EL ÉMULO DE DIÓGENES
Siempre he admirado a aquel sabio llamado Diógenes por su sentido de la
libertad y la capacidad de síntesis de su pensamiento. Aquel que anduvo a plena
luz del día por el Ágora linterna en mano, buscando dónde encontrar a un
hombre. Y es que el ruido del mundo y el propio nos impide conocernos,
resultando así extraños para nosotros mismos. El tiempo de la vida se nos da
para ello, y sin embargo el nihilismo hace que caigamos en un vacío
existencial. Un hombre es su pensamiento, y éste fruto de aquello que motiva su
existencia. Animado por el personaje, decidí emularlo, y con la lámpara
imaginaria entre mis manos salí dispuesto a dar cuerda a los pensamientos
ajenos. En mi peregrinar encontré un gran hospital, abordando al primer
matasano con el que me topé.
― ¿Cuál es su labor, doctora?
― Reparo personas para que puedan vivir.
― ¿Vivir, para
qué?
― Yo me limito a la mecánica humana,
hasta que llega su fin.
―
Qué es la muerte?
― El telón que pone fin a la tragedia.
― Dígame, entonces, ¿para qué nacemos?
― Para morir. Y punto.
Viendo que la conversación se había
convertido en un círculo sin salida, decidí darla por concluida. Una vez fuera
dirigí mis pasos hacia la penitenciaria del Estado y pregunté `por el
ajusticiador, reabriendo mi formulario mental.
― ¿Qué es lo que hace, señor verdugo?
― Lo que nadie quiere hacer.
― ¿Y por qué lo hace?
―Es mi forma de vida.
― ¿Para qué se vive?
― No lo sé. A mí no se me preguntó si
quería venir a este mundo.
― Su oficio ha debido familiarizarle
con la muerte. ¿Sabe por qué se muere?
― Somos polvo, y el polvo vuelve a la
tierra.
Como el sayón tampoco me había
satisfecho con sus respuestas busqué alguien nuevo al que interviuvar,
encontrando a un filósofo de reputado conocimiento, el cual me recibió en su
biblioteca, en la que no faltaba algún que otro incunable.
― ¿A qué se dedica usted, señor
intelectual?
―
A la reflexión.
― ¿Y por qué es usted un pensador?
― La ciencia infusa no existe. A la
gente no le gusta eso de cavilar, y alguien tiene que enseñar a discurrir a los
demás.
― ¿Qué es la vida?
― Pura inercia. Aparece y desaparece.
Al final todo acaba.
― Me está hablando de la muerte, ¿no
es eso?
― Somos una lucecita que se enciende
en la inmensidad cósmica y súbitamente se desvanece.
― ¿Sin más?
― ¡Pura nada!
― Entonces, ¿para qué ha nacido?
― El pensamiento llega hasta ahí. ¿Qué
es la vida sino un aborto de la muerte?
Escuchándole, me sentí profundamente
desilusionado. Si aquella lumbrera no me había respondido, y como las veces anteriores
todo comenzaba para terminar mordiéndose la cola, entonces, ¿es el hombre tan
solo una pasión inútil?
En el camino de vuelta me topé con un
manicomio, y desconociendo la razón accedí al interior. Tras observar a mi
alrededor, me acerqué a uno de ellos con recelo, espetándole:
― ¿Qué hace aquí, señor lunático?
― Vegetar. Es todo lo que se me
concede hacer.
― ¿Por qué está en este lugar?
― Me trajeron a la fuerza. Quien no se
adapta a las pautas marcadas, se constituye en una afrenta para el mundo.
― ¿Para qué vive usted?
― La vida es la antesala de la tumba.
― ¿Por qué me habla de la muerte?
― Es la otra cara de la moneda de la
vida. Debemos entender la conexión entre
ambas.
Al llegar a este punto― que confieso
no esperaba de alguien del que se dice que está enajenado, sentí un escalofrío
que me animó a preguntarle:
― ¿Sabría darme alguna razón por la
que ha nacido?
El hombre me miró con los ojos tiernos
y húmedos. Luego, añadió:
― He nacido para ser, pero no me han
dejado.
― ¿Tendría la bondad de explicarse?
― Los hombres no quieren hacerse
preguntas embarazosas o de difícil explicación, cuando menos comprometidas. Eso
a nivel personal. En cuanto a la sociedad, desea vivir instalada en una nube
plácida que no le complique la existencia. El Poder domina los medios y
constantemente pretende adormecer nuestras conciencias bombardeándolas con lo
intrascendente y opiáceo para así vendernos el consumismo material e
ideologizarnos. Mire si no a Aquel que vino a salvar al mundo, y su mundo lo
crucificó. Las tinieblas ahogaron la luz. La suficiencia es el pecado de la
existencia inteligente. Tan pronto le es dada reniega del que se la concedió, y
esa suficiencia de la ignorancia, al enfrentarse con el mundo externo y el
propio, acaba ahogando la confianza que puede responder a su hambre de
eternidad. La sociedad necesita hombres sumisos y borreguiles que no piensen.
Les priva del alma para inculcarles la materialidad.
Escuchándole, me preguntaba si sería
necesaria la vesania para obtener la respuesta más allá de la sensatez.
― ¿No consiste la evolución en un
devenir? El hombre ha de concluir su propia transformación, y ésta pasa por una
ética personal y colectiva que requiere enfrentarse con el mundo. Quien se
oponga lo pagará perdiendo el don de la libertad. Ahora, ya conoce usted por
qué estoy aquí.
Cuando abandoné el centro de
internamiento tenía dos cosas meridianamente iluminadas por mi linterna. Una,
la que me había contado el supuesto desequilibrado: quién se opone al sistema
corre el riesgo de acabar devorado por él. La otra, la coincidencia de sus
palabras con mis propias ideas. Pero, a la vista de lo visto sería prudente no
expresarlas públicamente, porque como a él o al propio Diógenes me podrían
igualmente tener por loco. Y entonces…
ÁNGEL MEDINA – Málaga, España
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
Blog <autor: https://www.facebook.com/novelapoesiayensayo
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