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sábado, 6 de julio de 2024

EL ÚLTIMO TROVADOR GARDELIANO - Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina

 


EL ÚLTIMO TROVADOR GARDELIANO

 

Un mensaje de nuestro amigo común Pablo Wegbrait me informó de la impensada y dolorosa muerte de Enrique Espina Rawson, que me dejó desolado. Como una forma de consuelo recordé aquel viejo apotegma mejicano que afirma que “para morir lo único que nos hace falta es estar vivos, pues la maldita se cuela por cualquier rendija”. Me costó mucho resignarme y aceptar la dura y triste noticia. En mi memoria empezaron a fluir recuerdos de su espíritu brillante, siempre dispuesto a la broma o la ironía a veces incómoda, lo imaginaba inmortal, pobre Enrique.

La última vez que lo vi fue en un bar de la calle Corrientes y me reprendió por caminar encorvado, consecuencia de los 80 años que he cometido la insolencia de haber cumplido. “No caminés así ché, que pareces un viejo descascarado”, fueron sus palabras, propias de un sabio porteño. Tenía razón. A partir de ese momento tomé las correspondientes precauciones, y cada vez que doy un paso recuerdo su reprimenda y busco ponerme erguido para darlo. Enrique se dio cuenta de mi confusión y alegremente bromeó: “Miráme a mí, tengo tres o cuatro años más que vos y ando derechito y sacando pecho por la vida”.

No hace mucho asistí a un recital de tangos que hizo acompañado de su sonora guitarra, que había sido de Carlos Gardel, para brindar una prueba incomparable de su talento y salud moral. En una época absurda donde todo es desencuentro y división, un argentino, orgulloso de su argentinidad, en la senda de su admirado modelo, cantó con enjundia para sus amigos sus tangos preferidos y con convicción se refirió de este disparatado presente que nos toca vivir. Eran gratificantes y enriquecedores sus modestos recitales, pues estaban acompañados de su sabia palabra y de su confianza en un futuro más próspero para una Patria que, desde hace décadas se viene desangrando y perdiendo su esencial riqueza espiritual. Pocas veces había visto a Enrique tan lúcido, con tan buena y engolada voz y con una sonrisa (gardeliana) tan contagiosa y relampagueante.

Devoto de la geografía del tango y del inmortal Carlos Gardel, y uno de sus más excelsos biógrafos y coleccionistas, Espina Rawson no dudó en polemizar con aquellos orientales que atribuyen al “Morocho del Abasto”, la nacionalidad uruguaya, una falacia que no se sostiene de ninguna manera; sobre todo por las propias declaraciones de Gardel y porque hay fotografías tomadas en Toulouse, su ciudad natal, en compañía de su madre y de su familia, y porque él mismo confesó que apenas pisado el suelo francés, lo primero que hacía era dirigirse a la añorada ciudad en la que había nacido.

Nuestro amigo Enrique Espina Rawson fue, además, un gran estudioso de toda nuestra música ciudadana y a él le debemos un polémico libro, menos ofensivo que divertido, titulado Los cien peores tangos, donde analiza acerbamente el grotesco de algunas letras consagradas, que no se sostienen y se convierten en trivialidades insoportables. Su creatividad narrativa lo llevó también a la novela, y a la escritura de Sherlock Holmes en Buenos Aires, una atrapante saga del famoso detective, imaginado en nuestra ciudad, donde es convocado para resolver un crimen; ambas obras fueron publicadas por la editorial Renacimiento de España, a cargo de Abelardo Linares, el príncipe de los editores.

Aquí en la Argentina publicó en la Editorial Proa de Osvaldo Tamborra otros volúmenes dedicados a Carlos Gardel que contribuyen a enriquecer la monografía del gran cantor popular; entre ellos Disparen sobre Gardel y el Archivo Gardel, en colaboración con Alfredo Echaniz y Romances de tango. En otros libros fue acompañado por Lucía Gálvez, Ana María Turón, Juan Carlos Esteban, Manuel Martí y Norberto Regueira, todos devotos del “Morocho del Abasto”. Enrique fue además el autor de El tango le dice a Borges, un libro en el que combina sus pareces con serias investigaciones acompañadas de su original sentido del humor, y que yo tuve el honor de prologar.

En su afán investigativo, nuestro amigo Enrique vivió una larga temporada en Francia para seguir los pasos de su ídolo, el inolvidable Gardel. En la revista Proa, que yo dirigía, bajo su tutela publicamos un número especial dedicado al maravilloso “Ciudadano del tango”.

Precursor de grandes ideas, el Instituto de Estudios Gardelianos fue creado y presidido por él durante años. Tuvo a su cargo el mausoleo que guarda los restos del siempre vivo Carlos Gardel y con la colaboración de otros amigos se hicieron varias exposiciones, una de ellas en la ciudad de Granada y otra en Santiago de Chile, donde se mostraron objetos y cartas pertenecientes a nuestro ídolo popular.

Aunque la muerte es el fruto o la consecuencia natural de toda forma de vida, y así tampoco es un accidente. De ninguna manera estamos hechos para la muerte y nuestro querido y admirado Enrique, era el hombre menos dispuesto para morir; sobre todo porque filosóficamente morir no es simplemente rebajase a la muerte sino porque le parecía una pésima idea y la peor ironía de nuestra existencia. Con buen acento gardeliano, se lo escuché resumir en las nostálgicas letras de un tango “sabiendo que la muerte agazapada nos marca su compás”. Otra vez me comentó que como la muerte es una cuestión estadística, él o yo, podíamos ser inmortales. Aceptaba a la Pálida como una prueba más de las leyes cósmicas. No le faltaba razón, morir es el gran accidente, el único accidente. Y acaso esto, al ser contingente, inevitable e ineludible, la convierte en la gran contradicción de este enigmático mundo que nos ha sido dado y del cual sabemos muy poco, casi nada.

Hombre de amigos, apasionado conversador, buen guitarrista y cantor, riguroso escritor y lector, porteño de ley como casi ya no quedan, Enrique Espina Rawson, falleció en Buenos Aires, su entrañable ciudad, a los 83 años de edad. Su ausencia es irremplazable para quienes lo queríamos y admirábamos.

ROBERTO ALIFANO Buenos Aires, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


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