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sábado, 15 de julio de 2023

CARLITOS VA A LA CANCHA - Eduardo José Borawski Chanes - Mar del Plata, Argentina

 



CARLITOS VA A LA CANCHA  

 

Tenés cuatro años, chiquilín. Cuatro años te alcanzan para patear con cierta efectividad la pelota. Para tomar la leche solo, para ir al baño, para mirar en la tele tus programas favoritos. Cuatro años son mucho para eso. Al menos alcanzan. Como alcanzás el estante de arriba cuando querés bajar las galletitas que mami, cuando tiene plata, compra y pone allí.

Carlitos, podés hacer todas esas cosas y muchas más. Pero — a veces se olvidan quienes tienen la responsabilidad de tu cuidado — hay otras que vos no podés hacer, no debés hacer, y lo que es más importante, hay cosas que vos no sabés aún ni querrías hacer. Pero los otros no entienden… porque quizás no pensaron nunca que no estás en condiciones de hacer lo que hacen los mayores. Y que los mayores no siempre saben o piensan lo que hacen.

—Ponele un pullover al Carlitos, que me lo llevo a la cancha. 

Y lleno de alegría, vas con papá a la cancha. Mamá se queda en casa, lavando la ropa. Mamá no tiene oportunidad de matar el tiempo: el tiempo la mata a ella entre el cuidado de sus seis hijos, las compras, el lavado de la ropa… Mamá no trabaja, papá sí…  Dicen.

Llegan a la cancha, entran, suben al lugar más alto de la tribuna del club. Te cuesta subir, pero llegan. Desde allí ves muy chiquitos a los jugadores, mientras a tu alrededor la gente grande salta, grita, dice palabras que a vos, en casa, no te dejan decirlas, y tiran cosas para abajo. Papá te había recomendado que no te movieras de su lado para no perderte. Tenés ganas de ir al baño y se lo decís a papá. Él te contesta que hagas allí mismo, que no pasa nada. Nunca pasó nada.  Te lo dice sin mirar, sin explicarte cómo hacerlo, porque están frente a una jugada difícil para el club de sus amores y no quiere perdérsela. Vos te arreglás como podés.

Al final, ganan. Todos saltan. Se sacan la camisa y saltan. Vos miras hacia un costado y ves que algunas personas de arriba empujan a las de abajo hasta hacerlas caer. Y después son muchas las personas que caen. Vos te asustas.

Salen de la cancha. Papá te sube a babuchas y así andan unas cuadras. Van a tomar un colectivo que los llevará a casa. Aparece un grupo de hinchas que tiene la camiseta del club de ustedes, gritando, tirando piedras contra los negocios mientras la gente que pasa corre a refugiarse. Y papi saltando, saltando. Vos estás otra vez asustado. Papá los sigue mientras grita, y vos te bamboleas sobre sus hombros. En un momento dado papá tropieza y casi se caen, vos y él. Pero no: sigue saltando y gritando. ¡Habían ganado uno a cero!  Dos cuadras después aparece un camión repleto de gente con las camisetas del equipo contrario.

Las personas que están con ustedes, inclusive tu papá, les dicen cosas feas a los simpatizantes del equipo perdedor. Después dejan de tirar piedras contra las vidrieras y los autos, y las tiran contra el camión. Ellos tiran con hondas. Después sacan revólveres, de esos que alguna vez viste por la tele

Vos escuchás unos ruidos muy fuertes y enseguida una cosa que te golpea, pero nada de dolor. Sólo te parece que algo ha entrado muy derecho en tu cuerpo, y empezás a ver sangre en tu pullover. Vos gritas, pero tu papá grita más y sigue saltando. Hay que saltar porque el equipo de ustedes había ganado: ¡uno a cero! La cabeza de papá se moja con tu sangre. Mientras él salta, los dos gritan: tu papá por el triunfo y porque quiere que los contrarios se vayan. Vos porque estás asustado al ver el color rojo que toma tu pullover y por el dolor que comienza en el lugar del golpe que recibiste y que no podés tocar porque papá te sostiene sobre sus hombros reteniendo tus manos y sin mirarte.

Después pensás en mamá y no sentís más nada: ni dolor, ni gritos, ni la molestia de los saltos de papá. Ya no sentís ni sentirás más nada, Carlitos. Papá sí: él siente la cabeza mojada, se toca, se da cuenta que no es la transpiración, y te baja hasta sus brazos. Y en ellos estás un rato, hasta que te sacan de allí y te suben a una ambulancia.

Mamá, que se había quedado en casa —porque papá tiene derecho a distraerse un poco los domingos, dicen—, se detiene unos instantes y lleva su mano al corazón. Un pensamiento quiere adueñarse de ella, pero mami no se lo permite: ¡tiene tanto que hacer!

EDUARDO JOSÉ BORAWSKI CHANES, Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


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