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sábado, 6 de julio de 2019

LA JUNGLA DEL PODER, Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina

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TRIBUNA
LA JUNGLA DEL PODER

En el glosario del lunfardo rioplatense la palabra “berreta” significa vulgaridad, poco refinamiento, un propósito bastardo, vulgar, y -acaso también por extensión- pachorro e indolente, carente de ideas claras; en fin, una “berreteada” es aplicable a cualquier circunstancia poco seria o insensible, que probablemente puede incluir otros enojosos significados. Que yo sepa, con una dirigencia “berreta”, con ideas “berretas”, la decadencia de la Argentina no se puede detener. ¿Seguiremos para abajo con las mismas mentiras e idénticas “berreadas”, ahora de frente a una elección que se torna cada día más lamentable, con ofertas electorales que van siempre de lo malo a lo peor?
El incumplimiento de las leyes, la pobreza de perspectivas alentadoras, la carencia de dirigentes lúcidos y decentes, con buenas intenciones en beneficio de las mayorías a las que representan, hace que el sistema democrático caiga en este pozo que es la actual campaña presidencial. Esto, a su vez, hace que la resolución de las PASO (abreviatura o sigla de las Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias), establecida por el Congreso de la Nación en la Ley Electoral Nº 26.571, de diciembre de 2009, que define básicamente una cuestión: cuáles partidos están habilitados para presentarse a las elecciones nacionales, se ponga ahora en tela de juicio al no responder a los intereses de los protagonistas y de cada sector en pugna.
Si bien en los Estados Unidos las primarias son una tradición centenaria, en nuestro continente se trata de un fenómeno reciente, que comenzó a surgir entre los años 80 y 90 del siglo pasado. Las primarias latinoamericanas ya establecidas, entre las que se encuentra la Argentina, concentran una amplia tipología que va desde las elecciones internas libres, en las que pueden participar los votantes registrados de cualquier partido, hasta las globales, que permiten elegir a los candidatos por cargo, sin importar la afiliación; pasando por la fórmula eliminatoria en la que el voto no se limita al partido ni a los dos candidatos con más votos para las elecciones generales, independientemente de la formación.
Saludable y simples, ya que depuran el sistema, estas elecciones primarias se entienden como el mecanismo más apropiado para avanzar en la democratización de la vida pública y hacer más transparente la toma de decisiones colectivas, ya que al romper con la disciplina férrea que los partidos imponen a sus militantes, las elecciones primarias fomentan la introducción de ideas nuevas en el foro público, alentando el debate y asegurando una mayor igualdad entre diferentes ciudadanos. Asimismo, quiebra ciertas prácticas oligárquicas que atenazan a las corporaciones políticas viciadas de interesadas selecciones interna. Digamos finalmente que a través de este sistema de elecciones primarias se pone en práctica un mecanismo valioso para resolver el proceso de recambio de las élites políticas, sobre todo en un país como la Argentina que empieza a proyectar el primer ciclo generacional de la democracia.
Ahora bien, a esta ley se la quiere mostrar como innecesaria y en contra de los intereses de la gente; se aduce, en primer término, que son muy caras y es un gasto superfluo en un momento en que los índices económicos miden para abajo. Pero la verdadera razón es que con las PASO muchos aspirantes a la conducción del país, pueden ver derrumbadas sus ambiciones personales. Quizá por eso intentan que no se cumpla esta ley de la democracia que, además con sus resultados, adelantará lo que pueda suceder en las elecciones definitivas. En fin, otra “berreteada” de una dirigencia al servicio de bastardos objetivos personales con ansias de caudillismo y con una pobreza intelectual que aterra, sobre todo por las conveniencias circunstanciales de los volubles espacios a los que aspiran tales seguidores.
Agreguemos que estas PASO, depuran el terreno que en cada partido político pueden tener los respectivos aspirantes a un mismo cargo, haciendo que los ciudadanos, sin necesidad de estar afiliados a ese partido político, definan mediante su voto previo cuál de todos esos aspirantes serán los candidatos más aptos para ocupar cargos. La segunda etapa, como ya señalamos, es la llamada “elección general” en la que se determina quiénes en definitiva serán los que ocupen esos cargos.
Para competir en esta compulsa, sin demasiadas ideas claras, a los tirones y con decisiones personales, se han armado listas “berretas” que desarman a las instituciones; sobre todo si por ellas se entiende a los partidos políticos y al sentido otorgado por la legislación electoral. Significa, además, tanto para los unos y los otros, que se puede caer en riesgo de que se vote en unos comicios desnaturalizados por organizaciones inexistentes, sin que importe demasiado avanzar en los simples intentos de remediarlo. En lo referente a los candidatos en sí mismos, hablando sin eufemismos, es otra oportunidad que se les brinda para disimular el vacío de propuestas serias y procurar convencer a la gente de que cada uno es el dueño de la verdad, exhibiendo emociones cuidadosamente planificadas por sus asesores de imagen, otra “berreteada” impuesta por el sistema, que debilita a la democracia; pero, en fin, el espectáculo debe continuar. Adelante entonces con las PASO, caiga quien caiga.
Eso sí, estamos en la Argentina y, desde todo punto de vista, es algo muy triste y pedestre ver el manejo que se intenta hacer en estas primarias, ya que de lo que se trata es de designar candidatos a presidentes mediante un delegado del candidato a vice, o definir los lugares en las listas a dedo, que acomodaban familiares en las nóminas; es decir, hacer y deshacer, pero también de otra manera, sin supuestas limitaciones legales, presionando a terceros candidatos para que se bajen o buscándoles la vuelta para descalificarlos (caso concreto el señor José Luis Espert, que puede restar votos en un balotaje al candidato oficialista, ya que postula idénticas ideas que debilita con su competencia). Digamos, también, en buen castellano, que es el modo argentino de erosionar un sistema ya viciado de por sí, lo que hace que la racionalidad democrática sucumba frente a la sociedad del espectáculo televisivo y el “berreta” protagonismo de los líderes ante las cámaras.
A estos medios recurren, en un ir venir infatigable, la mayoría de los políticos tratando de reivindica para sí las garantías del sistema e intentando omitir roscas y arreglos espurios, que ensalcen sus metas rimbombantes, tales como sacar al país de la pobreza, bajar la inflación, detener la subida del dólar, etc.; hasta la “berreteada” de impedir el avasallamiento de la república o acabar con el gobierno de los ricos. Esos objetivos son amplificados por los adeptos de uno y otro bando, cuyos enfrentamientos “berretas”, se dan en debates “berretas” y previsibles, que le llegan como un eco extraño a una sociedad que desconfía del poder y sufre privaciones.
Con espectáculos como el de estos días, a la gente se le hace difícil no pensar que los políticos son todos iguales y que, en realidad, y más allá de lo que digan o hagan, como decía Azorín, “la política es un juego sucio entre matones”, guiados por afanes inconfesable. De lo que se trata, en definitiva, es de llegar arriba para satisfacer sus intereses particulares o de sectores. Si no pueden ser visionarios, al menos son realistas para acarrear agua al propio molino. Sucede que el saneamiento institucional de la Argentina es antes una cuestión de supervivencia que de principios (¡qué le vamos a hacer!). Y ello es así porque la corrosión de nuestra democracia se cruza de manera dramática con una enorme debilidad económica. Vivimos en un país sin moneda y sin justicia, con un tercio de pobres, que permanece sujeto a un respirador artificial también por causas geopolíticas. En esas condiciones todo el arco del poder no puede permitirse licencias de campañas electorales. Nadie otorgará ayuda perdurable a los ciudadanos si sus dirigentes continúan burlándose de ellos al pensar solo en sus promociones y en sus futuros puestos. En tanto el país sigue siendo cayendo y siendo una oportunidad para usureros y no para sanos inversores.
Si como muchos sostienen, en la forma está el fondo, ¿no habrá que concluir que la clave de nuestros males no se encuentra en el desacuerdo sobre las virtudes, sino en el acuerdo sobre los vicios que ya son consuetudinarios? Dicho de otra manera, ¿de qué sirve defender la república o la justicia social si para alcanzarlas se recurre a las mismas y consabidas “berreteadas”? Tal vez las elites nos deban un acto de lucidez y deban contemplarse críticamente de manera horizontal, constatando los fenómenos indeseables que atraviesan a la mayor parte de sus estamentos: corrupción económica, manipulación de la justicia, desnaturalización de la democracia, escasa solidaridad con los excluidos. Eso no quiere decir que todos sean lo mismo, significa que nadie con poder debe desentenderse o proclamar superioridad moral. La jungla del poder (“berretadas” mediantes), condiciona otra vez a la Argentina, que debe soportar este todos contra todos, siempre entre los malos y los peores, sin un acuerdo mínimo para salvar al país del prolongado derrumbe.

©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA




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