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sábado, 30 de abril de 2022

LA MUERTE EN EXPRESIONES Y VOCES POPULARES, Luis Alposta, Buenos Aires, Argentina

 



LA MUERTE EN EXPRESIONES Y VOCES POPULARES

  Ilustración de José Guadalupe Posada          

            El Diccionario de la Real Academia Española define a la muerte como la “cesación o término de la vida”. Definición ésta coherente por su brevedad, dado que para bien definir a la Parca nada mejor que ser parco.           

Según la mitología, la Muerte, lejos de ser la primogénita, es la decimoctava hija del Érebo y la Noche, nieta del Caos y hermana del Sueño, existiendo entre estos dos hermanos, ‘Sueño y Muerte’, la misma diferencia que existe entre una coma y un punto final.

            Entre todas las palabras que se utilizan para nombrarla, la de  muerte, a secas, es la que encierra la clave del misterio último. 

            Como todo misterio, ella engendra una serie de miedos, de enigmas, de angustias y de fantasmas que, por extraño que parezca, propician el desarrollo del arte, de la ciencia, de la filosofía, de la religión… Porque todas ellas son expresiones del hombre para huir de la angustia cósmica que le produce la muerte, para asegurarse una trascendencia, una vida más allá del simple deshojamiento de nuestro cuerpo. Si la muerte no sellase nuestros destinos hasta el extremo del desgarramiento, entre otras muchas cosas, jamás se hubiese escrito un libro, pintado un cuadro o compuesto un tango.

            El tema de la muerte, ya desde la más remota antigüedad, ha interesado no sólo a médicos y filósofos, sino también a los poetas.

            Desde aquellos lejanos días en que Jorge Manrique escribiera “cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte”, es mucho lo que se ha rimado sobre ella, asociándola, casi siempre, con el inexorable transcurrir del tiempo.

            Para el porteño, como para cualquier hombre, la muerte es un estado y un sentimiento plagado de connotaciones contradictorias.

            Para Alfredo Le Pera es la impotencia: “Quise abrigarla y más pudo la muerte…” y también la acechanza: “… la muerte agazapada marcaba su compás.”

            Un fatalismo esperanzado para Discépolo: “¡Dale nomás! / ¡Dale que va! / ¡Que allá en el horno / nos vamo a encontrar!”

            Y el descreimiento en Antonio Podestá: “Yo quiero morir conmigo / sin confesión y sin Dios, / crucificado en mis penas / como abrazado a un rencor.”

            Un descreimiento, al que podríamos contraponer, sino la convicción, al menos el “por si acaso” del Malevo Muñoz en trance de morir. Cuando le preguntaron a éste si quería recibir al sacerdote, después de pensarlo un rato, contestó: -¡Ma sí! Hacelo pasar. ¡Total no cuesta nada tirarse un lance!

            Ya desde aquellos tiempos en que los dioses entretejían intrigas en el Olimpo para combatir el aburrimiento de la inmortalidad, los mortales recurrimos a toda clase de estratagemas para burlar a la muerte, llegando hasta ponerle sobrenombres para evitar nombrarla. Desde entonces, muchos son los nombres que ha recibido la Parca.

            Entre nosotros, los porteños, y lunfardo por medio, el acto de morir (y dejar chamuscada una silla) se traduce en : escatar, espichar, pinchar, sonar, finir, palmar, crepar, entregar el rosquete, doblar la servilleta o irse por la rejilla. Lo que puede ocurrir en forma repentina o después de estar jugado, rifado, o regalado durante algún tiempo. Hace muchos años, Marcos Caplán, hablándome de alguien que se encontraba en ese trance, me dijo: -¡Dos afeitadas más y lo perdemos!

            Otras expresiones populares que aluden al acto de morir, y sin pretender citar a todas, son “estirar la pata” y “cantar para el carnero”. Con respecto a esta última, cabe recordar que entre los romanos, el nombre de la cámara mortuoria era “carnarium”, palabra de la cual deriva el “carnaio” italiano y el “karner” alemán. Por lo tanto, el hecho de “cantar pa’l carnero” alude directamente a la fosa y nada tiene que ver con el mamífero rumiante de igual nombre.

            Todas estas voces y expresiones, repito, sólo se refieren al acto de morir. Pero para nombrar a la muerte, esa que nace con cada uno de nosotros, que llevamos a babucha, que crece con uno, que se hace adulta, que madura y que con el tiempo se fortalece hasta triunfar sobre la vida, el porteño recurre preferentemente a voces como “la guadaña”, “la huesuda”, “la ñata”, “la pálida” o “la pelada. De ahí que, para referirnos a algo que consideramos peor que la muerte, digamos que es “la muerte peluda”.

            Y, con respecto al cementerio, recordemos de paso, que éste es territorio del muerto y no de la muerte, dado que la “quinta” no es propiedad de la “ñata” sino del “ñato”.

 

 Luis Alposta, Buenos Aires, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO Y ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA


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