CIELOS ROJOS, CIELOS AZULES…
Con devoción, a la infinita Misericordia de Dios, y a los que
asumen al dolor, como medida del Amor. En especial, a Quien el séptimo día -cosmogónico- descansó, y al tercer día- real
y cosmológico- resucitó…
Particularmente al admirado escritor argentino Norberto Pannone (Presidente ASOLAPO-Argentina), militante de la
vida para la Vida, amigo en las
letras y hermano en la Fe y Humanidad;
y, por su digno intermedio, a todos los amantes
irrenunciables del Verbo: más allá del tiempo y la distancia, de la tierra
y del Cielo, llevados a gachas por el rumor cabalgante de los Sueños, y de sus
archipiélagos creativos abiertos como puertos de consuelo y serenidad…
… Unidos todos por la taumaturgia de la imaginación deletreada por el Maná de la
Palabra, en húmeda alianza con esta estación otoñal que embriaga
y sofoca, ora luminosa, ora tormentosa, ora angustiada, ora esperanzada, mas
siempre rumoreada por gotas de rocío resbaladas al alba y hacia el maduro
rostro de estas tierras laguneras entretejidas por murmurantes ríos cerveceros...
Sí, desde ésta, mi botica de autor en Santa Fe de la Vera Cruz, ciudad colonial
y constitucional argentina…
Muy cordialmente:
Adrián N. Escudero
(Santa Fe, Argentina) – Abril 2019 (Semana Santa)
“¡Oh dificultades que soportar! clama el
cobarde, el veleta, el que carece de ánimo, aquel que tiene la cabeza llena de
pájaros. La tarea no es imposible, aunque sí difícil. El pusilánime debe
hacerse a un lado. Las tareas fáciles son para el rebaño y las personas
vulgares. Los hombres excepcionales, heroicos y divinos superan las
dificultades del camino y arrancan una palma inmortal de la necesidad. Tal vez
no llegues a alcanzar tu meta, pero aún así corre la carrera. Invierte tus
fuerzas en tal alta empresa. Sigue luchando con tu último aliento”.
GIORDANO
BRUNO, “La cena del Miércoles de Ceniza”
(editado en 1584).
“Como el Padre me amó, también yo los he amado
a ustedes.
Permanezcan en mi amor
– (Jn. 15-9,11).-
El
anciano Ilusionista, alisó con suavidad su barba eterna y, tomando posesión del
ambón que se alzaba a la derecha del estrado del Último Teatro de la Ciudad , hizo un ademán
elegante para que la música de los coros -¿celestiales?- envolviera de luz y
cálidos sonidos al gigantesco polo escenográfico; y luego, con experimentada
destreza, destrabó su lengua de siglos, milenios y eones, y leyó como un
susurro, el Introito a la Obra
que, en este preciso instante, acababa de dar comienzo pero aún sin actores en
escena. Susurró…
Ya Madre con Juan. Ahora Nazareno con niña.
Está colgado. Y duele mucho.
Una gota de agua abre su costado, y cae
sobre la piedra maciza del monte. A sus pies, de entre las rocas, nace una
niña. Golpea sobre su frente pequeña, inmaculada, el último espesor de sangre
brotado de la herida abierta. Y llora. La niña llora ferozmente, y lo mira. El
pecho abierto duele mucho.
La niña llora aún más fuertemente. No sabe
que si baja a socorrerla, morirá. Que si baja del madero, todo Pecado, la
matará. Deja que llore. El pecho herido, duele mucho. La cabeza horadada, duele
mucho. Y los brazos y las piernas y el cuerpo todo, duelen mucho.
No puede bajarse de la cruz. Por su bien, no
puede hacerlo ahora. Cuando crezca,
fuerte y bella, anchos sus pulmones, comprenderá en Espíritu a su Padre, y a su
Hijo, un Nazareno con niña…
Después el emérito Demiurgo agregó, con una sentencia por muchos de los
espectadores conocida: “El que pueda
entender que entienda”. Y se esfumó en una cortina de humo como de
incienso, que difuminó su augusta figura y la trasfiguró en una de las tantas
volutas con que la niebla del Primer Viernes envolvió al Mundo de lo Creado…
Ahora, los actores en escena. Ahora, finalmente, el ocaso mesiánico
tan temido como esperado había llegado… (Y
un clamor, como de un millón de voces de ángeles ahogados, partió de las Gradas
y Plateas de la sala demiúrgica. Rugió y estalló, aquel Viernes, como los
relámpagos y truenos que provoca una tormenta otoñal, florecidos en la corona
de nubes oscuras que envolvía el patíbulo, como a las tres de la tarde…).
“Se
está muriendo”, dijeron ellos.
“Me
estoy muriendo”, dijo él. Y, después de un suspiro prolongado, alguien o algo
lo despeñó hasta el fondo de un pozo negro y vítreo, que solo tuvo fin en los
incandescentes campos encarnados de un cielo rojo y febril. Una profunda marea
de sangre y luto se mezclaban en los ocultos alaridos de aquellas manos que
intentaron, de pronto, salvajemente, asirse de las suyas cuando todavía no
habían tocado la superficie de aquel océano de sangre. Un súbito pavor le
devoró las entrañas, pero pasó rápido. Y supo lo que debía hacer, y cómo
hacerlo. Pendido como un títere hacia los sin límites subterráneos de aquel
pozo negro, hizo crecer en ramas y ramitas y sarmientos a cada una de las
espinas que formaban la corona sujeta a su cabeza hasta los huesos del cráneo
atribulado. Creció así de esa corona de espinas un inmenso árbol, donde una por
una, aquellas manos se clavaron, espina con espina, suplicando ser asidas para
escapar, de ese modo, con él, hacia lo alto…
Y así
fue. Un racimo de manos y de almas en llanto pero gozosas, fue elevada con
esfuerzo sobrenatural hacia lo alto, y el que había sido arrebatado hasta sus
profundidades, emergió nuevamente hacia las luces del amanecer del tercer día,
en las serenas aguas de un cielo, ahora azul celeste… El remanso de aquel cielo
limpió y sanó las heridas de aquellas manos, de aquellas almas, dando
cumplimiento a la profecía: “… descendió
a los infiernos y, al tercer día, resucitó de entre los muertos”.
Nada
de eso vieron las mujeres aquéllas cuando, frente a su esbelta figura resucitada,
buscaron entre los muertos al que estaba vivo…
Entonces, el inmenso Coliseo estalló en aplausos. El Gran Ilusionista,
de pie en el centro del escenario mayor, reclinó levemente su torso, y luego,
con ademán educado, condujo esos aplausos hacia la magra figura del Cristo que
había encarnado tan durísima experiencia.-
©ADRIÁN
N. ESCUDERO
- Santa Fe (Argentina), 27-06-2007.
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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