EL CANTOR DE LOS CIEN BARRIOS PORTEÑOS
Quizá el asunto no está en encontrarnos a nosotros mismos, sino eninventarnos a nosotros mismos,y el verdadero valor para trascender con nuestra personalidad está enese secreto. “Mis viejos fueronde los muchosinmigrantes venidos de Italia con la ilusión de hacer la América y volver triunfadores a sutierra. El propósito era ese, pero mirálo que es el destino, que contradicción, ché; aquí les iba bien, nacían los hijosy algunos de aquellos inmigrantes hasta cumplieron con la ilusión de “mi hijo, el doctor, como en mi caso“, me contó sonriendo con su bonhomía habitual aquel filósofo popular bautizado con el nombre de AlbertoSalvador de Luca, reconocido médico; pero, famoso, muy famoso, como “Alberto Castillo, el cantor de cien barrios porteños”, nacido en 1914 en Parque Avellaneda,uno de los tantosarrabales de nuestra Buenos Aires querida, a la que él le cantó con su voz inimitable.
Cien barrios porteño
Cien barrios de amor,
Cien barrios metidos
En mi corazón...
Buen
estudiante, Alberto se recibióde médico siendo muy joven (apenas cumplidos los
veintidós años); pero su pasión era el tango, que cantabapara los compañeros de
la facultad y para seducir muchachas. Con una voz muy personal y arrabalera,
impecable y entonada.Única, que no demoró en hacerse famoso.
Sucedió
queimpulsado por un músico al que conoció en un café, secretamente le cambió la
vida. Ya era médico, se probó y rindió bien ese otro examen que lo llevó a
debutarcomo vocalistade una de las fundacionales orquestas típicas, la del
maestro Julio De Caro.Hasta ese momento se podía ver en la puerta de su casa
una pulida chapa de médico que enorgullecía a la familia.
No
demoraron sus padresenescucharlo cantar en la radio y casi no lo pudieron
creer.De inmediato, su entusiasmo pudo más que la profesión académica. “Mis
viejos,menos entusiasmados que indignados,me reprendieron, temerosos de que
abandonara el consultorio. Ni qué decir queme amonestaron severamente. Y no era
para manos, yo era el hijo médico que con un acento bien porteño entonaba
tangos y valses de corte orillero que alentabanla danza:
Así se baila el tango sintiendo en la cara
la sangre que sube a cada compás;
Así se baila el tango mezclando el aliento,
cerrando los ojos para escuchar mejor…
Aquí está la elegancia, qué pinta, qué silueta,
qué porte, qué arrogancia, qué clase pa'bailar…
Ahora una corrida, una vuelta, una sentada;
así se baila el tango, un tango de mi flor…
Para
algunos estudiosos dela música de Buenos Aires, el caso de Alberto Castillofue
único. Su innato sentido del ritmo y su ductilidad para engolar la voz,
proponíanun estilorupturista al modelo del vocalistatradicionalde
tangos,destacado, sobre todo, porun sentimentalismoexagerado de resignación,
cuando no patético, menos arrabalero que operístico; mezcla dedramatismo dulzón
ycon un esfuerzo que se notaba cuando impostaban la voz.Pero este cantor, en
cambio,con eseestilo absolutamente propio e inimitable, a veces vinculados con
un aire humorístico, mostraba en su decir una capacidad para abordar la
interpretación de temas de lo más diversos, mediante una voz con afinación
perfecta y magistral, alabada por el mismo maestro Aníbal Troilo, que celebróen
él la más conmovedora ternura,sinexagerar eldramatismo que otros cantores
requerían.
Por
supuesto. Todo era distinto desde el mismo instante queAlberto Castillo pisaba
el escenario y se posesionaba de él caminándolocon el micrófono en su mano,que
hacía que desde ese momentoempezara el espectáculo. Siempre impecable,conun
florido pañuelo que se agitabadesde el bolsillo del saco y hacía juego con la
corbata floja, apenas anudada, pisaba como si estuviera en la calle, con
ademanes y un modo muy especial para caminar el tango, entonado porperfectas
vocales de tono agudo. De allí, su particular fraseo que era lo que los
bailarines necesitaban y apreciaban, ofreciéndoloél naturalmente teatralizado,
a la que su voz ponía ritmo desde los pies a lagarganta. Lo que otros cantores
resignaban al acompañamiento de instrumentos como el piano,los bandoneones o
los violines. Alberto Castillo lo decía con una caricia al oído. Verlo entonar
su reportorio era el otro espectáculo.
“Fue
una sorpresa para toda mi familia y agreguemos también que una cierta amargura-recordaba-. No
sabía que yo me había lanzado como artista; eso lo hice siendo médico y sin
abandonar mi trabajo en el consultorio. Para eso había estudiado y con gusto
cumplía con el mandato”. De hecho, se cuenta que un día, mientras lo
escuchaban en su casa cantar por la radio sin saber que era él, el padre
comentó: “Se parece al Albertito cuando canta en el baño”.
En
1938, sin embargo, un poco presionado por la familia, que ya sabía que era él,
decidió dejar de lado los micrófonos para abocarse de lleno a su profesión de
médico ginecólogo. Conformándose con cantar solo para su barra de amigos,
muchos de ellos ex compañeros de la facultad. Tenía que convertirse en “el
doctor” con el que sus padres habían soñado, lo cual, por aquellos años
representaba un ascenso en la escala social. “Y empecinado como yo era, no
iba a darme por vencido hasta lograrlo. Sin embargo, un año antes de recibir mi
título, el tango volvió vibrar por mis venas cuando acepté unirme a la
“Orquesta Típica Los Indios”, que dirigía otro profesional, el dentista y
pianista Ricardo Tanturi. Juntos grabamos mi primer disco. Eso fue en 1941,
donde yo figuraba con mi pseudónimo qué, con el tiempo, me convertiría en una
figura del tango y del cine”. Y así, el famoso Alberto Castillo Consagrado
fue consagrado como el cantor de los “cien barrios porteños”.
He querido rendirle a los barrios
Un sincero homenaje de amor,
Y no encuentro motivo más lindo
Que brindárselo en una canción.
Cada uno me trae un recuerdo
Cada uno me dio una emoción,
He querido rendirle a los barrios
Un sincero homenaje de amor.
Barracas, La Boca, Boedo,
Belgrano, Palermo,
Saavedra y Liniers,
Urquiza, Pompeya, Patricios,
San Telmo y Flores,
Mis barrios de ayer;
Caballito y Mataderos
Balvanera y Monserrat,
Villa Crespo, Almagro y Lugano
El Retiro y la Paternal...
Cien barrios porteños
Cien barrios de amor,
Cien barrios metidos
En mi corazón...
Conocer a ese prócer del tango y acompañarlo durante una temporada como su presentador fue algo muy grato para mí. Tuve la felicidad de viajar con él y “los pibes de la orquesta” en una gira que realizó por la provincia de Buenos Aires. Siempre risueño, amable y humilde, era un privilegio estar a su lado. La generosidad de Alberto hacía que lo recaudado se repartiera en partes iguales con sus músicos y colaboradores. Fue enriquecedor estar a su lado durante toda una temporada. Nunca deje verlo para conversar con él y evocar maravillosos momentos que agradezco a la vida.
ROBERTO ALIFANO – Buenos SAires, Argentina
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

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