se computaba
el tiempo que el garabo podía permanecer en la “zapie” con la paica? El reloj
en esos tiempos erar un artículo de lujo del que muchos no disponían. Era el
tiempo en que aún no existía (o estaba en sus comienzos) la luz eléctrica. La
“madama” del quilombo (prostíbulo) entregaba una vela que, cuando se consumía,
anunciaba la finalización del turno, del cual se decía entonces “hasta que las velas no ardan”.
Decía Carlos
Besanson que “Al dueño de un prostíbulo también le
gustaría que su hija se casase de blanco, como símbolo de una virginidad que
con sus prácticas no auspicia”
©CÉSAR TAMBORINI DUCA, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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