TRIBUNA
LA INMORTAL OLGA OROZCO, A VEINTE AÑOS DE SU
PARTIDA
¿No era ese tu triunfo en las tinieblas, poesía?
Hace veinte años
nuestra querida y admirada poeta Olga Orozco nos dejaba para sumarse a los más
y entrar en la inmortalidad. Yo la sigo releyendo y evocando con hondo y
entrañable afecto. Trabajamos juntos en la revista Claudia de
la editorial Abril, y en una de las habituales y repetidas crisis de nuestra
Argentina, que provocó la quiebra de la empresa, Olga optó por jubilarse.
Sobrevivimos cinco o seis periodistas, que esmeradamente cubríamos todos los
frentes de la publicación. Yo, sin tener la menor idea del tema, debí hacerme
cargo de escribir el horóscopo, tarea que con eficacia desarrollaba ella. Como
es de suponer, mis conocimientos en esa especialidad son -y lo eran en esos
días- completamente nulos; sólo sé de astrología que por haber nacido en el mes
de septiembre, pertenezco al signo de Virgo. Bueno, el asunto es que haciendo
un refrito con lo publicado en revistas anteriores, yo salía del paso.
Una tarde vino
de visita nuestra querida Olga que, como se sabe, además de poeta y periodista
era astróloga. Cuando se acercó para saludarme, vio que yo estaba escribiendo
el horóscopo de la semana y al ver el procedimiento que yo usaba para salir del
paso, me reprendió duramente: “Alifano, esto que haces es una estafa a la
gente. Por favor no lo hagas más. Podrías haber recurrido a la poeta Elisabeth
Azcona Cranwell, que también sabe del tema. A partir de ahora yo lo seguiré
haciendo, y gratis”. Abochornado, yo me disculpé y acepté su propuesta, que en
definitiva me sacaba del apuro y me libraba de una culposa responsabilidad.
La estricta y
múltiple Olga dedicó buena parte de su vida al periodismo, a la labor actoral y
a la producción de radio, sin dejar nunca, por supuesto, su maravillosa faena
de poeta. Empleó varios seudónimos en nuestra profesión y estuvo al frente,
también, de algunas publicaciones literarias, tales como la revista Canto que
dirigía su primer esposo, el poeta Miguel Ángel Gómez y reunía a la llamada
Generación del ‘40. Por esa época hacía, además, comentarios sobre teatro
clásico español y argentino en la Radio Municipal; no era todo, pues actuaba en
las tablas representando el imaginario papel de Mónica Videla, que se extendió
desde 1947 hasta 1954. En la Radio Splendid, nos volvimos a encontrar cuando yo
colaboraba en el informativo y ella hacia un papel en la compañía teatral de
Nydia Reynal y Héctor Coire, al que a través de ella me incorporé como actor.
Fue durante esos años, fines de la década de 1960, cuando se empleó como
redactora en la revista Claudia y conjuntamente organizó el
horóscopo del diario Clarín.
Yo la conocí
hacia mediados de los años ’60, cuando con Olga trabajábamos en la instructiva Guía
Sudamericana de Turismo, del editor Enrique Garciarena, el divertido
“Hueso”, como le decíamos íntimamente. Ella había formado pareja con Enrique
Molina y viajamos juntos a México, donde compartimos cenas con Octavio Paz,
Rosario Castellanos, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez y Jaime Sabines, entre
otros; luego estuvimos en Bogotá, en Lima y en Santiago de Chile, viviendo en
ocasiones experiencias formidables, tales como un caldillo de congrio en la
celebración del cumpleaños de Pablo Neruda.
Como poeta, Olga
formó parte de la generación “Tercera Vanguardia” de marcada tendencia
surrealista, y al cual pertenecían entre otros, Oliverio Girondo, César
Fernández Moreno, Enrique Molina, Alberto Girri y Joaquín Giannuzzi, que
basaron su producción poética en la influencia que en ellos ejercieran a su vez
San Juan de la Cruz, Sor Juana Inés, Rimbaud, Nerval, Baudelaire, Milosz y
Rilke. Quizá la obra que mejor explica a estos poetas y su tiempo se encuentra
en el texto que Olga recopilara bajo el título: La oscuridad es otro
sol (1967), donde su prosa, siempre poética, en relatos de su abuela
María Laureana, la llevarán a desarrollar una saga donde la infancia es una
puerta iniciática. Allí también aparece su vínculo con el tarot que la llevan a
escribir poemas como “Cartomancia” o “Para destruir a la enemiga”, donde Olga
vitaliza cada gesto vinculado con el acto de escribir. Esa fuerza verbal y la
intensidad apasionada de sus versos son, no me caben dudas, suficientes razones
para que se considere a Olga Orozco entre las más iluminadas voces de la poesía
en lengua española.
Aquí está lo
que es, lo que fue, lo que vendrá, lo que puede venir.
Siete respuestas tienes para siete preguntas.
Lo atestigua tu carta que es el signo del mundo:
a tu derecha el ángel,
a tu izquierda el demonio.
Siete respuestas tienes para siete preguntas.
Lo atestigua tu carta que es el signo del mundo:
a tu derecha el ángel,
a tu izquierda el demonio.
¿Quién
llama?, ¿pero quién llama desde tú nacimiento hasta tu muerte
con una llave rota, con un anillo que hace años fue enterrado?
¿Quiénes planean sobre sus propios pasos como una bandada de aves?
las estrellas anuncian el cielo del enigma…
con una llave rota, con un anillo que hace años fue enterrado?
¿Quiénes planean sobre sus propios pasos como una bandada de aves?
las estrellas anuncian el cielo del enigma…
Olga solía
repetir en entrevistas que acostumbraba escribir con piedras en sus manos; una
traída de donde nació su padre, otra de la tierra de su madre y una tercera que
le había obsequiado un amigo de la infancia de la que estuvo enamorado, cuando
se mudaron con su familia del pueblo de Toay, en la ciudad de Bahía Blanca.
En su entorno
literario se hablaba de ella como una mujer de enorme generosidad, que nunca se
quedó pegada al personaje ni dejó de tomarse el trabajo de redactar cartas de
recomendación para ayudar a sus amigos, ni de abrir de par en par cualquiera
que golpeara su puerta. Es la pura verdad. Doy fe.
En una lluviosa
noche de marzo de 1999, Olga nos invitó a cenar en su casa a Rivadavia y a mí.
Ella y el arquitecto Valerio Peluffo, su esposo, con quien se casó en 1965, nos
recibieron alegres en su cálido departamento. Fue un encuentro maravilloso y
memorable; por aquellos años, Olga formaba parte del consejo de redacción de la
revista Proa, que yo dirigía. Recuerdo que se mostró sorprendida
que le dedicáramos a ella un número especial. “Ustedes están completamente
locos, ¿cómo se les ocurre una cosa así?”, nos reprendió con gesto adusto y una
auténtica humildad. La convencimos y es algo que nos honra. Nos entregó el
magnífico poema “Aquí están tus recuerdos”
Aquí están
tus recuerdos:
este leve polvillo de violetas
cayendo inútilmente sobre las olvidadas fechas;
tu nombre,
el persistente nombre que abandonó tu mano entre las piedras;
el árbol familiar, su rumor siempre verde contra el vidrio;
mi infancia, tan cercana,
en el mismo jardín donde la hierba canta todavía
y donde tantas veces tu cabeza reposaba de pronto junto a mí,
entre los matorrales de la sombra...
este leve polvillo de violetas
cayendo inútilmente sobre las olvidadas fechas;
tu nombre,
el persistente nombre que abandonó tu mano entre las piedras;
el árbol familiar, su rumor siempre verde contra el vidrio;
mi infancia, tan cercana,
en el mismo jardín donde la hierba canta todavía
y donde tantas veces tu cabeza reposaba de pronto junto a mí,
entre los matorrales de la sombra...
A Olga le
gustaba definir la poesía usando las palabras de Howard Nemeroff, el poeta
norteamericano, que decía que poesía es “la tentativa de apremiar a Dios
para que hable”. Seguramente los que creen en Dios pensarán que ella debe
estar cumpliendo ahora esta preciosa tarea, y los que creen en nuestra admirada
Olga Orozco, pero no en Dios, aceptaran también esta posibilidad puesto que une
íntimamente a la poeta con la auténtica poesía. Y con lo sublime.
Recordar a Olga
Orozco es, también, la posibilidad de descubrir a una poeta de particular
significación para las mujeres que ejercen esta tarea, porque no hay que
olvidar que ella levanta un yo incandescente, un lugar para la subjetividad en
donde caben todos. Como pocas mujeres en su tiempo, Olga se animó a poner toda
su fuerza en la palabra y apostar por el arte y sus pasiones. Rechazó los
estereotipos y snobismos, y transitó en las veredas caminadas por los
verdaderos artistas de su época, la mayoría hombres, y ella fue con ellos a la
par. Con rotunda actitud de entrega, nuestra aeda no temió nunca mostrar sus
obras junto a las suyas, aunque casi la mayoría careciera de talento.
Sin duda es
importante recordarla más allá de ese viejo rótulo de “la generación del ‘40”,
porque su obra implica eso, pero sin duda mucho más, ya que es la obra de una
mujer que se entregó al amor, sin el cual no vale la pena vivir, y por la
plenitud de una trayectoria literaria que la coloca en la lista de esos
innumerables nombres femeninos que se deben recuperar para siempre.
Olga Orozco,
nació en Toay, en la provincia de La Pampa hacia 1920, y publicó su primer
libro de poemas titulado Desde lejos, a los 26 años. Toda su obra
fue reconocida en 1988, cuando le concedieron el Premio Nacional de
Poesía, y en 1998 cuando se la distinguió en México con el premio de
literatura Juan Rulfo. El 15 de agosto de ese mismo año, nuestra
amiga atravesó esa última puerta, que, según ella, la dejaría en el jardín que
existe “en el fondo de todo, allá en la nada”. Murió de un ataque al
corazón en una clínica de la ciudad de Buenos Aires, donde había ingresado a mediados
de julio con una afección circulatoria.
Fiel y rigurosa
en el manejo de las formas, los poetas tenemos la obligación de creer
en las palabras”, nos dijo aquella noche que la visitamos con Rivadavia. “Tenemos
que creer en ellas como si fueran mariposas en libertad; también como las
palabras creen en los poetas cuando éstos vuelan en libertad”. La misma
libertad que ella dio a sus versos más vigorosos y conmovedores de despedida:
Yo, Olga
Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero.
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
Unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
La humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
Y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido…
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
Unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
La humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
Y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido…
©ROBERTO
ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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