LUIS ALPOSTA - Buenos Aires, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO Y ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA
ÚNICO ESPACIO OFICIAL DE DIFUSIÓN GRATUITA PARA NUESTROS MIEMBROS. NORBERTO PANNONE
CONCLUSIONES
Mi ilógica razón discurre
que ni autocompasión ni amor frustrado
son suficiente evidencia
para condenarme al llanto.
Por lo tanto,
me iré a dormir
con una lágrima asomada
y otras tantas fugitivas.
El rostro seco y seca el alma.
Pues no hay sobre la almohada
más humedad que la perdida.
|
Colaboración de: Poesía
sin Fronteras
Publicamos dos veces al
mes un poema moderno de todo el planeta con ilustración en más de 40 lenguas
en Español, Inglés, Italiano, Francés,
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GERMAIN DROOGENBROODT – altea, alicante, españa
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
AY, ALFONSINA
A la memoria de la egregia Poeta argentina,
Alfonsina Carolina Storni, en el 133º Aniversario
de su nacimiento (Capriasca, 29 de mayo de 1892).
In memoriam.
Y a la colega Prof. Marta Berrón, feliz Promotora Cultural
y Directora Fundadora de los Encuentros Nacionale
Multi Arte “ALFONSINA Y EL RÍO”.
Ay Alfonsina, dulce doncella
Primor de ninfa en juventud anhelante
Acunando al río con tus versos
Y poblando camalotes como cubos
De fragantes metáforas dolidas
Encendiendo al sol de las auroras
Y a la luna del destierro y acechanzas
En un lejano mar de angustias no deseadas.
Ay Alfonsina, no te alejes de él porque te ama.
En verdad te ama ese agreste y evolvente río
mientras construye para ti un castillo de duendes
Donde un vate en silencio admirativo
Te proclama ante un hada gris con un color de grillos
Y ante un camalote vuelto carroza de soberana belleza
En tanto la cautiva mirada de tu flor desnuda
Se pretende Poeta hasta el cierre de la vida.
Ay Alfonsina, gestando poemas de fotográficas imágenes
Sin preludios ni acordes ni oberturas sinfónicas
y en apariencia estáticas como en vilo
Hasta que el carrusel de la vida las pone en marcha
Y las conjugan en celestial cadena de versos
Para el sentido atento y los sueños inmortales
Prendidos a tu alma como el bambú de una caña
Empuñando auroras de pájaros azules.
Ay, Alfonsina, es allí frente al río y una caña de pescar
Entrelazada en sus aguas plúmbeas donde danzan
Nubes cargadas de ensueños y de alcurnia estatura
De tu guardapolvo albo y corondino, inmaculado,
Esperando una noche de estrellas junto a Van Gog
Y de luces maquilladas con brillantes reflejos orlados
Bajo un somnoliento cielo en desfalleciente nocturnidad
Poblando la enhiesta corona de tu enrulada y suiza cabellera.
Ay, Alfonsina, no te vayas lejana a de este sensato río
Que como una perla otoñal y a pesar de su opacado brillo
Restallará por siempre tu asombro en la nostalgia
Y la excelsitud de un verbo enamorado del canto lírico
Y de la poesía excelsa que ya brota en tus cándidas entrañas
De vate enamorada de las esencias del verbo.
Bondad, belleza y verdad serán tu enigmático estilo
de mujer navegante que hace suyos los sueños del pescador.
Ay, Alfonsina, sueños que te engendrarán maestra, poetisa, actriz,
periodista, escritora, profesora y socióloga, artesana del lúcido Modernismo.
Aquí en Coronda recordarás tu jardín de infantes sanjuanino
Y la mudanza de tus padres a Rosario y tus noveles pasos de actriz
Y de precoz cantante alentada siempre por “La Inquietud del rosal”.
Flores que asombrarán la gracilidad de tus pasos arduamente femeninos
Pero también las frívolas y desalmadas punzadas del dolor, el miedo
Y el hastío que concluirá en una fatídica elección de tu libre albedrío.
Adrián Escudero (Santa Fe, Argentina), 29-05-2025. Del libro inédito SUSURROS Y SENTIRES (Poemática), 2023/2025.
ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO – Santa Fe, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
ALFONSINA STORNI (29 Mayo 1892 / 25 Octubre 1938). Libro “La inquietud del rosal”, 1916.
Dibujo de Juan Pablo Pannone
No le pusimos nombre, como habitualmente se usa. Simplemente
era “El Gato”. Creo que mi abuela se lo había regalado a mi vieja cuando apenas
tenía unos días de nacido. Había que alimentarlo con leche tibia rebajada con
agua, administrándosela en una cucharita de las de café, que el animalito lamía
con profusión y bastante angurria. Cuando empezó a criarse, mi madre le picaba
con la cuchilla grande de la cocina un poco de carne de cuadril o de lomo
negro. Otras épocas.
Así fue creciendo, mimado y rechoncho hasta que se hizo
adulto. Su pelaje reluciente y atigrado, con extraños arabescos de un gris
claro que contrastaba maravillosamente sobre un fondo más oscuro hacía de su
piel la codicia de quien lo viera. Era un gato casero y mimoso con muchas
mañas. Cazar lauchas, para él, parecía cosa de gatos bastardos. Con su
extremada pachorra, se podía decir que era un gato manso y bueno. Apenas lo
tocabas, empezaba a ronronear, y el sonido que producía se parecía el fragor de
mil tambores de la jungla, los cuales se
escuchaban en los episodios radiales de Tarzán, el rey de la selva en la vieja
emisora de “Radio Porteña”. Receptor recién adquirido por mi viejo y que
funcionaba con baterías de 6 Volt. Debo agregar que era el segundo lujo de la
casa, aparte del principal, que consistía en una obsoleta heladera de madera
forrada en su interior con chapas de zinc, que se usaba solo para las fiestas, enfriando
solamente si se la cargaba con media barra de hielo, envuelta en una bolsa de
arpillera, traída por mi viejo con el sulky cuando iba al pueblo. Recuerdo
aquella bolsa mojada chorreando agua fría cuando desenvolvíamos aquel prodigio
blanco, sólido y transparente, inexplicable entonces para nosotros y que no era
más que una sencilla cantidad de agua enfriada y solidificada a temperaturas
muy bajas. ¡Qué poderosa y compleja industria era en esa época la fabricación
de hielo en barras!
“El gato”, como todos lo llamábamos en casa, era un integrante
más de la familia. Cuando mi vieja “chairaba” la cuchilla en la cocina para
cortar en pequeños dados la carne para el “Guiso”, el sonido de aquella acción
hacía que el gato, a los maullidos, comenzara a hacer ochos, ronroneando entre
las chinelas de la vieja para ver si “ligaba” algo de carne fresca. Demás está
decir, que siempre la conseguía. Por otra parte, a esa hora, estuviese donde
estuviese, el ruido de los cubiertos, hacía que apareciera en la cocina
indefectiblemente.
Por ese entonces, yo tendría ocho o nueve años y con el
animal habíamos establecido una amistad tan grande que no había noche que no
durmiera como un “señorito” encima de mi cama. Fue por allí, en ese tiempo, que
adquirí una especie de urticaria que en pocos días derivó en una alergia
respiratoria con frecuentes accesos de tos y catarro. Como no había médico que
pudiera solucionar el problema, no faltó el consejo de la vecina comedida: -“El
problema del chico viene del gato”. -“¿Viste cuando produce ese ronquido?” -¡Eso
es contagioso para los chicos!” Creciendo en sus “sabios” comentarios cuando mi
vieja le contó que el pobre animal dormía conmigo por las noches. -“¡Viste,
viste que yo tengo razón!”. “¡Hace el favor de tirar ese gato de porquería y
vas a ver como el chico se te cura!”. Entonces,
la vieja no paró con el asunto del gato hasta que no lo tiraron, propinándole
diarios chancletazos hasta que el pobre gato saltara de mi cama, pero tozudo,
seguía viniendo todas las noches, a pesar del castigo. Tampoco dejó en ningún
momento de frotarse, sin rencor, en las piernas de la vieja a la hora en que
preparaba la comida. Yo seguía empeorando y el catarro ahora venía con una
especie de silbido que producían mis bronquios.
Una tarde, vino a visitarnos el Tío “Quico”, el hermano
menor de mamá, fanático de la caza y de la pesca. Como al otro día iría
precisamente a una laguna a pescar, la vieja, en mi presencia, metió al pobre
gato en una bolsa para que mi tío lo tirara bien lejos. Nunca pude olvidar la mirada
de angustia que me echó el pobre y desesperado animalito antes de entrar por la
boca de la bolsa. Durante las cinco noches que siguieron a ese día dormí sólo
de a ratos, despertándome siempre sobresaltado. Pensaba donde dormiría y que
comería, y sobre todo, qué pensaría de nosotros, si es que el pobre sabría
pensar.
En la mañana del sexto día, cuando mi vieja “chairaba” la
cuchilla para preparar el almuerzo, oímos el maullido hambriento y lastimoso
del pobre animal. Corrí, y lo alcancé debajo de la mesa, apretándolo entre mis
brazos. La vieja se acercó, me abrazó y lloramos juntos.
¡Cuántas vicisitudes habría pasado el pobre animal para
volver a casa! ¡Cuánto dolor y desesperación habrían anidado en su pobre y
pequeño corazoncito cuando se encontró abandonado a campo abierto, a más de diez
kilómetros de nosotros! ¿Qué misterioso designio guió su instinto de
orientación? ¡Si habrá atravesado campos y campos para volver; con sed, con
hambre y con miedo! ¡Cuántas veces habrá huido desesperado ante la persecución
de los perros!
La vieja cortó el mejor pedazo de carne, la desgrasó
ceremoniosamente y se la ofreció en el mejor plato enlozado que guardaba
únicamente para las visitas. Platos muy blancos y con flores multicolores en el
centro. El gato comió ansiosamente, tragando sin masticar, luego, en señal de
agradecimiento, repitió la rutina del ocho entre las piernas de mamá,
aumentando su ronroneo paulatinamente.
Pasaron un par de meses. En casa, nada parecía haber
cambiado. Mi alergia era cada vez más pronunciada. Y el pobre gato, fiel a sus
costumbres, seguía durmiendo en mi cama.
Una tarde, mamá, influida nuevamente por doña “Pepa”, la
vecina gorda, vieja y bruja, como había llegado a verla en mis fantasías de
niño, y que no estaba lejos de la realidad, volvió a meter al gato en una bolsa
y aprovechando el camión que había venido a cargar unas ovejas, le pidió al
chofer que le hiciera el favor de tirar al gato en la ruta y cuanto más lejos,
mejor. El hombre le prometió tirarlo aproximadamente a unos quince kilómetros
de casa. Su aspecto de persona seria no me permitió dudar de su palabra, y así,
el pobre gato volvió a ausentarse de casa sin proponérselo. Me dolió la actitud
de mi madre y estuve como tres días sin hablarle. Ella, que había comprendido
mi dolor, no dijo ni una sola palabra, absteniéndose de mencionar, ni por casualidad, aquel asunto. Yo, mientras
tanto, conservaba la esperanza de que algún milagro me hiciera escuchar el
maullido de mi pobre gato, como en la otra oportunidad de su anterior regreso,
pero habían pasado quince días y el pobre no volvía. Durante ese tiempo, por
extraño que parezca, mi alergia había desaparecido y la bruja de Doña “Pepa” no
se cansaba de repetirle a mi vieja: -“¿Viste “Ñata” que yo tenía razón? -“El
problema del chico era nomás por causa del
gato”. -“Haceme caso, déjate de joder con esos “bichos” dentro de la
casa”. -“¿Fíjate si se acercan a la mía?!” -“¡Y si por casualidad aparecen
algunos de esos engendros de mierda, los saco a escobazos!”.
El veinte de marzo, justo el último día del verano, el gato
amaneció en la puerta de la cocina, durmiendo arrolladito sobre la bolsa de
arpillera que mi vieja usaba de felpudo. Habían empezado las clases y cuando
abrimos la puerta con mi viejo, a las siete de la mañana, el pobre tenía su
pelo húmedo por el rocío de la noche de los primeros días del otoño. Estaba
flaco y sucio y las tonalidades grises y hermosas de su piel habían
desaparecido casi por completo. Le dimos un poco de leche caliente y el
cómplice de mi viejo lo escondió entre unas bolsas viejas en el galpón. En los
cinco kilómetros que recorrimos hasta la escuela, ninguno de los dos dijimos
palabra alguna. Solo se oían en la fresca soledad del camino los golpes
apagados de los cascos del caballo trotando en el piso de tierra arenosa.
Una semana después, el gato había recuperado su energía. Gordo
y su pelaje lustroso, ronroneaba por las noches sobre mi cama acurrucado muy
cerca de mis pies. Mi vieja, mientras tanto, se hacía la desentendida. Desde
hacía dos noches me habían vuelto los ataques de alergia más fuerte que nunca. Una
Noche, casi ahogado tomé al gato por el cuero del lomo y abriendo la pequeña ventana
que estaba sobre mi cama que daba hacia el patio de la casa, lo arrojé con
bronca hacia la noche.
Por más que lo buscamos en los días siguientes. El pobre
animal había desaparecido misterio-samente. Nunca encontramos su osamenta y
ningún vecino supo nada de él. Después de tantos años, la única explicación que
encuentro, es que el animal, podría
haber tenido un alto sentido de la ofensa y el desprecio.
NORBERTO PANNONE , poeta y escritor argentino
Este relato es fruto
de la pura realidad. Pasó y no es ficción. La ilustración es de mi hijo Juan
Pablo con síndrome de Down. Cuarenta años de edad – Gracias Juan!!!
NOCHE DE BOHEMIA
Me embriaga el aire
el bar de las esquinas
el perfume de las muchachas
la poesía de los bares
el humo del cigarrillo
la caja de cerveza
y el grito de las bodegas.
LUIS ALBERTO CALDERÓN - (ASOLAPO -Tacna, Perú)
ENTRE CIELO Y TIERRA
Entre
cielo y tierra
vuelan los
pájaros
despliegan
sus alas
y se
elevan
pero
vuelven una y otra vez
porque
tampoco ellos
alcanzan el cielo.
del
libro “Reflexiones poéticas”
GERMAIN
DROOGENBROODT- Altea, Alicante,
España
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
UN ESTADO SINTIENDO NO ESTAR
Un estado sintiendo no estar
truculento invite sin vicio
unos ojos sin rencor ni
rebelión
escudriñando opiniones
desde la cruz de tu punto
cardinal
y sí, amazona de atención
en la cola de tu enhiesta
ternura
vendaval de sencillez nuncio
verso que mal hecho y afónico
cae por la mirada que se
olvida
LUIS PLA BENITO (Asesor de ASOLAPO - España)
CATEGORIAS
LITERARIAS DE
(divulgación)
La sociedad mapuche
ha sido básicamente una cultura oral. Cooper, señala que los jóvenes al cumplir
los dieciséis años tenían que superar una prueba de oratoria ante el cacique
para su ingreso al mundo de los adultos. El arte de hablar con elocuencia es
una exigencia para la futura condición de líder. Los araucanos llaman a sus
jefes ulmén palabra cuyo significado
primitivo es “El que habla bien”. El
lonco, Jefe de una agrupación mapuche tiene que reunir tales condiciones.
Antiguamente existía el wipifé o sea
contador de hechos del pasado y de historias, y el poeta de oficio o nguenpín (jefe de ceremonia o locutor) era
premiado por los loncos o caciques por cada ulcantúm
(poesía cantada o alabanza) que componía para sus fiestas.
Según
algunos investigadores, a fines del siglo XX la literatura oral de los Maapuches,
pasa de ágrafa, es decir, sin grafía, a la escritura.
Literatura,
etimológicamente, proviene del latín littera
(letra del alfabeto) concepto ligado con la escritura. Pero lo literario no fue
únicamente la transcripción a través del código gráfico, sino que, los
portadores de esa cultura aún conservan su estilo de la oralidad. Lenz, definió
a la cultura araucana como “Anónima, popular y exclusivamente oral”
La
literatura mapuche fue mantenida en un círculo áulico, es decir, que sólo
pertenecía a las castas superiores y, por ende, no se la ha proyectado ni
difundido hacia la sociedad en general.
Sobre
los géneros poéticos podríamos decir que los mapuches han manejado diferentes
categorías de las que pueden encontrarse en la literatura occidental: las
variedades literarias mapuches están categorizadas en una forma retórica nativa
que se integra a una teoría del discurso más amplia y abarcadora.
El
texto narrativo conocido como epeu es
un tipo de relato que el narrador considera de ficción: es decir: “esto no pasó”
y pertenece a la categoría de lo no cantado. Un aspecto a estudiar, lo
constituye “la contada” que aparece como categoría intermedia compartiendo
funciones con el epeu y con el nutrám.
El
nutrám, constituye un tipo de texto
no estructurado como relato, aunque posee componentes narrativos, pero cuyo
objetivo es describir o explicar un hecho. El nutrám constituye una faceta notoria en las creencias ancestrales,
en general, ocupa un espacio más destacado que los relatos de ficción. Horacio
Artimán, de la reserva Aucupán, de Neuquén, resume este concepto al señalar:
“Los mapuches somos más religiosos que los huincas. Cuando pitamos la primera
bocanada es para nuestro Dios Nguenecheén
y por eso va para arriba: la primera cebada de mate es para la ñuqué Mapú (madre tierra), por eso la
tiramos al piso. Así agradecemos la yerba (elemento
vegetal parecido al te que se bebe con una bombilla, caliente o frío) y el
tabaco que tenemos”
Las
contadas aparecen como una nueva categoría de narrativa, con un componente de
veracidad o de carácter histórico que las aproxima al nutran. La contada es definida como un hecho que le ocurrió a
alguien cercano. Se da en torno al fogón o en los boliches camperos, son
generalmente en prosa pero también las hay en versos, denominados “corridos
criollos”. Se clasifican en: festivas, anecdóticas, dramáticas, tradicionales y
míticas. También estarían aquí, incluidas las leyendas.
Con
respecto a los textos cantados, se distinguen dos tipos básicos: el canto
festivo, denominado ulcantúm, y el religioso
o litúrgico, llamado tayúl, nguellipún o rogativa.
Respecto
a lo que la cultura occidental reconoce como poesía, encuentra su equivalente
más próximo en el ulcantúm. Se trata
de una poesía cantada por haberse desarrollado en una sociedad ágrafa. Su forma
de transcripción ha sido adaptada a la estructura de verso con estrofas y se la
considera más próxima a la poesía y de modo especial, al romance.
Así
aparece en la primera recopilación y a partir de entonces se la llamó
romanceada. Existe la romanceada de
contrapunto entre varones como un juego verbal y de diversión. (Quiero hacer un
paréntesis en el asunto, para comparar la similitud de este “juego verbal” con
las famosas “Payadas y contrapuntos criollos” que existían y
existen aún entre los payadores rioplatenses.
El ulcantúm es denominado, según algunos
autores, cantún, canto, elegía o
canción de ül (romance o canción):
ulcantúm significa “cantar algo”. No se trataría de un vocablo híbrido como se
ha sostenido, sino de una forma originariamente mapuche.
En
la actualidad la romanceada se entona a
capella, sin bailes ni acompañamientos musicales.
El
cantor es un hombre o mujer, joven o adulto, que canta un texto conocido por
tradición o improvisado para la circunstancia, pero donde hay una clara intencionalidad
poética. El receptor suele ser alguien del sexo opuesto, especialmente en los ül de amor. También son motivos de
canto una noticia familiar importante, el pedido de matrimonio, una visita, un
encuentro o una despedida y se incluyen en él los datos biográficos de los ulcantufé o romanceadores. Siempre se
canta en lengua mapuche y en forma monódica, o sea, (canto a una sola voz). A veces el destinatario responde de
inmediato, otras, es el mismo emisor quien entona la respuesta.
El tayul es el canto ritual entonado en
lengua mapuche por las mujeres. Generalmente se lo acompaña con el cultrúm (tambor). El ámbito central del tayúl es la reunión del camaruco, fiesta
propiciatoria de tres días de duración en la que se congrega toda la
agrupación. Allí concurren los mapuches que residen en los pueblos próximos y
personas no mapuches muy apreciadas a las que se invita especialmente. Se ofrece también el tayúl a todo lo que tiene vida, esté en
la tierra o en el cielo: al Pehuén, al sapo, a la luna, a la lluvia. Esto
indica que se invoca a distintos componentes de la naturaleza considerados de
importancia en la cosmovisión de esta cultura: así hay un tayul de la víbora, del tigre, del guanaco, etc.
Cada
familia tiene su tayúl y aparece en
el apellido. Nombres como Chóique, luan, nahuél, indican la asociación del
linaje invocado en el canto que lo vincula con un ancestro común que es el ser
protector de la familia y que se halla en el otro mundo. De manera que el tayúl sería una especie de canto
sagrado.
Los
textos, con frecuencia, resultan incomprensibles, pues no se canta una letra,
sino un argumento determinado donde aparecen formas estratificadas de la lengua
que se han perdido en el habla coloquial y de los cuales no existe registro.
El
tayul se canta al amanecer mirando al
sol, por ser Antú su destinatario,
pero también en los distintos momentos del nguillantú.
(Día)
Se permite su difusión mencionando la fuente
NORBERTO PANNONE - Poeta y escritor argentino
Ñi mulún
(Mi Rocío)
Liwen, trekatún fei mulún
Ka desmán kiñé rupai awn meu feichí winkarayen.
Wirin feichí kumé ñi noimankechi
Chumúl mai putún ñe ngeu punchi..
Nguehuen kiñé deuma kiñé molkechi
meu chi rayulú alumán meu kachilla
chiyn meu gul ñi mariepú
Kutu vechi coñüilonko koskel meu quiñeché anay.
Vulá amún meu ti veichí kurüpülen
Duam newen chem elún ñi mulún.
Tañí melekan meu dochen tain yaima
Fei meu lefmún quiñé ullkatún huadún.
Huaihuai lu añapül teyé meu treike,
Teye meu mamúll mulepán lahuañé.
Leventún ñi leufú ñi wau
Pulé feichí llellipún kumé meu unúmkulén.
Admeu meuchen ñanm ñi mulún.
Tufei meu illaf feichí haico ti mawiza,
purún meu wirín meu manchanare
y putún meu cuchrichrun meu chrenca.
©Norberto Pannone
Traducido a la lengua mapuche por el Prof. Ángel
Torre, miembro de la comunidad Mapuche de Junín, Pcia. de Buenos Aires,
Rep. Argentina.
Mapuche: dicho de una persona: De un pueblo amerindio que, en
la época de la conquista española, habitaba en la región central y centro sur
de Chile, y que hoy constituye el pueblo indígena mayoritario de Chile. Usado
también como sustantivo.
Del mapuche mapuche, y este de mapu 'tierra, país' y che 'persona', 'gente'.
1. adj. Dicho de una persona: De un pueblo amerindio que, en la época de la
conquista española, habitaba en la región central y centro sur de Chile, y que
hoy constituye el pueblo indígena mayoritario de Chile.
EN TORNO A LA LITERATURA, LA MUJER Y EL POEMA
La mujer habla dos
idiomas: uno de ellos es verbal.
Shakespeare
Siempre he sostenido que la lectura es errática,
tan errática como las mujeres. Uno siente las palabras, los sonidos, el gesto,
la ternura, lo evocado. Como en las mujeres. También es importante saber cómo
leemos en nuestra época, de la misma manera en cómo escribimos. Leer, no nos
olvidemos, no es descifrar. No es un tema menor, no tengo ganas de escribir
mucho pero creo ser claro. Los silencios, los objetos, los mundos son otros. Y
por lo general una parte de descerebrados manejan la industria cultural,
críticos que son un coro de aprobación, seres que en el fondo son esclavos de
su ignorancia. Inconmovibles sin remedio. Como los ortodoxos y los dogmáticos.
En verdad me decepciona, leedor. No es que haya pensado, en algún momento,
mucho mejor de usted; pero que se acerque a esta columna para saber algo de las
mujeres que he conocido o he amado, me parece de una indiscreción, de un
huroneo lamentable. De esta manera advierto lo cursi; lo vulgar, lo ridículo.
Hasta lo presumido, me atrevería a decir. Cómo escribir de aquella bella joven
con quien descubrí los barrios míticos de La Boca o Barracas; qué mencionar de
la pasión desatada por esa mujer de apellido itálico y perfil griego en el
Jardín Botánico, mientras evocábamos lecturas y soñamos el mar desde el dolor y
la desesperanza. O aquella otra, en el puerto de La Coruña, con la cual corrí,
entre adoquines y grúas, una madrugada de verano antes de partir a Lisboa. No,
rocambolesco lector, no hablaré jamás de esas mujeres. Le hablaré de otras. La
insustancialidad, búsquela en otra parte. En los discursos de nuestros
burócratas, en la televisión, en el mercado del arte, en la industria del
fútbol, en las teorías de los intelectuales trepadores, por ejemplo. O en
nuestros gobernantes.
Hablaré de las musas; de esas hembras eternas, complejas, reticentes. Y tal vez
(es una vana esperanza) le sirva para descubrir el universo de Akutagawa o el
de Kenzaburo Oé.
En esencia, el primer tratado de ciencia de la literatura o de preceptiva que
jamás se haya escrito, es La Poética de Aristóteles (380-322
a. de n.e.). Sus reglas estuvieron en vigencia hasta el romanticismo. La
importancia de la obra, su mayor mérito estriba en la capacidad que demuestra
para la crítica literaria. Definió, por vez primera, los géneros literarios.
Todo lo que es creación es poesía, para Aristóteles. Habla de la poesía
homérica, la comedia antigua, la tragedia creada por Esquilo y por Sófocles.
Hablará del lenguaje poético, apreciaciones sobre el vocabulario, la necesidad
de unidad, entre otros temas.
Menos conocida es La Poética del crítico español Ignacio Luzán
Claramunt de Suelves y Gurrea (1702-1754). “El fin de la poesía es el mismo de
la poesía moral”, se equivoca don Ignacio. Con esta sentencia niega el arte en
sí.
El Ars Poetica de Horacio pertenece a la más larga de
las Epístolas de Quinto Horatius Flaccus, compuesta alrededor
del año 14 y dedicada a los Pisones. Afirma la regla absoluta de la unidad, sin
la cual no existe obra de arte. La originalidad no consiste en la novedad del
argumento sino en el proprie dicere. “Tu palabra se distinguirá de
la de todos los otros si hace sentir como nuevo el vocablo conocido”. Influirá
en el teatro francés a través de la traducción de Boileau. Fue traducida al
inglés por Ben Jonson. Horacio perteneció al círculo de los poetas de Augusto,
protegidos por el Mecenas. Es considerado uno de los más grandes poetas romanos
por la perfección de su forma.
Algo que deberíamos recordar. Nos dice monseñor Eugenio Guasta que “don Ramón
Menéndez Pidal, cuando analiza el lenguaje de la santa Teresa de Ávila, señala
que el habla de aquella, que escribió en el siglo XVI, es el castellano abulés
de fines del XV, el idioma oído en su infancia y añade que la autora de Las
moradas, si tenía que elegir entre una palabra culta poco usada y otra de
raíz popular, elegía esta última, para quitar toda afectación a lo que
escribía.
L' Art Poetique del escritor y poeta francés Nicolas
Boileau-Despréaux (1636-1711) se publicó en 1674. Está inspirada en la poética
de Horacio. Trata el arte de la poesía como vocación y oficio individual. Le
aconseja al poeta un saber gramatical estricto, una autocrítica ceñida y una
decorosa sinceridad. Estudia el epigrama, la elegía, el soneto, el madrigal,
etc. También la epopeya, la tragedia y la comedia. Hablaré también de cuales
deben ser los hábitos y costumbres del escritor. Como normativa individual.
Lleva una concepción estética sustentada en la razón, el buen uso y el sentido
común. Boileau enseña que la belleza debe buscarse en la simple verdad de la
naturaleza. Critica, además, la postura afectada o enfática. Para él son
requisitos esenciales: una inspiración controlada por la razón, un estilo
espontáneo reforzado por el oficio y la técnica a imitación de los antiguos.
Pone, finalmente, el acento en el oficio literario y en la responsabilidad
técnica y artesanal del escritor.
Aquí
están las musas, ingenuo lector. Y en las páginas de Mariana Alcoforado o en
los poemas de Louise Labé, “la bella cordelera”, poemas líricos sobre el amor
insatisfecho. Y en una de las grandes poetas de la literatura universal,
Gaspara Stampa (1523-1554), conmovedora. En sus Rimas veremos
la desesperada pasión, la trágica y apasionada mirada de una mujer que nos
recuerda a la pintora caravaggista Artemisa Gentileschi
(marginada de los libros de historia del arte hasta hace dos décadas) o a la
tormentosa y desenfrenada Camille Claudel, una mujer donde el genio iba de la
mano con la belleza. Le recomiendo, por ahora, que descubra a Gaspara Stampa,
la poeta del Cinquecento veneciano, que sostiene el código
poético pretrarquista. Estas son parte de las mejores mujeres de la humanidad.
Juntas a Hipatia, claro.
Me gusta pensar lo que postulaba Italo Calvino: “Un clásico es un libro que
nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Caro lector, hábleme de sus
mujeres. Algo más: casi no utilizo el teléfono celular. No es una virtud, es
sólo un placer de caminar por las calles, por las plazas sin necesidad de él. Y
vivo, rio, nado, voy a la cancha de Independiente y fumo en pipa. Tabaco
holandés, claro. Y, mientras leo, miro mujeres bellísimas. Esas mujeres
elegantes - cada vez se ven menos - con porte decidido, de caminar con buena
postura. Esas mujeres que nos dan confianza, que al observar la posición de los
pies nos hablan de un atractivo, del atractivo de sus caderas. Pues nos estamos
despidiendo. Soy un deambulador de la ciudad, un flâneur. No se
olvide. Y vuelva a leer a Paul Auster.
Buenos
Aires, noviembre 2024
CARLOS PENELAS – Buenos Aires,
Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA