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sábado, 8 de febrero de 2025

«REFLEXIÓN SOBRE UN JUICIO FALLIDO» - Ángel Medina - Málaga, España

 




«REFLEXIÓN SOBRE UN JUICIO FALLIDO»

 

Un juicio sin garantías es un crimen perpetrado al amparo de la ley. Para que existan garantías ―dando por hecho que la ley coincida con la ética y no se limite a ser una imposición del legislador― tiene que existir libertad del encausador (sin presiones externas), competencia para administrarla y garantías para el procesado― Una turba manipulada que vocifera exigiendo la muerte de un inocente y la exoneración de un culpable dificulta la aplicación de la ley. Se asemeja a la masa que se congrega en un campo de fútbol y grita como un solo energúmeno, al amparo del anonimato que diluye al individuo y lo transforma en un animal objeto de sus más larvadas pasiones, al transformarse el sujeto en muchedumbre.

Se dice que hace algún tiempo la comunidad judía de New York discutió la posibilidad de volver a repetir el juicio que condenó hace veinte siglos a morir a uno de los suyos (entonces), y de muchos (hoy), debido a las irregularidades del encausamiento. Una tarea nada fácil, porque si llegara a celebrarse y el veredicto fuese no guilty, entonces, ¿qué habría de hacer el pueblo judío? ¿Podría rectificar la Historia?

No hay libro que haya sido objeto de mayor estudio en el transcurso de los tiempos que el de las Escrituras, ― en especial el N.T― sometida a la exégesis moderna, a la historia de las formas, a la filología, a la tradición oral y estilos literarios. Por eso, es posible encajar las distintas piezas del puzzle que reflexiona en su obra “Historia de la Pasión”, Luis de la Palma, s.j. cuyas consideraciones vamos a exponer.

El Consejo de los ancianos, esto es, el Sanedrín se reunió en la noche de la Pascua judía, teniendo prohibido hacerlo durante la oscuridad. Durante el interrogatorio declararon testigos falsos que incurrieron en contradicciones. El reo carecía de defensor. El principio de imparcialidad no le asistió (habían tratado de matarlo con anterioridad). El Sanedrín no se pronunció por votación y por tanto no hubo unanimidad en la sentencia. La vista se celebró en dos sesiones diarias sin interrupción, lo cual estaba igualmente prohibido. La condena fue por blasfemo, por lo que para poder conseguir la pena de muerte en Jerusalén hubieron de recurrir a la autoridad romana, a la cual no consideraban como legítima. El delito de la acusación no se constituía en ninguna violación según las leyes romanas, por lo que pusieron a Pilatos en situación límite señalando como enemigo del César quien no sentenciase a aquel que se proclama rey (en realidad tal acusación no conllevaba la pena de muerte; sí la violencia contra los soldados romanos o la sedición). El Prefecto proclamó su inocencia en el proceso, pero, temiendo ser tenido como enemigo del emperador si no accedía a la condena, admitió la petición de la masa que vociferaba: ¡Crucifícalo!, al tiempo que pedía la liberación de un tal Barrabás, un zelote acusado de enfrentarse al ejército imperial.

Es fácil manejar a las masas. La masa no piensa, sino que reacciona emocionalmente. Los mismos que le aclamaron días antes queriendo hacerlo rey se desgañitaban pidiendo su muerte, manipulados por la jerarquía eclesiástica de aquel tiempo. El gentío que representaba al Pueblo asumió aquella condena, hasta el punto de decir: “caiga sobre nosotros y nuestros hijos su sangre”

Es evidente que ante tal cantidad de irregularidades la determinación no se ajustó a Derecho. Pero, aquel hombre tenía que morir. Pudo evitarlo no subiendo a Jerusalén, aunque decidió hacerlo asumiendo así todo lo que había venido diciendo y haciendo durante tres largos años de predicación.

La condena fue por autoproclamarse como el Mesías. Estaba escrito y se cumplió la Escritura.

El Pueblo judío aguardaba la llegada del Ungido, pero se fabricó su propia expectativa. Aguardaba un rey guerrero que les libraría del sometimiento a Roma y encontraron un Salvador que venía a liberarlo de ellos mismos. Y cuando el hombre se fabrica una idea desde sí, acaba rechazando todo lo que no sea eso.

Podríamos preguntarnos ¿Qué trajo realmente, si después de más de dos milenios el mundo continúa igual o peor que antes? Es el Papa sabio, Ratzinger, el que nos responde: “Trajo al verdadero Dios” · El hombre es de alguna manera imagen suya, pero no se contenta con eso y pretender hacer a Dios semejante a los hombres.

Dice el Salmo 27: “Sí, Yavhéh, tu rostro busco, no me ocultes tu rostro”. Éste fue el delito. Que el mismo que creó todo entró en el mundo como hombre para desvelar su verdadero rostro. Un rostro que permite la confianza de que la muerte no es el fin, y que reta a que en la vida el hombre crezca desde ser hombre (con “h” minúscula) a Hombre (con “H” mayúscula).

Pero, evidentemente, el hombre no coincide algunas veces con este Hombre y con este Dios.


ÁNGEL MEDINA – Málaga, España

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
 
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