María Luz Samanez Paz, cuento breve
"Los niños esclavos y el Infierno verde”, 2009
PRESENTACIÓN Y DISCURSO CRÍTICO
Entre el relato periodístico breve y conciso y el
cuento realista y dramático se desarrolla esta historia de la escritora y periodista María
Luz Samanez Paz, obra breve intitulada
"Los niños esclavos y el Infierno verde", que golpea per la fuerza del lenguaje y de las imágenes de un realismo
crudo y directo, como es la realidad de una profunda crueldad que este cuento
relata.
En este Perú agobiado por la miseria, este cuento lo explica
todo. Rehenes de un sistema que solo concede raquíticas medidas sociales y
gobierna con la fuerza de la injusticia y del abuso de poder, donde la violencia es
institucionalizada, en esas zonas olvidadas, los pueblos de la sierra, en su mayoría
indígena, viven condenados a una economía de sobrevivencia, sin las más mínimas
infraestructuras - un puesto sanitario, el mejoramiento de las rutas, un
concepto de ley representado por la justicia -, y a la negación de una
conciencia social y civil que permita
construir desarrollo, reconocimiento y ciudadanía.
Pero la miseria, en este cuento desgarrador, y la marginación
no son las únicas protagonistas: lo son la injusticia, la violencia física y
moral, que implica la prostitución y la explotación sea sexual que laboral,
hasta la reducción en esclavitud de niñas y niños, en la más total impunidad.
En esta despiadada sociedad, la pobreza y la
desigualdad, la distancia entre la ciudad y el campo o la selva, la explotación
de los seres humanos como de las materias primas, todos estos elementos
constituyen la tremenda complejidad de estos fenómenos, sobre todo en los
continentes más pobres. En la selva el fenómeno se amplifica, en la
invisibilidad y en la vulnerabilidad de los sujetos involucrados, en la falta
de respeto de los derechos de la niñez y de consideración hacia la mujer,
tratada como un mero objeto sexual.
En el ámbito político, la corrupción policial y de
los funcionarios públicos, junto con la inexistencia de leyes específicas o su débil
aplicación, son los factores más nefastos de estos fenómenos, aunque quizá el más nefasto de
ellos sea la negación de su existencia por las autoridades, en el desastre
socioeconómico, con su correlato de auge de la criminalidad, la delincuencia y
la violencia social.
De hecho, los Estados prefieren negarlo o
ignorarlo. Por eso es tan importante que, desde que se sucedieron estos eventos
que este relato ilumina con la dramaticidad y la intensidad de la denuncia,
hayan sido aprobados la Convención sobre los Derechos del Niño, recién en1989 y
el Convenio n. 182 de la Organización Internacional del Trabajo, sobre las
peores formas de trabajo y explotación infantil.
Lamentablemente, la debilidad de este último convenio
- tratándose de derechos económicos y sociales - reside en el hecho de que las
violaciones no pueden ser sujeto de denuncia individual y la fuerza vinculante
para los Estados es muy débil. Asimismo, la explotación sexual infantil, como
toda explotación que llega a reducir a seres humanos en condición de
esclavitud, debe ser reconceptualizada y reconsiderada como "tratos
inhumanos y degradantes" y por los tanto, una violación de los derechos
humanos fundamentales.
De este modo, en presencia de estos derechos
"absolutos" impuestos a los Estados, que tienen la obligación de
respetarlos, se pueden presentar denuncias individuales y son perseguibles
internacionalmente, con es el caso del genocidio y de la tortura. Sin embargo,
de los 122 países que concurrieron al Primer Congreso Mundial contra la explotación
sexual y la Convención sobre el Derecho del Niño en 1996, solamente siete
países latinoamericanos han adoptado planes de acción: México, República
Dominicana, Brasil, Chile, El Salvador, Argentina, Costa Rica.
Perú, donde tiene lugar esta historia de dolor y de
devastación moral y espiritual, queda afuera: sin embargo, el Estado, en
connivencia con las multinacionales y las autoridades locales - sobre todo la policía,
a veces ausente y en la mayoría de los casos, cómplice, no puede seguir ignorando
- o perpetrando - crímenes contra la humanidad, los derechos y la dignidad de
los pueblos originarios y la enfermedad, en el caso específico, la lepra,
perfectamente curable, como denunciaba el mismo Che Guevara, en su viaje de
iniciación en motocicleta por el continente.
Bien sabemos que este horror y esta explotación se
repiten en tantos continentes, cuando se analiza la fuerte competencia entre
las empresas occidentales, que se disputan las riquezas minerales de países
como Sierra Leona, Ituri en la RD Congo y tantos otros.
Bien sabemos lo que pasó en Sierra Leona, donde
jóvenes arruinados y aullantes, drogados y regimentados por los señores de la
guerra, innumerables niños como los Mateo y Pero de nuestra historia, no pueden
tenerse en pie por el hambre.
Bien sabemos que hay una gestión policial de la
miseria, en el desastre social y la violencia endémica de Rio de Janeiro, en
esos islotes de pobreza y de violencia que son las favelas.
Bien sabemos que el golpe de Estado en Niger es
producto de sus extraordinarios recursos naturales, entre ellos el uranio, y
sin embargo Niger es uno de los países más pobres del mundo y su población padece periódicas
hambrunas.
Y aunque en la Selva de Camisea de Perú, donde se
extrae el gas, existe paralelamente un meritorio proyecto de defensa del medio
ambiente y de las poblaciones indígenas que habitan esa selva, ¡bien sabemos
que en el poder no hay nada de inocente!
Sin embargo, en esta historia de degradación,
algunos personajes se rescatan: el periodista Lujan, que actúa impulsado por la
presencia de la periodista limeña, el Ing. Valcárcel, aunque pierdan la vida, sin
olvidar la generosidad expresada y magnificada por el dolor de los leprosos, que
acogen y ayudan a los fugitivos.
Pero la figura más emblemática es la madre
Jesusa, que no hesita a enfrentarse con riesgos de los cuales es solamente en
parte consciente y que sin embargo arriesga y no duda en ponerse en las
situaciones más peligrosas, por amor a sus hijos, Mateo y Pedro,
engañados brutalmente y esclavizados, como ella descubrirá dolorosamente, hasta
las últimas consecuencias. Jesusa, en su entrega de
madre, acepta el desafío, lo busca, se entrega por amor de sus hijos, como esas
madres del dolor que gritan para sus hijos y no aceptan que se pierdan, en
estas sociedades devastadas, en actos extremos de abnegación y de coraje, en su
extrema soledad de lucha y de sacrificio.
Así, los últimos de la tierra, la madre indígena y los
leprosos, que la sociedad civil rechaza, en este dramático cuento breve,
rescatan nuestra humanidad herida e humillada, más allá de los aspectos
escalofriantes de la historia, que la escritura intensa y densa, no solo no
disimula, sino subraya, con un tono a veces duro, a veces de abierta condena, a
veces de participación altamente emotiva, que tiene aspectos personales, cuando
la joven periodista limeña no solamente no puede esconder su asombro, sino
aprende la practica periodística de la forma más violenta para una mujer, la
violación.
Es esto lo que denuncia este cuento: en la figura
del negro Carrizales identificamos la existencia de mafias que explotan a
adolescentes y niños para el comercio más sucio, la del oro en Perú, la de los diamantes y
otros minerales, como pasa con las multinacionales en Sierra Leona, en Ituri,
en tantas partes de África y de América Latina, donde seres humanos que, una
vez que son llevados a la selva, parecen desvanecerse en el aire, como sucede
en este cuento, donde la ciudad no es tan lejana como para no saber lo que
pasa.
Es obvio que ningún convenio internacional,
ratificado o no por un Estado, funciona cuando instituciones clave como la
escuela, el cuerpo médico, los jueces, la policía, la información no colaboran
o callan frente a estas aberraciones: es toda una sociedad responsable entonces
y cuando la indulgencia, la ineficiencia y la connivencia responden a leyes
tacitas y no escritas, esto impone un cambio ideológico, moral y ético radical,
en todas las áreas, de la salud, de la educación, del trabajo social, de la
comunicación, frente a una renovada voluntad política y una maduración social
para encarar cualquier abuso de poder y pretender tolerancia cero para estos
crímenes contra la humanidad.
En el cuento, alrededor de los fenómenos que
subrayamos, que practican la violación sistemática de la dignidad de los seres
humanos, gravitan personajes despreciables como los reclutadores profesionales,
como las mujeres que prostituyen a otras mujeres, como la policía que cuando no
es directamente cómplice, es ausente o mira del otro lado, las municipalidades
que fingen ignorar lo que pasa en sus territorios más alejados, y lo que esta
selva esconde de terrible y trágicos : los leprosos, cuya enfermedad, como en
los tiempos de Cristo, obliga a huir de la sociedad y que mantienen, junto con
la figura y grandeza de la Madre indígena Jesusa, en tanta desolación y degradación,
los únicos vestigios humanos: en la perdida de sus rastros, de sus labios, de
sus dedos, queda la humanidad del alma, de la solidaridad humana, de la
caridad.
Desde la casi inexistencia de información
institucional y el carácter clandestino de estos negocios - explotación del
trabajo, prostitución, violencias físicas y morales - el periodismo, los agentes
sociales, el cine, y los intelectuales como conciencia de una sociedad y para
la construcción de una nación que protege y promueve los derechos ciudadanos-
ejerciendo el rol de control y de investigación directa -, tienen la obligación
moral de dar voz a los que no la tienen, los explotados y condenados de la
tierra, para decirlos con las palabras de Franz Fanon, devolviendo la palabra y
la esperanza a los que no tienen ni voz ni esperanza.
La lucha no han hecho más
que empezar, y esta denuncia valiosa y corajuda lo demuestra, perfilándose como
un mensaje urgente para el presente y para el futuro: una denuncia, que,
manteniendo sus calidades literarias y poéticas, en el ritmo cerrado de los diálogos y en la
multiplicidad dramática de los eventos, que se suceden con una
violencia incontrolable, cuenta la historia sin ahorrarnos nada, en la brutal
evidencia de los hechos, estremecedora en la realidad cruel, despiadada,
inhumana y aberrante que se despliega frente a nuestros ojos atónitos, los
mismos de la joven periodista, que puede y debe contar lo que ve y lo que vive,
como pueden y deben hacer todos los que pueden contar tantas otras historias
como esta, para denunciarlas al mundo, como deber moral y compromiso con su
propia postura ética y estética.
Ojalá escritores, artistas, periodistas sean
conscientes de la necesidad de dar testimonio del mundo que nos rodea, de la
multitud de peligros, pero también de posibilidades y signos de esperanzas que
encierra, despierten nuestras conciencias de la pasividad y de la indiferencia,
ya que conocer significa comprender y comprender puede significar salvar. Como
es el caso de esta historia.
Por la Dr.
GABRIELLA BIANCO, PhD
Escritora, libretista, guionista
Embajadora Internacional de LA PAZ y
Presidenta de ASOLAPO-Italia – 2009-2010
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