EL ÚLTIMO TROVADOR GARDELIANO
Un mensaje de nuestro amigo común
Pablo Wegbrait me informó de la impensada y dolorosa muerte de Enrique Espina
Rawson, que me dejó desolado. Como una forma de consuelo recordé aquel viejo
apotegma mejicano que afirma que “para morir lo único que nos hace falta es
estar vivos, pues la maldita se cuela por cualquier rendija”. Me costó
mucho resignarme y aceptar la dura y triste noticia. En mi memoria empezaron a
fluir recuerdos de su espíritu brillante, siempre dispuesto a la broma o la
ironía a veces incómoda, lo imaginaba inmortal, pobre Enrique.
La última vez que lo vi fue en un bar
de la calle Corrientes y me reprendió por caminar encorvado, consecuencia de
los 80 años que he cometido la insolencia de haber cumplido. “No caminés así
ché, que pareces un viejo descascarado”, fueron sus palabras, propias de un
sabio porteño. Tenía razón. A partir de ese momento tomé las correspondientes
precauciones, y cada vez que doy un paso recuerdo su reprimenda y busco ponerme
erguido para darlo. Enrique se dio cuenta de mi confusión y alegremente bromeó:
“Miráme a mí, tengo tres o cuatro años más que vos y ando derechito y
sacando pecho por la vida”.
No hace mucho asistí a un recital de
tangos que hizo acompañado de su sonora guitarra, que había sido de Carlos
Gardel, para brindar una prueba incomparable de su talento y salud moral. En
una época absurda donde todo es desencuentro y división, un argentino,
orgulloso de su argentinidad, en la senda de su admirado modelo, cantó con
enjundia para sus amigos sus tangos preferidos y con convicción se refirió de
este disparatado presente que nos toca vivir. Eran gratificantes y
enriquecedores sus modestos recitales, pues estaban acompañados de su sabia
palabra y de su confianza en un futuro más próspero para una Patria que, desde
hace décadas se viene desangrando y perdiendo su esencial riqueza espiritual.
Pocas veces había visto a Enrique tan lúcido, con tan buena y engolada voz y
con una sonrisa (gardeliana) tan contagiosa y relampagueante.
Devoto de la geografía del tango y
del inmortal Carlos Gardel, y uno de sus más excelsos biógrafos y
coleccionistas, Espina Rawson no dudó en polemizar con aquellos orientales que
atribuyen al “Morocho del Abasto”, la nacionalidad uruguaya, una falacia que no
se sostiene de ninguna manera; sobre todo por las propias declaraciones de
Gardel y porque hay fotografías tomadas en Toulouse, su ciudad natal, en
compañía de su madre y de su familia, y porque él mismo confesó que apenas
pisado el suelo francés, lo primero que hacía era dirigirse a la añorada ciudad
en la que había nacido.
Nuestro amigo Enrique Espina Rawson fue, además, un gran estudioso de toda nuestra música ciudadana y a él le debemos un polémico libro, menos ofensivo que divertido, titulado Los cien peores tangos, donde analiza acerbamente el grotesco de algunas letras consagradas, que no se sostienen y se convierten en trivialidades insoportables. Su creatividad narrativa lo llevó también a la novela, y a la escritura de Sherlock Holmes en Buenos Aires, una atrapante saga del famoso detective, imaginado en nuestra ciudad, donde es convocado para resolver un crimen; ambas obras fueron publicadas por la editorial Renacimiento de España, a cargo de Abelardo Linares, el príncipe de los editores.
Aquí en la Argentina publicó en
la Editorial Proa de Osvaldo Tamborra otros volúmenes
dedicados a Carlos Gardel que contribuyen a enriquecer la monografía del gran
cantor popular; entre ellos Disparen sobre Gardel y el Archivo
Gardel, en colaboración con Alfredo Echaniz y Romances de tango.
En otros libros fue acompañado por Lucía Gálvez, Ana María Turón, Juan Carlos
Esteban, Manuel Martí y Norberto Regueira, todos devotos del “Morocho del
Abasto”. Enrique fue además el autor de El tango le dice a Borges,
un libro en el que combina sus pareces con serias investigaciones acompañadas
de su original sentido del humor, y que yo tuve el honor de prologar.
En su afán investigativo, nuestro
amigo Enrique vivió una larga temporada en Francia para seguir los pasos de su
ídolo, el inolvidable Gardel. En la revista Proa, que yo dirigía,
bajo su tutela publicamos un número especial dedicado al maravilloso “Ciudadano
del tango”.
Precursor de grandes ideas, el Instituto
de Estudios Gardelianos fue creado y presidido por él durante años.
Tuvo a su cargo el mausoleo que guarda los restos del siempre vivo Carlos
Gardel y con la colaboración de otros amigos se hicieron varias exposiciones,
una de ellas en la ciudad de Granada y otra en Santiago de Chile, donde se
mostraron objetos y cartas pertenecientes a nuestro ídolo popular.
Aunque la muerte es el fruto o la
consecuencia natural de toda forma de vida, y así tampoco es un accidente. De ninguna
manera estamos hechos para la muerte y nuestro querido y admirado Enrique, era
el hombre menos dispuesto para morir; sobre todo porque filosóficamente morir
no es simplemente rebajase a la muerte sino porque le parecía una pésima idea y
la peor ironía de nuestra existencia. Con buen acento gardeliano, se lo escuché
resumir en las nostálgicas letras de un tango “sabiendo que la muerte
agazapada nos marca su compás”. Otra vez me comentó que como la muerte es
una cuestión estadística, él o yo, podíamos ser inmortales. Aceptaba a la
Pálida como una prueba más de las leyes cósmicas. No le faltaba razón, morir es
el gran accidente, el único accidente. Y acaso esto, al ser contingente,
inevitable e ineludible, la convierte en la gran contradicción de este enigmático
mundo que nos ha sido dado y del cual sabemos muy poco, casi nada.
Hombre de amigos, apasionado conversador, buen guitarrista y cantor, riguroso escritor y lector, porteño de ley como casi ya no quedan, Enrique Espina Rawson, falleció en Buenos Aires, su entrañable ciudad, a los 83 años de edad. Su ausencia es irremplazable para quienes lo queríamos y admirábamos.
ROBERTO ALIFANO – Buenos
Aires, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO
ARGENTINA
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