LENGUAJE Y SILENCIO
El ojo ha de ser bello para percibir la Belleza. Plotino
Cierra los ojos para ver. Carlos
Fuentes
Para ver hay que saber. Ingres
Recoger aquello que está en el borde de la mirada, en el umbral de lo no
visto. Nos conmueve el poema, el sueño de libertad. Nos conmueve lo digno, lo
solidario, lo fraternal. La utopía. Con los ojos de un niño, desde la evocación
de una aldea. Somos parte del universo. Según Alain Bosquet, el poema inventa
al poema. Podemos suponer que el poema que inventa al poema es creado por la
poesía, cuando se manifiesta de manera verbal. Recoger aquello que está al
borde de la mirada.
“Hacer un poema como la naturaleza hace un árbol”, exhortaba Vicente
Huidobro. Indagación de la palabra, lenguaje que crea realidad. El lenguaje es
mi límite con el mundo. Con el interior y con el exterior. Desde la poesía
nunca estamos en la misma realidad sino en la versión de la realidad. Las
palabras proferidas son impresiones del silencio, de los abismos y los límites
de nuestra condición humana.
La obra poética moviliza nostalgias, desprendimientos, amores inseguros.
Es portadora de estados de ánimo, de sensaciones. Refleja lo que descubre y lo
que intuye. Alejada de falsos pudores su vocación está en la soledad, en la
madurez de la voz, en la ambigüedad de lo cotidiano.
La poesía predice. Celebra la constelación del lenguaje, libertad que habla
en sí, que es signo de sí. Inaugura lo humano y su elevación. Es connotación
temporal, proximidad. El diálogo nos habita en la insurrección del desarraigo.
Nunca es la misma realidad sino la versión de la realidad… Éste es el verso
inicial de un poema en el que Wallace Stevens desnombra cada vez más lo que
llamamos “realidad”, evidenciado su construcción merced al lenguaje. Entonces
vemos, sentimos… el cielo en palabras y las palabras en sonidos de sonidos. Fantasmagoría
configurada por la palabra, que conduce al desnombramiento extremo
señalado por Aristóteles: “Las palabras proferidas son símbolos o signos de las
impresiones del alma, mientras que las palabras escritas son signos de las
palabras proferidas”.
Veamos otra mirada sobre lo poético. Raymond Carver no se plantea la
poesía y el relato como dos géneros distintos. La soledad de sus personajes y sus pequeños grandes
dramas cotidianos son constantes tanto en su prosa como en su poesía. Esta
falta de comunicación representa en sus textos, como en la pintura de Edward
Hopper, la angustia y la incertidumbre. En palabras de Tess
Gallagher: “Algunos de los nuevos
poemas de Ray difuminaban los límites entre poema y relato, igual que sus
relatos a menudo adquirían fuerza gracias a estrategias dramáticas y
poéticas”.
Debemos vincular la poesía de
Carver con la tradición de la poesía inglesa post-romántica. Allí observamos el
monólogo dramático, poemas en primera persona, en circunstancias vitales
que muestran lo cotidiano, lo concreto. Encontramos un enigma, algo que no
se cuenta. Con su silencio organiza el clima, la atmósfera, la búsqueda de otra
indagación.
Las realidades que veo y creo
comprender están en el mismo lado de la hoja. Intento sentir aquello que
imagino, sospecho que se detectan del otro lado del espejo, del otro lado de
esta hoja blanca. Siento que hay una barrera temporal, que las intenciones se
encuentran buscando la necesidad del arte. Sé que las necesidades del arte son
las de la vida. De allí la mirada insurrecta, insumisa. Aquello que responden a
nuestras percepciones, a nuestros desafíos.
La mediocridad nos abruma. La
cultura de la fachada y la cultura de contrafrente nos agobian. Lo cortesano,
lo oficial, lo burocrático, termina fatigándonos sin piedad. Una sociedad impúdica
y grosera ha transformado la literatura en algo homogéneo, ha comprado la
industria editorial en todo el mundo. Pero sin duda, existen alternativas
precarias, insurgentes. Vivimos una sociedad donde todo se articula en forma de
apelaciones, de presuntos prestigios, y de ella nos rescatan el cuadro, el
poema.
El hombre que lee está siempre
solo. El hombre que lee no es fácil de manipular. La lectura lo hace diferente,
lo hace fantasioso. El Estado busca capturar la conciencia colectiva, la
arbitrariedad encarnada en el pueblo. Y la conciencia colectiva no existe desde
el punto de vista ontológico. Es difícil hacer entender a políticos, sociólogos
o intelectuales que ninguna multitud existe orgánicamente; que incluye a todos
y a cada uno de los individuos. Es cuando suele aparecer el aparato del miedo,
la propaganda, la masificación. Toda lectura es un conjuro simbólico. Y la
pasión siempre es elocuente, distante de la estatuaria como de la diatriba.
Posibilidad e imposibilidad de
la palabra. “La originalidad, declaró
Borges en cierta ocasión, es imposible. Uno puede variar muy
ligeramente el pasado, cada escritor puede tener una nueva entonación, un nuevo
matiz, pero nada más. Quizá cada generación esté escribiendo el mismo poema,
volviendo a contar el mismo cuento, pero con una pequeña y preciosa diferencia:
de entonación, de voz y basta con eso”. Y también nos dejó como legado: “Virgilio
es nuestro amigo. Cuando Dante Alighieri hace de Virgilio su guía y el
personaje más constante de la Comedia, da perdurable forma estética a lo que
sentimos y agradecemos todos los hombres”.
Heidegger sostuvo que el
lenguaje es la morada del ser y que “la poesía es la función del ser por la
palabra”. Con respecto a este tema y refiriéndose a la poesía de Rainer María
Rilke, afirmó algo fundamental y cada vez más acuciante para los tiempos que
corren: “Esta es la función del poeta, sobre todo en épocas de penuria”.
Todo poeta recoge de sus
maestros un estímulo constante. De esa veneración crece la ingenuidad creadora,
la capacidad de ver en lo múltiple. Una suerte de admirar aquello que late
con sentido universal. Sin el sentido de lo sagrado no existe poesía, pero sin
estudio, sin investigación crítica, sin reverenciar la avidez de conocimiento,
sin la voz que lega lo esencial es casi imposible estructurar una obra.
Asimismo es válido recordar que los poetas, además de tener biografía, encarnan
una época: son su voz. El poeta lee el mundo.
Quizá nuestro verdadero
destino es buscar la felicidad desde la ausencia de esperanza. La poesía nos
proporciona la sapiencia y el espíritu del alma universal: el perfecto uso del
lenguaje medido entre pasión y razón, ingenuidad creadora, mirada
penetrante de asombro. Junto al desamparo gestamos una ética.
La aproximación a lo poético es el clima, la emoción en un mundo de
significados, de hondura infrecuente. El poema crea una atmósfera, un ámbito
que es también ruptura del tiempo, presente de la conciencia, modulación. Es
cuando se transforma en distensión, en tensión, en hueco que abre lo
temporal. Ese mundo es símbolo, metáfora del hombre. El hombre es el
sueño de la sombra, nos enseñó Píndaro. Eso admiramos en Pirandello, en
Cervantes, en Thomas Mann. También en Chaplin, Goya o Fellini. Pero el amor en
el poeta es la búsqueda de lo imposible, melancolía y huésped de otro
sueño, de una lejanía. De esa lejanía interior nace la lírica. De esa
contemplación en la intemperie.
Roberto Juarroz, que indagó en la relación entre poesía y realidad, nos
manifiesta: “La poesía es una forma de reconocimiento de la escala total de la
realidad”. Y también: “El mayor acoso posible a la totalidad de lo real”. Y de
pronto toca lo extremo, aquello que conmueve: “La poesía no es sólo el
reconocimiento del ser, sino también la creación del ser y por ende creación de
realidad, de presencia”. Se abre un mundo que nos llega a recordar a Hegel
quien en su Estética relaciona lo lírico con el sujeto
individual, con el mundo interno en el que el poeta encuentra “las pasiones de
su propio corazón y espíritu”.
Para Octavio Paz el objeto de la actividad poética es el lenguaje, pues
la experiencia del poeta es ante todo verbal. Esa experiencia se convierte en
conciencia poética. Para Hans Robert Jauss -Experiencia estética
y hermenéutica literaria, 1977, teórico de la estética de la
recepción - paralelo a los estudios sobre “el lector modelo” de
Umberto Eco, alude al carácter imaginativo de la lírica y destaca que se
refiere a “la manifestación de aquello que es diferente al mundo de nuestra
experiencia cotidiana”.
Todo y cada cosa es una amenaza de eternidad. El poeta siempre anima una
dialéctica sutil, por momentos incomprensible. Anhela la solidaridad entre
forma y existencia, sufre la imperiosa necesidad del instante, esa fugacidad
que emerge y se define por sí misma. Hay plenitud en lo dramático, éxtasis y
continuidad que le dan fuerzas para enfrentar un mundo absurdo.
Gerardo Diego, en 1931, escribió: “Poesía. Creo en la
realidad de la Poesía. Y la entiendo como la eterna y fatal Belleza Contraria
que tienta con su seguro secreto a tal hombre de espíritu ardiente”. Estas
palabras nos indican una fuerza directriz en la cual recordamos a los clásicos
greco-latinos. Ahora la voz de Novalis: “Cuando un poeta canta estamos en sus manos: él es el que
sabe despertar en nosotros aquellas fuerzas secretas; sus palabras nos
descubren un mundo maravilloso que antes no conocíamos”.
Lo inmedible provoca soledad y pavor, la desnudez es al mismo tiempo
despojamiento interior, vuelo, sentimiento cósmico. El poeta, a partir de la
creación, reclama infinitud, desmesura, pasión, drama. Nace la revelación y el
abismo, lo absoluto de esa marcha peregrina en la que necesita sentir finitud y
asedio. O como sintió Goethe: “Un hombre y una mujer verdaderamente enamorados
son el único espectáculo de este mundo digno de ofrecer a los dioses.”
Calla lo callado para ofrecer su voz, su temblor en lo imperceptible,
donde conviven el silencio y el lenguaje de las cosas. La imagen que perdura
es, ante todo, la de la memoria de aquello que vivimos, una parábola de lo
sinfónico, una cosmogonía de la vigilia. Es entonces cuando la poesía dice su
ser. El poeta redescubre confesiones, compromete al hombre con su dignidad,
muestra la indivisibilidad de la belleza y la verdad, el latido.
Primero la imaginación, la fantasía que anhela mitos. El poeta
profetiza, vislumbra un advenimiento, canta lo que no es, arriba a playas de
islas desiertas. Genera una aventura espiritual para volver a sí mismo. El
poeta despierta en el alba del niño que fue, la memoria del paraíso
inicial. Descifra su naturaleza en una suerte de alquimia. Es cuando aparece el
conflicto por la dignidad del hombre, la frondosidad del mundo, las luchas
sociales y el acoso de la existencia. La avidez por lo absoluto y el pan
cotidiano. La eternidad y lo transitorio. El poeta acrecienta su soledad en lo
soñado. Allí lo ontológico, la ensoñación.
En un principio fue la palabra, el poema oral, el gesto. El sonido, el
color. Es una voz que viene desde lo emotivo, desde la contemplación de lo
emotivo. A partir del lenguaje nos descubrimos, nos iluminamos en cada
partícula de nuestra mirada. Rainer María Rilke tensa materialidad y esencia.
“Se debería esperar y saquear toda una vida, si es posible una larga vida, y después,
por fin, más tarde, quizás se sabría escribir las diez líneas que serían
buenas. Pues los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se tienen
demasiado pronto), son experiencias”.
Para Aristóteles “el poeta y el historiador se distinguen en que el
historiador cuenta los
sucesos que realmente han acaecido y el poeta los que podrían acaecer. Por eso
la Poesía es más filosófica que la Historia y tiene un carácter más elevado que
ella”. Hoy
pensamos que la
poesía que leemos en blogs, en performances,
en recitales, está relacionada con la
decadencia de una sociedad, con la publicidad, el marketing, la industria del
entretenimiento, las disciplinas de autoayuda, el auge de la imbecilidad. Quizás tengamos que
someternos a la cruel imprecación de Theodor Adorno: “Escribir poesía después
de Auschwitz es un acto de barbarie”.
La poesía es la consecución de su propio objeto. La inmigración no sólo
implica cruzar el océano, sino también destruir los signos de su propio hogar,
abandonarse al exilio, a la irrealidad del absurdo. La función del poeta es
revelar los momentos de trascendencia, lo individual y universal que redescubre
su mirada. El poema es siempre un objeto de placer y no de juicio. En lo
poético, la memoria de la infancia y el resplandor de la eternidad. “El
inconsciente está estructurado como un lenguaje” afirmó Jacques Lacan. La
indecisión del sueño es el contorno del poema, su universo mágico. Por eso su
deslumbrante incertidumbre, su intuitiva explicación. El vulgo – también
ciertos críticos y profesores – se deslumbran a menudo con modas, con destellos
accesorios, por desconocer la emoción estética. Confunden el reflejo de la luz
con la luz misma.
Recoger aquello que está en el borde de la mirada. En el umbral de lo no
visto. La belleza poética debe hacernos vibrar como el goce de la mujer amada,
pues lleva la mitología de las cosas, el símbolo del destino. Todo poema es una
profecía.
La primera tarea del poeta es
desanclar en nosotros una materia que quiere soñar. Gastón Bachelard
Morir, dormir… ¿dormir? Tal
vez soñar.
Shakespeare
Carlos Penelas Buenos Aires, agosto de 2019
©CARLOS
PENELAS, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO
ARGENTINA
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