autor de la imagen: Jorge Marí
LOS PAYADORES Y SANTOS VEGA - El Payador
En primer lugar conviene reseñar esquemáticamente en qué consiste, o
mejor dicho explicar algunos términos correspondientes a este género
lírico-musical. Que seguramente es heredero de los trovadores del Mester de
Juglaría y, al prestar su vocabulario español arcaico al Mester de gauchería
hizo posible el arte payadoril. No podemos obviar que el lenguaje de los
gauchos, al que se incorporaron vocablos del mapudungu contribuyeron a engrosar
el vocabulario del Mester de Lunfardía.
PAYADOR ejerce un difícil arte, improvisar en público, creando sus versos con
el acompañamiento de la guitarra.
CONTRAPUNTO: es el encuentro de dos payadores
LA RUEDA: es el encuentro de varios payadores que se alternan en sus
intervenciones.
COMPUESTOS: son versos MEDITADOS que fueron -ocasionalmente- escritos en hojas
sueltas
CONCERTADOR: rimador. Para el gaucho, lo fundamental del verso era la rima, ya
que la medida era naturalmente armónica gracias al oído musical de los
payadores.
Dentro de la poesía improvisada que recita el payador acompañado
invariablemente por su guitarra, hay que considerar la métrica y la variedad de
temas, como también sus estilos en el canto y la ejecución del instrumento,
puestas al servicio de las distintas modalidades de cada protagonista.
Métrica: en los contrapuntos se acostumbra a usar la décima en
octosílabos por milonga, aunque los payadores experimentados improvisan en
distintos metros. .
Temática: ¿cuáles son los temas acometidos en este género
payadoril? Podemos decir que TODO lo imaginable: canta a las estaciones, al
amor, a la naturaleza, a los aspectos sociales y políticos, a los fenómenos
atmosféricos, a la amistad, a la fauna y la flora, a la historia, al
transcurrir del tiempo, al trabajo, a la honradez, al amor filial.
¿Y la guitarra, complemento indispensable para el payador? Pablo Sainz Villegas, concertista de guitarra, la define así: La guitarra es el instrumento más democrático, un puente entre lo popular y lo culto.
Una de las características del payador es opinar, dar su propio parecer en las
cosas que pregona en su canto. Ya lo decía José Hernández en su MARTÍN
FIERRO: …Yo he conocido cantores /que era un gusto el escuchar / mas no
quieren opinar /y se divierten cantando;/ pero yo canto opinando / que es mi
gusto de cantar.
Si mencionamos a Hernández ¿cómo no hacerlo con Rafael Obligado, en su
personaje mítico, SANTOS VEGA? Esos versos que escuchamos desde la escuela
primaria, y memorizábamos para recitarlos …Cuando la tarde se inclina /
sollozando al occidente, / corre una sombra doliente / sobre la pampa
argentina…
Lo podemos escuchar, aunque con otras palabras, en LA PENA DEL PAYADOR, cantada
por Julio Sosa:
Si recordamos al payador más mítico de la historia
-real o imaginario- veamos la versión que sobre él nos proporciona Fernando
Sánchez Zinny en un importante diario argentino en su RINCÓN GAUCHO:
OTRAS DOS VERSIONES SOBRE SANTOS
VEGA ENRIQUECEN LA HISTORIA
Uno de los relatos detalla el encuentro con Trillería, «paisanito
sencillo» que habría sido su vencedor
Santos Vega es el único personaje realmente simbólico nacido en este retazo del
mundo. Su significado es claro y no requiere demasiados comentarios: hubo una
edad de oro y una plenitud sin límites, pero para lograr «poner en acto»
nuestro destino era necesario renunciar a ellas y encarar el trabajo que
simultáneamente es esclavizante y liberador. Consciente o inconscientemente,
Rafael Obligado vino a recrear con palabras y códigos criollos la parábola de
Adán, quien sólo se convirtió en hombre cabal al ser expulsado del Paraíso y
adentrarse en las penurias que definen al hombre. Por eso en el poema lo malo
(la desdicha de Santos) es a la vez lo bueno y se llama «Progreso», con
mayúscula y todo.
Que es, asimismo, el demonio y en las perplejidades que esa duplicidad en el
sentido de lo que nos ha venido sucediendo es posible que vayamos a seguir
embrollados –nosotros, los argentinos– todavía por un buen rato. Aunque hay
otras versiones sobre lo que pasó con Santos Vega, consignadas en testimonios
de compilación folklórica, cuando era posible obtenerlos, por continuar aún
vivo en las consejas populares el recuerdo legendario del gran payador. Hay uno
de Ventura Lynch, padre de ese tipo de investigación entre nosotros, quien a
comienzos de los 80 del siglo XIX se explayó sobre el hábito campero de payar.
Al respecto le contaron que Santos Vega, yendo «de triunfo en triunfo», un día
pasó al sur de la provincia Buenos Aires, única región donde no era conocido.
Llegó a una pulpería y se retiró a un rincón con ánimo de descansar. «Un grupo
de gauchos que ahí copaba de lo lindo, miró con desprecio la humildad del
forastero. Entre ellos un negro altanero, mentao de malo y reconocido el primer
payador de la comarca», se propuso molestarlo. «Tomó la guitarra, preludió un
cantar por cifra y le preguntó «quién era, de a’ónde venía y pa dónde iba».
Vega pulsó su guitarra y respondió: Yo soy Santos Vega,/ aquel de la larga fama.
Payaron tres días y tres noches, hasta que al fin, habiéndose entrado en temas
religiosos, el negro, cercado, estalló o reventó, porque en realidad era «el
mesmo diablo en persona», final muy semejante a cierta versión correntina en
que Santos Vega se impone a Mandinga y hace explotar «La Salamanca», que era su
escondrijo.
Veinte años más tarde, Roberto Lehmann Nitsche halló que en los pueblos
bonaerenses del Norte la fama del payador se eclipsaba ante la de un tal
Trillería, quien sí habría sido su vencedor. Relata que Vega, después de vencer
al diablo pasó a esa zona buscando con quien medirse.
«Llegó una noche a un baile donde estaba Trillería, paisanito sencillo del que
nadie se ocupaba.» Santos Vega hizo el reto de práctica y Trillería «sintió
arder la sangre…» Arrancó la guitarra a uno de los cantores y contestó
arrogante: Venga esa maula/ que yo me le he’ afirmar. Dos días con sus noches
se habría payado en esa ocasión, hasta que Santos Vega rompió su guitarra
declarándose vencido. Y comenta el sabio alemán: «Esta contra tradición, que ha
invadido los pueblos del Norte, fue inventada por los cordobeses, con ánimo de
desvirtuar la tradición del gaucho porteño»
Prestigio resguardado
Sea o no verdad eso de que cordobeses «ladinos» urdieron una patraña con
la intención de desmerecer a nuestro sumo payador, lo cierto es que por alguna
razón oscura corría, muy desde el comienzo, la especie de que Santos había sido
vencido, sin que, curiosamente, ello comprometiese su indiscutible y
arquetípica preeminencia en el canto y en el contrapunto. Pues cabría creer que
si un gran payador es superado por otro, éste pasa a ser el primero, pero no ha
sido así en el caso que tratamos, con independencia de que el vencedor fuese el
diablo o el «paisanito» Trillería.
Ahora bien, esa historia de la derrota de Santos Vega no la traen los
entusiastas iniciales –Bartolomé Mitre e Hilario Ascasubi– y tampoco está en lo
de Ventura Lynch, y, sin embargo, es algo que ha prendido y que según el
testimonio hallado «en el norte de la provincia» circulaba quizá desde antes de
que Rafael Obligado hubiese tramado sus décimas.
Pero al narrarse el triunfo de Trillería no pareciera que hubiera estado en
juego sino una primacía en inspiraciones y destrezas. Lo sustancial del aporte
de Obligado fue el de relacionar el resultado de esa payada con las
transformaciones portentosas que en su tiempo –no en el del hipotético Santos
Vega– se registraban en nuestro ámbito clásico de payadas y payadores, y en el
de ubicar esa idea en la cercanía de un símbolo supremo de la cultura que
compartimos. Por ahí y casi sorpresivamente, lo que parecía ser mero cotejo de
verseadores se sublima mediante la contraposición de dos actitudes ante la
vida.
Fernando Sánchez Zinny para La Nación 12 de noviembre de 2011
Santos Vega. Mitre. En el diario La Nación del domingo pasado (¡), en su sección El Campo, una nota que nombra a B. Mitre y dice que habiendo recorrido la Pampa y llegado al famoso tala, (árbol donde fue a morir Santos vega, según el relato), quedó impresionado y escribió “Armonías de La Pampa”. [Creo yo que ese ‘La Pampa’ -pese a La con mayúscula- no se refiere a la provincia de ese nombre, sino a la llanura pampeana].
En el Martín Fierro hay un episodio del menor de los hijos de Fierro que quedó bajo la tutoría del Viejo Vizcacha, un personaje lleno de vicios que es ladrón, desconfiado, oportunista, avaro, que le da consejos de acuerdo a su peculiar manera de entender la vida; se los brinda en estrofas octosílabas como la siguiente:
«Vos sos pollo, y te convienen
Toditas estas razones,
Mis consejos y leciones
No echés nunca en el olvido—
En las riñas he aprendido
A no peliar sin puyones.»
EL VIEJO VIZCACHA (Relato)
Esto me lo contó en los pagos del Tuyú un gaucho que como tal se conocía
toda la llanura pampeano-bonaerense y parte de su gente. Se llamaba Prudencio
Laguna, pues sus padres quisieron homenajear con su nombre al patrón, don
Prudencio Rosas, en cuya Estancia se desempeñaban cuando nació.
El Viejo Vizcacha se llamaba Francisco Bramajo y había sido Mayordomo en la
estancia “Las Víboras” que perteneciera al otro Rosas, don Juan Manuel, y sus
primos los Anchorena; pero después de matar a su mujer se convirtió en un
solitario ermitaño, habitando un rancho que por su abandono era más bien
tapera.
“Llegué con la tropilla de paso para Chascomús; una de las yeguas rengueaba y
al viejo lo habían ponderado como “sanador”. Salió a mi encuentro caminando
como los loros, por su costumbre de estribar entre los dedos, que apoyaban en
un nudo donde terminaba el ación, invitando a sentarme a la sombra de un
paraíso, del que colgaba una jaula con un mirlo que emitía algunos sonidos y
era la estampa del viejo: plumaje negro como su alma, y el pico amarillo como
reflejo de su envidia; porque el viejo era mañero, envidioso, de carácter hosco
y la suciedad y abandono que trasuntaba era el espejo donde se contemplaba su
alma”.
“Se puso a tomar mate –me siguió contando Prudencio- pero no le acepté el
convite por ciertas cosas repugnantes que hacía, seguramente con la intención
que yo no lo aceptara; y mientras charlábamos hacía dibujos en el suelo
apisonado de tierra, con un palito.
Entonces dijo Vizcacha que “estando de paso en el Azul y habiendo fiesta, me
acerqué adonde se disputaría una cuadrera. ¡Si viera los fletes que había! El
‘tostao’ de Rosendo y el ’oscuro’ del vasco Aldasoro copaban la atención de la
paisanada y las apuestas eran considerables. Yo me jugué todos los grullos al
parejero de Rosendo y cuando llegué de regreso a “Las Víboras” le asiguro que
en el tirador no me cabían más patacones”.
“Yo la quería a mi china, ¡vaya si la quería! Pero cuando pasó el turco Salomón
con su carromato vendiendo ropa y chucherías y me pidió dinero –sabiendo lo que
yo había ganao en las cuadreras- para un corte de género, me negué sólo para
hacerla renegar, vea, porque ansí enojada era cuando más linda se ponía”.
“Al día siguiente le pedí me cebara unos cimarrones mientras yo sobaba unos
tientos. Asigún creo lo hizo a propósito para vengarse por lo del turco: me dio
un mate frío. ¡Pa’ qué mi amigo!, la crucé de un talerazo con tan mala suerte
que cayó golpiando la cabeza con una piedra. Y áhi nomás se me murió. Dejé
todo, abandoné el mundo, y aquí me tiene sin ningún interés por lo que pasa en
la vida”.
“Mientras el viejo seguía mateando sus cimarrones, reemprendí la marcha con la
yegua todavía rengueando –aunque por pocos días- pero con unas ganas tremendas
de llegar al próximo puesto o poblado para disfrutar unos mates. Eso sí,
cebados con educación”.
Premiado con DIPLOMA MENCIÓN DE HONOR por la Dirección de Cultura de Venado
Tuerto (provincia de Santa Fe, Argentina) en el Concurso Nacional de Narrativa
“DÍA DE LA TRADICIÓN”
CÉSAR J. TAMBORINI DUCA – León, España
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
Académico
Correspondiente para León
Academia Porteña del Lunfardo
Academia Nacional del Tango

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