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sábado, 29 de noviembre de 2025

EL CANTOR DE LOS CIEN BARRIOS PORTEÑOS - Roberto Alifano - Buenos Aires, Argentina

 



EL CANTOR DE LOS CIEN BARRIOS PORTEÑOS


Quizá el asunto no está en encontrarnos a nosotros mismos, sino eninventarnos a nosotros mismos,y el verdadero valor para trascender con nuestra personalidad está enese secreto. “Mis viejos fueronde los muchosinmigrantes venidos de Italia con la ilusión de hacer la América y volver triunfadores a sutierra. El propósito era ese, pero mirálo que es el destino, que contradicción, ché; aquí les iba bien, nacían los hijosy algunos de aquellos inmigrantes hasta cumplieron con la ilusión de “mi hijo, el doctor, como en mi caso“, me contó sonriendo con su bonhomía habitual aquel filósofo popular bautizado con el nombre de AlbertoSalvador de Luca, reconocido médico; pero, famoso, muy famoso, como “Alberto Castillo, el cantor de cien barrios porteños”, nacido en 1914 en Parque Avellaneda,uno de los tantosarrabales de nuestra Buenos Aires querida, a la que él le cantó con su voz inimitable.

Cien barrios porteño

Cien barrios de amor,

Cien barrios metidos

En mi corazón...

Buen estudiante, Alberto se recibióde médico siendo muy joven (apenas cumplidos los veintidós años); pero su pasión era el tango, que cantabapara los compañeros de la facultad y para seducir muchachas. Con una voz muy personal y arrabalera, impecable y entonada.Única, que no demoró en hacerse famoso.

Sucedió queimpulsado por un músico al que conoció en un café, secretamente le cambió la vida. Ya era médico, se probó y rindió bien ese otro examen que lo llevó a debutarcomo vocalistade una de las fundacionales orquestas típicas, la del maestro Julio De Caro.Hasta ese momento se podía ver en la puerta de su casa una pulida chapa de médico que enorgullecía a la familia.

No demoraron sus padresenescucharlo cantar en la radio y casi no lo pudieron creer.De inmediato, su entusiasmo pudo más que la profesión académica. “Mis viejos,menos entusiasmados que indignados,me reprendieron, temerosos de que abandonara el consultorio. Ni qué decir queme amonestaron severamente. Y no era para manos, yo era el hijo médico que con un acento bien porteño entonaba tangos y valses de corte orillero que alentabanla danza:

Así se baila el tango sintiendo en la cara

la sangre que sube a cada compás;
Así se baila el tango mezclando el aliento,

cerrando los ojos para escuchar mejor…

Aquí está la elegancia, qué pinta, qué silueta,

qué porte, qué arrogancia, qué clase pa'bailar…

Ahora una corrida, una vuelta, una sentada;
así se baila el tango, un tango de mi flor…

Para algunos estudiosos dela música de Buenos Aires, el caso de Alberto Castillofue único. Su innato sentido del ritmo y su ductilidad para engolar la voz, proponíanun estilorupturista al modelo del vocalistatradicionalde tangos,destacado, sobre todo, porun sentimentalismoexagerado de resignación, cuando no patético, menos arrabalero que operístico; mezcla dedramatismo dulzón ycon un esfuerzo que se notaba cuando impostaban la voz.Pero este cantor, en cambio,con eseestilo absolutamente propio e inimitable, a veces vinculados con un aire humorístico, mostraba en su decir una capacidad para abordar la interpretación de temas de lo más diversos, mediante una voz con afinación perfecta y magistral, alabada por el mismo maestro Aníbal Troilo, que celebróen él la más conmovedora ternura,sinexagerar eldramatismo que otros cantores requerían.

Por supuesto. Todo era distinto desde el mismo instante queAlberto Castillo pisaba el escenario y se posesionaba de él caminándolocon el micrófono en su mano,que hacía que desde ese momentoempezara el espectáculo. Siempre impecable,conun florido pañuelo que se agitabadesde el bolsillo del saco y hacía juego con la corbata floja, apenas anudada, pisaba como si estuviera en la calle, con ademanes y un modo muy especial para caminar el tango, entonado porperfectas vocales de tono agudo. De allí, su particular fraseo que era lo que los bailarines necesitaban y apreciaban, ofreciéndoloél naturalmente teatralizado, a la que su voz ponía ritmo desde los pies a lagarganta. Lo que otros cantores resignaban al acompañamiento de instrumentos como el piano,los bandoneones o los violines. Alberto Castillo lo decía con una caricia al oído. Verlo entonar su reportorio era el otro espectáculo.

Fue una sorpresa para toda mi familia y agreguemos también que una cierta amargura-recordaba-. No sabía que yo me había lanzado como artista; eso lo hice siendo médico y sin abandonar mi trabajo en el consultorio. Para eso había estudiado y con gusto cumplía con el mandato”. De hecho, se cuenta que un día, mientras lo escuchaban en su casa cantar por la radio sin saber que era él, el padre comentó: “Se parece al Albertito cuando canta en el baño”.

En 1938, sin embargo, un poco presionado por la familia, que ya sabía que era él, decidió dejar de lado los micrófonos para abocarse de lleno a su profesión de médico ginecólogo. Conformándose con cantar solo para su barra de amigos, muchos de ellos ex compañeros de la facultad. Tenía que convertirse en “el doctor” con el que sus padres habían soñado, lo cual, por aquellos años representaba un ascenso en la escala social. “Y empecinado como yo era, no iba a darme por vencido hasta lograrlo. Sin embargo, un año antes de recibir mi título, el tango volvió vibrar por mis venas cuando acepté unirme a la “Orquesta Típica Los Indios”, que dirigía otro profesional, el dentista y pianista Ricardo Tanturi. Juntos grabamos mi primer disco. Eso fue en 1941, donde yo figuraba con mi pseudónimo qué, con el tiempo, me convertiría en una figura del tango y del cine”. Y así, el famoso Alberto Castillo Consagrado fue consagrado como el cantor de los “cien barrios porteños”.

He querido rendirle a los barrios

Un sincero homenaje de amor,

Y no encuentro motivo más lindo

Que brindárselo en una canción.

Cada uno me trae un recuerdo

Cada uno me dio una emoción,

He querido rendirle a los barrios

Un sincero homenaje de amor.

Barracas, La Boca, Boedo,

Belgrano, Palermo,

Saavedra y Liniers,

Urquiza, Pompeya, Patricios,

San Telmo y Flores,

Mis barrios de ayer;

Caballito y Mataderos

Balvanera y Monserrat,

Villa Crespo, Almagro y Lugano

El Retiro y la Paternal...

Cien barrios porteños

Cien barrios de amor,

Cien barrios metidos

En mi corazón...

Conocer a ese prócer del tango y acompañarlo durante una temporada como su presentador fue algo muy grato para mí. Tuve la felicidad de viajar con él y “los pibes de la orquesta” en una gira que realizó por la provincia de Buenos Aires. Siempre risueño, amable y humilde, era un privilegio estar a su lado. La generosidad de Alberto hacía que lo recaudado se repartiera en partes iguales con sus músicos y colaboradores. Fue enriquecedor estar a su lado durante toda una temporada. Nunca deje verlo para conversar con él y evocar maravillosos momentos que agradezco a la vida.


ROBERTO ALIFANOBuenos SAires, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


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