Bienvenidos

sábado, 6 de mayo de 2023

EL PERDÓN, Yamandú Rodríguez, poeta, dramaturgo y narrador uruguayo

 











EL PERDÓN

 

Son las cinco de la tarde en un pago de leyenda.
A estas horas el ombú, se saca el poncho violeta
y lo tiende sobre el suelo curtido de la tranquera.
No pasa una virazón.
El patio se recalienta
con un brasero ‘e malvones, prendido no bien clarea,
a donde las ponedoras van a pintarse las crestas
y casi siempre murmuran su rosario las abejas.
El rancho es de palo a pique.
Parece que jué carreta;
porque entuavía se ven entre los yuyos dos ruedas:
una es la boca del pozo y la otra, la manguera.
Dicen que todo era dulce: el agua, el techo y la dueña,
una viejita muy blanca, que dejó viuda la guerra
con cuatro hijos varones…y se echó esa cruz a cuesta.
Sus manos son un milagro de amor, porque sale de ellas
tierno el pan del amasijo, tibia la leche que ordeña,
blanco de espuma el mantel en el altar de la mesa,
donde esas manos bendicen la caridad de la cena
con la hostia de la luna azulando la cumbrera.
Esas manos día a día, sacan calor de la rueca,
pa’ antibiar cuatro pichones que desplumó la pobreza.
Y esas manos de la madre, con diez palitos sin juerza,
van haciendo cuatro gauchos a rigor de potro y sierra.
Si alguna vez se enojaba con un gurí, siempre ella,
antes de cerrar la noche, le dio la mano derecha
para que él se la besara con un “¡perdoname vieja!”
Nunca se pudo dormir con un hijo en penitencia.
Y esa tarde, el más muchacho, estando solo con ella,
olvida la ley de Dios, levanta un puño y golpea
el pecho de aquella madre, que es un santa de güeña.
A’i no más monta a caballo dejándola cáida en tierra.
Y a la oración, cuando güelven los cuatro para la cena,
está el fogón apagao y hay un frío de tapera…
-¡Mama!- Naide responde.
Temblando ya, la campean.
Como buscan a la altura del corazón, no la encuentran;
porque la madre está allí, pero sobre el piso: muerta.
Los cuatro mozos de luto, al campo santo la llevan.
Pesaba tan poco en vida…y aura no pueden con ella.
Doblan por las cuatro puntas aquél pañuelo de tierra…
Caian unas flores de yuyos…se santiguan…y la dejan.
Al otro día un vecino, al pasar por allí cerca,
avisa que a la finada le quedó una mano ajuera.
¡Cómo! Se miran los cuatro y ninguno malicea,
güelven, le cubren la mano y pa’ mejor protejerla
Rodean la sepultura con un corralito ‘e piedra.
Y la misma tarde, un hombre que cruza con su caballo
les dice que vio la mano otra vez a flor de tierra…
Entonces, al más muchacho, le habló al ‘oido la conciencia;
porque se puso ‘e rodillas en el corralito ´e piedra,
bajó la frente y llorando, pa´ que la madre l´ oyera,
como cuando jué gurí, dijo: “Perdoname, vieja”.
Cubrió de besos la mano…después la cubrió de tierra…
Y como salía solo pa´perdonar la ofensa,
dende la tarde del beso ya descansó bajo tierra…
Y naides más vio la mano de la madrecita güena,
que nunca pudo dormir con un hijo en penitencia.


Yamandú Rodríguez, poeta, dramaturgo y narrador uruguayo


No hay comentarios:

Publicar un comentario