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sábado, 21 de mayo de 2022

Molina Campos o la tradición gauchesca en la pintura argentina, Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina

 



TRIBUNA

 Molina Campos o la tradición gauchesca en la pintura argentina

 

En una polémica conferencia pronunciada por Leopoldo Lugones en 1913, titulada “El Payador”, arriesga con soltura que “ya desaparecido de nuestras pampas, podemos ahora hablar del gaucho como corresponde”. Tales palabras causaron escozor en los sectores tradicionalistas, que sin hacerse esperar le salieron al cruce tratándolo de europeizante. Un par año después, indiferente a las críticas, Lugones reunió en un volumen sus polémicas ideas, causando aún mayor indignación entre los cultores del género.

Borges, que estaba de acuerdo con muchos de los pareceres de Lugones, se explayó luego sobre el tema y elaboró su propia teoría sobre la llamada “literatura gauchesca”. Para él la gente culta de la ciudad era la que escribía sobre “el gaucho”, y rescató a poetas como Bartolomé Hidalgo, Hilario Ascasubi y al célebre autor de Martín Fierro, José Hernández, aunque lo sacrifica a la mayor gloria de Domingo Faustino Sarmiento y su Facundo. En la obra de Borges abunda ese mestizo, que se resistía a extinguirse. Menos crítico que emotivo, en su famoso poema “El gaucho”, lo celebra con afecto e indulgencia. En algunos endecasílabos, escribe:

Se batió con el indio y con el godo,

Murió en reyertas de baraja y taba;

Dio su vida a la patria, que ignoraba,

Y así perdiendo, fue perdiendo todo...

Fue el matrero, el sargento y la partida.

Fue el que cruzó la heroica cordillera.

Fue el que no pidió nada, ni siquiera

La gloria, que es estrépito y ceniza.

Nunca dijo: Soy gaucho. Fue su suerte

No imaginar la suerte de los otros.

No menos ignorante que nosotros,

No menos solitario, entró en la muerte…

Pero, ¿quién fue en verdad nuestro famoso hombre de la llanura exaltado por Borges en ocasiones, criticado por Lugones y analizado hasta la médula por Ezequiel Martínez Estrada? ¿Cómo era ese nómada que habitó el país y fue inmortalizado por la llamada “literatura gauchesca”, hasta elevarlo a mito por Hernández, en el libro Martín Fierro, el más destacado de la literatura argentina?

La genealogía del gaucho es compleja y acaso la verdadera ética del criollo está en la acción. Identificado por su condición de hábil jinete y por su vínculo con la proliferación del ganado vacuno que se reprodujo en el campo como los panes y los peces bíblicos; fue desvalorado por su ocupación dispersa e inclasificable (sobre todo por los sistemas de trabajo impuestos por algunos terratenientes después de la independencia), que dieron forma al particular régimen clientelar del explotado peón rural; una actividad afín y muy reservada a nuestro hibrido personaje, hijo del español que se negó a reconocerlo y de la madre indígena, que él se negaba a reconocer.

El folklore lo tomó como arquetipo y lo difundió por el mundo con el rango de héroe nacional. Pero así como hay una literatura y una forma musical dedicada a lo gauchesco, que lo exalta y lo proyecta, y aún sigue viva, existe también una pintura orientada en esa dirección. Vale decir que las artes plásticas tampoco fueron ajenas a nuestro célebre titán de la llanura. Muchos artistas lo tomaron como figura central y en esa corriente que retrata la tradición, con típicas viñetas y un humor que raya en lo grotesco, y a la vez lo exalta de un modo naif, se encuentra el que impuso nuestro original pintor y dibujante Florencio Molina Campos. Un hecho circunstancial, a la vez que decisivo, hace que este artista lo eleve como emblema y lo difunda a través de una campaña publicitaria que abarcó buena parte de la década del 30’ y del 40’, rescatándolo en los clásicos almanaques de la entonces popular fábrica Argentina de alpargatas, que calzaba a buena parte del país. En esas obras Molina Campos llegó a lograr las más atractivas imágenes de nuestro hombre de campo. Fue así que sus cuadros podían ser reconocidos por cualquiera aunque no estuvieran firmados.

Conocedor del interior de la Argentina e interesado por indagar sus raíces bajo las formas de la tradición y del folklore, nuestro artista dejó en sus obras un testimonio único que no se perdió con el paso del tiempo y aún sigue sorprendiendo. No tuve la fortuna de conocerlo; pero, según me contaron quienes fueron sus amigos, fue un hombre agradable y carismático, lleno de gracia y de especial sarcasmo, que se destacaba en las reuniones sociales por su buen humor y su capacidad de seducción. Él fue quien recibió a Walt Disney en su visita a la Argentina y quien lo asesoró en sus incursiones sobre nuestro personaje. Tenía, sin embargo, junto a estas virtudes un carácter fuerte y, como contrapartida, a pesar de ser un pintor de imágenes gauchescas, le encantaba la música clásica, que escuchaba mientras elaboraba sus pinturas.

A esta altura, no quedan dudas, que don Florencio fue “el más Argentino de los Artistas del Arte de los Argentinos”. Las revoluciones estéticas proponen al espectador la tentación de lo fácil y lo irresponsable. Se dice a menudo que cuando más cándido es la expresión de los personajes que el artista fija en la tela, es más trascendente. Goya con dramatismo confirma esta conjetura. Molina Campos optó por ser un pintor del grotesco al mejor estilo expresionista. Rayando con lo humorístico es, sin ninguna duda, el que ha reflejado de la mejor manera al hombre del interior, ese paisano rústico y a veces insociable, tan hábil en el manejo del caballo como del cuchillo, tomador de mate y devoto del lento asado que se dora a la parrilla, protector y áspero adorador de su mujer que lo secundaba y acompañaba en ese destino nómada. Ella fue llamada por extensión tradicionalmente “gaucha” o también “china” (del quechua, muchacha o hembra), y en algunas regiones “paisana”, “guaina” o “prenda”. Enancada en el caballo de su hombre muy a menudo la retrata Molina Campos.

Sea como fuere, la figura del gaucho en las culturas argentinas, paraguayas y uruguayas, así como en la región de Río Grande del Sur (Brasil) y en la Patagonia chilena es considerada como un icono que representa la tradición y las costumbres rurales. Con aire entrañablemente caricaturesco y, a menudo, naíf, desopilante en exageraciones y cromaturas, es captada por el pincel de nuestro artista; los reiterados temas conectan también con un nada ingenuo expresionismo, reflejando el talento de un observador agudo de la realidad nacional. Como complemento gráfico y estético de la literatura gauchesca, con humor, belleza y tradición inmortalizó Molina Campos al personaje tradicional -y aún polémico- de nuestra Argentina.

Nacido en la ciudad de Buenos Aires en 1891, Florencio Molina Campos pasó su infancia alternando entre la capital y los campos de sus abuelos. Allí compartió con los peones vivencias y el trabajo de campo, y aprendió a valorarlos y respetarlos. “Me crie entre gauchos y de ellos heredé mi amor a esta tierra”, repetía. Para entretener a sus nueve hermanos menores se cuenta que montaba teatralizaciones, imitaba a los paisanos en sus maneras y tonos de voz. Las primeras pinturas que se conservan de temáticas camperas, Molina Campos las realizó a los 9 años.

En 1920 se casó con María Hortensia Palacios Avellaneda, y en 1921 nació su única hija Hortensia a quien conocí a través del poeta León Benarós. Don Florencio vivió algún tiempo junto a su hermano en un rancho de adobe, en el Chaco Santiagueño, trabajando el campo familiar y talando montes. En esas tareas rurales profundizó su admiración y respeto por quienes día a día realizan tan arduas labores.

De regreso en Buenos Aires para completar los estudios, sus amigos lo convencieron de que mostrara las pinturas que realizaba como pasatiempo. Fue de esta manera que Molina Campos expuso por primera vez en agosto de 1926, en La Sociedad Rural de Palermo. A partir de ahí no dejó de elaborar sus obras y en 1930 firmó el contrato para ilustrar los almanaques de la compañía Alpargatas. Fue la primera gran campaña publicitaria que se realizó en la Argentina. Entrar en cada casa, almacén u oficina del país era encontrar la reproducción de sus cuadros, que empezaron a ocupar un lugar preferencial, sin distingo de clases sociales. Los versos de sus poetas gauchescos preferidos, como este de Ascasubi, se imprimían al pie:

Sacó luego a su aparcera

la Juana. Rosa a bailar

y entraron a menudiar

media caña y caña entera…

En 1931 Florencio Molina Campos viajó por primera vez a Europa. Lo hizo para exponer en París. Luego viajaría varias veces más, invitado por diferentes gobiernos como representante cultural argentino. Su producción no tuvo límite y empezó a exponer en las galerías de arte locales y del exterior. Ganó concursos, editó sus obras en los ya mencionados almanaques, junto a libros, postales y rompecabezas, e incluso protagonizó él mismo avisos publicitarios en revistas en las que, como “artista famoso”, promocionaba sus obras.

En 1942, y hasta mediados de los años cincuenta, fue contratado como asesor técnico de los estudios de Walt Disney para colaborar en los rodajes de El gaucho volador, Goofy se hace gaucho, Saludos amigos, El gaucho reidor y Los tres compañeros. También colaboró en la realización de la película animada Bambi, donde se distingue el estilo de los animales y los árboles, que reproduce la vida silvestre de la isla Victoria, en el lago Nahuel Huapi, de la Patagonia Argentina, y en 1946 edita Vida gaucha, un libro de texto para estudiantes de español de los Estados Unidos. En 1950, de regreso al país, fue distinguido con la Medalla de Oro del V Salón de Dibujantes Argentinos.

Ya consagrado internacionalmente, en 1956 Molina Campos actuó en el cortometraje Pampa mansa, producido por Disney, que fue presentado en el Festival de Berlín, donde estuvo presente y fue invitado a exponer. Colaboró después en otras tres películas. Pero el pintor argentino no compartía la mirada del cineasta sobre cultura hispanoamericana y el rompimiento vino cuando en un film sobre la vida en el campo argentino se reproducían al detalle paisajes realizados por don Florencio, pero el personaje Goofy aparecía vestido con botas tejanas (en lugar de usar ropas criollas) y bailaba una cueca chilena (en vez de una zamba o una chacarera) y se veía el Pan de Azúcar brasileño como fondo. Para Molina Campos, que había explicado exhaustivamente al equipo sobre la vida y costumbres en el campo argentino, el resultado era inaceptable. “Con un criterio arbitrario e imbécil, para buscar familiaridad entre los lugares, se mezclaba todo sin ningún criterio”, declaró indignado. No dudó en plantear a Walt Disney y a su equipo sus objeciones y argumentos, pero le respondieron que la película ya estaba demasiado avanzada y que no era posible modificarla. Don Florencio sintió que formar parte del film era una traición a sus paisanos y a su país y, fiel a sus convicciones, renunció.

Los que lo trataron recuerdan su simpatía y cordialidad para ganar amigos. En los Estados Unidos donde había realizado algunas exposiciones, fue una suerte de embajador cultural. Datan de esa época cartas y fotos con artistas de reconocimiento internacional como Charles Chaplin, Rita Hayworth o Fred Astaire, a quien enseñó a bailar el malambo. Sin embargo, su situación económica era difícil, y a pesar de ser muy admirado, sus obras no cotizaban lo suficiente para ayudarlo a vivir con su familia. Decidió entonces regresar a la patria para dedicarse a las tareas rurales.

Sin dejar de producir sus obras, tras una vida intensa, pasó sus últimos años en una ciudad cercana a Buenos Aires, donde construyó él mismo su casa. Durante el día trabajaba la tierra, y cuidaba sus animales; durante la noche pintaba mientras escuchaba música clásica. En 1955 edificó allí una escuela rural para los niños de la zona, que hoy lleva su nombre. El día de la inauguración, emocionado, el artista dijo “Este es el mejor cuadro que he pintado en mi vida”.

Florencio Molina Campos murió en Buenos Aires el 16 de noviembre de 1959, dejándonos para siempre la huella imborrable de sus obras que lo han convertido en uno de los artistas plásticos más populares de la Argentina.

 

ROBERTO ALIFANO, Buenos Aires, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


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