VIEJOS SON LOS TRAPOS
“Viejos son los trapos”,
era la usual expresión utilizada por nuestros padres y abuelos cuándo se
encontraban en la necesidad de sostener que, no por tener determinada edad, se
habían convertido en personas inútiles, que había que descartar como quien
tiraba en el cajón aquellas telas ya inservibles. Pero lo cierto es que, en
verdad, por aquellos no tan lejanos tiempos del siglo XX, llegar a la edad de
la jubilación implicaba casi inequívocamente un pasaje “a cuarteles de
invierno”, como solía decirse con cierta cómplice benevolencia. En el
imaginario popular, la persona que transitaba entre 60 y 65 años de edad, era
considerado alguien “viejo” de quien poco se podía aguardar, salvo acompañar –
a veces; tampoco exigir mucho – a los nietos, ver pasar el tiempo en el banco
de una plaza o – en el mejor de los casos – reunirse con otros contemporáneos
para jugar a las bochas o conversar sobre “glorias pasadas.”
Pues bien, todo eso, en lo
que va del tercer milenio se ha convertido en historia. Los hechos demuestran
que no sólo la expectativa de vida aumentó sino que – con ello – también lo
hizo la calidad de vida. Ahora, quien llega a la edad de jubilarse encuentra
que su médico gerontólogo le indica que es un buen momento para aprender otro
idioma, entrenarse en algún deporte o comenzar una carrera terciaria o
universitaria. Mente y cuerpo de los “adultos mayores” (como se ha dado en
denominarlos) siguen en condiciones para desempeñar una vida proactiva, plena y
con proyectos nuevos e importantes.
Ejemplos tenemos a la
vista, de manera cotidiana, con sólo leer los diarios. Veamos.
La interna presidencial
del Partido Demócrata, en los Estados Unidos, está dada entre el ex
vicepresidente Joe Biden y la senadora Elizabeth Warren. Él tiene 76 años. Ella
ha cumplido 70. Adviértase que, pongamos por caso que Biden fuera presidente,
concluiría su mandato con 81 años de edad. El presidente de la mayor potencia
del mundo sería un octogenario. Y ninguno se conmueve ni le parece que esto se
encuentre fuera de lugar.
Gilberte Beaux, es
francesa; pero de julio a noviembre vive en la ciudad de Buenos Aires. Es
productora agrícola ganadera. Propietaria de la empresa Rincón de Corrientes
S.A. Dirige, día a día, sus negocios. El detalle: ya cumplió 90 años.
Robert Ballard no pierde
su espíritu aventurero y expedicionario. El equipo por él dirigido fue el
descubridor en 1985 de los restos del Titanic, en las profundidades del Océano
Atlántico. Ahora se encuentra en el Océano Pacífico buscando resolver el
misterio de Amelia Earhart, la aviadora desaparecida junto con su avión
Lockheed, en 1937. Allí está – lleno de entusiasmo – Ballard haciendo inmersiones
y recorriendo islas selváticas. Eso sí, tiene 77 años. No piensa abandonar aún
su profesión de “detective oceánico.”
Para su reciente campaña
publicitaria, supermercados Día apeló a los conocimientos de un reconocido
especialista: Saúl Altheim. Tiene 81 años.
Los ejemplos se
multiplican. Pero pasemos a algunas cifras.
En Japón hay, hoy, 68.000
personas que pasaron los 100 años. En España, unas 400.000 son las que
superaron los 90 años.
La Organización Mundial de
la Salud anuncia que, para 2050, la cantidad de personas con más de 60 años
será el doble de la actualidad y estima que la mitad de los nacidos desde 2010
podrán cumplir el centenar de años de edad y más también.
En la ciudad de Buenos
Aires viven 150.000 que ya pasaron los 80 años. En todo el país, suman un
millón. Y 6.000.000 es el número de quienes tienen 65 o más años. De acuerdo al
censo de 2010, en nuestro país había ya 3.487 centenarios.
Hoy, como nunca antes,
corresponde afirmar: “Viejos son los trapos.”
©ANTONIO LAS HERAS, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
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