CONSEJOS
DE ESCULAPIO
No sabemos a ciencia cierta quien
es el autor de los CONSEJOS DE ESCULAPIO -dios de la Medicina-, pero es
posible que este texto provenga de las escuelas médicas griega o latina. Según
otros: anónimo alemán. Fecha: s. XVIII-XIX.
Se trata de un escrito, en forma de carta, que un médico veterano dirige a un joven que desea estudiar medicina.
L. A.
¿Quieres ser Médico, hijo mío?
Aspiración es ésta de un alma
generosa, de un espíritu ávido de ciencia.
¿Deseas que los hombres te tengan por un dios que alivia sus males y ahuyenta
de ellos el espanto?
¿Has pensado bien lo que ha de ser TU
VIDA?
Tendrás que renunciar a la
vida privada. Mientras que la mayoría de los ciudadanos pueden, terminadas sus
tareas, aislarse lejos de los importunos, tu puerta quedará siempre abierta a
todos. A toda hora del día o de la noche vendrán a turbar tu descanso, tus
placeres, tu meditación; ya no tendrás horas para dedicar a tu familia, a la
amistad o al estudio. Ya no te pertenecerás.
Los pobres, acostumbrados a
padecer, no te llamarán, sino en caso de real urgencia. Pero los ricos te
tratarán como a un esclavo encargado de remediar sus excesos; sea que tengan
una indigestión, sea porque están acatarrados. Harán que te despierten a toda
prisa tan pronto como sientan la menor inquietud, pues, estiman en muchísimo su
persona. Tendrás que mostrar interés por los detalles más vulgares de su
existencia: decidir si han de comer ternera o cordero, si han de andar de tal o
cual modo cuando se pasean.
No podrás ir al teatro,
ni estar enfermo; tendrás que estar siempre listo para acudir tan pronto como
te llame tu amo.
¿Eras severo en la elección de
tus amigos? ¿Buscabas la sociedad de los hombres de talento? ¿De artistas, de
almas delicadas? Pues en adelante no podrás desechar a los fastidiosos, a los escasos
de inteligencia, y a los despreciables.
El malhechor tendrá
tanto derecho a tu asistencia como el hombre honrado. Prolongarás vidas
nefastas. Y el secreto de tu profesión te prohibirá impedir crímenes de los que
serás testigo.
¿Tienes fe en tu
trabajo para conquistarte una reputación? Ten presente que te juzgarán –no por
tu ciencia- sino por las causalidades del destino, por el corte de tu capa, por
la apariencia de tu casa, por el número de tus criados, por la cantidad de tus
sirvientes, y por la atención que le dediques a las charlas y a los gustos de
tu clientela. Los habrá, que desconfiarán de ti si no gastas barba; otros
porque no crees en dioses; y otros, porque sí crees en ellos.
¿Te gusta la sencillez?
Tendrás que adoptar una actitud de augur.
Eres activo y ¿sabes lo que
vale el tiempo? pues no habrás de manifestar fastidio ni impaciencia. Tendrás
que soportar relatos que arranquen desde los principios de los tiempos para
explicar un cólico. Ociosos te consultarán por el solo placer de charlar.
Serás el vertedero de
sus nimias vanidades.
¿Sientes pasión por la
verdad? Ya no podrás decirla. Tendrás que ocultar a algunos la gravedad de su
mal; a otros su insignificancia... pues les molestaría saberla. Habrás de
ocultar secretos que posees; consentir en parecer burlado, ignorante, cómplice.
Aunque la Medicina es una ciencia oscura, a la cual los esfuerzos de
sus fieles va iluminando de siglo en siglo, no te será permitido dudar nunca,
so pena de perder todo crédito. Si no afirmas que conoces la naturaleza de la
enfermedad, que posees un remedio infalible para curarla, el vulgo irá a
charlatanes que venden la mentira que necesita.
No cuentes con ningún
agradecimiento. Cuando el enfermo sana, la curación es debida a su robustez o a
los dioses. Si muere, tú eres el que lo ha matado. Mientras está en peligro, te
trata como a un dios: te suplica, te promete, te colma de halagos; no bien está
convaleciente, ya le estorbas; cuando se trata de pagar los cuidados que le has
prodigado, se enfada y te denigra.
Cuando más egoístas son los
hombres, más solicitud exigen. No cuentes con que esta profesión te hará rico.
Te lo he dicho: es un sacerdocio; y no sería decente u honesto que te produjera
ganancias como las que saca un aceitero o el que vende lana.
Te compadezco si tienes
afán por la belleza. Verás lo más feo y repugnante que hay en la especie
humana; todos los sentidos te serán maltratados. Habrás de pegar tu oído contra
el sudor de los pechos sucios; respirar el olor de míseras viviendas; los
perfumes harto subidos de las cortesanas; palpar tumores, curar llagas verdes
de pus, contemplar los orines, escudriñar esputos, fijar tu mirada y olfato en
inmundicias y meter el dedo en muchos sitios.
Cuántas veces, en día
hermoso, soleado y perfumado, al salir de un banquete o de una pieza de
Sófocles, te llamarán por un hombre que, molestado por dolores de vientre, te
presentará un bacín nauseabundo diciéndote satisfecho “gracias a que he tenido
la precaución de no tirarlo...”; recuerda entonces, que habrá de parecerte
interesante aquella deyección.
Hasta la belleza misma
de las mujeres –consuelo del hombre- se desvanecerá para ti. Las verás por las
mañanas todas desgreñadas, desencajadas, desprovistas de sus bellos colores y
olvidando sobre los muebles parte de sus atractivos. Cesarán de ser diosas para
convertirse en pobres seres afligidos de miserias sin gracia. Sentirás por
ellas, más compasión que deseos. Cuantas veces te asustarás al ver un cocodrilo
adormecido en la fuente de los placeres...!
Tu oficio será para ti,
una túnica de Neso. En las calles, en los banquetes, en el teatro, en tu casa
misma, los desconocidos, tus amigos, tus allegados, te hablarán de sus males para
pedirte un remedio. El mundo te parecerá un vasto hospital; una gran asamblea
de individuos que se quejan.
Tu vida transcurrirá en la
sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y de las almas; de los
duelos y de la hipocresía que calcula a la cabecera de los agonizantes.
Te será difícil
conservar una visión consoladora del mundo. Descubrirás tanta fealdad bajo las
bellas apariencias, que toda confianza en la vida se te derrumbará y todo goce
será emponzoñado. La raza de los hombres es como Prometeo desgarrado por los
buitres.
Te verás solo en tus
tristezas, solo en tus estudios, solo en medio del egoísmo humano. Ni siquiera
encontrarás apoyo entre los médicos que se hacen sorda guerra por interés u
orgullo.
La conciencia de
aliviar males te sostendrá en tus fatigas. Pero dudarás si es acertado, hacer
que sigan viviendo hombres atacados de un mal incurable, niños enfermizos que
ninguna posibilidad tienen de ser felices y que transmitirán su triste vida a
seres que serán más miserables aún. Cuando, a costa de muchos esfuerzos, hayas
prolongado la existencia de algunos ancianos o de niños deformes, vendrá una
guerra que destruirá lo más sano y robusto que hay en la ciudad. Entonces te
encargarán que separes los débiles de los fuertes, para salvar a débiles y
enviar a los fuertes a la muerte.
Piénsalo muy bien mientras
estás a tiempo.
Pero si, indiferente a
la fortuna, a los placeres, a la ingratitud; si sabiendo que te verás solo
frente a las fieras humanas, y tienes un alma lo bastante estoica para
satisfacerte con el deber cumplido sin ilusiones; si te juzgas pagado lo
bastante con la dicha de una madre, con una cara que sonríe porque ya no
padece; con la paz de un moribundo a quien le ocultas la llegada de la muerte;
si ansías conocer al Hombre y penetrar todo lo trágico de su destino; entonces
sí, hazte Médico hijo mío."
Anónimo
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