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sábado, 19 de octubre de 2019

Dame la lata, César Tamborini Duca, León, España



























«malevo»

Dame la lata

Dame la lata. Cafiolo. Tirar la chancleta. Hasta que las velas no ardan.                           
 Es muy probable que el desprevenido lector atribuya un significado alejado de la realidad a la frase del título, como si de un “chamuyo monologado” se tratara. Sin embargo la frase tiene el significado que, algunos de los lectores que peinan más canas que yo habrán verificado personalmente en su traviesa juventud del Buenos Aires (con aires todavía coloniales) antiguo, si eran asiduos concurrentes al “queco”.
Cafiolo
Pero para quienes ignoran (como es mi caso) esas “meritorias” (por error casi pongo “meretrices”) lides hay que indagar el significado… claro que se lo encuentra asociado con otro término lunfardesco: cafiolo, cafishio, fiolo, canfinfla, canfinflero, cafiche, canfle, y alguna variante más que escapa a mi memoria, todos términos que designan a una persona dedicada a una boyante actividad cuando el que escribe aún no había nacido: el proxenetismo. Que tenía una característica bastante diferente al delincuente actual, porque generalmente formaban pareja, comercial pero también amorosa, que lo cortés no quita lo valiente y el metejón podía ser recíproco.
“No se atoren que hay pa’todos…” dice un tango; y les pido “no se apuren que ya explico” eso de “dame la lata”, acción que tenía lugar en un centro comercial denominado “queco” que resulta del apócope de quilombo, palabra lunfarda para reemplazar la poco elegante prostíbulo. Y en el “queco” trabajaba la mina, pudiendo tener uno o más clientes por día, cada uno de los cuales al entrar a su cuarto después que ella “arrojara una chancleta” –significado merecedor de otro artículo- le entregaba una ficha de metal, que recibía el garabo de la “madama” del burdel previo pago del servicio. Al terminar su “jornada laboral” la estaba esperando el rufián que le exigía “dame la lata”, y era éste el que percibía el importe de manos de la regenta.
En la magnífica obra de Rivero “Una luz de almacén (El lunfardo y yo)” donde tango y lunfardo van tomados de la mano por las calles de la vida, encontramos estos versos ilustrativos de ciertas pretensiones de las minas: “Quisiera tener un macho / que no fuese canfinflero / que no me pida las latas / ni me pida pa’l sombrero”.
Pero así como las percantas a veces se lamentaban de su sino, otras veces era el rufián quien mascaba su descontento. Leyendo la letra de Dame la lata, el proto tango compuesto en 1888 por Juan Pérez, autor de letra y música, el canfinfla se queja de su trabajo: “Qué vida más arrastrada / la del pobre canfinflero / el lunes cobra las latas / y el martes anda fulero. // Dame la lata que has escondido, / qué te pensás, bagayo, / ¿Qué soy filo?  / ¡Dame la lata y a laburar! / si no la linda biaba / te vas a ligar”.
Si entendieron este lenguaje canallesco, creo que disfrutarán escuchando el tango motivo de este artículo, en la versión –solo instrumental-  del Cuarteto del Centenario.

Tirar la chancleta

“Tirar (arrojar) la chancleta”  tiene el significado de claudicar, abandonar un emprendimiento, darse por vencido, pero… ¿de qué modo se claudica?
Debemos retrotraernos a principio del siglo XX, cuando las grandes inmigraciones en cuya masa se entremezclaban gentes de todas las latitudes y oficios, incluso del considerado “el más antiguo del mundo”.
En «el queco» te dan la lata
En los precarios conventillos de San Telmo, Balvanera, La Boca y otros barrios porteños, se instalaron prostíbulos. En ellos los clientes esperaban su turno en un patio central, rodeado de habitaciones. Mientras ellos conversaban y pasaban el tiempo bebiendo y también jugando al “truco” (juego de naipes popular argentino) las mujeres atendían a sus clientes en las habitaciones que daban al patio.
Terminada la tarea objeto de su visita, el hombre se retiraba por un sitio distinto al de entrada, mientras la mujer convocaba al siguiente candidato émulo del dios Eros tirando una de sus  zapatillas de entrecasa (chancleta); la recibía el interesado y el adminículo le daba acceso a la habitación.
La situación creada, con el tiempo pasó a significar claudicar, arrojar la chancleta pasó a significar entregarse sin luchar.

Hasta que las velas no ardan

Dentro del mismo quehacer se puede encuadrar la frase “hasta que las velas no ardan”.
¿Cómo se computaba el tiempo que el garabo podía permanecer en la “zapie” con la paica? El reloj en esos tiempos erar un artículo de lujo del que muchos no disponían. Era el tiempo en que aún no existía (o estaba en sus comienzos) la luz eléctrica. La “madama” del quilombo (prostíbulo) entregaba una vela que, cuando se consumía, anunciaba la finalización del turno, del cual se decía entonces “hasta que las velas no ardan”.
Decía Carlos Besanson que “Al dueño de un prostíbulo también le gustaría que su hija se casase de blanco, como símbolo de una virginidad que con sus prácticas no auspicia”

©CÉSAR TAMBORINI DUCA, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

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