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sábado, 20 de abril de 2019

CIELOS ROJOS, CIELOS AZULES, Adrián Néstor Escudero, Santa Fe, Argentina



CIELOS ROJOS, CIELOS AZULES…


                               Con devoción, a la infinita Misericordia de Dios, y a los que asumen al dolor, como medida del Amor. En especial, a Quien el séptimo día -cosmogónico- descansó, y al tercer día- real y cosmológico- resucitó…

Particularmente al admirado escritor argentino Norberto Pannone (Presidente ASOLAPO-Argentina), militante de la vida para la Vida, amigo en las letras y hermano en la Fe y Humanidad; y, por su digno intermedio, a todos los amantes irrenunciables del Verbo: más allá del tiempo y la distancia, de la tierra y del Cielo, llevados a gachas por el rumor cabalgante de los Sueños, y de sus archipiélagos creativos abiertos como puertos de consuelo y serenidad… 

… Unidos todos  por la taumaturgia  de la imaginación deletreada por el Maná de la Palabra, en  húmeda  alianza con esta estación otoñal que embriaga y sofoca, ora luminosa, ora tormentosa, ora angustiada, ora esperanzada, mas siempre rumoreada por gotas de rocío resbaladas al alba y hacia el maduro rostro de estas tierras laguneras entretejidas por murmurantes ríos cerveceros... Sí, desde ésta, mi botica de autor en Santa Fe de la Vera Cruz, ciudad colonial y constitucional argentina…
Muy cordialmente:


Adrián N. Escudero (Santa Fe, Argentina) – Abril 2019 (Semana Santa)



“¡Oh dificultades que soportar! clama el cobarde, el veleta, el que carece de ánimo, aquel que tiene la cabeza llena de pájaros. La tarea no es imposible, aunque sí difícil. El pusilánime debe hacerse a un lado. Las tareas fáciles son para el rebaño y las personas vulgares. Los hombres excepcionales, heroicos y divinos superan las dificultades del camino y arrancan una palma inmortal de la necesidad. Tal vez no llegues a alcanzar tu meta, pero aún así corre la carrera. Invierte tus fuerzas en tal alta empresa. Sigue luchando con tu último aliento”.
GIORDANO BRUNO, “La cena del Miércoles de Ceniza” (editado en 1584).


 “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes.
Permanezcan en mi amor – (Jn. 15-9,11).-

   El anciano Ilusionista, alisó con suavidad su barba eterna y, tomando posesión del ambón que se alzaba a la derecha del estrado del Último Teatro de la Ciudad, hizo un ademán elegante para que la música de los coros -¿celestiales?- envolviera de luz y cálidos sonidos al gigantesco polo escenográfico; y luego, con experimentada destreza, destrabó su lengua de siglos, milenios y eones, y leyó como un susurro, el Introito a la Obra que, en este preciso instante, acababa de dar comienzo pero aún sin actores en escena. Susurró…

   Ya Madre con Juan. Ahora Nazareno con niña.
   Está colgado. Y duele mucho.
   Una gota de agua abre su costado, y cae sobre la piedra maciza del monte. A sus pies, de entre las rocas, nace una niña. Golpea sobre su frente pequeña, inmaculada, el último espesor de sangre brotado de la herida abierta. Y llora. La niña llora ferozmente, y lo mira. El pecho abierto duele mucho.
   La niña llora aún más fuertemente. No sabe que si baja a socorrerla, morirá. Que si baja del madero, todo Pecado, la matará. Deja que llore. El pecho herido, duele mucho. La cabeza horadada, duele mucho. Y los brazos y las piernas y el cuerpo todo, duelen mucho.
   No puede bajarse de la cruz. Por su bien, no puede hacerlo ahora.  Cuando crezca, fuerte y bella, anchos sus pulmones, comprenderá en Espíritu a su Padre, y a su Hijo, un Nazareno con niña…

     Después el emérito Demiurgo agregó, con una sentencia por muchos de los espectadores conocida: “El que pueda entender que entienda”. Y se esfumó en una cortina de humo como de incienso, que difuminó su augusta figura y la trasfiguró en una de las tantas volutas con que la niebla del Primer Viernes envolvió al Mundo de lo Creado…

   Ahora, los actores en escena. Ahora, finalmente, el ocaso mesiánico tan temido como esperado había llegado… (Y un clamor, como de un millón de voces de ángeles ahogados, partió de las Gradas y Plateas de la sala demiúrgica. Rugió y estalló, aquel Viernes, como los relámpagos y truenos que provoca una tormenta otoñal, florecidos en la corona de nubes oscuras que envolvía el patíbulo, como a las tres de la tarde…).

   “Se está muriendo”, dijeron ellos.
   “Me estoy muriendo”, dijo él. Y, después de un suspiro prolongado, alguien o algo lo despeñó hasta el fondo de un pozo negro y vítreo, que solo tuvo fin en los incandescentes campos encarnados de un cielo rojo y febril. Una profunda marea de sangre y luto se mezclaban en los ocultos alaridos de aquellas manos que intentaron, de pronto, salvajemente, asirse de las suyas cuando todavía no habían tocado la superficie de aquel océano de sangre. Un súbito pavor le devoró las entrañas, pero pasó rápido. Y supo lo que debía hacer, y cómo hacerlo. Pendido como un títere hacia los sin límites subterráneos de aquel pozo negro, hizo crecer en ramas y ramitas y sarmientos a cada una de las espinas que formaban la corona sujeta a su cabeza hasta los huesos del cráneo atribulado. Creció así de esa corona de espinas un inmenso árbol, donde una por una, aquellas manos se clavaron, espina con espina, suplicando ser asidas para escapar, de ese modo, con él, hacia lo alto…

   Y así fue. Un racimo de manos y de almas en llanto pero gozosas, fue elevada con esfuerzo sobrenatural hacia lo alto, y el que había sido arrebatado hasta sus profundidades, emergió nuevamente hacia las luces del amanecer del tercer día, en las serenas aguas de un cielo, ahora azul celeste… El remanso de aquel cielo limpió y sanó las heridas de aquellas manos, de aquellas almas, dando cumplimiento a la profecía: “… descendió a los infiernos y, al tercer día, resucitó de entre los muertos”.
   Nada de eso vieron las mujeres aquéllas cuando, frente a su esbelta figura resucitada, buscaron entre los muertos al que estaba vivo…

   Entonces, el inmenso Coliseo estalló en aplausos. El Gran Ilusionista, de pie en el centro del escenario mayor, reclinó levemente su torso, y luego, con ademán educado, condujo esos aplausos hacia la magra figura del Cristo que había encarnado tan durísima experiencia.-

©ADRIÁN N. ESCUDERO - Santa Fe (Argentina), 27-06-2007.
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA





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