La revolución interior
El gran cambio es
interno. La transformación comienza desde lo profundo, de lo oculto; como la
planta al abrirse la semilla protegida por la tierra fértil.
Cuando la modificación se busca afuera es -en algunos casos- por ignorancia o mala información; aunque la mayoría de las veces ocurre por temor a lo que uno mismo, secretamente, alberga.
Por eso Píndaro, hace 2.500 años, desplegando un conocimiento del alma humana capaz de sorprender a la moderna Psicología del siglo XXI, afirmó: "Conviértete en el que eres".
De la misma manera
que, según afirman los helenos, en el frontispicio de la entrada al templo
dedicado a Apolo en Delfos, donde las sibilas vaticinaban el futuro a los
poderosos, había un texto que decía: "Conócete a ti mismo".
A mediados del siglo XX, Carl Gustav Jung sostuvo: "Finalmente nada ocurre en el mundo exterior que, previamente, no esté configurado en la mente de la persona".
O lo que es lo
mismo: cada humano no es una hoja seca llevada azarosamente por el viento de
otoño que resquebraja y arremolina, sino alguien capacitado para dirigir su
existencia, timonear -para bien o para mal- la nave de su vida y construir el
futuro.
Sin una revolución
interior nada de esto es posible. Hay que atreverse a indagar en los deseos
positivos de vida que anidan en lo profundo del alma de cada quien. Es menester
convertir la existencia en un desafío permanente.
Y también darse el
tiempo necesario para construir una trama de afectos suficientemente intensa,
puesto que sin familia, sin amigos, sin trabajo, la persona queda extraviada en
un limbo aterrador. A fin de cuentas todos los héroes solares mitológicos
pudieron transitar el sendero iniciático porque contaron con eficaz ayuda cada
vez que les resultó necesaria.
Parte del psiquismo
adulto, de la consciencia madura, simbolizada por los héroes míticos cuando son
exitosos, es la certeza de que nunca se está en soledad y que, cada vez que sea
requerido, la ayuda surgirá prestamente.
Jasón por mejor que
lo acompañaran sus argonautas, jamás habría obtenido el Vellocino de Oro sin la
imprescindible e inteligente asistencia de Medea; ni Teseo habría hallado la
salida del laberinto sin las indicaciones de Ariadna.
Pero ni la familia,
ni los amigos ni una actividad edificadora son resultado de regalos que llegan
gratuitamente.
En todos los casos
se trata de productos de una semilla previa: una idea precisa y concreta cuya
realización lleva –siempre– tiempo, esfuerzo, perseverancia. Una idea precisa y
concreta es un conocimiento decidido por uno mismo.
Es tener una meta
hacia la que se tiende.
Es responder
aquellas dos preguntas de San Ignacio de Loyola: "¿A dónde voy?",
"¿Para qué voy?".
La revolución interior
comienza con la admisión, racional e irrenunciable, de que cada persona es
única e irrepetible. Lo que implica que es correcto prestar atención a modelos
ajenos para aprender de ellos tanto en sus logros como en los fracasos
obtenidos; siendo siempre inútil la mera copia.
La armonía en el
vivir sucede cuando se consigue sentir, pensar y actuar en una misma dirección.
Lo que implica darse permiso a que sentimientos, emociones e fantasías vivan
-plenos- en la consciencia, descubriendo de este modo la esencia con que cada
uno se encuentra dotado.
La revolución
interior: tarea de valientes en tiempos como estos donde se hace gala de lo
superficial, se aplaude lo externo, se atiende al envase y el envoltorio antes
que indagar sobre el contenido.
Necesitamos los
nuevos héroes solares que dieron cimiento a las grandes civilizaciones
constructoras de la Humanidad.
No importa si
fueron reales o imaginarios porque lo cierto es que eran espejo de la plenitud
alcanzada por las personas de aquel entonces.
Seres humanos que
no pensaron convertirse en dioses; sino en ser mejores, útiles no sólo a sí
mismos sino a la comunidad de la que formaban parte.
Corresponde aquí
recordar aquella frase de Winston Churchill: "El problema de nuestra época
es que la gente no quiere ser útil, quiere ser importante."
Personas que
entendieron que existe una arquitectura divina y que dejar que esas
disposiciones fluyan desde el interior de nosotros mismos permite una vida en
armonía, creativa, espiritual, racional, afectiva. Una existencia en plenitud.
Pero, claro,
¿cuántos se atreven hoy a seguir a Sócrates quien aconsejaba escuchar a los
daimon, a las voces interiores?
©Antonio
Las Heras,
poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO Y ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO
ARGENTINA
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