ANÉCDOTA ANTIGUA
En
tiempos de antaño, en Inglaterra, los criminales condenados a la pena de muerte
gozaban del derecho a vender en vida sus cadáveres a los anatomistas y los
fisiólogos. El dinero recibido de esta forma ellos se lo daban a sus familias o
se lo bebían. Uno de ellos, atrapado en un crimen horrible, llamó a su lugar a
un científico médico y, tras negociar con este hasta el hartazgo, le vendió su
propia persona por dos guineas. Pero, al recibir el dinero, de pronto se empezó
a carcajear…
—¿De
qué se ríe? —se asombró el médico.
—¡Usted
me compró a mí como un hombre que debe ser colgado —dijo el criminal, riéndose
a carcajadas—, pero yo lo timé a usted! ¡Yo voy a ser quemado! ¡Ja, ja!
ANTÓN CHÉJOV
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