“EL CANDIL”
Siempre he admirado la figura de Diógenes de
Sinope por varias razones: no
sentirse atado a nada ni a nadie y la capacidad de sintetizar su pensamiento. Un sabio sencillo y profundo del que se
cuentan dos anécdotas que esbozan su `personalidad. Una, la respuesta que dio a
Alejandro el Magno cuando fue a visitarle y le encontró calentándose dentro de
un tonel. El rey le preguntó qué podía hacer por él, respondiéndole: “Quitarte
de en medio para poder disfrutar del sol”. Otra, cuando anduvo por el Ágora,
centro de la vida social ateniense, portando un candil a plena luz del día. Y, demandándosele
por su extraña actitud, respondió: “Estoy buscando a un hombre”.
El ruido del mundo y los propios nos impiden
conocernos, y quien no se conoce acaba siendo un extraño para sí mismo. La vida
es breve, y nosotros, que debemos vivirnos somos vividos la mayor de las veces
por un nihilismo que no ofrece salidas, haciéndonos desconfiar sumidos en un
vacío existencial.
Un hombre es su pensamiento. Y éste fruto de
aquello que motiva su existencia. Animado por el personaje decidí hacer una
prueba singular.
Con la lámpara imaginaria entre mis manos salí
decidido a buscarlo y marché a un gran hospital, abordando al primer matasanos
con el que me topé.
¿Qué hace usted aquí, doctora?
Reparo
personas para que puedan vivir.
¿Vivir para qué?
La vida es el proscenio del ocaso.
¿Y por qué muere?
Porque cae el telón que pone fin a la
tragedia.
¿Sabe para qué nacemos?
Para morir. Y punto.
Viendo que la conversación se había convertido
en un círculo sin salida, decidí darla por concluida. Una vez fuera dirigí mis
pasos hacia la Penitenciaria del Estado y pregunté por el ajusticiador,
reabriendo mi formulario mental.
¿Qué es lo que hace usted, señor verdugo?
Lo que nadie quiere.
¿Y por qué tiene que hacerlo?
De algo tengo que vivir.
¿Para qué vive?
Se me ha impuesto. Yo no lo pedí.
Su oficio ha debido familiarizarle con la
muerte. ¿Sabe para qué se muere?
El polvo ha de volver a la tierra.
¿Y para qué ha nacido?
Para morir. Sólo para eso.
Como el sayón tampoco me había satisfecho con
sus respuestas busqué alguien nuevo al que interviuvar, encontrando a un
filósofo de reputado conocimiento, que me recibió en su biblioteca, en la que
no faltaba algún que otro incunable.
¿A qué se dedica usted, señor intelectual?
A la reflexión.
¿Y por qué es usted pensador?
Alguien tiene que influir en los demás, y de
algo he de vivir.
¿Podría explicarme para qué vive?
Pura inercia, porque al final todo acaba.
¿Sabría ilustrarme por qué razón se muere?
Somos como unas lucecita que se enciende en el
Cosmos y súbitamente se desvanece. Sin más. Pura nada.
Entonces… ¿para qué ha nacido?
¿Qué es la vida sino un aborto de la muerte?
Me sentí profundamente desilusionado. Aquel
insigne iluminador de ideas no me había respondido, y como las veces anteriores
todo comenzaba para terminar mordiéndose la cola. ¿Es el hombre tan sólo una
pasión inútil?
En el camino me topé con un manicomio, y
desconociendo la razón accedí al interior. Allí se encontraban los desheredados
de la tierra. Los que estorban y son apartados por la sociedad. Los leprosos de
la mente, donde se recluye a los que posiblemente poseen una cordura distinta a
la locura de los demás. Tras observar a mí alrededor, me acerqué a uno de
ellos, espetándole:
¿Qué hace usted aquí, señor lunático?
Pasar los días. Es todo lo que puedo hacer.
¿Y por qué está en este lugar?
Me trajeron a la fuerza. Eso trae ir contra
corrientes. Quien no sigue las pautas marcadas se constituye en una afrenta
para el mundo.
¿Para qué vive usted?
La vida es la antesala de la tumba.
¿Por qué habla de muerte?
Es la otra cara de la vida. Un puente. Debemos
entender la conexión entre ambas.
Al llegar a este punto – que confieso no
esperaba de alguien del que se dice está enajenado – sentí un escalofrío que me
animó a preguntarle:
¿Sabría darme alguna razón por la que ha nacido?
El hombre me miró con los ojos tiernos y
húmedos. Luego, añadió:
He nacido para ser yo, pero no me han dejado.
¿Tendría la bondad de explicarse?
Los hombres no quieren hacerse preguntas
embarazosas o de difícil explicación, cuando menos comprometidas. La sociedad
desea vivir instalada en una nube plácida que no le complique la existencia. El
Poder domina los medios y constantemente pretende adormecer nuestras
conciencias bombardeándolas con lo intrascendente y opiáceo para así vendernos
el consumismo material e ideologizarnos. La sociedad necesita hombres sumisos,
borreguiles y que no piensen. Privarles del alma para inculcarles la
materialidad.
Escuchándole, me preguntaba si sería necesaria
la vesanía para obtener la respuesta más allá de la sensatez.
¿No consiste la evolución en un devenir? El
hombre ha de concluir su propia evolución y ésta pasa por una ética personal y
colectiva, que requiere enfrentarse con el mundo. Quien se oponga lo pagará
perdiendo el don de la libertad. Ahora, ya conoce usted por qué estoy aquí.
Cuando abandoné el centro de internamiento
tenía dos cosas meridianamente iluminadas por mi linterna. Una, la que me había
contado el supuesto desequilibrado:
quién se opone al sistema corre el riesgo de acabar devorado por él. La otra,
la coincidencia de sus palabras con mis ideas. Pero, a la vista de lo visto,
sería prudente no expresarlas públicamente, porque, como a él o al propio
Diógenes me podrían igualmente tener por loco.
©ÁNGEL MEDINA, poeta y escritor español
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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