Bienvenidos

sábado, 8 de marzo de 2025

LA CARICIA - Norberto Pannone - Buenos Aires, Argentina

 







Imagen La caricia - Michel V. Meulenert

LA CARICIA

 

            Era primavera. El aire afable y perfumado andaba jugueteando con la tarde.  De pronto, sin anunciarse, una caricia cayó blandamente sobre el cuidado césped del parque. Seguramente se había extraviado cansada acaso de su cuantioso trajinar por la vida. Quiso levantarse, pero volvió a caer. Estaba exhausta y se sentía enferma. Sin temor alguno, decidió permanecer allí para dormir un rato y renovar su brío. Presumía que en poco tiempo, alguien repararía en ella y, gentilmente, le ayudaría a incorporarse. Llegaron entonces algunos niños que, en ruidosa algarabía brincaron por el lugar despertando a la caricia, pero ninguno reparó en ella, pues estaban demasiado ocupados con sus juegos y al parecer no la necesitaban. La caricia comprendió aquello, cerró sus ojos y trató de dormir un poco más.

        Pasado poco tiempo, llegó hasta allí una pareja de enamorados que fueron a sentarse en un banco a escasos centímetros de la caricia. Se tomaron de las manos, se besaron y se juraron amor eterno, pero ninguno de los dos reparó en ella. Se amaban tanto que no la necesitaban. 

Luego, pasó un anciano que arrastraba su bastón y sus recuerdos. Tan ensimismado estaba en su pasado, que no vio a la pobre caricia abandonada que ahora sollozaba amargamente. Seguramente, el anciano no recordaba que ella existía.

           El día  comenzó a disgregarse poco a poco y llegó el atardecer. Por entre las ramas de los árboles, el sol echaba pinceladas de rojo y lejanía. Un pájaro herido cayó cerca de la caricia. En su dolor, se arrastró hasta ella, entonces, la pobre olvidada se introdujo bajo el ala rota y el dolor y la herida huyeron  apresuradamente. El ave, alzó su vuelo con holgura y elegancia, partiendo radiante en busca de su nido.

La caricia ya no era inútil, había hallado a alguien que realmente la necesitaba. Recobró su brío,  y feliz, siguió su viaje por el mundo.

Los árboles, con su verde y ancestral silencio, advirtieron como la caricia se perdia en el horizonte desdibujado de la tarde. El viejo, alzando su baston, emprendió una larga charla con el recuerdo. A veces, era necesario regañarle.

 

NORBERTO PANNONE – Poeta y escritor argentino


No hay comentarios:

Publicar un comentario