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sábado, 13 de diciembre de 2025

DOCTOR DE MUNDOS: EL REGRESO - Adrián Néstor Escudero - Santa Fe, Argentina

 




DOCTOR DE MUNDOS: EL REGRESO

      No había sido buena la bienvenida. De ahí la necesidad de provocar aquella lluvia para rasgar la burbuja molecular que precintaba la atmósfera, luego de fallar por enésima vez la comunicación con algún centro espacial o aeródromo del mundo.

Dedicó pues unos segundos a meditar sobre el hecho de no contactar con alguna otra nave, habiendo sido tan magnífica su lejana partida. Partida decorada por entonces por un cortejo zumbador de aviones de última generación, con los que Ellos habían saludado su histórico despegue con el Gran Cohete; Cohete al que íntimamente bautizaría como El Sillón de los Sueños.

      (…) Por entonces, el detalle le había parecido reconfortante. Además, la Estación de Lanzamiento le había brindado el emérito homenaje titulándolo, por ende, Abogado Cósmico, y logrando simular en un amplio espectro del espacio de lanzamiento, la bandera del Gobierno de Transición de la novísima Federación Estelar mediante el empleo de algorítmicas redes eléctricas satelitales. Un formidable trabajo de programación computarizada, unido a los efectos del disparador iónico de defensa.

      Dejó de pensar. Sus pies se ahogaban en el lodo amarronado del avanzado atardecer. A cinco minutos de la noche esperada y del Oso Polar. Comparó, sí, la sensación de este descenso con el de otros mundos, y no dudó en caracterizarlo como "extraño". Porque extraña era la sensación que lo había invadido, una especie de íntimo terror, de miedo a los desvaríos del desarraigo, como si en aquel instante hubiera sido el único e irrepetible ser humano del planeta...

      No estaba tan equivocado. La falla estaba en que el lugar de arribo se había prefijado, y nadie había venido a recibirlo. Sólo la tierra. La tierra lo recibió húmeda y llagada... La lluvia le cruzó el rostro amoratado y barbijo, y lo enredó como de lágrimas azules (despojos de un cielo enmascarado). Y la noche fue más negra y siniestra en el desierto aquél, que en todo el Universo. Sin estrellas. Tosió. Al cabo de cien (diez) años, tosió. Pesadas las manos y los pies, apretando el cuerpo contra el barro cenagoso…

      Recordó la pesadilla aquella donde había sido devorado por un Planeta al que había bajado en busca de agua. La similitud lo estremeció. ¿Qué buscaría en realidad?

      DON 'C - TRIFUS y VIEJO-LIDIUS habían llegado. Y algo buscaban. Algo buscaba.

      ¿Lo encontrarían o serían devorados por su propio Planeta? ¿Agua? Lluvia. ¿Lluvia? Sueños. ¿Sueños? Sueños. Todavía no lo sabía. Tenía que caminar. Y llegar a la ciudad. Y encontrar a la gente en la lluvia. Y hablar con ellos, pues de seguro tardaría en acostumbrarse a muchas cosas…

      Dejó de pensar. Tosió. No estaba tan equivocado. Miró hacia atrás. DON ' C cuidaría del cohete hasta que pudiera dar aviso y vinieran a buscarlo. Ahora bien, parte de su mente y de su cuerpo habían quedado atados también por un indescifrable circuito de sentimientos a la estrecha cabina que lo había cobijado durante el extenuante periplo. Entonces, como una horda de hormigas gigantes o de microbios sigilosos que corroen la vida de una vida, la melancolía se apoderó de él. Y sufrió. Y en una sola lágrima se deslizó, entre las demás gotas de lluvia, su incontrolable y súbita desesperanza... Es que sólo conocía las preguntas conocidas. Así, de pronto. Como antes de la Partida.

      Las respuestas habían quedado dentro del cohete y en el corazón metálico de DON' C., la I.A. que dirigía la nave… Las preguntas y las respuestas de Mercurio, Venus y la Tierra; Marte, Júpiter y Saturno; Urano, Neptuno y Plutón. Y las de cada Enviado, visible o invisible, que habitaba aquella delgada porción cósmica llamada Vía Láctea. Dos bolsos pendían de sus hombros. Desacostumbrado aún a la enérgica gravedad terrestre, sus primeros pasos fueron lentos, duros y torpes, como el de un autómata industrial. Un improvisado impermeable lo protegía del agua que caía y caía desde las cascadas relampagueantes que habían brotado con su reentrada térmica en el oxígeno estandarizado del mundo. El contorno fugaz de las figuras eléctricas que poblaban aquel cielo negro, lo cautivó, y detuvo su andar de huellas de botas de gigante para pronosticar una semana de continuo temporal. Luego, prosiguió su marcha pesada y aceitosa.

      Se lanzó hacia el este en busca de hogar. Una ciudad tan importante como la suya no podía estar a más de treinta kilómetros de donde se encontraba ahora, aunque algunas cosas habrían cambiado con seguridad. (Todavía no sabía ¡cuánto!). Además, confiaba en ser recogido por algún vehículo o encontrar alguna estación de aprovisionamiento o granja de luz encendida donde pernoctar. Así que,  en tanto la lluvia acompañaba sus pasos y jugaba con su barba de algas y cenizas,  y formaba anillos en la tierra con globos de cristal de adivinanzas,  y sus ojos trazaban la redondez del horizonte en tinieblas,  y volvía a sentir la pulsación reanimada de su cuerpo otra vez en su hábitat,  con las coyunturas doloridas por aquel avance rígido y moroso, Memo volvía a estar allí diciéndole: "Abuelo, regresa pronto", y su mano de astronauta escondiéndolo de  un golpe de ternura y magia en el regazo, porque cuatro años es bueno para soñar...

      "Abuelo, cuéntamelo". El cuento del viejo y del cohete. "¿Otra vez?". "Sí, otra vez, otra vez, abuelito, otra vez...". Y llovía, como ahora, ¿recuerdas? Como hoy. Ah, la lluvia; siempre ella. Marcando hechos y actitudes muy íntimas, purificando o ahogando la tierra, destruyendo o encendiendo los sueños, los sueños de la vida... Como ayer. Como hoy. Cuéntame ese cuento, Abuelo. El del viejo y el cohete. Claro, pequeño. Sí. Sí. (…) (…) Señor comandante, repórtese a chequeo final. Ya es la hora. Cinco minutos para el lanzamiento. ¿Lista la rampa? Bien. Todo bien. Tranquilos muchachos. Todo saldrá bien. Acompáñame, Memo. Vamos a las estrellas. Sí. Sí. Oficial, acérquelo después junto a sus padres. Adiós. Cuídense mucho. ¡Papá! No llores, hija. ¿No es mejor este tipo de partida? ¿Mirándonos a los ojos? ¿Conversando? La muerte también es un viaje, pero de ojos cerrados. Así es mejor. Yo me cuidaré. DON' C me cuidará. ¡Es el mejor de su clase! Ahora, Memo, escucha: "Había una vez un viejo y un... cohete”. (…)

      Cuando estuvo de vuelta, ya no era el mismo. Había llegado finalmente a la Ciudad. Y había visto "todo". Y a duras penas había conseguido volver al cohete sin ser atrapado. Estaban como locos. Estaban TODOS como extraviados. Los niños, los grandes y los viejos. Sin... ¿remedio?

      ¡DONC' C! ¡Tienes razón! Pero, ¿te sacrificarías, así, por nosotros? ¡Te llevaré como una Cruz por el desierto! ¡Y no me importará ¿Morirías, así, por nosotros? Amigo, oh amigo...

      “Ah, viejo, viejo perfecto y bondadoso. Es tu destino y el mío. No te preocupes por mí. Mas bien, llévate mi cerebro y los sueños que has almacenado en él. Yo viviré de otra forma. Y a ti te escucharán. Verás; finalmente lo harán... Todo comienzo, todo buen comienzo es el de unos pocos. Y empezarás de nuevo. No temas, por favor. Quizás seas un Elegido. Quizás Alguien te ha dispuesto para esto. Y pase lo que pase, que nada acobarde el intento. Llévate también mi corazón... Con él fabricarás un Sillón: puedes llamarlo… Sillón… Sillón de los Sueños, si te parece. Con él dotarás de vibraciones estelares a los hombres enfermos y los devolverás a la vida. Serás ahora y para tu propia gente, lo que fuiste para tanas especies cosmogónicas conocidas: un auténtico... Doctor de Mundos. Y nada será en vano. Aunque lo parezca… Ahora basta. Desármame. Tengo en mi consola las instrucciones que necesitas para ello. Pero antes, una cosa. Lubrica mis sentidos con una estupenda lata de “gameplás”. Estoy inspirado, y quiero grabar mi último suspiro en la memoria:

      “Claves de sol para la música / insondable del Misterio // Partes de un Dios de metal y fuego (en su vientre, Yo), / que no quema, pero alumbra. // Cálido en la vejez de mil estrellas, / Es espléndida la muerte bajo tus manos. // En tanto, pregunto, ¿qué o quién soy yo, sino apenas, un Computador que se desconecta… / (Como los hombres quebrados por la siega, y vueltos a nacer desde la tierra madre en festiva primavera) / y para… vida nueva a la existencia?”

      Y al segundo día, con su Sillón de los Sueños a cuestas, el Doctor de Mundos bajó del cohete, lo difumó antes con un haz de energía telequinética, y cruzó aquel ignoto desierto, regresando esta vez y para siempre a su terráqueo planeta -como el Abogado Cósmico que era-, más para enfrentarse a su ahora desconocido y trasvertido Mundo de los Hombres Clónicos.


ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO - Santa Fe, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

 

 

 


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