EN TORNO A LA LITERATURA, LA MUJER Y EL POEMA
La mujer habla dos
idiomas: uno de ellos es verbal.
Shakespeare
Siempre he sostenido que la lectura es errática,
tan errática como las mujeres. Uno siente las palabras, los sonidos, el gesto,
la ternura, lo evocado. Como en las mujeres. También es importante saber cómo
leemos en nuestra época, de la misma manera en cómo escribimos. Leer, no nos
olvidemos, no es descifrar. No es un tema menor, no tengo ganas de escribir
mucho pero creo ser claro. Los silencios, los objetos, los mundos son otros. Y
por lo general una parte de descerebrados manejan la industria cultural,
críticos que son un coro de aprobación, seres que en el fondo son esclavos de
su ignorancia. Inconmovibles sin remedio. Como los ortodoxos y los dogmáticos.
En verdad me decepciona, leedor. No es que haya pensado, en algún momento,
mucho mejor de usted; pero que se acerque a esta columna para saber algo de las
mujeres que he conocido o he amado, me parece de una indiscreción, de un
huroneo lamentable. De esta manera advierto lo cursi; lo vulgar, lo ridículo.
Hasta lo presumido, me atrevería a decir. Cómo escribir de aquella bella joven
con quien descubrí los barrios míticos de La Boca o Barracas; qué mencionar de
la pasión desatada por esa mujer de apellido itálico y perfil griego en el
Jardín Botánico, mientras evocábamos lecturas y soñamos el mar desde el dolor y
la desesperanza. O aquella otra, en el puerto de La Coruña, con la cual corrí,
entre adoquines y grúas, una madrugada de verano antes de partir a Lisboa. No,
rocambolesco lector, no hablaré jamás de esas mujeres. Le hablaré de otras. La
insustancialidad, búsquela en otra parte. En los discursos de nuestros
burócratas, en la televisión, en el mercado del arte, en la industria del
fútbol, en las teorías de los intelectuales trepadores, por ejemplo. O en
nuestros gobernantes.
Hablaré de las musas; de esas hembras eternas, complejas, reticentes. Y tal vez
(es una vana esperanza) le sirva para descubrir el universo de Akutagawa o el
de Kenzaburo Oé.
En esencia, el primer tratado de ciencia de la literatura o de preceptiva que
jamás se haya escrito, es La Poética de Aristóteles (380-322
a. de n.e.). Sus reglas estuvieron en vigencia hasta el romanticismo. La
importancia de la obra, su mayor mérito estriba en la capacidad que demuestra
para la crítica literaria. Definió, por vez primera, los géneros literarios.
Todo lo que es creación es poesía, para Aristóteles. Habla de la poesía
homérica, la comedia antigua, la tragedia creada por Esquilo y por Sófocles.
Hablará del lenguaje poético, apreciaciones sobre el vocabulario, la necesidad
de unidad, entre otros temas.
Menos conocida es La Poética del crítico español Ignacio Luzán
Claramunt de Suelves y Gurrea (1702-1754). “El fin de la poesía es el mismo de
la poesía moral”, se equivoca don Ignacio. Con esta sentencia niega el arte en
sí.
El Ars Poetica de Horacio pertenece a la más larga de
las Epístolas de Quinto Horatius Flaccus, compuesta alrededor
del año 14 y dedicada a los Pisones. Afirma la regla absoluta de la unidad, sin
la cual no existe obra de arte. La originalidad no consiste en la novedad del
argumento sino en el proprie dicere. “Tu palabra se distinguirá de
la de todos los otros si hace sentir como nuevo el vocablo conocido”. Influirá
en el teatro francés a través de la traducción de Boileau. Fue traducida al
inglés por Ben Jonson. Horacio perteneció al círculo de los poetas de Augusto,
protegidos por el Mecenas. Es considerado uno de los más grandes poetas romanos
por la perfección de su forma.
Algo que deberíamos recordar. Nos dice monseñor Eugenio Guasta que “don Ramón
Menéndez Pidal, cuando analiza el lenguaje de la santa Teresa de Ávila, señala
que el habla de aquella, que escribió en el siglo XVI, es el castellano abulés
de fines del XV, el idioma oído en su infancia y añade que la autora de Las
moradas, si tenía que elegir entre una palabra culta poco usada y otra de
raíz popular, elegía esta última, para quitar toda afectación a lo que
escribía.
L' Art Poetique del escritor y poeta francés Nicolas
Boileau-Despréaux (1636-1711) se publicó en 1674. Está inspirada en la poética
de Horacio. Trata el arte de la poesía como vocación y oficio individual. Le
aconseja al poeta un saber gramatical estricto, una autocrítica ceñida y una
decorosa sinceridad. Estudia el epigrama, la elegía, el soneto, el madrigal,
etc. También la epopeya, la tragedia y la comedia. Hablaré también de cuales
deben ser los hábitos y costumbres del escritor. Como normativa individual.
Lleva una concepción estética sustentada en la razón, el buen uso y el sentido
común. Boileau enseña que la belleza debe buscarse en la simple verdad de la
naturaleza. Critica, además, la postura afectada o enfática. Para él son
requisitos esenciales: una inspiración controlada por la razón, un estilo
espontáneo reforzado por el oficio y la técnica a imitación de los antiguos.
Pone, finalmente, el acento en el oficio literario y en la responsabilidad
técnica y artesanal del escritor.
Aquí
están las musas, ingenuo lector. Y en las páginas de Mariana Alcoforado o en
los poemas de Louise Labé, “la bella cordelera”, poemas líricos sobre el amor
insatisfecho. Y en una de las grandes poetas de la literatura universal,
Gaspara Stampa (1523-1554), conmovedora. En sus Rimas veremos
la desesperada pasión, la trágica y apasionada mirada de una mujer que nos
recuerda a la pintora caravaggista Artemisa Gentileschi
(marginada de los libros de historia del arte hasta hace dos décadas) o a la
tormentosa y desenfrenada Camille Claudel, una mujer donde el genio iba de la
mano con la belleza. Le recomiendo, por ahora, que descubra a Gaspara Stampa,
la poeta del Cinquecento veneciano, que sostiene el código
poético pretrarquista. Estas son parte de las mejores mujeres de la humanidad.
Juntas a Hipatia, claro.
Me gusta pensar lo que postulaba Italo Calvino: “Un clásico es un libro que
nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Caro lector, hábleme de sus
mujeres. Algo más: casi no utilizo el teléfono celular. No es una virtud, es
sólo un placer de caminar por las calles, por las plazas sin necesidad de él. Y
vivo, rio, nado, voy a la cancha de Independiente y fumo en pipa. Tabaco
holandés, claro. Y, mientras leo, miro mujeres bellísimas. Esas mujeres
elegantes - cada vez se ven menos - con porte decidido, de caminar con buena
postura. Esas mujeres que nos dan confianza, que al observar la posición de los
pies nos hablan de un atractivo, del atractivo de sus caderas. Pues nos estamos
despidiendo. Soy un deambulador de la ciudad, un flâneur. No se
olvide. Y vuelva a leer a Paul Auster.
Buenos
Aires, noviembre 2024
CARLOS PENELAS – Buenos Aires,
Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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