EL HELADERO[1]
A la Caída.
En especial, al colega en las
letras y amigo del alma Prof. Norberto Pannone – Director Responsable del blog
ASOLAPO-ARGENTINA, honrando con gran afecto en su noble persona, al DÍA DEL
AMIGO (20 de Julio 2019 - Argentina).
UNO
Zacarías era,
a los ojos de Dios, un ser perfecto.
Es decir, un
ser perfecto hasta donde un hombre puede serlo. Perfecto con algún defecto.
Y sólo Dios y
Zacarías sabían cuál era ese defecto...
... Sólo Dios, y Zacarías, y el Adversario.
Por tanto, el Adversario hubo de vestirse de
extranjero, tomando previamente condición humana, y recorrer el polvo desierto
del camino que separaba a su Volcán de la Ciudad donde vivía Zacarías.
Y extremar el ingenio.
Dios amaba a Zacarías, y Zacarías contaba
con Su segura protección y suspiros invisibles; pues, cómo anhelaba Dios la
perfección de su servidor. Zacarías era el fruto más logrado desde que a Noé
prometiera Alianza eterna entre Su linaje y el de los hombres creados por Él.
Así que, por el sacerdocio, había alejado a
Zacarías de doncellas y dulces, y, sin por compañía había aceptado la presencia
de Isabel, esto se debía no sólo al amor demostrado por ella al servidor, sino
por sus escasas dotes para descifrar las veleidades terrenales de un buen
postre casero.
Por otra parte, el incienso había eliminado
en Zacarías, con el paso de los años, su capacidad para distinguir entre el
aroma siseante de una tarta de manzanas y el rugoso olor a brea y grasa con que
ablandaba cualquier borne oxidado en carruajes o tijeras campesinas de la
comarca israelita.
No obstante, sagaz, y en el inconsciente, un
defecto habitaba las entrañas santificadas (felices) de Zacarías, como un
gusano de muerte incubado (e incrustado) en su cuerpo vivo.
DOS
Aquella mañana, el inmigrante llegó vestido
de blanco. Como un rayo de sol, esquivando rocas y olivares. Radiante.
Getsemaní fue su primer testigo.
Montado en un extraño artefacto, hizo oír
por el cuenco metálico de una pequeña corneta como un viento de llamado, como
un sonido fresco por donde el mar rugía y la brisa del océano recorría como un
bálsamo helado la atmósfera ruidosa de Jerusalén (¿de Nazareth, al mismo
tiempo, también?; quizás...), seduciendo con promesas de goces invernales su
ardiente mediodía.
Nadie, excepto Zacarías que salía del Gran
Templo, lo vio.
Deslumbrado por su presencia inaudita,
Zacarías se detuvo en el pórtico sagrado del edificio donde el pueblo guardaba
las tablas de la Ley Mosaica, y, aborto por la blancura de aquel personaje de
nieve, creyó ver en él a un ángel del Señor acampando frente a la inquietud de
sus ojos sorprendidos. Desoyó por ende el alerta de Dios que prevenía...
... Y se acercó.
TRES
El extranjero sonrió sin dejar de
concentrarse en el misterio de su caja de transporte, oliendo, presintiendo la
presencia cada vez más cercana del odiado enemigo... Pero, como un tigre seguro
de su presa, no se inmutó. Paciente, supo esperar a que los ojos cansados y
azules del viejo sacerdote brillaran por detrás de su pelambre de anciano, y,
ya a su lado, le dejó preguntar...
Pero el extranjero permaneció callado, como
ausente o diluido por los rayos mortales que resecaban el aire de la
Transjordania, sentado en un apéndice de su artefacto blanco como blanco su
traje níveo, brillando en el desierto de las calles desiertas de una Jerusalén
totalmente adormilada. Sentado en su máquina de azúcares y colores almibarados,
removiendo algo que, por algún lugar entraba y por otro salía en y de la caja
blanca, aunque sólo pareciera una estela de sol desapareciendo en su secreto
interior, y transformada luego en...
Cuentan sus discípulos que, ni aún la tierra
sacudiéndose, resquebrajándose por el celo de Yavhé, pudo impedir que Zacarías
probara aquel maravilloso helado de siete colores.
Tampoco que, color a color, Zacarías fuera
comiéndose (devorándolo, sin darse cuenta, claro), el Arco de la Antigua
Alianza, y destruyendo así no sólo el Gran Templo (desmoronado en un solo acto
a sus espaldas) que la custodiara en papiros de piedra, sino y por sobre todo,
el Pacto que Dios había hecho con los hombres por medio de Noé.
Tal vez por eso, hasta el Día del Vagido
Redentor, quedo ciego luego, entre otras cosas.-
©ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
[1]
ADRIÁN N. ESCUDERO - Santa Fe (Argentina), 1984. Texto
ajustado: 09-03-2006.
Su versión original integró la primera edición del presente Libro “BREVE SINFONÍA Y OTROS CUENTOS
(Colección de Realismo Mágico). Ediciones Colmegna S.A. Santa Fe
(Argentina), Marzo de 1990, págs. 23/24.
Publicado en la Revista Gráfica “GACETA LITERARIA DE SANTA FE (Argentina)”, Nº 34,
Setiembre 1984.
Publicado el 24-02-2007 en el Magazín
Virtual MUNDO CULTURAL HISPANO (Círculo literario de Alicante – España).
Director: Denis Roland Jurado.-
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