ATANOR
Mi último acto consciente hubo de ser mi mano,
entre dormida, rozando el muslo desnudo de Elsa quien – también en sueños –
soñaría con el momento en que esa situación pudiera repetirse cualquier día,
todos los días; sin que para ello tuviéramos que esperar el alejamiento de él,
o un viaje, o inventar algo.
Ultimo contacto que tuve con el medio que me
rodea a diario. Después si no me equivoco, caí de la cama; rodé, rodé y rodé
hasta descender, muy abajo, más allá del suelo en que está sostenida la casa.
Entre tumbos, moretes – como diría Beatriz – y sangre derramada, llegué hasta más
allá de nada y de todo. Encontré un abismo oculto, intrincado, retorcido. Tortura
suprema, goce de saber que se sufre sin que ello lo inmute a uno.
Algo así como el Infierno, ¿o es que era el
Infierno? Saber del dolor; pero no del dolor en los otros, sino del dolor en
uno mismo, en la piel que llevamos, en la carne, con la sangre que – goteando –
marca las piedras de la caída.
¿Era el Infierno? Probablemente no lo sepa
nunca. Allí donde invisibles alquimias, mecanismos que el calor transforma con
sus llamas generando creaciones singulares, demostrando que el Mal puede crear,
ser, existir, tener entidad, aunque los santos proclamen lo contrario y los
opuestos luchen denodadamente.
Allí estaba, Atanor yo, conteniendo las
sustancias alquímicas en franco proceso de transmutación.
Al despertar recordaba el muslo desnudo de Elsa como último contacto con la realidad; con la Libertad, como hubiera expresado Beatriz.
20/5/1976
ANTONIO
LAS HERAS – Buenos
Aires, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO Y ASESOR CULTURAL DE
ASOLAPO ARGENTINA
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