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domingo, 1 de septiembre de 2019

LA FILOSOFÍA DEL DIALOGO. NUEVA HUMANIDAD Y NUEVA RACIONALIDAD EN LA POSMODERNIDAD. Gabriella Bianco, Venecia, Italia



LA FILOSOFÍA DEL DIALOGO. NUEVA HUMANIDAD Y NUEVA RACIONALIDAD EN LA POSMODERNIDAD. 

En el curso de su historia, la filosofía se ha propuesto el problema del origen y del fin, asumiendo en modo problemático el sentido-valor definitivo de tiempo e historicidad, instalándose en una dimensión que tiende a la reconstrucción de la contemporaneidad perenne e indestructible del filosofar de cada tiempo. Así la filosofía se hace “filosofía del tiempo y de la historicidad”. La historia deviene el lugar-tiempo del manifestarse de la “verdad” y lugar del encuentro-aceptación-refutación por parte del hombre de la “verdad” como “libertad”. Cualquier consideración de la libertad no puede dejar de corresponderse con la consideración del agente de tal libertad. La subjetividad es ante todo temporalidad en acto, que vive como presencia que se dilata, se modifica, en un continuo y dialectico devenir. Sartre habla, de hecho, de totalización en acto. Función esencial de la libertad del hombre es la temporalidad, que hace que el yo no sea siempre idéntico a sí mismo, sino un proceso dialécticamente abierto. La libertad como función dialectico-existencial se define en relación de la finitud de la subjetividad humana. Levinas afronta la cuestión crucial de sujeto, arribando a la teorización de la alteridad interhumana en una relación ética. En el tema dialógico, la subjetividad humana reencuentra 34 su lugar y su significado, en una subjetividad éticamente responsable del prójimo. El hombre está siempre más allá de sí mismo - escribe Jean Wahl. El más allá de sí mismo es la unicidad de cada uno, en una proximidad y responsabilidad ética que se identifica con mi unicidad, que no se sustrae a la correlación yo-otro, que se manifiesta en el dialogo. Desde este llamado a la responsabilidad, intentamos abrirnos a una “filosofía del dialogo”, que piensa al hombre y al mundo, al mundo y al otro hombre. Sin embargo, la racionalidad de la modernidad entra en crisis cuando, a la emancipación de la minoría y perseguimiento de la felicidad, las substituye el desarrollo técnico-económico, como racionalidad instrumental. En este cuadro concreto de ausencias de valores, hasta la libertad humana, residuo y fundamento de cada actual juicio de valor, se vuelve anarquía, fuente de continua fractura entre individuo y sociedad. Entre público y privado, entre instituciones y realidad histórica. Las estructuras del tiempo aparecen hoy tanto más ambigua e inquietante, cuanto es incrementado el dominio del hombre sobre el tiempo, mediante medios eficaces de reproducirlo y acelerar el desarrollo futuro, actuando sobre la naturaleza, tal de constituir una amenaza más que una positiva posibilidad de futuro, considerando la crisis ecológica, que pone en peligro la sobrevivencia misma del hombre en la tierra. A la pérdida de la dimensión ontológica de la verdad, consecuencia del objetivismo moderno, un postmodernismo “positivo” opondría, como más apropiado al ser integral del hombre y a su decir como “acto lingüístico”, el lenguaje humano, capaz de identificar y de significar la verdad como sistema di signos que reconducen al obrar lingüístico humano. En particular, el filósofo alemán Apel llega a hacer derivar de las exigencias del comunicar lingüístico una normativa no reducible a la contingencia histórico-social, sino fundada en la naturaleza misma del hombre en cuanto ser comunicante y por ello valida en absoluto. Considerar el lenguaje no como objetivación o simple signo convencional y estático, sino como “dialogo” ya en si comunicante desde sus orígenes, como expresión de la humanidad del hombre, permitiría a la posmodernidad liberarse sea del moderno nihilismo, que de la fractura entre los distintos y esenciales momentos del hombre y de la razón. Es bajo esta luz que se hace camino un proyecto de nueva humanidad, en el sentido de una reasunción consciente del quehacer histórico, fundado sobre verdades y valores no históricos, en el surco de la tradición humanista que retomamos de Vico, quien, liberándose de los limites históricos modernos, nos muestra el trascendente y liberador poder de revelación del logos, como principio y fin de la humanidad del hombre. Para el mismo Heidegger, el destino del hombre está indisolublemente ligado al Ser, que, en la ambigüedad del devenir del ser histórico, “suspendido entre ‘tiempo y eternidad”, debe confiar en la fe religiosa que da un sentido final y total a lo humano. La revisión posmoderna de la verdad del ser se expresa por ello, en un proyecto de nueva antropología y de nueva humanidad, en las cuales las vías del lenguaje coinciden con el reencontrarse mismo del hombre y relanzan las perspectivas humanas en relación con lo absoluto. Es difícil escapar a la impresión de que nuestro tiempo está particularmente cargado de urgencias históricas, un tiempo que llama a la responsabilidad que un término griego bíblico define como un tiempo de gracia y de justicia, Kairós. Sin embargo, según la concepción liberal, una sociedad puede perseguir una “común idea de justicia”, sin compartir una idea sobre el “bien común”. Premiando el interés individual frente al bien común, se pone en peligro aquel mismo bien - la solidaridad - que servía de protección y de garantía social. Pierre Bourdieu va más allá y define la esencia y las practicas neoliberales como un programa para destruir las estructuras comunitarias y colectivas, capaces de contraponerse a la lógica del “puro mercado”. Una sociedad sin una común idea de bien es una sociedad sin alma; sin un verdadero vínculo entre ciudadanos, ella tiende a disolver los vínculos comunitarios entre los hombres, a debilitar la atención por la cosa pública, a impedir la identificación con los valores colectivos. La abstención de la participación política y el desafecto por el poder civil, los fenómenos de despolitización son los efectos de esta crisis creciente de la identidad colectiva. Un posmodernismo no solo negativo, debe abrirse a perspectivas de refundación de verdaderos valores humanos, capaces de liberar el postulado humanista de su arbitrariedad histórica. La dimensión 35 ética debe formar parte del camino de la humanidad en su proceder y confiere a la posmodernidad, la posibilidad de continuar hablando de la razón, de la naturaleza, de la sociedad de Dios como principio de aquel bien común que lleva a la solidaridad y a la identificación con los valores colectivos de una sociedad. El pasaje a la condición posmoderna no nos ha llevado a una mayor libertad individual ni a una mayor voz para negociar opciones y elecciones, frente a la creciente mercantilización de cada aspecto de la vida humana. Por el contrario: la exaltada libertad humana, fuente de continua fractura entre individuos y sociedad, entre público y privado, entre instituciones y libertad histórica, en un cuadro concreto de ausencia de valores reconocidos, el futuro mismo de la humanidad y del mundo está en peligro, sin hablar del peligro real constituido por la cuestión ecológica, o sea la posibilidad de la destrucción del planeta no solo por armas químicas y nucleares, sino por la destrucción de las fuentes de vida, como el agua y el medio ambiente. Un proyecto de nueva humanidad implica entonces la reasunción consciente de tareas históricas fundadas sobre verdad y valores no históricos, en una positiva convergencia de teoría, praxis y poiesis, en una eficaz conjunción de pensar y conocer, decidir y actuar, expresar y comunicar. En la destrucción de todas las formas de organización social incompatibles con el nuevo sistema liberal, asistimos a un gigantesco proceso de homologación, que se puede contener solamente si, en lo interior de la nueva sociedad planetaria, maduran nuevas perspectivas culturales que recuperen los vínculos que unen a los pueblos en un único destino planetario. La gran pregunta es por consiguiente ¿cómo podemos globalizar so solo los mercados, sino también y sobre todo los derechos? ¿Qué respuestas podemos dar que tomen en cuenta las desigualdades crecientes entre las diversas zonas del globo en materia de derechos, democracia, acceso a la educación y a las oportunidades, de modo que cada pueblo pueda determinar el propio destino y modo de vivir? En nombre del universalismo ético, el sociólogo Walzer desarrolla una concepción pluralista de la justicia distributiva, individualizando en la noción de “igualdad compleja” el requisito fundamental para una 36 sociedad justa, en donde la relación entre libertad e igualdad llega a formularse en la perspectiva de un orden social, que, mientras tutela la autonomía de las esferas particulares, no permite ejercitar a ninguna, una dominación tiránica sobre las otras. El poeta italiano Franco Fortini advierte que cultivar la memoria no significa exclusivamente reflexionar sobre aquello que ha acontecido ayer, más allá de toda resignada aceptación de lo existente, recuperando los interrogantes sobre temas como la justicia social, la dignidad del trabajo, un renovado sentido de la dimensión de la autoridad y de la libertad. La toma de conciencia de la existencia del otro, de la necesidad de respetar sus exigencias y del deber de promover su crecimiento, es el fundamento de la vida moral. La ética entonces es anterior a la libertad, pero responsabilidad y libertad actúan como conceptos correlativos. La responsabilidad predispone objetivamente la libertad, así como la libertad no puede subsistir sino en la responsabilidad. En esa responsabilidad humana anterior a la libertad misma, Hans Jonas coloca el concepto de responsabilidad y lo interpreta como “responsabilidad hacia las generaciones futuras y hacia la naturaleza” atribuyéndole un valor metafísico. En esta ética del futuro, Jonas intenta ir más allá de toda ética que se haga cargo no solo de los que comparten nuestra suerte, sino de la naturaleza, existe, como afirma el teólogo Bonhoeffer, una necesidad de adecuación a la realidad, como vinculo de la responsabilidad, como mandamiento concreto, no solo como teología, sino como praxis. En el caso de Bonhoeffer, que, como sabemos, pagó con la vida sus propias convicciones, en la tentativa de hacer un atentado a Hitler, retomamos su declaración: “La inserción de la responsabilidad acontece a partir de la propia subjetividad, en una decisión que se debe tomar libremente “. Hablamos, con Max Weber, de una “ética de la convicción”, como orientación moral capaz de inspirar la conducta total de un sujeto; a ella sigue la “ética de la responsabilidad”, que indica en cambio aquel obrar ético que orienta concretamente las acciones, lo que Weber llama la “acción racional respecto a valores”. Esta clásica distinción consustancia la sustancia ética del actuar y permite tener en cuenta tanto las intenciones como las consecuencias del actuar. La solidaridad y la responsabilidad hacia con los otros, no representa entonces solo un desafío a nivel cultural-religioso, sino también y, sobre todo, en sentido ético y social. A esto hay que añadir el concepto de hospitalidad de Levinas, que a su vez coincide con la paz, una paz y una responsabilidad que no pertenecen al orden de lo político, sino que lo sobrepasa, siendo la paz ética y originaria. En el gesto de acoger dirigido al otro, la hospitalidad se abre como intencionalidad y como tal, no es una región de la ética, es la eticidad misma. Es este el desafío del Tercer Milenio, recordando que el amor o, como dice Levinas, la hospitalidad, es siempre y solamente una alteridad personal; poner el principio-solidaridad como fundamento de los derechos del hombre reconfirma la trascendencia de lo ético - la primacía de la eticidad - sobre todo lo humano y coloca al hombre en el centro del espacio que ella instaura. La categoría de la responsabilidad remite a la libertad del sujeto, por la cual el sujeto aparece como el punto de partida y de llegada de la moralidad. La filosofía del dialogo intenta recuperar para el hombre la posibilidad de una solidaridad totalmente personal, en aquello sello individual que el sujeto, finalmente recuperado, confiere al propio-ser-para-el otro. No hay contraposición entre el principio esperanza y el principio responsabilidad, en cuanto ambos encuentran en “la nueva humanidad y solidaridad” que auspiciamos, el horizonte del ser como promesa y como justicia. En la responsabilidad y en la esperanza está inscrita la posibilidad de que nazca verdaderamente un mundo más adecuado y justo. 

Bibliografía Bianco, G. (2002). Epistemología del diálogo. Pensamiento del éxodo. Buenos Aires: Biblos.  
Gabriella Bianco, Escritora de libros y ensayos de temas poéticos, filosóficos, éticos y literarios. PhD. en Filosofía Política y Ciencia Política; Dra. en Semiótica, Universidad de Urbino. Miembro activo de la Red Internacional de mujeres filósofas de la UNESCO desde-2012. Ha sido directora y agregada cultural del Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia en Institutos de cultura de varios continentes.

©GABRIELLA BIANCO, poeta y escritora italiana
PRESIDENTE DE ASOLAPO ITALIA – MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA



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