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sábado, 22 de febrero de 2025

EL HOMBRE Y EL SOL - Norberto Pannone - Buenos Aires, Argentina

 





EL HOMBRE Y EL SOL


Un día, el hombre que siempre había trabajado bajo el tórrido sol del desierto, detuvo su camello, descendió de él y se dijo: “Nunca más voy a trabajar al sol. A partir de ahora viviré en las sombras”. Entonces, vendió sus camellos; sus tiendas; sus joyas, su sal y se mudó a un lejano país que eligió al azar sobre un viejo mapamundi, cuidando de que fuera cerca de los polos. Descubrió que había elegido Islandia.

Llegó al país en invierno. Era un día oscuro y muy frío. Lo primero que preguntó fue: -“¿El sol es muy ardoroso aquí? Y alguien le respondió: -“Nunca! Pero se soporta”
El personaje del desierto se compró una gran casa rodeada de frondosos árboles. El invierno era muy duro allí. Continuamente nevaba y el viento del polo era inclemente.

Pasado un tiempo, el hombre comenzó a extrañar el sol de fuego que calcinaba las arenas del desierto. En las largas noches invernales su imaginación lo inducía a escuchar el paso de las caravanas que llegaban en busca de sal, pero enseguida regresaba a la realidad y se estremecía de frío. También los escuchaba en sus sueños, pero, al despertar, el escenario era otro.

Una noche, el viento del norte sopló con mucha fuerza y la nieve comenzó a caer cubriendo todo aquel lugar. El hombre del desierto oyó que lo llamaban: “Abdul! Abdul!, te roban un camello”! Salió de la casa tratando de atrapar al ladrón.

Al salir, aún bajo la somnolencia, tropezó con un morral y cayó pesadamente al piso, intentó levantarse pero su pierna derecha le dolía demasiado. La nieve, impávida, castigaba con crueldad. Se arrastró un par de metros y luego se quedó muy quieto. La voz volvió a llamarlo: “¡Abdul! Abdul! ¡Despierta! ¡Te traje agua fresca!

Pero el hombre del desierto no podía moverse.

Por la mañana, dos hombres que pasaban por allí, descubrieron los pies del desgraciado Abdul emergiendo de la arena. Lo sacaron de allí pero el infeliz ya había muerto.

El sol, esplendente después de la tormenta, brillaba en el azul inmenso y sus rayos calentaban el día como nunca.

-“Si no se hubiese roto la pierna habría aguantado un poco más. Quizá no habría muerto”, dijo uno de los hombres.

-Es el destino, dijo el otro. –“Alá sabe, ...hoy tendremos un día de mucho calor… No hay brisa y el sol está calentando demasiado. Apuremos, el suelo ya es un fuego y se insinúa otra tormenta de arena…


Octubre del 2000

NORBERTO PANNONE
– poeta y escritor argentino

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