EL AYER
Ayer, Evaristo Robles estuvo conversando al finalizar el ocaso consigo mismo. Rememoró que hace unos lustros, partió de su ciudad hacia una muy parecida y cercana, con ocasos que lo hicieron también conversar consigo mismo. Nosotros seres mortales, solemos dialogar con nuestra memoria, nuestra conciencia y el ayer. Permaneció unos días en aquella ciudad, charlando con hombres que le dijeron que lo habían conocido cuando era niño y toda ilusión permanecía en él.
Aquellos hombres, cultivaban el café desde el ayer, cuando la ciudad era conocida como Ninplona. Quiso conocer entre tertulias, acompañadas de ese buen café, aquello que fue parte de su niñez. Robles, llevaba consigo varios libros y desde el ayer conserva predilec-tamente uno. Evaristo sabe cuál es.
La incógnita del conocimiento de su niñez no se disipaba con las
tertulias. Le dijeron que vivió en una casa de sillar y adobe, muy antigua,
cuya calle era empinada. La curiosidad de Evaristo lo llevó a aquella casa y
encontró los mismos rasgos que aquellos hombres le habían dicho. Fue bien
recibido por Isidoro Montini; un hombre longevo, delgado, de acento italiano y
le dijo que allí vivía sólo.
A Evaristo le llamó la atención de que un hombre tan longevo se
mantuviera a sí mismo. Montini trabajó toda su vida en la biblioteca principal
de Ninplona. Robles le pidió quedarse en aquella que fuera su casa unos días y
que Montini sería económicamente bien retribuido por ello, a lo cual Montini
rechazó el dinero, le dijo que le pagara con un libro por cada día que
estuviera allí.
La mañana siguiente le entregó un libro de Chéjov. Montini le dijo que
aquel libro no lo tenía. Tomaron un buen café y el sabor era el mismo que acompañaba
aquellas tertulias con aquellos hombres, que lo habían conocido desde su niñez.
El hecho no le sugirió casualidad. Entonces le preguntó a Montini si conocía a
unos hombres que cultivaban el mejor café de Ninplona. Le respondió que sí y
Robles se alegró, porque intuyó que su familia se dedicaba al cultivo del café.
Así recordó parte del ayer.
Montini lo llevó por unas calles empedradas, con casitas hechas de
sillar y otras de adobe. La gente le parecía muy noble y lo saludaba aún sin
reconocerlo.
El libro de Chéjov era un libro de pocos y egregios relatos póstumos.
Curiosamente en él, había una historia de un hombre que quiso también recordar
su niñez. Que recogía anécdotas suyas en cada pueblo que recorría. Montini al
leer este relato, no le pareció casualidad que un hombre alojado en su casa,
intente también recordar el ayer. Dedujo que Evaristo Robles al leer ese
relato, se inspiró para salir de su ciudad a otra muy parecida y cercana.
Las dos ciudades, tenían poca similitud. La primera ciudad tenía algunas
iglesias góticas, de gran altura y mayor luz, calles con bullicio, con gente de
vida más moderna como suele decirse hoy. No lo inspiraba tal ciudad. Robles,
prefería después del trabajo, ir a su casa a leer. Sus lecturas las alternaba.
Un día leía a Quevedo, otro a Cervantes, a Stevenson, Claudel, Unamuno,
Bécquer, Chéjov, ...pues quería variar la lectura para ir recopilando en su
memoria, algo de cada autor, cada día.
Ninplona tenía más iglesias góticas y calles sin bullicio con gente de
vida más tradicional como suele decirse hoy. Esa pequeña y sencilla ciudad, lo
inspiraba.
Mencioné que el libro de Chéjov tenía un relato similar a lo que le
acontecía a Robles. Curiosamente el relato se refiere a una ciudad, que la
denomina “La ciudad del café” y a unas iglesias góticas. Robles, al transitar
las calles de Ninplona, rememoró que él jugaba en ellas con sus amigos del
barrio. Algunas tardes los ocupaba el fútbol y otras el ajedrez. Algunas
personas ya lo reconocieron y le preguntaron:
¿No eres el pequeño Robles que ayudaba a su familia a cultivar el café?
Evaristo les respondía: Perdónenme ustedes, no lo recuerdo bien, debe
haber sido así.
¡Sí es el niño Robles!- dijo una señora- lo recuerdo bien. Tiene la
misma mirada y la voz pausada.
Si usted señora lo dice con tanta certeza y alegría, entonces yo soy el
pequeño Robles.
Se despidió con cierta nostalgia y con la promesa de volver. De regreso
a casa, entró en una librería. Revisó algunos libros y compró otro libro de
Chéjov.
Un señor muy bien vestido le preguntó: ¿No eres tú el pequeño Robles que venía aquí a revisar varios libros y solía siempre uno comprar? Evaristo le respondió: Perdóneme señor, no lo recuerdo bien, debe haber sido así. ¡Sí es el niño Robles!- dijo un adulto- lo recuerdo bien. Tiene la misma expresión y la voz pausada. Eras muy inquieto y cortés a la vez- le dijo aquel señor-. Si usted lo dice con tanta certeza y alegría, entonces yo soy aquel pequeño Robles. Gracias, ya debo regresar a casa. Con esas palabras, se despidió.
Aquella noche, cenó con Montini, quien lo estuvo esperando para tomar el café. Al ingresar, recorrió el pasadizo que da a la sala. Allí, rememoró los juegos con su Madre, como la primera vez que ella lo llevara al jardín. Tal día, el niño Robles no quiso entrar a un espacio y tiempo diferente al de su casa, echó a llorar y su Madre entendió en su corazón prudente, que ese no era el día en que su hijo debía entrar a un jardín. Le gustaba acompañarla por las callecitas y plazas de Ninplona. Heredó de su Madre; el amor a la lectura, la ternura, la compasión, los mismos males físicos, la bondad y el valor.
Tenía aún la inquietud de cómo Montini llegó a habitar aquella casa. La
duda se esclareció esa noche. Le dijo que su familia se la vendió, porque
decidió vivir en otra ciudad. El motivo se desconoce. También se esclareció la
razón por la cual un hombre tan longevo vivía solo. Montini, nunca se casó. Fue
un próspero empresario del buen café, un autodidacta y asiduo lector. La
tertulia con Montini fue sobre temas literarios. Ambos eran buenos lectores y
tenían predilección por Chéjov y Cervantes. Mientras dialogaban, Robles al
escuchar el acento de Montini, le vino -de improviso- a la mente que ese modo
de hablar, era muy similar al de sus amigos de infancia. No recordó los
nombres, pero sí pudo esbozar sus faces y gestos. Hizo un silencio y la
nostalgia cayó en su memoria como el viento al otoño. Posiblemente, Robles
olvidó parte de su niñez, porque su familia vivió muy lejos de allí y el tiempo
puede ser causa del olvido. Pero, al regresar a los lugares de lo vivido,
volvió el ayer.
Al despertar, miró que estaba en su casa de regreso, pensó que todo fue
un largo y hermoso sueño. En la mesa, donde solía leer, encontró el libro de
Chéjov que le diera a Montini. Al abrirlo, en la primera página decía: “Gracias
por venir a tu casa donde viviste tu niñez, cuando regreses yo ya no estaré,
con afecto. Isidoro Montini”.
GUILLERMO FERNÁNDEZ DEL CARPIO
– Arequipa,
Perú
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
Seleccionado en el
Concurso Letras con Arte, España, 2017.
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