LA FILOSOFÍA DEL DIALOGO. NUEVA HUMANIDAD Y NUEVA RACIONALIDAD EN LA POSMODERNIDAD.
En
el curso de su historia, la filosofía se ha propuesto el problema del origen y
del fin, asumiendo en modo problemático el sentido-valor definitivo de tiempo e
historicidad, instalándose en una dimensión que tiende a la reconstrucción de
la contemporaneidad perenne e indestructible del filosofar de cada tiempo. Así
la filosofía se hace “filosofía del tiempo y de la historicidad”. La historia
deviene el lugar-tiempo del manifestarse de la “verdad” y lugar del
encuentro-aceptación-refutación por parte del hombre de la “verdad” como
“libertad”. Cualquier consideración de la libertad no puede dejar de
corresponderse con la consideración del agente de tal libertad. La subjetividad
es ante todo temporalidad en acto, que vive como presencia que se dilata, se
modifica, en un continuo y dialectico devenir. Sartre habla, de hecho, de
totalización en acto. Función esencial de la libertad del hombre es la
temporalidad, que hace que el yo no sea siempre idéntico a sí mismo, sino un
proceso dialécticamente abierto. La libertad como función
dialectico-existencial se define en relación de la finitud de la subjetividad
humana. Levinas afronta la cuestión crucial de sujeto, arribando a la
teorización de la alteridad interhumana en una relación ética. En el tema
dialógico, la subjetividad humana reencuentra 34 su lugar y su significado, en
una subjetividad éticamente responsable del prójimo. El hombre está siempre más
allá de sí mismo - escribe Jean Wahl. El más allá de sí mismo es la unicidad de
cada uno, en una proximidad y responsabilidad ética que se identifica con mi
unicidad, que no se sustrae a la correlación yo-otro, que se manifiesta en el
dialogo. Desde este llamado a la responsabilidad, intentamos abrirnos a una
“filosofía del dialogo”, que piensa al hombre y al mundo, al mundo y al otro
hombre. Sin embargo, la racionalidad de la modernidad entra en crisis cuando, a
la emancipación de la minoría y perseguimiento de la felicidad, las substituye
el desarrollo técnico-económico, como racionalidad instrumental. En este cuadro
concreto de ausencias de valores, hasta la libertad humana, residuo y
fundamento de cada actual juicio de valor, se vuelve anarquía, fuente de
continua fractura entre individuo y sociedad. Entre público y privado, entre
instituciones y realidad histórica. Las estructuras del tiempo aparecen hoy
tanto más ambigua e inquietante, cuanto es incrementado el dominio del hombre
sobre el tiempo, mediante medios eficaces de reproducirlo y acelerar el
desarrollo futuro, actuando sobre la naturaleza, tal de constituir una amenaza
más que una positiva posibilidad de futuro, considerando la crisis ecológica,
que pone en peligro la sobrevivencia misma del hombre en la tierra. A la pérdida
de la dimensión ontológica de la verdad, consecuencia del objetivismo moderno,
un postmodernismo “positivo” opondría, como más apropiado al ser integral del
hombre y a su decir como “acto lingüístico”, el lenguaje humano, capaz de
identificar y de significar la verdad como sistema di signos que reconducen al
obrar lingüístico humano. En particular, el filósofo alemán Apel llega a hacer
derivar de las exigencias del comunicar lingüístico una normativa no reducible
a la contingencia histórico-social, sino fundada en la naturaleza misma del
hombre en cuanto ser comunicante y por ello valida en absoluto. Considerar el
lenguaje no como objetivación o simple signo convencional y estático, sino como
“dialogo” ya en si comunicante desde sus orígenes, como expresión de la
humanidad del hombre, permitiría a la posmodernidad liberarse sea del moderno
nihilismo, que de la fractura entre los distintos y esenciales momentos del
hombre y de la razón. Es bajo esta luz que se hace camino un proyecto de nueva
humanidad, en el sentido de una reasunción consciente del quehacer histórico, fundado
sobre verdades y valores no históricos, en el surco de la tradición humanista
que retomamos de Vico, quien, liberándose de los limites históricos modernos,
nos muestra el trascendente y liberador poder de revelación del logos, como
principio y fin de la humanidad del hombre. Para el mismo Heidegger, el destino
del hombre está indisolublemente ligado al Ser, que, en la ambigüedad del
devenir del ser histórico, “suspendido entre ‘tiempo y eternidad”, debe confiar
en la fe religiosa que da un sentido final y total a lo humano. La revisión
posmoderna de la verdad del ser se expresa por ello, en un proyecto de nueva
antropología y de nueva humanidad, en las cuales las vías del lenguaje
coinciden con el reencontrarse mismo del hombre y relanzan las perspectivas
humanas en relación con lo absoluto. Es difícil escapar a la impresión de que
nuestro tiempo está particularmente cargado de urgencias históricas, un tiempo
que llama a la responsabilidad que un término griego bíblico define como un
tiempo de gracia y de justicia, Kairós. Sin embargo, según la concepción
liberal, una sociedad puede perseguir una “común idea de justicia”, sin
compartir una idea sobre el “bien común”. Premiando el interés individual
frente al bien común, se pone en peligro aquel mismo bien - la solidaridad -
que servía de protección y de garantía social. Pierre Bourdieu va más allá y
define la esencia y las practicas neoliberales como un programa para destruir
las estructuras comunitarias y colectivas, capaces de contraponerse a la lógica
del “puro mercado”. Una sociedad sin una común idea de bien es una sociedad sin
alma; sin un verdadero vínculo entre ciudadanos, ella tiende a disolver los
vínculos comunitarios entre los hombres, a debilitar la atención por la cosa
pública, a impedir la identificación con los valores colectivos. La abstención
de la participación política y el desafecto por el poder civil, los fenómenos
de despolitización son los efectos de esta crisis creciente de la identidad
colectiva. Un posmodernismo no solo negativo, debe abrirse a perspectivas de
refundación de verdaderos valores humanos, capaces de liberar el postulado
humanista de su arbitrariedad histórica. La dimensión 35 ética debe formar
parte del camino de la humanidad en su proceder y confiere a la posmodernidad,
la posibilidad de continuar hablando de la razón, de la naturaleza, de la
sociedad de Dios como principio de aquel bien común que lleva a la solidaridad
y a la identificación con los valores colectivos de una sociedad. El pasaje a
la condición posmoderna no nos ha llevado a una mayor libertad individual ni a
una mayor voz para negociar opciones y elecciones, frente a la creciente
mercantilización de cada aspecto de la vida humana. Por el contrario: la
exaltada libertad humana, fuente de continua fractura entre individuos y
sociedad, entre público y privado, entre instituciones y libertad histórica, en
un cuadro concreto de ausencia de valores reconocidos, el futuro mismo de la
humanidad y del mundo está en peligro, sin hablar del peligro real constituido
por la cuestión ecológica, o sea la posibilidad de la destrucción del planeta
no solo por armas químicas y nucleares, sino por la destrucción de las fuentes
de vida, como el agua y el medio ambiente. Un proyecto de nueva humanidad
implica entonces la reasunción consciente de tareas históricas fundadas sobre
verdad y valores no históricos, en una positiva convergencia de teoría, praxis
y poiesis, en una eficaz conjunción de pensar y conocer, decidir y actuar,
expresar y comunicar. En la destrucción de todas las formas de organización
social incompatibles con el nuevo sistema liberal, asistimos a un gigantesco
proceso de homologación, que se puede contener solamente si, en lo interior de
la nueva sociedad planetaria, maduran nuevas perspectivas culturales que
recuperen los vínculos que unen a los pueblos en un único destino planetario.
La gran pregunta es por consiguiente ¿cómo podemos globalizar so solo los
mercados, sino también y sobre todo los derechos? ¿Qué respuestas podemos dar
que tomen en cuenta las desigualdades crecientes entre las diversas zonas del
globo en materia de derechos, democracia, acceso a la educación y a las
oportunidades, de modo que cada pueblo pueda determinar el propio destino y
modo de vivir? En nombre del universalismo ético, el sociólogo Walzer
desarrolla una concepción pluralista de la justicia distributiva,
individualizando en la noción de “igualdad compleja” el requisito fundamental
para una 36 sociedad justa, en donde la relación entre libertad e igualdad
llega a formularse en la perspectiva de un orden social, que, mientras tutela
la autonomía de las esferas particulares, no permite ejercitar a ninguna, una
dominación tiránica sobre las otras. El poeta italiano Franco Fortini advierte
que cultivar la memoria no significa exclusivamente reflexionar sobre aquello
que ha acontecido ayer, más allá de toda resignada aceptación de lo existente,
recuperando los interrogantes sobre temas como la justicia social, la dignidad
del trabajo, un renovado sentido de la dimensión de la autoridad y de la
libertad. La toma de conciencia de la existencia del otro, de la necesidad de
respetar sus exigencias y del deber de promover su crecimiento, es el
fundamento de la vida moral. La ética entonces es anterior a la libertad, pero
responsabilidad y libertad actúan como conceptos correlativos. La
responsabilidad predispone objetivamente la libertad, así como la libertad no
puede subsistir sino en la responsabilidad. En esa responsabilidad humana
anterior a la libertad misma, Hans Jonas coloca el concepto de responsabilidad
y lo interpreta como “responsabilidad hacia las generaciones futuras y hacia la
naturaleza” atribuyéndole un valor metafísico. En esta ética del futuro, Jonas
intenta ir más allá de toda ética que se haga cargo no solo de los que comparten
nuestra suerte, sino de la naturaleza, existe, como afirma el teólogo
Bonhoeffer, una necesidad de adecuación a la realidad, como vinculo de la
responsabilidad, como mandamiento concreto, no solo como teología, sino como
praxis. En el caso de Bonhoeffer, que, como sabemos, pagó con la vida sus
propias convicciones, en la tentativa de hacer un atentado a Hitler, retomamos
su declaración: “La inserción de la responsabilidad acontece a partir de la
propia subjetividad, en una decisión que se debe tomar libremente “. Hablamos,
con Max Weber, de una “ética de la convicción”, como orientación moral capaz de
inspirar la conducta total de un sujeto; a ella sigue la “ética de la
responsabilidad”, que indica en cambio aquel obrar ético que orienta
concretamente las acciones, lo que Weber llama la “acción racional respecto a
valores”. Esta clásica distinción consustancia la sustancia ética del actuar y
permite tener en cuenta tanto las intenciones como las consecuencias del
actuar. La solidaridad y la responsabilidad hacia con los otros, no representa
entonces solo un desafío a nivel cultural-religioso, sino también y, sobre
todo, en sentido ético y social. A esto hay que añadir el concepto de
hospitalidad de Levinas, que a su vez coincide con la paz, una paz y una
responsabilidad que no pertenecen al orden de lo político, sino que lo
sobrepasa, siendo la paz ética y originaria. En el gesto de acoger dirigido al
otro, la hospitalidad se abre como intencionalidad y como tal, no es una región
de la ética, es la eticidad misma. Es este el desafío del Tercer Milenio,
recordando que el amor o, como dice Levinas, la hospitalidad, es siempre y
solamente una alteridad personal; poner el principio-solidaridad como
fundamento de los derechos del hombre reconfirma la trascendencia de lo ético -
la primacía de la eticidad - sobre todo lo humano y coloca al hombre en el
centro del espacio que ella instaura. La categoría de la responsabilidad remite
a la libertad del sujeto, por la cual el sujeto aparece como el punto de
partida y de llegada de la moralidad. La filosofía del dialogo intenta
recuperar para el hombre la posibilidad de una solidaridad totalmente personal,
en aquello sello individual que el sujeto, finalmente recuperado, confiere al
propio-ser-para-el otro. No hay contraposición entre el principio esperanza y
el principio responsabilidad, en cuanto ambos encuentran en “la nueva humanidad
y solidaridad” que auspiciamos, el horizonte del ser como promesa y como
justicia. En la responsabilidad y en la esperanza está inscrita la posibilidad
de que nazca verdaderamente un mundo más adecuado y justo.
Bibliografía Bianco, G.
(2002). Epistemología del diálogo. Pensamiento del éxodo. Buenos Aires:
Biblos.
Gabriella Bianco, Escritora
de libros y ensayos de temas poéticos, filosóficos, éticos y literarios. PhD.
en Filosofía Política y Ciencia Política; Dra. en Semiótica, Universidad de
Urbino. Miembro activo de la Red Internacional de mujeres filósofas de la
UNESCO desde-2012. Ha sido directora y agregada cultural del Ministerio de
Relaciones Exteriores de Italia en Institutos de cultura de varios continentes.
©GABRIELLA BIANCO, poeta y escritora italiana
PRESIDENTE
DE ASOLAPO ITALIA – MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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