EL
UNIVERSO
A Don José Ruiz Rosas, con infinita gratitud
Cada hombre
es un universo dentro de un universo global. El misterio es elemento vital de
su esencia, de su ser. Mientras filósofos y teólogos discutirán este tema hasta
el fin de los tiempos, sin relativismos de la postmodernidad (al menos eso me
parece lo mejor), hay un universo personal que me interesó conocer, ese fue el
del físico José O´Brien.
Nació en Lima un 14 de mayo de 1941 y falleció
un 5 de mayo del 2012. Por decisión propia se convirtió en teólogo, nunca
estuvo en clases de alguna universidad, mucho menos tuvo un título que lo
acreditara ante la academia intelectual como tal. Cuentan que de niño caminaba
en las noches por la azotea de su casa y observaba las estrellas con un
telescopio alquilado. Ni su madre pudo presagiar este afán extremo de su hijo
por las estrellas y el firmamento. Cuentan también que en frecuentes tardes, ya
de joven, podía describir la composición de nuestro sistema solar de forma
elegante y brillante. Llegó a la suposición antropológica y cósmica que el
universo encerraba parte del universo humano y éste, encerraba parte del
misterio del universo que fascinó a Newton y a Einstein.
José O´Brien, es uno de los pocos destacados
físicos que tuvo el Perú, dedicado a esta faena de entender lo que muchos
llaman el cielo, el lugar donde habita El Verbo, el hogar de Dios, el jardín de
lo divino; lugar, donde desea reposar finalmente el ánima.
Metódico como científico, con un pergamino de
quehaceres pendientes en su sencillo departamento en Breña, donde vivió su
última década. En la sala, tenía un inmenso cuadro de un fragmento del
universo. Se detenía en las tardes a observarlo; al menos, era lo más cercano en
su intenso afán.
Cultivó amistades, como hacen la mayor parte
de intelectuales, quizás por ausencia de tiempo, quizás por sensatez. Una de
esas amistades elegidas fue el egregio periodista e intelectual peruano,
Fernando Benavides. A ambos les animaba el enigma del universo, la teoría del Big
Bang, la composición del firmamento, la aparición de una nueva estrella,
los eclipses de sol, la luna, la teoría de la relatividad general, la
culpabilidad o inocencia de Galileo, la postura del catolicismo y otras religiones
frente a la ciencia. Les gustaba especular si el universo era la única obra de
Dios o podía existir otra obra infinita de semejante magnitud. ¿Por qué Dios
crearía algo que era imposible de entender a la mente humana? ¿Para demostrar
que es Dios o por otra motivación?
Ambos presumieron que la ciencia sola era
incompleta para descifrar el enigma de la vocación divina en la creación. Era
necesario indagar en otros campos, en otras ciencias, en otros universos.
José O´Brien dictaba cátedra universitaria en
la Universidad Mayor de San Marcos y se dedicó a escribir un último libro
(presagiando su muerte), al cual tituló: Los misterios del universo.
Esta obra rigurosa y fértil fue trascendente en su reconocimiento posterior y
el que le otorgó prestigio académico. Fue terminada de escribir dos años antes
de partir al universo, aquel que lo ilusionó desde niño.
Las interrogantes parecían ser infinitas: ¿Es
el tiempo del universo igual al tiempo arbitrario en nuestro mundo? ¿Los
calendarios aztecas, maya o Inca se relacionan con el espacio-tiempo del
universo? O´Brien sugería que algún calendario humano tendría mayor simetría
con el espacio-tiempo del universo. Al fin y al cabo, el tiempo del universo es
el tiempo de Dios, el real, el perfecto, el que viviremos después de este andar
entre luces y sombras, entre nuestros propios espacios y tiempos.
Todo el cosmos, lo abrevié pobremente en mi
memoria algunos años atrás, cuando leí la biografía de Einstein y llegué a
entender que el universo era un conjunto de objetos referidos, uno al otro,
dependiendo del espacio y tiempo desde el cual se miren. La biografía de
O´Brien hizo que volviera a meditar (limitadamente) sobre el enigma del
universo. Descubrí que tenía similares dudas a las del egregio físico.
Para O´Brien no estudiar el universo era no estudiarse
a sí mismo. Decía:” El cosmos tiene misterio, pero suele ser diáfano en la luz
y en el fulgor de una estrella. El cosmos tiene claridad y esperanza, no todo
es oculto al hombre”. Se convenció de Dios por el universo, a Él le debía su
creencia y el haber olvidado un pasado agnóstico. La prensa lo tildó como el
científico que entiende a Dios. Era
un convencido de la lógica Aristotélica:” Si hay un orden en la naturaleza,
existe un ser que es también ordenado”. La misma lógica emplearía O´Brien: “Si
hay un universo infinito, existe un ser infinito”.
Una mañana húmeda limeña, una misiva conturbó
su mente y los avances de su libro. Tales líneas provenían de su hermano, quien
le difundía la noticia de la muerte de su Madre. O´Brien echó a llorar durante
largos minutos (interminables). Los recuerdos de su Madre lo inundaban; el
primer regalo de Navidad (un cuento de Dickens), los paseos al atardecer viendo
la improvisación de la luna y el cumplimiento cíclico del sol, los juegos de
ajedrez nocturnos y la faena frecuente de la venta de cuadros, donde el
firmamento (como atracción de la pintura) era el delirio del pequeño científico.
Todos los recuerdos se adueñaron de él en un momento finito. Esa tarde su
universo fue su Madre, solamente ella. Comprendí que un recuerdo es infinito,
puede subsistir en la eternidad.
Era un hombre sensible al dolor y a la muerte.
Vivir sin la presunción del tener y el trabajo obligado desde niño, ofreciendo
chocolates en la Plaza de Lima, construyeron en su interior, el universo de la
sensibilidad. Debía de cumplir la misión de culminar Los misterios del Universo y exponerlo públicamente. Este hecho era irrenunciable.
O´Brien, leyó de infante El Aleph de Borges, desde
allí empezó su fascinación por los fenómenos del universo. Pensaba que quizás
habría un punto en el mundo, desde el cual se ven todos los espacios. Ese punto
estaba en su infatigable imaginación.
Mi percepción del mundo es igual en parte al
de Borges. También me imagino ese Aleph, esa primera letra del alfabeto hebreo.
Para mí el universo es un conjunto de constelaciones, estrellas, planetas,
cometas, que reflejan la divina creación. El universo inspira mis versos y mis
recuerdos. Es un infinito como la Trinidad, palabra que la sapiencia nuestra no
puede comprender.
Mi universo son las letras, la divina creación y el mundo de una niña.
Octubre,
2021
GUILLERMO FERNÁNDEZ
DEL CARPIO, Arequipa,
Perú
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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