ERROL FLYNN Y “MACOCO”, BREVE HISTORIA DE UNA
ENTRAÑABLEAMISTAD
Las andanzas de nuestro playboy se
han internacionalizado y las registra el mundo. Hace ya casi cinco años, Netflix me
compró los derechos para realizar una serie de más diez capítulos; pero las
cosas son lentas y no se sabe cuándo se habrá de concretar la filmación.
“Cuestión de paciencia nomás, me consoló uno de los responsables”.
Pero hay una anécdota sabrosa que
vale la pena referir. “Macoco” era acérrimo enemigo de la venta de bienes y
empedernido partidario de la compra de todo lo que le gustaba. Adolfo Bioy
Casares, su primo, le confesó delante de mí, que siempre había sentido una sana
envidia por su vida de seductor. “¡Ah, Macoquito! -exclamó Bioy
sonriendo con ironía-. Vos sí que fuiste un seductor internacional.
Conquistaste las mujeres más bellas de todo el mundo, en tanto que yo me quedé
en los vuelos de cabotaje; además de comprar casi compulsivamente todo lo que
te impresionaba, nunca te privaste de nada, che”. Era tan así que cuando yo
quise vender un automóvil, “Macoco” me aconsejó con severidad: “No, pibe, no
hay que vender nada; todo lo contrario, se debe ser comprador. Si tenés un
auto, podés tener dos. No te olvides que todo está a la venta en esta vida;
solo hay que encontrarle el precio”. Actitud que él no practicó, por
supuesto, porque terminó perdiendo casi toda su heredada fortuna; aunque
cumpliendo con aquella frase que aconseja a los demás hacer lo que uno
pregona, no lo que uno mismo hace. “Macoco” era un indiscutible
maestro de vida; además de pertenecer a la raza de nuestros sabios criollos
viejos. Esos que hoy ralean.
Y concluyó “Macoco” con evidente
melancolía:
Pobre Errol, ya vencido por un cáncer hepático, como consecuencia del exceso de alcohol, se recluyó en el velero y lo encontraron muerto en alta mar, a la deriva de los vientos”. Así se murió solo y abatido por su incurable enfermedad”. Se dice que el médico encargado de realizar su autopsia, un 14 de octubre de 1959, estaba convencido de que había un error en la historia clínica del fallecido. El documento afirmaba que el cadáver pertenecía a un hombre al que le faltaban solo un par de meses para cumplir los 50 años de edad. Pero todo contradecía esa información. El hombre, muerto tras un fulminante paro cardíaco, tenía cirrosis, divertículos en el colon y otras mortales afecciones. La autopsia reveló también que en el momento de su muerte tenía un 0,25 por ciento de alcohol en sangre y que sufría, como si fuera poco, de verrugas genitales. Por su estado físico, el galeno creía que el paciente estaba cerca de los 80 años. Los excesos no perdonan.
En su libro de memorias My
Wicked, Wicked Ways (que tengo ante mí y fue publicado poco después de
su muerte), el propio Flynn repasa su infancia haciendo hincapié en su
Australia natal y los internados ingleses de los que había sido expulsado una y
otra vez por pasarse de pícaro. “En primer lugar, si bien es cierto que
desde pibe me rebelé contra Dios -rezonga-. Con el Supremo
nunca nos pudimos entender”. En este volumen también me propongo contar mi vida
antes de Hollywood. Nací el 20 de junio de 1909, en Hobart, Tasmania, donde mis
padres se habían mudado poco antes de mi llegada al mundo; fui luego pupilo en
Londres y, tras mi expulsión, de un colegio de Sidney, del que me echaron por
mi afición a las peleas y mis aventuras con chicas. En esa época nació mi hija
Sean Lislie, un encanto la nena, producto de una aventura con una de las
lavanderas que trabajaba en la institución, porque en esa época yo no le
perdonaba la vida a ninguna mujer que me atraía y se cruzaba en mi camino”.
Sin embargo, para Flynn, el éxito en
Hollywood no fue tan inmediato y después de repetidos fracasos le llegó de
manera inesperada, después de un año y medio en la ciudad y habiendo
participado de películas olvidables, y ya bastante desanimado, pensando en
renunciar y volver a su país, la suerte le cambió cuando el estudio decidió
ponerlo como protagonista del film El capitán Blood que se
había quedado sin el actor principal por la renuncia del británico Robert
Donat, famoso por sus actuaciones en la película Men of Tomorrow y
en La vida privada de Enrique VIII, en donde interpretó a Thomas
Culpeper. Así, en 1935, de la noche a la mañana, pasó de virtual desconocido a
ser una estrella de taquilla al que la prensa le adjudicó el título de
“heredero de Douglas Fairbanks”, el ídolo de las películas épicas del cine
mudo. Luego Las aventuras de Robin Hood le abrieron
definitivamente las puertas del éxito.
A partir de ese momento, el
extrovertido Errol Flynn apareció como protagonista de películas que
aprovechaban su elegante estampa y su notable capacidad atlética: fue héroe de
guerra en el filme La carga de la brigada ligera, dirigida por
Michael Curtiz y en La escuadrilla de la aurora. En su tiempo
libre, que le quedaba entre rodaje y rodaje, no dejó de acercarse a sus
habituales escapadas nocturnas, se casó con la actriz francesa Lili Damita, un
matrimonio que no limitó sus modos de seductor ya que hacia principios de los
‘40, gracias al filme Las aventuras de Robin Hood y El
caballero audaz, además de la admirada sociedad cinematográfica que tenía
con la bella y talentosa Olivia de Havilland (con la que hizo ocho películas)
se lo veía en su mejor momento, hasta el punto de considerarse intocable e
inimputable. Pronto comprobaría que esa comodidad no era del todo cierta.
En 1942, Betty Hansen y Peggy La Rue
Satterlee denunciaron que Flynn había abusado sexualmente de ellas. “¡Cosas
de la bebida, ya que en una borrachera se pueden exacerbar los ánimos! De todas
maneras es raro porque Errol es un seductor incapaz de ejercer la violencia
contra ninguna mujer y, menos aún, sobre una menor de edad -lo
defendió Cary Grant, otro grande e íntimo suyo-. Son disparates que
inventan algunas muchachas para hacerse de algunos dólares”. En este caso
el hecho habría ocurrido en su yate Zaca, obsequio de su amigo
“Macoco”. En una de esas salvajes fiestas de Hollywood, que el actor solía
frecuentar, se ubicaban los hechos. Como ambas eran menores de edad, la
fiscalía lo acusó por violación de menores, un cargo que suponía una condena
máxima de 25 años de cárcel. “Estoy sorprendido. No entiendo esto. Apenas
toqué a esas chicas”, se asombró Flynn, cuando fue liberado luego de pagar
la fianza de 1.000 dólares, mientras se aclaraba el enojoso asunto, dando la
razón a Cary Grant y Catherine Hepburn, Gary Cooper y Greta Garbo, Bette Davis
y Robert Mitchum, algunos de los tantos actores que salieron en su defensa.
Pero claro, el gusto por el whisky y los arrebatos del actor no eran un secreto
para nadie. Años después, en su libro Hollywood Babilonia, el
escritor Kenneth Anger aseguró que la acusación contra el actor estaba
directamente relacionado con la revancha que la policía de Los Ángeles se
tomaban contra los estudios Warner Bros por el escaso monto de
dinero en concepto de sobornos que les estaban pagando.
Más allá de esa posible trama de
corrupción, lo cierto es que el juicio se convirtió en un espectáculo casi
circense. Algo que benefició al abogado de Flynn, Jerry Geisler, aprovechando
para destruir la reputación de las denunciantes mencionando sus relaciones
anteriores con hombres casados y hasta los abortos a los que se habían
sometido. Después de deliberar 13 horas, el jurado de nueve mujeres y tres
hombres llegó a la conclusión de que el actor era inocente. “Sabía que esas
mujeres lo iban a absolver. Estaban ahí mirándolo con adoración como si fuera
un hijo, o algo así”, protestó Satterlee, una de las presuntas víctimas
tras la resolución. Y aunque la imagen del genial Errol Flynn había sufrido un
duro golpe por su paso por los tribunales, la experiencia también resultó, por
increíble que parezca, un nuevo romance para él. Durante el juicio, el galán de
Hollywood conoció a Nora Eddington, chica de 19 años, que atendía el bar de la
corte y era además la hija de un sheriff. La relación tuvo como consecuencia un
embarazo y en seguida un segundo casamiento con eventual segundo divorcio para
el intérprete.
Sin embargo, todo el enredo legal e
incluso su nuevo casamiento dañaron considerablemente los proyectos laborales
de Flynn. Pero lo que se dañó más fue su vínculo con el público de manera más
que significativa; sobre todo por su comportamiento durante la Segunda Guerra
Mundial. Durante ese momento, el actor ya tenía la nacionalidad estadounidense
y aunque intentó enrolarse en el ejército se lo rechazó por cuestiones de
salud, por no decir de exceso de alcohol y sexo. Ya para esa época Flynn tenía
serios problemas de corazón y sufría de recurrentes ataques de pánico, acaso
debido a la malaria que, entre otras cosas, lo habían afectado en su juventud.
El problema para sus otrora admiradores fue que durante los pasajes más
cruentos de la guerra, Flynn seguía exhibiendo un estilo de vida alocada y
promiscua. A pesar de ese estado de situación, el actor siguió filmando y hasta
protagonizó dos películas de propaganda para alentar los esfuerzos de los
aliados, Rebelión (1943) y Aventuras en Birmania (1945).
Pero los excesos empezaron a pasarle
factura. En el rodaje de Las aventuras de Don Juan (1949), su
deterioro físico era visible y sus problemas de memoria empezaron a afectar la
marcha de la producción. Una seguidilla de fracasos de taquilla contribuyeron
que los estudios, atentos al dinero que le costaban sus desmanes, dejaron de
convocarlo. Algo que ofendió profundamente al actor, que tomó la decisión de
irse a trabajar a Europa, donde fue favorablemente acogido para filmar El
bribón del mar, uno de esos relatos de piratas que en otro tiempo lo habían
convertido y sostenido como brillante estrella del cine de acción. Sin embargo,
la magia del género y de él en particular como su representante más famoso ya
parecía agotada. Frustrado por los papeles que le ofrecían, Errol Flynn decidió
que había llegado el momento de tomar las riendas de su carrera, invirtió todo
su dinero para producir La historia de Guillermo Tell, un proyecto
en el que también invirtió la productora de “Macoco” y de Howard Hughes, y que
sin embargo resultó incompleto y fracasado dejándolo prácticamente en la ruina;
no así a sus productores asociados que asimilaron todas las pérdidas.
Su precaria situación económica lo
forzó entonces a aceptar todos los papeles que le ofrecían para mantener su
dependencia al alcohol, una combinación que no resultó en grandes logros
artísticos, sino todo lo contrario. Se sabe, no obstante, que hubo excepciones
como Y ahora brilla el sol, película basada en la novela de Ernest
Hemingway, que famosamente dijo haber odiado todo el film, que le pareció una
adaptación menor e incomprensible; salvo la gloriosa interpretación de Flynn.
Con mucho esfuerzo pudo completar el rodaje de Demasiado y muy pronto,
un recuento ficcional del vínculo de John Barrymore con su hija Diane.
Curiosamente, Barrymore había sido uno de los amigos más cercanos y compañero
de juergas del australiano, hasta el punto de que lo hizo formar parte del
grupo que asistió a su velorio para tomar “prestado” el cadáver y llevárselo a
tomar un último trago antes de su entierro.
Por aquellos días, consciente de que
el Hollywood en el que había reinado ya estaba en camino de desaparecer o
transformarse en otra cosa, el actor decidió pasar su tiempo en el mar a bordo
del Zaca, su yate de 120 pies, beber dos litros de vodka por día y
entretener a su nueva novia, Beverly Aadland, a la que había conocido cuando
ella aún era menor de edad y él seguía casado con su tercera esposa, la actriz
Patrice Wymore. Esa mujer que el 14 de octubre de 1959 se transformó en la
viuda del hombre que lucía como de 80 años, y ya no se parecía en nada al
galante aventurero del prolijo bigotito, infatigable surcador de mares en la
pantalla grande y en la vida real. En muchas ocasiones acompañado por “Macoco”,
nuestro playboy y su amante Rita Cansinos, más conocida como Rita Hayworth.
Errol Leslie Thomson Flynn nació en
Battery Pointe, Australia, el 20 de junio en 1909 y murió el 14 de octubre de
1959, en Vancouver, Canadá. Estuvo casado con Patrice Wymore, Norah Eddington y
Lili Damita y fue un generoso padre de cuatro hijos: Sean Leslie Flynn, Rory
Flynn, Arnella Roma Flynn y Deirdre Flynn Flynn. El alcohol fue su perdición y
lo llevó a contraer abultadas deudas y a morir en soledad mientras navegaba.
Martín Máximo de Álzaga Unzué, nuestro “Macoco”, que como Jorge Luis Borges y
todo buen argentino, consideraba la amistad un bien supremo, nunca olvido a
Errol Flynn y lo recordaba con entrañable afecto.
ROBERTO ALIFANO –
Buenos Aires, Argentina
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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