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sábado, 5 de agosto de 2023

ATRAPADOS SIN SALIDA - Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina

 



ATRAPADOS SIN SALIDA 

Me quiero negar a ser un pesimista, pero no puedo. Los hechos que suceden en el cada día del devenir de nuestra golpeada Argentina me ponen entre la espada y la pared. Analizar la decadencia de este entrañable país es una de las formas más ingratas del desconsuelo. Para ser sincero, cada día entreveo menos alguna solución que más posibles desaciertos. Las cosas, con un arco político tan mediocre, se muestran de gris oscuro tendiendo a negro.

Recuerdo aquello de Aristóteles, el célebre filósofo, polímata y científico griego, nacido en la ciudad de Estagira, al norte de la Antigua Grecia, considerado junto a Platón como el padre del pensamiento occidental, que sostenía que el hombre es un ser social por naturaleza; es decir, un homo politicus (animal político) imposibilitado de poder vivir aislado y sin contacto con sus semejantes. Para el estagirita el ser solitario solo puede ser posible en alguien superior (dios o héroe) o inferior (bestia), pero nunca en un ser humano. Por lo tanto, nadie se puede aislar definitivamente ni transformarse en lobo de las estepas, ya que el hombre es un ser gregario y, por consiguiente, el mentado homo politicus; esto significa que nos diferenciamos de todos los demás seres vivos, entre otras cosas, porque necesitamos compañía y, por lo tanto, organizarnos políticamente. Esta relación debe tener como base el bien común y la felicidad de cada uno, algo que en nuestros días la mayoría de los que ejercen cargos políticos parecen no tener en cuenta, o ignorarlo mirando su propia panza y rascándose para dentro e inculcando a mansalva el sálvese quién puede.

Actitud, como tal, reflejada en la política argentina y clave menos en el pensamiento filosófico que en la práctica de la democracia, pues plantea en su concepto original que el hombre no puede ser concebido fuera de su relación con el Estado por su condición de ciudadano, y en cuanto a la convivencia con los diversos grupos sociales, se deben brindar en un espacio de entendimiento y coexistencia pacífica; de lo contrario se generan, como es natural, fricciones, conflictos de intereses y problemas de diversa índole que llevan al inevitable enfrentamiento. Por ello, las sociedades necesitan regulaciones (normas, leyes, principios y valores) que alivien las dificultades inherentes a toda forma de relación y asegure una coexistencia armoniosa donde prevalezcan conceptos esenciales como la justicia, el respeto, la tolerancia y la solidaridad.

En este marco de relación social entre argentinos (bastante ajenos a los principio democráticos de los griegos), comprobamos que esta forma de convivencia ha implosionado, y asistimos a un fin de los tiempo que ante tamaña crisis de convivencia aún no nos revela la forma que podrá asumir después del resultado de estas elecciones, pero que en el presente expone su fracaso a través de una excluyente grieta. Hay, sin embargo, muchos ingenuos que esperan un cambio violento o definitivo; esto es, una revolución, algo imposible de suceder en una sociedad fragmentada y sin liderazgos válidos de partidos, menos aún de individuos. En todo caso, lo que puede preverse es un desborde social con proximidad al caos o, en otros términos, que admite una revuelta como posibilidad de toma de conciencia y por ende una probable salida, que no es lo mismo que una revolución. A grandes rasgos, agreguemos que una revolución social es la que transforma a una sociedad, produciendo una profunda ruptura entre el orden establecido con anterioridad y el que surge tras el episodio.

Ahora bien, ¿hay en la Argentina algún caldo de cultivo que se pueda producir tal fenómeno? Desde nuestro punto de vista no, definitivamente no. Para Karl Marx, la revolución debe ser considerada como un “todo individual” que involucre a “las mayorías” sin exclusiones; es decir, la revolución se hace en cada una de las facetas posibles que supone la palabra, y a través de un “cambio radical” en lo político, económico y social. Supone, de esta manera, un nuevo sistema con plataformas concretas en cada aspecto de su propuesta. Más cercana nuestros días, para la recordada socióloga Hannah Arendt, “la revolución social para tener éxito debe orientarse esencialmente en el alcance de la libertad”, ya que las revoluciones que solo aspiran a superar situaciones coyunturales de miseria, pobreza o corrección de “algunos abusos sin cambiar los usos”, tienden a descomponerse inmediatamente. En consecuencia, para esta pensadora, cualquier revolución social que no tenga como objetivo primordial alcanzar ese bien supremo habrá de fracasar: verbigracia la Revolución Francesa.

Este fin de los tiempos no es una culminación del concepto, sino la primera etapa de su decadencia; es decir, el despojo de una voluntad que se ha vuelto ineficaz para impulsar su propio movimiento de fundamentales cambios y ha caído en la extenuación. Ante tal etapa, ¿qué puede esperarse? A través de una lógica social no se vislumbran aún consuelos optimistas; menos, todavía, una salida coherente. Por otro lado, el propio hartazgo de la sociedad vuelve irracional todo lo posible. Este descreimiento y hartazgo de la política es el otro gran obstáculo.

Es así que el presente argentino ofrece una respuesta casi trágica ante tamaña situación, ya que “agoniza el animal político”, y no se trata solo de una cuestión de intereses, como suele repetirse ante las ideas de lo social y lo público. El asunto es mucho más arduo y complejo porque se devalúan fundamentos, al tiempo que se denuncian ausenciasEl lado grotesco de esta hondonada histórica es la parodia, que en campañas electorales elabora propuestas bajo su propia impotencia, mostrando el fracaso de ambiciones particulares o partidarias desmesuradas y sin posibilidades de concreción ante el descalabro de los hechos. Esto florece ahora en las pantallas de televisión donde los candidatos son una repetición de humor mediático expuestos como caricaturas en casi todos los casos. Los spots, que apelan a elementos absurdos y grotescos de la más mediocre sustancia, causan pavor haciendo que el destinatario lo padezca en carne propia por el contraste más violento consigo mismo; acciones, deseos o actitudes provocativas que se entrecruzan de un modo ambicioso y cómico, casi hirientes en la sensibilidad del receptor.

La verdad, la pura verdad, es que la Argentina es un país quebrado con demasiados aspirantes a ser presidentes, como si esa tarea fuera sencilla y ya se hubieran mostrado las cualidades necesarias para dar el salto desde una banca en el Congreso, desde una gobernación provincial, desde un Municipio o, con más modestia desde un modesto cargo burocrático gubernamental.

El fracaso del actual gobierno kirchnerista, que comenta los desaciertos propios como si fueran comentaristas políticos, con un presidente dibujado es tan lamentable que ese cargo supremo parece estar en oferta bajo el lema “se rifa una presidencia de la Nación”. Pasándose por alto los obstáculos que debieron desafiar quienes estuvieron allí y se brinda a través de propuestas frívolas y obvias que, de antemano, se saben sin soluciones. Parece como si estos candidatos no se convencieran de que la tarea es un imposible para las capacidades humanas de los candidatos. Así como es difícil volver del ridículo acaso lo es más volver del puro grotesco.

De tal modo, el proceso muestra desacuerdos profundos entre competidores de poca monta, empezando por la forma que deben adoptar en cada distrito. El silencio de proyectos tampoco puede ser tapado por cantos de sirenas y consignas que llenan, por horas, una plaza, cuya asistencia es obligatoria para quienes reciben planes sociales y otros favores del Estado. La temeridad parece estar por encima de todo. Un ex alcalde del conurbano bonaerense, al frente del Ministerio de Economía, que asumió con ínfulas de dominar una inflación que superará el record interanual del 100 por ciento, es el candidato a la presidencia por parte del oficialismo, creyendo que tiene una llave maestra para destrabar la economía; algo que no ha logrado en todo un año que lleva al frente de esa cartera. Conclusión, el objetivo final del Gobierno es llegar como se pueda a las elecciones. Lo que viene después es harina de otro costal. El relato es el colmo de la mentira en boca de cualquier político profesional; más en los del oficialismo.

También es otro disparate la estrategia de los nombres que adoptan los Nuevos Frentes políticos que, como panqueques, mutan y se dan vuelta en el aire. El llamado Frente de todos, cambió el “todo” y derivó en “Frente por la Patria”, que en este caso usando esta última palabra con connotaciones cuasi sagradas, suena bastante melancólico, en especial en un partido político que no logra consolidar una alianza ni siquiera con otro grupo del mismo palo, mientras se suceden particiones inesperadas, bajo la falsa creencia de que el cambio de nombre y, eventualmente, el desplazamiento de un capo aseguran la suficiente novedad como para alentar un poco de entusiasmo en su electorado.

En términos generales, los países con democracias estables, tienen partidos igualmente estables, aunque se cambien las alianzas y los acuerdos. Argentina, que hace algunas décadas pareció tener esa configuración creíble y duradera, la ha perdido. Los nuevos dirigentes deben encontrar nuevos lugares y crear divisiones también nuevas como única táctica que se les ocurre para perdurar. Lo único que saben hacer frente al desequilibrio es cobrar más impuestos y fabricar más dinero, que alimenta más inflación de la que hay. En esa dirección el candidato libertario se tiene más confianza y se empeña en fundar lo suyo prescindiendo de todo; la derecha liberal que representa sigue por caminos conocidos estableciendo un liderazgo único apoyado en varios servidores que demuestran conocer el itinerario. Que a la mayoría no le guste ese sendero no afecta la posibilidad de consolidarlo entre sectores del liberalismo extremo y bases a quienes les atraiga el populismo de derecha que tiene un discurso entusiasta, acaso menos posible y serio que divertido y agresivo. Las izquierdas, como parodia de ellos mismos, se muestran cada día más divididos y confusos. En uno de sus últimos discursos el candidato Massa ha expresado enfáticamente que la izquierda es él, la vice-presidenta Kirchner así como lo fueron Evita y Perón en el remoto pasado.

En fin, de esta manera, la ciudadanía argentina, en el colmo del hartazgo, se aproxima hacia unas elecciones que con cada vez menos votantes y más allá del triunfo electoral que no augura los cambios que el país necesita para salir del pozo en el que los mismos protagonistas de siempre lo han metido, con todo un pasado a cuesta que los muestra nada creíbles, las corporaciones políticas se aproximan a una elección -quizá la más bastarda y peor de todas- donde el único futuro que exhiben sus mediocres protagonistas es el agónico presente donde la enjundia y las promesas no escasean.

Recuerdo ahora que el filósofo Thomas Carlyle, decía que “la democracia es el caos provisto de urnas electorales”; y, dolorosamente, aunque otros afirmen que de los sistemas políticos es el más eficaz, yo, sin tomar partido y en la permitida duda, dejo ahí el enojoso asunto. Las dictaduras, sin duda son peores y han probado que además de ineficaces, son asesinas. Resignémonos, queridos compatriotas. Quizá algún día, quién nos dice…


ROBERTO ALIFANO, Buenos Aires, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


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