Ilustración de José Guadalupe Posada
LA PARCA EN LAS EXPRESIONES POPULARES
El Diccionario de la Real Academia Española define a la muerte como la
“cesación o término de la vida”. Definición ésta coherente por su brevedad,
dado que para bien definir a la Parca nada mejor que ser parco.
Según la mitología griega, la
Muerte, lejos de ser la primogénita, es la decimoctava hija del Érebo y la
Noche, nieta del Caos y hermana del Sueño, existiendo entre estos dos hermanos,
Sueño y Muerte, la misma diferencia que existe entre una coma y un punto final.
Ya desde aquellos tiempos en que los dioses
entretejían intrigas en el Olimpo para combatir el aburrimiento de la
inmortalidad, el hombre no ha dejado de recurrir a todo tipo de eufemismos para
nombrar a la muerte. De ahí estos lunfardismos: “la guadaña”, “la huesuda”, “la
ñata”, “la pálida”, “la pelada”…
Y si hablamos del “acto” de morir:
escatar, espichar, pinchar, sonar, finir, palmar, crepar, entregar el rosquete,
cagar fuego, estirar la pata, doblar la servilleta o irse por la rejilla. Lo que
puede ocurrir en forma repentina o después de estar jugado, rifado, o regalado
durante algún tiempo. Hace muchos años, el actor Marcos Caplán, hablándome de
alguien que se encontraba en ese trance, me dijo lo siguiente: -¡Dos afeitadas
más y lo perdemos!
Con respecto a la expresión “cantar
para el carnero”, digamos que entre los romanos, el nombre de la cámara
mortuoria era “carnarium”, palabra de la cual deriva el “carnaio” italiano y el
“karner” alemán. Por lo tanto, el hecho de “cantar pa’l carnero” alude
directamente a la fosa y nada tiene que ver con el mamífero rumiante de igual
nombre.
Otra conocida expresión, “sonar
como arpa vieja”, adquirirá pleno sentido si transcribimos aquí lo dicho por el
alemán Klaus Horngacher, célebre fabricante de arpas:
“Debido a la enorme tensión que ejercen las cuerdas, después de algún tiempo la cubierta de la caja se curva y termina rompiéndose. Por eso, la vida de un arpa no suele sobrepasar los cincuenta años.”
Pero, por más que le demos distintos nombres, nuestros pensamientos sobre la muerte no dejarán de estar plagados de connotaciones contradictorias.
Para Alfredo Le Pera es la impotencia:
“Quise abrigarla y más pudo la muerte…”
y también la acechanza:
“… la muerte agazapada marcaba su compás.”
Un fatalismo esperanzado para Discépolo:
“¡Dale nomás! / ¡Dale que va! / ¡Que allá en el horno / nos vamo a encontrar!”
Y el descreimiento en Antonio Podestá:
“Yo quiero morir conmigo / sin confesión y sin Dios, / crucificado en mis penas / como abrazado a un rencor.”
Un descreimiento, al que podríamos contraponer, sino la convicción, al menos el “por si acaso” del Malevo Muñoz en trance de morir. Cuando le preguntaron a éste si quería recibir al sacerdote, después de pensarlo un rato, contestó: -¡Ma sí! Hacelo pasar. ¡Total no cuesta nada tirarse un lance!
Ahora, con respecto al cementerio, recordemos
que éste es territorio del muerto y no de la muerte, dado que la “quinta” no es
propiedad de la “ñata” sino del “ñato”.
Y ya cerca del punto final, quisiera demorarme en una coma para contarles lo siguiente: Una vez un poeta, después de haberse recuperado de una grave enfermedad, lo primero que hizo fue pedir papel y lápiz para poder terminar de escribir un poema sobre la muerte.
Al tiempo le dediqué este anti-epitafio:
Yace aquí quien no yace ni
con receta,
de lo cual a su médico no
hago cargo.
Como tumba reniego de este
poeta
que por buscar la rima siguió
de largo.
LUIS ALPOSTA - Buenos Aires, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO Y ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA
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