A ENRIQUE HORACIO PUCCIA
Matasello emitido por el Correo Argentino
dibujo de Luis Alposta (h)
La expresión “maestro”, tan difundida, sólo recupera su verdadero significado, el cabal contenido de idealismo y de conducta que la hicieron respetable y respetada, de aplicarse a personalidades como la de Enrique Horacio Puccia, quien enseñaba por lo que hacía, por lo que decía y por lo que inspiraba.
Su
obra ha sido la de un historiador enamorado de su barrio, Barracas, y de la
ciudad toda. Sus libros, de consulta obligatoria, son de apasionante interés
para todos los que busquen ahondar en la historia de Buenos Aires.
La
Historia cotidiana, doméstica -o como quiera llamársela- en él dejaba de ser
una simple disciplina de inventario para convertirse en el “camino diario”
hacia un palpitante ayer histórico. La suya ha sido siempre la postura de un
iniciado que supo arrancarle al tiempo profundos secretos. Fue un historiador
nato que ha sabido reforzar su don de observación de las costumbres y
tradiciones porteñas mediante el estudio y la investigación seria.
De
lo mucho y bueno que le debemos, acaso lo más importante sea que, junto a
Ricardo M. Llanes y a Antonio J. Bucich, haya logrado hacer de la llamada
“historia menuda” una importante herramienta sociológica.
Su prestigio lo llevó a presidir la
Junta Central de Estudios Históricos de la Ciudad de Buenos Aires, entre 1980 y
1995, institución de la que fue uno de sus miembros fundadores.
La
obra de Puccia nos permite conocer a la ciudad toda, desde su trama más íntima
y reveladora, transportándonos al tiempo de Villoldo, hablándonos de
"Barracas en la historia y en la tradición" y de una Buenos Aires a
la que amó entrañablemente.
Por
eso el Día del Historiador Porteño (14 de noviembre) fue instituído en homenaje
a él.
Además
de sus méritos intelectuales, Enrique tenía otros títulos más íntimos a nuestra
consideración y a nuestro afecto. Su sentido de la amistad, su trato amable y
cordial, nos lo hacían particularmente dilecto.
Su
presencia deparaba siempre las más gratas sorpresas. Se le veía llegar con el
rostro sonriente y de inmediato nos atrapaba con su conversación, en la que no
faltaba la anécdota sabrosa, la referencia erudita, la evocación de un tiempo
en la que la ciudad toda era canto.
Fue
el 31 de agosto de 1982.
Acababa de finalizar el Segundo Congreso de Historia de los Barrios Porteños y los Amigos del Café Tortoni decidieron homenajear a Enrique Horacio Puccia, presidente entonces de la Junta Central y del mencionado Congreso, entregándole la “Orden del Pocillo”
Aquella noche le dediqué estos versos:
A ENRIQUE HORACIO PUCCIA
Camina
como quien lleva en los bolsillos
el rumor de viejas esquinas
y un destello de futuro.
Su nombre abre puertas que no se ven:
archivos que respiran,
calles que vuelven a contarse,
vidas que encuentran su hilo
en la paciente trama de la memoria.
Hay en él
una vocación de lámpara:
ilumina sin ruido,
acompaña sin imponer sombra,
y limpia el paso del polvo
para que otros puedan ver.
Y así sigue,
entre papeles, barrios y voces,
como un tejedor de instantes
que sabe que cada historia,
por mínima que sea,
merece su lugar en el tiempo.
LUIS ALPOSTA – Buenos Aires, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO Y ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA


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