EL NIÑO
VERDE
A
María del Carmen Villaverde,
hacedora de sueños…
Y, en especial, al maestro Norberto
Pannone, militante de verdades y esperanzas.
Las aguas blancas de la
luna corren densas por la colina ensombrecida. Ríos de estrellas serpentean por
ella su descenso, en tanto el niño corre. Un niño verde (como todos), de cara y
de pies verdes, de cuerpo verde escondido en la túnica leve que lo envuelve sin
color.
El niño no es el río, pero
corre y serpentea como las aguas de la luna y el torrente de estrellas que
sacude el valle casi desierto. El roquedal se eriza por el eco destemplado del
niño de diamante que jadea y gime por su madre. La noche se angosta en cada
sendero y la atmósfera se espesa en cada hueco agazapado.
El pastorcito tiene miedo
de esa noche especial. De nada vale la larga (a pesar de su edad) experiencia
acumulada en las quebradas de su tierra.
Los duendes del fogón han
llegado. Rayando el cielo negro con humo de espanto y bocarrón de fuego.
Gimen las ovejas de tres
patas abandonadas al embrujo.
No habrá bufandas el
próximo invierno.
Una bandera y un cohete se
plantan y arrellanan por fin tras las piedras herrumbradas, como simientes de
espera. Comienza el ciclo irreversible de lo incierto.
Después de consolar a su
hijo, Mauanna, muerde su cola en
gesto penitente, mientras piensa que, éste, ha dejado de ser el mejor de los
mundos...
©ADRIÁN NÉSTOR
ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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