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resultas de oír la radio, ver la televisión y demás medios informáticos,
podríamos pensar que esta hermosa palabra ha desaparecido de nuestro
diccionario. Creo que nos ha abandonado, cansada de ser violada, adulterada,
falazmente interpretada, menospreciada y atrozmente ignorada. Kiko
era un campesino, que vivía en un pueblo rural, allá a finales del diecinueve
y principios del veinte. Trabajaba en Papeleras Reunidas y cuando terminaba
su jornada laboral y por tiempos ya primaverales, iba a las masías a limpiar
de hierbas pujantes los márgenes de los bancales, huertos y jardines, lo que
le suponía una doble jornada de trabajo. Por esta segunda labor no cobraba
salario alguno, el dueño de la masía le decía que cogiese, algunas panojas,
rastras de ajos o cebollas, o algún montoncito de fruta algo dañada. Lo
dejaba a su libre albedrío y cuando comprobaba la equidad que aquel hombre
usaba para cobrarse el esfuerzo realizado, no podía más que extrañarse: “Vaya
Kiko, ya veo que eres un hombre honrado y comedido” a lo que Kiko le
respondía: “Procuro
ser lo más equilibrado posible, ya que usted tiene la propiedad, de la que
necesita más o menos, que lo mismo aumenta, que disminuye, según las cosechas
y las circunstancias, por supuesto; mi único valor es mi dignidad, con la que
alimento mi existencia”. Debo decir que estos razonamientos no siempre eran
comprendidos, ni por unos ni por otros. Sin
duda, Kiko mantenía su conducta alimentada de dignidad, la cual no perdía
nunca de vista, pues era el elemento moral que ajustaba su conducta. Más
que con sorpresa, se diría que con extrañeza cada cual le da una
significación particular y no tanto la notamos de falta cuando somos
agredidos que cuando somos nosotros los agresores. Parece
que no es tan fácil mantener una existencia digna; estando la situación
económica y social tan deteriorada Horroriza
pensar lo difícil que resulta mantener la propia dignidad ante la falta de
trabajo, que te aboca a aceptar algo que en otras circunstancias
rechazaríamos totalmente. Ahora, como decía el paisano, hay que bajar el
listón de la dignidad y aceptar lo que antes se rehusaba. Esto
será, según se interprete, porque recoger comida, ropa, o metales puede ser
tan digno como cualquier otro menester. Qué
duda cabe que como ser humano, una persona pudiente puede tener tanta
dignidad como cualquier otra, pero el trabajador tiene, además, la dignidad
de su trabajo, sea el que fuere. La dignidad que se logra cuando tu deber
está cumplido, cuando tu aportación al bien común, no solo porque has
trabajado, sino, porque has ayudado a los demás; es la cuota de dignidad más
alta que puedas alcanzar y la sustancia que mantiene tu moral a flote. Diremos
que no es fácil y acertaremos, pero seguiremos manteniendo la idea de que un
NO ante algo que daña nuestra dignidad, y que echamos de falta en los
políticos que nos gobiernan, nos llena de una infinita satisfacción, y
encontrarse bien porque nuestra dignidad ha sido salvaguardada, es una
satisfacción no siempre fácil de lograr. SALOMÉ
MOLTÓ - Alicante, España MIEMBRO
HONORIFICO DE ASOLAPO ARGENTINA |

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