PARA NOSOTROS LA LIBERTAD
La
civilización no suprime la barbarie: la perfecciona.
Voltaire
El
primer paso hacia la cultura es la educación. La demagogia populista o el
autoritarismo – tenaces siempre – denuncian con saña lo que ellas denominan el
elitismo cultural. Sabemos que la gente de la cultura no merece la atención
mediática ni goza de las prebendas de los políticos, los deportistas o las
modelos. “Es muy difícil salvar a una civilización cuando le ha llegado la hora
de caer bajo el poder de los demagogos”, escribió Ortega y Gasset. Todo
corre el albur de parecer inútil o superfluo. Ayudado por la miopía gradual la
ceguera se hace carne en la sociedad. Las nuevas generaciones – embrutecidas,
destrozadas, ausentes – creen en Internet, una nueva fe. Irreparablemente vamos
siendo un destino, una rutinaria indiferencia.
El
reloj de la Catedral de Estrasburgo, Francia, es un reloj
astronómico, obra maestra única del Renacimiento. Fue creada por
matemáticos, artistas y destacados hombres de su tiempo. Se instaló
en el siglo XIV, entre 1352 y 1354. Estaba equipado con componentes extraños
para su época. En el reloj había un gallo dorado y tres reyes bíblicos frente a
la imagen de la Virgen.
En
1931 René Clair dirige un film emblemático: À nous la liberté. Es,
entre otras cosas, una crítica a la deshumanización de la era industrial. La
cinta inspiró al genial Chaplin para Tiempos Modernos. La
película de Clair es una bella parábola sobre las cosas verdaderamente
importantes en la vida. Digamos que era una película amada por los viejos
socialistas y libertarios de su tiempo. Había un sueño, una utopía, una armonía
colectiva. Percibía expresiones profundas y libres del ser humano.
Vivimos
un mundo de contradicciones y distopías. El futuro – hay científicos, hombres
de pensamiento, intelectuales que trabajan desde hace años el tema – es
complejo y en principio sin muchas esperanzas. Es el universo de las máquinas,
de la ingeniería genética, de la dictadura tecnológica. Lo observamos de manera
cotidiana a nuestro alrededor. En los hogares, en las calles, en las
confiterías, en las escuelas. En los cines. Por supuesto que la tecnología puede
mejorar al ser humano, pero no hablamos de eso. Hablamos de lo que se ha
denominado el transhumanismo. Detrás ingenieros sociales, el
aislamiento de una realidad virtual, una robótica sin límite. Una pérdida de la
libertad, de la conciencia crítica. No olvidemos que el transhumanismo
“propugna el uso de la manipulación genética y la nanotecnología como métodos
para mejorar a las personas”.
Recordemos
que fue descrito por Francis Fukuyama como «la idea más
peligrosa del mundo». Ronald Bailey considera lo opuesto: “es un
movimiento que personifica las más audaces, valientes, imaginativas e
idealistas aspiraciones de la humanidad”. Hay que volver sobre las Jornadas de
Filosofía e Inteligencia Artificial que se llevó a cabo en Cataluña en 2019.
Veamos un fragmento. “El transhumanismo es la nueva utopía del siglo
XXI; viene a decir: vamos a cambiar la evolución”, dice un estudioso del tema,
el urbanista Albert Cortina. Y observa que todo esto tiene detrás a las grandes
corporaciones de Silicon Valley. En efecto, es muy posible que estas ideas no
hubieran salido nunca de un ámbito ciberpunk si no fuera porque su gran
apologeta es nada menos que el director de ingeniería de Google,
Raymond Kurzweil, por más señas inventor (diseñó, siendo muy joven,
una máquina lectora para ciegos), teórico visionario, un hombre empeñado en la
prolongación de la vida, especialmente la suya propia”. Algo más. “La
máquina, por exceso de datos, puede llegar a manipularte –reconocía Núria
Agell, matemática de Esade–. Ya tenemos las máquinas que nos están superando en
capacidad de cálculo, memoria y velocidad. Pero se está investigando en la
interacción persona-IA, en introducir nuevas formas de razonamiento; se tiene
que intentar trabajar con etiquetas lingüísticas valorativas, que sirvan para
tomar decisiones con el razonamiento que nosotros los humanos utilizamos”.
Estimado
lector, desde mi juventud los libros me acompañaron con pasión. Desde Julio
Verne hasta George Orwell, pasando por Huxley, Thoreau, Bradbury, H.G.Welles,
Arthur Clarke, Mary Shelley o nuestro Bioy Casares. Estoy escuchando
a Edvard Grieg. Compositor y pianista noruego, como usted sabe, uno
de los representantes del romanticismo musical. Si, por supuesto: Peer
Gynt, La mañana, sin duda.
CARLOS PENELAS – Buenos Aires, Argentina
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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