TIRAR LA MANGA (“El origen de las palabras”)
Resulta fascinante y
estimulante la búsqueda del significado de una palabra o una frase de origen
desconocido, y una gran satisfacción nos embarga si el cometido resulta
exitoso. Otras veces la satisfacción proviene al comprobar que alguien se nos
adelantó, pero no sólo eso sino que hace una descripción tan minuciosa y
realista que no podemos menos que sonreír como si estuviésemos presenciando una
escena. Al menos eso me ocurrió en ocasión de leer “Tratado de
delincuencia” (Aguafuertes inéditas) de
Roberto Arlt, y me motivó para transcribir su jocundo sainete, que hace de la
frase una recreación más allá de su conocido significado: el mendigo que a la
salida de una iglesia, para llamar la atención de su ‘candidato’ le tiraba de
la manga.
Pero antes me parece
conveniente hacer una muy breve semblanza del personaje, para que aquellos que
no conocen quién fue Arlt en las letras argentinas, tengan una síntesis
biográfica del escritor, que nació en el barrio de Flores en 1900 con el nombre
de Roberto Godofredo Christophersen Arlt; claro que nacer de padre alemán y
madre italiana justifican tan rimbombantes nombres.
Decían de él que era un
escritor semi analfabeto –crítica fomentada por él mismo- con una “abrumadora carga de una bastante completa (sic) falta
de cultura y la obligación saturadora de ganarse el pan incómodamente en las
redacciones de los diarios”. Pero tampoco Arlt se queda corto al señalar
los defectos de escritores argentinos a los que califica de inútiles y anti
democráticos; con este calificativo engloba a escritores por él considerados
como frívolos y elitistas porque en sus obras no se ocupan del proletariado,
catalogando de esta manera a Hugo Wast (Gustavo Martínez Zubiría), Arturo
Capdevila, Leopoldo Lugones, Enrique Larreta.
Escribió crónicas
policiales en el diario Crítica, y
su columna más famosa diariamente en el diario
El Mundo, donde era Director Alberto Gerchunoff; esas “Aguafuertes porteñas” se publicaron desde 1928 hasta 1933, y
fueron editadas posteriormente en un libro. Algunas de sus obras son El juguete rabioso (1926); Los siete locos (1929); Los lanzallamas (1931); Aguafuertes españolas (1936). Murió de
una crisis cardíaca muy joven, el 26 de julio de 1942. Veamos entonces lo que
nos dice de El inefable deporte de tirar
la manga, en el que encontrarán algunas palabras del lunfardo, como era
habitual en su manera de escribir:
CÓMO DESCUBRÍ EL ORIGEN DEL VOCABLO. Una vez me
encontraba yo en un restaurante. De pronto se acercó a mi mesa uno de esos
bergantes(*) vergonzantes. Un bergante
vergonzante es el sujeto que hace diez malandrinadas por día, pero las hace con
timidez, con el recato seguido del arrepentimiento que un joven seminarista, en
día de asueto, mira, en el tranvía que lo conduce a la casa de sus padres, a
una mocita de grandes ojos y de silueta de figurín de modas. El tal bergante de
mi historia se acercó a mi mesa, se sentó a ella y, después de decirme que
tenía algo muy serio que comunicarme, me habló de esta manera:
-No sé qué pensará usted de mí pero, joven amigo, le
voy a hacer una dolorosa confidencia.
Yo lo miré con piedad y con desconfianza. En primer
lugar, porque la cara del sujeto inspiraba lástima y, en segundo lugar, porque
yo, que apenas había cumplido los diez y siete años y que ya gozaba de una bien
ganada fama de irresponsable, no era candidato para que nadie me tomara por
blanco de sus confidencias. El hombre continuó:
-Me hallo en una situación verdaderamente angustiosa.
Al salir de casa dejé la cartera en el otro traje. Vine a comer a este
restaurante y en el momento de pagar me doy cuenta de que no tengo un centavo.
Le miré la cara y luego le miré el traje. Ese no tenía
cara de tener otro traje que el que llevaba puesto. Quise escurrirme. No había
caso.
-¿Se da cuenta de mi situación? ¿Qué hago?- y lanzó un
suspiro profundo como el rebuzno de burro bien alimentado. Yo me acordé de lo
que solía hacer un amigo mío, que era corredor de conservas en latas y comía en
fondas y restaurantes.
-Firme la adición- le dije. El hombre de las dos caras
y del único traje, movió negativamente la cabeza.
-No, no hay caso. No me conocen lo bastante. ¡Si
encontrara quien me prestara un par de pesos!... Me puse pálido. El tiro iba para mí. Yo tenía
un par de pesos pero eran para pagar mi comida. Se lo dije.
TRABAJITO FINO.
El hombre se acercó aún más y, suavemente, sentí que su mano se posaba
sobre mi brazo y su voz se hacía cada vez más temblorosa.
-Sálveme, joven amigo, de esta situación. Usted me los
presta ahora y yo se los devuelvo mañana. O ¿por qué no hacemos una cosa? Usted
me pasa su par de nacionales; yo pago y salgo a buscar plata. Es cuestión de
cinco minutos. ¿Qué le parece?-
Y yo sentí que su mano ya no se apoyaba en mi brazo.
Sus dedos, con la presión de un ahogado que ya se ha ido debajo del agua por
segunda vez, estaban prendidos a la manga de mi saco y tironeaban
nerviosamente. ¡El hombre me estaba “tirando la manga”! Comprendí entonces dos
cosas importantes; se develaron ante mis ojos dos misterios profundos: me
quería sustraer mis dos únicos pesos y había descubierto el origen de esa
popular expresión “tirar la manga”. Se puede tirar la manga sin tocar siquiera
esa parte de la vestimenta masculina. Yo he visto tirarla a tipos en trajes de
baño. Los que aplican como los que sufren ese procedimiento algunas veces
infalible, saben eso. Porque “tirar la manga” ha tiempos significaba “pechar”.
Pero cuando la víctima se niega rotundamente a aflojar la plata que honesta o
deshonestamente le cayó en el bolsillo, el aspirante a ella, temeroso de que el
candidato se le escape y no animándose a tomarlo francamente de un brazo, lo
agarra de la manga.
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
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