SERIES DE LA TELEVISIÓN O MEMORIAS DE LA NOSTALGIA
El hombre es un niño que nunca
termina de crecer, conjeturó con buen sentido de la observación alguien que
ahora no recuerdo bien quién era; quizá Mark Twain o Charles Chaplin (dejo a mi
lector la tarea de investigarlo). Es cierto, nunca superamos esa etapa de
nuestra vida, o alegremente miramos para otro lado y nos hacemos los adultos,
sin dejar de conservar muchos rasgos infantiles; también hay quienes dicen, con
criterio práctico no ajeno al buen sentido del humor (tan necesario para
mantenernos en pie), que en la vejez hay un volver hacia aquellos
primeros tiempos, ya que asumimos nuestras obligaciones reconociendo que
hemos crecido y acumulado experiencias para llegar a lo que se llama
-acaso irresponsablemente- la “edad adulta”.
Tras esas sonrisas imperecederas y
esas inmensas ganas de disfrutar los placeres simples de la vida, se esconden
los temores a la soledad y la inevitable muerte, que a todos nos llegará porque
todo lo que nace muere (eso sí, “más vale tarde que temprano”, como bromeaba el
irremplazable cómico Pepe Biondi y agregan algunos muy sueltos de cuerpo. Pero
nada se pierde y todo se transforma como enfatizara el sabio Antoine
de Lavoisiere; sin embargo hoy, quizá bajo los estímulos del admirado Joan
Manuel Serrat y del joven aprendiz de hechicero Harry Potter, sentimos, por sus
interpósitas personas, la generosa prolongación épica de la vejez a través de
Don Quijote de la Mancha y de su escudero Sancho Panza, y además, por qué
no, al sumarse la recuperación de ciertas famosas series de televisión,
que nos devuelven la perdida y añorada época de la inocencia para volvernos a
ser niños.
Acaso
no está mal disfrutar de ellas gracias a la generosa televisión que las revive
con buen sentido de la permanencia y el agregado del rating, que al parecer no
declina. Los talentosos Mel Brooks y Buck Herry,
seguramente los recuerden mis lectores, crearon en la década del sesenta la
divertida serie El Agente 86, protagonizada por Donald James Yarmy,
que se hizo popular bajo el nombre artístico de Don Adams, un notable
comediógrafo que interpreta a un policía, totalmente inepto, que trabaja
para la Agencia de Contrainteligencia Control y se las
ingenia, en el borde del ridículo, para frustrar las operaciones de la
organización criminal Kaos. En sus cinco décadas de intensa
actividad, el torpe policía Maxwell Smart encantó la vida de miles de
televidentes, entre los que me cuento. Felizmente, un famoso canal argentino
recupera la añeja serie sumándola, casi es seguro, a otras tantas señales que
hacen lo mismo en el mundo.
A este resumen evocatorio no se
puede dejar de incluir la descomunal serie Los Locos Addams, que
desde la remota televisión en blanco y negro ocupan la categoría de clásico
atemporal. Tanto es así que cada vez que se los menciona, no faltará alguien de
la guardia vieja que con un chasquido de dedos cerrará los ojos para cantar el
pegadizo “tara-ra-rá” de la presentación musical, que iba seguida de los
chasquidos de dedos de todos los integrantes del elenco mirando la cámara. Un
portorriqueño, Raúl Rafael Carlos Juliá Arcelay, fue el actor que caracterizó
al personaje y alcanzó fama internacional en la divertida saga de la funesta y
extravagante familia. Junto a él, una seductora Carolyn Jones, con el nombre de
“Morticia” lo secundaba como enamorada esposa del brillante Juliá Arcelay.
Otra serie más que se niega a ser
archivad es El Zorro, que bajo el sello de Walt Disney,
protagonizara por años el actor Armando Joseph Catalano, nacido en el Sur de
Italia, criado en Nueva York y conocido artísticamente como Guy Williams. Este
emblemático actor durante la segunda mitad de su carrera, residió y se ganó la
vida mayormente en la Argentina, donde se lo llegó a considerar un ídolo
popular y uno de los galanes que más han logrado cautivar a las mujeres. Justo
es recordar que en la década de los sesenta, muchas madres de Hispanoamérica
bautizaron con el nombre de “Diego” a sus hijos debido a la fuerte atracción
que despertaba en ellas su célebre personaje de la consagrada serie. Con otro
actor argentino, Fernando Lúpiz, dieron clases magistrales de esgrima,
atrayendo multitudes en sus presentaciones.
Yo, gracias al querido Antonio Carrizo,
que fue su vecino y amigo, conocí al inmortal Guy Williams. Cada tanto nos
encontrábamos en un restaurante para compartir una cena y una botella de buen
vino. Era un hombre amable, encantador y lleno de anécdotas. Vivió sus últimos
años en La Recoleta, un exclusivo barrio de la ciudad de Buenos Aires, donde
falleció inesperadamente a los sesenta y cinco años.
Pero quedan otros personajes famosos
de aquella época, que también cabe recordar. El talentoso antihéroe Peter Falk,
que interpretó al detective Columbo, personaje central de una serie
de televisión estadounidense creada por los famosos productores Richard
Levinson y William Link. La serie se emitió regularmente entre 1971 y 1978, y
esporádicamente entre 1989 y 2003, hasta un total de casi setenta episodios,
regresando muy seguido a la televisión argentina. Se sospecha que el nombre
Columbo se debe a una parodia del físico-culturista Franco Columbu por su
parecido con el actor. Algunos aseguran que el nombre del personaje es Frank
Columbo; pero en ninguno de los episodios se le llama con ese primer nombre, y
él siempre se presenta a sí mismo como el “teniente Columbo”. Los propios
creadores han aclarado que jamás se le dio un primer nombre; también su
ficticia esposa, nunca apareció ante las cámaras, era referida por él como la
señora Columbo. Esta famosa serie es considerada un caso particular en el
sentido de que no hay créditos comunes a todos los episodios y cada uno de
ellos son largometrajes creados en especial para la televisión. Siempre pacífico,
sin escenas de violencia, a través de sus brillantes deducciones, el teniente,
perspicaz detective, resolvía los casos. Mi amiga, la inolvidable poeta Silvina
Ocampo nunca dejó de agradecerme que le revelara a este personaje del que se
hizo adicta. “Columbo es una de las genialidades que le debemos a la
televisión”, me confesó.
Muchas cosas están archivadas,
esperando que las revivan; sobre todo porque no pierden vigencia; entre
otras el genial show de Benny Hill, que llegó de manera tardía a la Argentina,
pero rápidamente se convirtió en un éxito, pese a la reticencia de las
autoridades de la época; su exitosa vida laboral contrastó con su vida privada,
solitaria y sombría. Un año antes de morir, Benny Hill recibió el premio
Charlie Chaplin a la excelencia en el Festival de la Comedia, en
Suiza. A pesar de que ya tenía más de 40 años de trayectoria, al subir al
escenario se le llenaron los ojos de lágrimas. Era el galardón más importante
de toda su carrera, porque llevaba el nombre de la persona que más había
admirado en toda su vida. A los 68 años, Benny decidió recluirse en su
departamento. Luego de tres días de no atender el teléfono ni el timbre, el 20
de abril de 1992 su amigo Dennis Kirkland consiguió una escalera y trepó hasta
el balcón del tercer piso del departamento donde alquilaba el actor: “Llegué
arriba y pude verlo sentado ahí, con el cabello despeinado y la televisión
encendida. Era evidente que estaba muerto. La imagen era muy triste”.
Seguramente quedan otras series que no menciono en
esta reseña. Pido disculpas entonces, pero mi evocación es personal y estas son
las que yo tengo en mente. La televisión atesora, sin duda cosas buenas e
inmortalmente actuales y cada tanto las revive con generosidad. Se han sucedido
algunas décadas y las mencionadas series siguen vigentes. Felizmente no se las
echó al olvido. Quizá como yo, otros niños que no han terminado de
crecer; vale decir, otros empedernidos nostálgicos, sigan disfrutando de estos
personajes inmortales. Que así sea y mi la gratitud a la TV, que desde sus
entrañas nos sigue encantando la vida. Esto que menciono en este texto sucede
en la Argentina, pero también en la televisión de España y en la de otros
países. De tal modo que la gratitud se extiende a toda la televisión. Felizmente.
ROBERTO ALIFANO – Buenos Aires, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
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