ATRAPADOS SIN SALIDA
Me
quiero negar a ser un pesimista, pero no puedo. Los hechos que suceden en el
cada día del devenir de nuestra golpeada Argentina me ponen entre la espada y
la pared. Analizar la decadencia de este entrañable país es una de las formas
más ingratas del desconsuelo. Para ser sincero, cada día entreveo menos alguna
solución que más posibles desaciertos. Las cosas, con un arco político tan
mediocre, se muestran de gris oscuro tendiendo a negro.
Recuerdo
aquello de Aristóteles, el célebre filósofo, polímata y científico griego,
nacido en la ciudad de Estagira, al norte de la Antigua Grecia, considerado
junto a Platón como el padre del pensamiento occidental, que sostenía que el
hombre es un ser social por naturaleza; es decir, un homo politicus (animal
político) imposibilitado de poder vivir aislado y sin contacto con sus
semejantes. Para el estagirita el ser solitario solo puede ser posible en
alguien superior (dios o héroe) o inferior (bestia), pero nunca en un ser
humano. Por lo tanto, nadie se puede aislar definitivamente ni transformarse en
lobo de las estepas, ya que el hombre es un ser gregario y, por consiguiente,
el mentado homo politicus; esto significa que nos diferenciamos de
todos los demás seres vivos, entre otras cosas, porque necesitamos compañía y,
por lo tanto, organizarnos políticamente. Esta relación debe tener como
base el bien común y la felicidad de cada uno, algo que en nuestros días la
mayoría de los que ejercen cargos políticos parecen no tener en cuenta, o
ignorarlo mirando su propia panza y rascándose para dentro e inculcando a
mansalva el sálvese quién puede.
Actitud, como tal, reflejada en la política argentina y clave menos en
el pensamiento filosófico que en la práctica de la democracia, pues plantea en su
concepto original que el hombre no puede ser concebido fuera de su relación con
el Estado por su condición de ciudadano, y en cuanto a la convivencia con los
diversos grupos sociales, se deben brindar en un espacio de entendimiento y
coexistencia pacífica; de lo contrario se generan, como es natural, fricciones,
conflictos de intereses y problemas de diversa índole que llevan al inevitable
enfrentamiento. Por ello, las sociedades necesitan regulaciones
(normas, leyes, principios y valores) que alivien las dificultades inherentes a
toda forma de relación y asegure una coexistencia armoniosa donde prevalezcan
conceptos esenciales como la justicia, el respeto, la tolerancia y la
solidaridad.
En
este marco de relación social entre argentinos (bastante ajenos a los principio
democráticos de los griegos), comprobamos que esta forma de convivencia ha
implosionado, y asistimos a un fin de los tiempo que ante tamaña crisis de
convivencia aún no nos revela la forma que podrá asumir después del resultado
de estas elecciones, pero que en el presente expone su fracaso a través de una
excluyente grieta. Hay, sin embargo, muchos ingenuos que esperan un cambio
violento o definitivo; esto es, una revolución, algo imposible de suceder en
una sociedad fragmentada y sin liderazgos válidos de partidos, menos aún de
individuos. En todo caso, lo que puede preverse es un desborde social con
proximidad al caos o, en otros términos, que admite una revuelta como
posibilidad de toma de conciencia y por ende una probable salida, que no es lo
mismo que una revolución. A grandes rasgos, agreguemos que una revolución
social es la que transforma a una sociedad, produciendo una profunda ruptura
entre el orden establecido con anterioridad y el que surge tras el episodio.
Ahora
bien, ¿hay en la Argentina algún caldo de cultivo que se pueda producir tal
fenómeno? Desde nuestro punto de vista no, definitivamente no. Para Karl Marx,
la revolución debe ser considerada como un “todo individual” que involucre a
“las mayorías” sin exclusiones; es decir, la revolución se hace en cada una de
las facetas posibles que supone la palabra, y a través de un “cambio radical”
en lo político, económico y social. Supone, de esta manera, un nuevo sistema
con plataformas concretas en cada aspecto de su propuesta. Más cercana nuestros
días, para la recordada socióloga Hannah Arendt, “la revolución social para
tener éxito debe orientarse esencialmente en el alcance de la libertad”, ya que
las revoluciones que solo aspiran a superar situaciones coyunturales de
miseria, pobreza o corrección de “algunos abusos sin cambiar los usos”, tienden
a descomponerse inmediatamente. En consecuencia, para esta
pensadora, cualquier revolución social que no tenga como objetivo primordial
alcanzar ese bien supremo habrá de fracasar: verbigracia la Revolución Francesa.
Este
fin de los tiempos no es una culminación del concepto, sino la primera etapa de
su decadencia; es decir, el despojo de una voluntad que se ha vuelto ineficaz
para impulsar su propio movimiento de fundamentales cambios y ha caído en la
extenuación. Ante tal etapa, ¿qué puede esperarse? A través de una lógica
social no se vislumbran aún consuelos optimistas; menos, todavía, una salida
coherente. Por otro lado, el propio hartazgo de la sociedad vuelve irracional
todo lo posible. Este descreimiento y hartazgo de la política es el
otro gran obstáculo.
Es
así que el presente argentino ofrece una respuesta casi trágica ante tamaña
situación, ya que “agoniza el animal político”, y no se trata solo de
una cuestión de intereses, como suele repetirse ante las ideas de lo social y
lo público. El asunto es mucho más arduo y complejo porque se devalúan
fundamentos, al tiempo que se denuncian ausencias. El lado grotesco
de esta hondonada histórica es la parodia, que en campañas electorales elabora
propuestas bajo su propia impotencia, mostrando el fracaso de ambiciones
particulares o partidarias desmesuradas y sin posibilidades de concreción ante
el descalabro de los hechos. Esto florece ahora en las pantallas de
televisión donde los candidatos son una repetición de humor mediático expuestos
como caricaturas en casi todos los casos. Los spots, que apelan a
elementos absurdos y grotescos de la más mediocre sustancia, causan pavor
haciendo que el destinatario lo padezca en carne propia por el contraste más
violento consigo mismo; acciones, deseos o actitudes provocativas que se
entrecruzan de un modo ambicioso y cómico, casi hirientes en la sensibilidad
del receptor.
La
verdad, la pura verdad, es que la Argentina es un país quebrado con demasiados
aspirantes a ser presidentes, como si esa tarea fuera sencilla y ya se hubieran
mostrado las cualidades necesarias para dar el salto desde una banca en el
Congreso, desde una gobernación provincial, desde un Municipio o, con más
modestia desde un modesto cargo burocrático gubernamental.
El
fracaso del actual gobierno kirchnerista, que comenta los desaciertos propios
como si fueran comentaristas políticos, con un presidente dibujado es tan
lamentable que ese cargo supremo parece estar en oferta bajo el lema “se rifa
una presidencia de la Nación”. Pasándose por alto los obstáculos que debieron
desafiar quienes estuvieron allí y se brinda a través de propuestas
frívolas y obvias que, de antemano, se saben sin soluciones. Parece como si
estos candidatos no se convencieran de que la tarea es un imposible para las
capacidades humanas de los candidatos. Así como es difícil volver del
ridículo acaso lo es más volver del puro grotesco.
De
tal modo, el proceso muestra desacuerdos profundos entre competidores de poca
monta, empezando por la forma que deben adoptar en cada distrito. El silencio
de proyectos tampoco puede ser tapado por cantos de sirenas y consignas que
llenan, por horas, una plaza, cuya asistencia es obligatoria para quienes
reciben planes sociales y otros favores del Estado. La temeridad parece estar
por encima de todo. Un ex alcalde del conurbano bonaerense, al frente del
Ministerio de Economía, que asumió con ínfulas de dominar una inflación que
superará el record interanual del 100 por ciento, es el candidato a la
presidencia por parte del oficialismo, creyendo que tiene una llave maestra
para destrabar la economía; algo que no ha logrado en todo un año que lleva al
frente de esa cartera. Conclusión, el objetivo final del Gobierno es
llegar como se pueda a las elecciones. Lo que viene después es harina de otro costal.
El relato es el colmo de la mentira en boca de cualquier político profesional;
más en los del oficialismo.
También
es otro disparate la estrategia de los nombres que adoptan los Nuevos Frentes
políticos que, como panqueques, mutan y se dan vuelta en el aire. El llamado
Frente de todos, cambió el “todo” y derivó en “Frente por la Patria”, que en
este caso usando esta última palabra con connotaciones cuasi sagradas, suena
bastante melancólico, en especial en un partido político que no logra consolidar
una alianza ni siquiera con otro grupo del mismo palo, mientras se suceden
particiones inesperadas, bajo la falsa creencia de que el cambio de nombre y,
eventualmente, el desplazamiento de un capo aseguran la suficiente novedad como
para alentar un poco de entusiasmo en su electorado.
En
términos generales, los países con democracias estables, tienen partidos
igualmente estables, aunque se cambien las alianzas y los acuerdos. Argentina,
que hace algunas décadas pareció tener esa configuración creíble y duradera, la
ha perdido. Los nuevos dirigentes deben encontrar nuevos lugares y crear
divisiones también nuevas como única táctica que se les ocurre para perdurar.
Lo único que saben hacer frente al desequilibrio es cobrar más impuestos y
fabricar más dinero, que alimenta más inflación de la que hay. En esa dirección
el candidato libertario se tiene más confianza y se empeña en fundar lo suyo
prescindiendo de todo; la derecha liberal que representa sigue por caminos
conocidos estableciendo un liderazgo único apoyado en varios servidores que
demuestran conocer el itinerario. Que a la mayoría no le guste ese sendero no
afecta la posibilidad de consolidarlo entre sectores del liberalismo extremo y
bases a quienes les atraiga el populismo de derecha que tiene un discurso
entusiasta, acaso menos posible y serio que divertido y agresivo. Las
izquierdas, como parodia de ellos mismos, se muestran cada día más divididos y
confusos. En uno de sus últimos discursos el candidato Massa ha expresado
enfáticamente que la izquierda es él, la vice-presidenta Kirchner así como lo
fueron Evita y Perón en el remoto pasado.
En
fin, de esta manera, la ciudadanía argentina, en el colmo del hartazgo, se
aproxima hacia unas elecciones que con cada vez menos votantes y más allá del
triunfo electoral que no augura los cambios que el país necesita para salir del
pozo en el que los mismos protagonistas de siempre lo han metido, con todo un
pasado a cuesta que los muestra nada creíbles, las corporaciones políticas se
aproximan a una elección -quizá la más bastarda y peor de todas- donde el único
futuro que exhiben sus mediocres protagonistas es el agónico presente donde la
enjundia y las promesas no escasean.
Recuerdo ahora que el filósofo Thomas Carlyle, decía que “la democracia es el caos provisto de urnas electorales”; y, dolorosamente, aunque otros afirmen que de los sistemas políticos es el más eficaz, yo, sin tomar partido y en la permitida duda, dejo ahí el enojoso asunto. Las dictaduras, sin duda son peores y han probado que además de ineficaces, son asesinas. Resignémonos, queridos compatriotas. Quizá algún día, quién nos dice…
ROBERTO ALIFANO, Buenos Aires, Argentina
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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